Una de las perversidades de los indicadores económicos utilizados en nuestra época es la falaz vinculación entre la cantidad de autos vendidos en una región con el bienestar de su sociedad. Y uno de los olvidos más frecuentes en los planes urbanos o de movilidad es el de la caminata como medio de transporte eficaz y barato para gran parte de los recorridos que se realizan en una ciudad. Así se reduce la peatonalidad y sus requisitos (continuidad de superficies, prioridad del peatón, amplitud de senderos y veredas, resguardo climático, calidad paisajística) a una mera cuestión de paseantes holgazanes, a un excedente solo contemplado en áreas turísticas o comerciales. El discurso mediático, y en especial el publicitario, apoyan esta irracionalidad: quedarse “a pie” es cosa de perdedores, de aquellos que no pueden acceder al auto de moda.
Doors of Perception, siempre estimulante y siempre entre nuestros sitios preferidos en la Web (ver en este número el dilema de su creador John Thackara sobre los viajes aéreos, en Otras publicaciones) sugiere en su más reciente informe “usar los pies para reducir la huella” (en este caso, ecológica). La aparente paradoja sirve para presentar a Chris Bradshaw, administrador de la lista de correo Pednet, cuyas palabras expresan con claridad y vuelo poético las ventajas de andar a pie: “la caminata es el Grand Central Station de la vida; es el núcleo de la vida comunitaria, el sostén del bienestar físico, la clave de la seguridad barrial, el aglutinador del transporte, la esencia del aprendizaje y la creatividad (con antecedentes que llegan nada menos que a los Peripatéticos de la antigua Grecia), la ocasión para el romance, la demostración de humildad del liderazgo, el corazón de la justicia económica y social y la forma esencial de intercambio en nuestro mundo físico”.
MC (el que atiende)