La ciudad es una de las más bellas y más pobres de América Latina. El pasado 17 de octubre, su gente enfrentó las balas y echó a Gonzalo Sánchez de Losada (otro presidente neoliberal que se escapa en helicóptero). Colgada de los cerros andinos en una hondonada del Altiplano, La Paz es una escenográfica puesta de reminiscencias cubistas, con miles de edificios de ladrillo sin revocar que se miran a si mismos, como a punto de caer de las montañas. La extraña forma de capucha del gran nevado Illimani domina la vista; toda la ciudad confluye hacia la avenida del Prado (antiguo cauce del río Choqueyapu), la iglesia de San Francisco y las manzanas fundacionales del casco histórico. Pocos edificios se destacan, y ninguno es en si mismo superior a la potencia visual de este paisaje urbano.
Se llega a este valle cubista desde el alto, desde la meseta del Altiplano a 4000 metros de altura, donde está el aeropuerto y donde se formó la conurbación que no podía llamarse de otra forma que, justamente, El Alto, absolutamente distinto en su desarrollo plano y periférico a la ciudad que precede o prolonga según de donde se venga (y con la cual completa una población de más de 1.100.000 habitantes). Una extensión metropolitana de una dureza inaudita: sus habitantes son los arrabaleros pobres de una ciudad que ya es pobre de por sí. La solidaridad compensa estas carencias: la gente de El Alto ha desarrollado ingeniosos programas de recolección de residuos y entramados comunitarios para la provisión de alimentos o la pavimentación de calles, y es hoy la vanguardia social de Bolivia, mezclando (según el sociólogo Javier Fernández) la recuperación de las formas organizativas rurales aymaras con las tradiciones sindicales de los mineros que constituyen buena parte de sus nuevos pobladores.
La Paz llegó a ser capital de Bolivia casi sin declaraciones formales, y el viajero que pasa por ella descubre pronto el carácter estratégico de su localización: ya sea que siga camino al Titicaca para pasar a Perú, o a las exhuberantes selvas de las Yungas y el Beni detrás de las montañas, a Sucre o a Potosí en el Altiplano o a Santa Cruz de la Sierra, La Paz es el paso obligado desde tiempos inmemoriales, uno de esos “lugares predestinados” de los que hablaba Eydoux según citaba Aldo Rossi. Las calles de El Alto y de La Paz están llenas de mercados callejeros con toda clase de productos, pocos autos y decenas de combis que llevan a todas partes. Las cholas visten sus ropas típicas, que en realidad son la vestimenta española del siglo XVII. Ejercen una especie de virtual matriarcado, llevan a sus niños en guaguas o mochilas que preparan de una manera vertiginosa, y discuten con sus hombres al llegar la noche. Son herederas de una civilización asombrosa, que a una hora de La Paz legó el sagrado sitio del Tiwanaku, y que desde la conquista fue sometido, vejado y ninguneado por una torpe clase dirigente que desmembró el país y malvendió sus riquezas.
La protesta popular fue impulsada por el desacuerdo con las condiciones de exportación del gas boliviano.Julio Nudler sostiene en Página 12 del 18 de octubre: “en torno de ese tremendo espectáculo de luchas internas, el Mercosur, al cual Bolivia adhiere, no da indicio alguno de otorgarle viabilidad a la rezagada economía del Altiplano, lo que pone en seria duda el valor del bloque austral como opción estratégica. Peor aún, sus dos grandes socios siguen sus propias estrategias energéticas, sea a través de una empresa estatal como Petrobrás, sean las definidas por multinacionales como Repsol y otras, en el caso argentino. La encrucijada boliviana muestra hasta dónde la posesión de recursos naturales no garantiza nada: el país sigue supeditado a decisiones ajenas, guiadas por intereses extraños”.
Este conflicto enciende otras alarmas: el lider Felipe Quispe, diputado del Movimiento Indígena Pachakuti, reivindica la recomposición de la nación indígena en la república del Qullasuyo y sostiene que las comunidades tienen derecho a imponer su ley por sobre la del estado boliviano, incluyendo la condena a muerte de abigeos. En Tarija y Santa Cruz, centros del gas y el petroleo respectivamente, y de población criolla en su mayoría, se oyen reclamos de separación y segregación nacional.
Saqueo y destrucción de riquezas, explotación y opresión de los pueblos indígenas, desmembramiento territorial: dramas recurrentes de la historia de Bolivia, presentes en su actual circunstancia. Y como protagonista, un pueblo que en las desangeladas calles de El Alto y en las empinadas barrancas paceñas busca hacer ciudad, busca ser ciudadano.
MC (el que atiende)