Las grandes movilizaciones de junio en Estambul, San Pablo, Río de Janeiro y otras ciudades tienen, como se analiza en este número, una o varias lecturas específicamente urbanas (no solo se marcha en la ciudad, se marcha por el derecho a la ciudad y sus atributos). Una de ellas indica la crisis por hartazgo de una de las estrategias más recurrentes en el urbanismo de las últimas décadas: el recurso del gran acontecimiento. La mafia FIFA (una organización quizás no tan siniestra como el narcotráfico, pero más astuta en la construcción de sus negocios y de su impunidad) ha logrado el milagro de que en Brasil se repudie un Mundial de Fútbol. Queda para gobernantes de origen popular y legitimidad democrática cuestionarse la conveniencia de tener como compañeros de ruta a personajes de la calaña de Blatter, Grondona o, años atrás, Joao Havelange.
Años atrás, Marco Venturi asoció esta estrategia de “grandes eventos” a la idea de “festivalización de las políticas urbanas”. Regenerating America’s Legacy Cities, de Alan Mallach y Lavea Brachman (análisis de 18 ciudades estadounidenses afectadas por la desindustrialización) postula una estrategia “incrementalista” de paso-a-paso como camino a la recuperación de la economía urbana, más que a lo que Anthony Flint denomina “bala de plata” de una arquitectura de prestigio, un gran estadio u otro mega-proyecto. En su nota Ciudad Maravillosa, Ciudad Olímpica, Ciudad Negocio (escrita y enviada con anterioridad a las manifestaciones por el “pase libre”), Guadalupe Granero Realini describe en este número de café de las ciudades los síntomas y las consecuencias de esta asociación entre megaeventos, transformación urbana y capital inmobiliario.
MC (el que atiende)