En estos días, el modelo económico de destrucción de la industria y exclusión social está a punto de ser derrotado (al menos en las urnas) en la Argentina. Poco antes de la primera ronda de estas elecciones, en Semana Santa, y quizás como parte de alguna tortuosa estrategia de campaña, ocurrió un hecho sobre el que es bueno reflexionar en profundidad.
Aprovechando el feriado, la policía cumplió con la orden judicial de desalojar Brukman, una fábrica textil entrada en quiebra a fines de 2001, y ocupada y recuperada para la producción por sus trabajadores (en su mayoría mujeres). Como protesta, las obreras, acompañadas por una considerable manifestación, acamparon en la vereda de la fábrica, a pocas cuadras de la concurrida estación ferroviaria del Once. El día lunes, y ante el intento de saltar una de las vallas de contención dispuestas por la policía, se desató una violenta represión que llegó hasta la Facultad de Psicología y el Hospital Nacional de Pediatría (en esos edificios se habían intentado refugiar algunos grupos de manifestantes).
La recuperación de empresas cerradas o quebradas constituye una de las formas de supervivencia adoptada por la sociedad argentina ante la pavorosa crisis socioeconómica. En un país donde al menos un miembro de cada familia está desocupado, y donde una de cada dos personas es pobre (muy pobre, si se consideran los indicadores usados para definir esa categoría), esta estrategia demuestra la voluntad de mucha gente para continuar ejerciendo dignamente su derecho a trabajar. Y a juzgar por los resultados, incluso realizando una gestión empresarial más eficiente que la de sus antiguos empleadores: aun a pesar de las dificultades de financiación y comercialización, en esas empresas los trabajadores ganan salarios más altos que el promedio de renumeraciones en las empresas privadas.
Hace un tiempo visité personalmente la fábrica Brukman. Las maquinistas, las chicas de la recepción, el simpático señor de origen francés con quien recorrí el edificio, eran simplemente hombres y mujeres que defendían con sus actos el derecho a llevar una existencia digna mediante su esfuerzo personal. Si una empresa es algo más que unas instalaciones y unas maquinarias, ese “algo más”, en el caso de Brukman y las empresas recuperadas argentinas, es lo que ponen los trabajadores. El señor francés me contó que en los últimos tiempos antes de la ocupación, no se pagaban los sueldos o se daban unos vales de 5 pesos diarios. Los dueños de la fábrica aducen que las dificultades para el pago a los trabajadores vinieron a raíz del “corralito” bancario (sin embargo, de esa medida estaban excluidos expresamente los fondos destinados a salarios…).
La prensa conservadora argentina ha defendido la orden judicial pregonando el respeto al derecho de propiedad. Más allá de que la medida desconoce otros derechos que garantiza la Constitución, como por ejemplo el de trabajar, resulta anacrónica y simplista la escala axiológica que concibe a la propiedad como un derecho absoluto. Hernando de Soto, autor de “El misterio del Capital”, sostiene que “entre 1785 y 1890 el Congreso de los Estados Unidos aprobó más de 500 leyes diferentes para reformar el sistema de propiedad”, en una nación donde “la invasión de tierras es más antigua que la nación misma”. Este nuevo concepto de propiedad “hacía hincapié en sus aspectos dinámicos, asociados con el crecimiento económico”, contra lo que el llama el “apartheid” de la propiedad. De Soto considera que “ellos, los empresarios extralegales, no son el problema, son la solución”, y sostiene que el mismo fenómeno se repitió en la mayoría de las sociedades capitalistas más avanzadas.
La derecha argentina, forjada en la cultura de la renta especulativa y la empresa sin riesgo, ha preferido ver en las empresas recuperadas una amenaza de “sovietización” de su patrimonio. La dirigencia política argentina debiera analizar el fenómeno de las empresas recuperadas con madurez, coraje e imaginación (y no como otra de las ingenuidades y aventuras del “que se vayan todos”). Sería una pena que las trabajadoras de Brukman pierdan el trabajo por el que tan dura y valientemente han luchado en este año y medio. A ellas, y al simpático señor francés con quien recorrí la fábrica, está dedicado este número de café de las ciudades.
MC (el que atiende)