La catastrófica inundación sufrida por Valencia y otras ciudades de la costa mediterránea española el pasado 29 de octubre fue consecuencia del fenómeno meteorológico DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos). En este, una masa de aire polar muy frío queda aislada y circula a gran altura, lejos de la influencia de la circulación de la atmósfera. Pero entre verano y otoño, con temperaturas marítimas más elevadas, puede chocar con el aire más cálido y húmedo del Mediterráneo y generar así fuertes tormentas, vientos y hasta tornados.
Esta DANA y sus desastres puede o no ser atribuida al cambio climático pero, con toda seguridad, sus consecuencias son producto de malas decisiones de planificación territorial y desarrollo urbano. La urbanización ocupó zonas de expansión hídrica y llanuras de inundación y canalizó o impermeabilizó con imprudencia cursos de agua, torrentes y ramblas (de las que en estos días recordamos su sentido originario de escorrentía ocasional, al igual que las avenidas). Hasta se alteraron cauces enteros de ríos, como el Turia. Quedará por discutir la eficacia de las alertas tempranas, que se haya omitido una rápida declaración de emergencia o, en general, la preparación de los sistemas de defensa civil y la didáctica preventiva. Pero estas medidas son mitigaciones de un error estructural y permanente que, además, costará revertir, porque esto implicaría regenerar las condiciones originales de la naturaleza (“desurbanizar” lo que nunca debió urbanizarse).
Nuevamente, la pretensión de dominio de la naturaleza concluye en fracaso; queda claro que se impone una relación contractual, respetuosa. Por supuesto, el aprendizaje no es solo para la comunidad valenciana.
MC (el que atiende)
Imagen de portada: Asentamiento RENABAP vecino a Puerto Norte –“nuevo skyline” de Rosario– y a las tierras públicas nacionales puestas en venta por Decreto 950/2024 del gobierno argentino. Ver al respecto las notas de Roberto Monteverde y Marcelo Corti en este número de café de las ciudades.