Kirchner, el tipo que se nos murió a los argentinos la semana pasada, reintrodujo en su presidencia la equidad social y la preocupación por los que menos tienen como objetivo estratégico de la política. Su gobierno dio un explícito cambio de rumbo respecto al ideario neoliberal introducido por las dictaduras militares, continuado y consolidado por otro presidente peronista, Carlos Menem, y demolido a golpes de realidad en la hecatombe que tumbó a De La Rúa. Este giro, como lo fue en su momento la revalorización de la democracia, es un dato que no podrá ser obviado por futuros gobiernos, sean o no de origen kirchnerista.
En relación al objeto de debate y reflexión de esta revista, la gestión de Kirchner y su continuidad volvieron a plantear la planificación como un objetivo del Estado. Los avances del Plan Estratégico Territorial y el proyecto de Ley Nacional de Ordenamiento Territorial para un Desarrollo Sustentable son consecuencia de esta decisión. La vivienda social volvió también a ser prioridad de la acción estatal.
En un plano más amplio, Kirchner puso en crisis la visión unidimensional del consenso (todos-los-argentinos-tenemos-los-mismos-intereses-y-los-mismos-problemas-por-lo-tanto-la-solución-es-ponernos-de-acuerdo-¿no?) y valorizó al conflicto (a veces en demasía…) como el otro camino necesario de la política. Todo esto, con plena vigencia de las libertades públicas y con una valiente recomposición de la Corte Suprema de Justicia como condición esencial de reconstrucción institucional.
Esto es en principio y en términos generales el legado histórico de Kirchner; sobre hechos concretos, sobre aciertos y errores, coherencias y deslices, hemos hablado y lo seguiremos haciendo en café de las ciudades.
MC (el que atiende)