Una discusión se hace cada vez más fuerte y relevante en Argentina (y seguramente en la región y en el mundo entero). Por un lado, la promoción de actividades productivas de distintas ramas, desde las primarias extractivas y la producción –cada vez más tecnificada de alimentos– hasta las distintas industrias y servicios, la logística de largas distancias y la última milla. Por otro, la defensa del ambiente y las alertas ante los impactos ambientales de aquellas actividades, algunos de escala planetaria y otros de alcance local.
“Extractivismo” depredador y ambientalismo “falopa” (barato, vulgar, engañoso) son las acusaciones extremas que atraviesan estos debates; unos denuncian la búsqueda irracional de riquezas y las contradicciones del desarrollo sostenible mientras otros cuestionan la condena a la pobreza que para amplios sectores de la sociedad representaría la “cancelación de toda actividad” productiva. Falacias de diversa índole, sofismas, descalificaciones, “chicanas” y caricaturizaciones del oponente recorren el debate, que involucra minería a cielo abierto, fracking, salmonicultura, humedales, fronteras agronómicas y más…
Así planteadas, ambas posiciones presentan debilidades conceptuales. Los "desarrollistas" en sus distintas vertientes desechan a priori toda preocupación ambiental y cualquier instancia de validación social que no sea el empleo o la entrada de divisas por exportación (y pasan por alto las distorsiones que, por ejemplo, el “sueldo petrolero” ocasiona en el mercado del suelo, la vivienda y el alquiler en las regiones que de él se “benefician”). Del otro lado, la apelación final parece dirigirse a un decrecionismo cuya concreción pareciera condenar a la pobreza extrema a grandes sectores de la población u obligar a una formidable escalada de violencia como partera de una adecuada redistribución de la riqueza; decrecionismo, medios y contextos cuya aplicación, además, solo puede ser efectiva si es universal.
No es el tipo de problema cuya solución sea una apuesta pascaliana o un promedio salomónico de ambas posturas en una salida de compromiso o una aceptación posibilista del mal menor. Es, sí, quizás el tema clave de nuestro tiempo o al menos uno que atraviesa cualquier otro debate y conflicto social o político. Su complejidad requiere a la vez abordajes integrales y específicos. El abordaje requerido no es ideológico (vale decir, el criterio de verdad de la discusión no pasa por validar, promover, cuestionar o sepultar el capitalismo o alguna de sus versiones) sino tecno-político, en el sentido de Matus.
MC (el que atiende)