Mientras escribo esta nota, se eleva sobre mi cabeza una columna de humo. Es el fuego que avanza desde las sierras arrasando con todo lo que encuentra a su paso. Los primeros incendios del 2021 -en Córdoba, Argentina- ya se cobraron 4.500 hectáreas y más de 80 viviendas, en el marco de una jornada de 34°C en pleno invierno en el hemisferio sur.
Sin embargo, paradójicamente, la crisis climática aún no ocupa un lugar relevante en las prioridades colectivas de nuestras sociedades, sino que es un tema que sigue cubierto por un manto de escepticismo y negacionismo que, probablemente, encuentre sus bases en los intereses económicos que sostienen nuestros modelos de producción y consumo.
Mientras nos encontrábamos confinados en nuestras realidades individuales, el año pasado el fuego arrasó con más de un millón de hectáreas en nuestro país, de las cuales 400.000 correspondían a bosques nativos.
A pesar de contar con una ley nacional de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos, en menos de 30 años se han deforestado más de 6,8 millones de hectáreas de bosques nativos en el territorio nacional, y aproximadamente la mitad de estas deforestaciones ocurrieron dentro del período de vigencia de la ley (2007 a 2021). Así, Argentina se encuentra en el ranking de los diez países con mayor pérdida neta de bosques en el mundo (ver Causas e Impactos de la deforestación de los bosques nativos en Argentina). No es menor considerar que, además, el 50% de la población rural del país (casi dos millones de habitantes) está directamente vinculada a los bosques y, a la vez, es en los departamentos con bosques nativos donde habita el mayor porcentaje de la población con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI).
Cuanto mayor sea la pérdida de bosques nativos, menor será la capacidad territorial para fijar carbono de la atmósfera. A principios de este mes se publicó el sexto informe del IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de la ONU), con datos alarmantes sobre las devastadoras consecuencias del cambio climático en términos de aumentos de temperatura en la mayoría de las regiones terrestres y oceánicas, de episodios de calor extremo en la mayoría de las regiones habitadas, de precipitaciones intensas en varias regiones y de la probabilidad de sequía y de déficits de precipitación en otras regiones, hechos de los que ya estamos siendo testigos. El informe constata una verdad que nos acecha desde hace tiempo: la temperatura global se incrementó más rápidamente en los últimos 50 años que en cualquier otro período en los últimos 2.000 años. Es inequívoco que la influencia humana ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra. Cambios rápidos y generalizados en la atmósfera, el océano, la criosfera y la biosfera han ocurrido. Y afirma que algunos de estos cambios ya son irreversibles por los próximos siglos o incluso milenios.
Historia de cambios en la temperatura global y causas recientes del calentamiento.
Fuente: Informe de Cambio Climático 2021, IPCC
Ya en 2019, el Informe Especial de 1.5°C afirmaba que era probable que el calentamiento global llegara a 1,5 °C entre 2030 y 2052, si continuaba aumentando al ritmo actual. Este informe también afirmaba que ya se observaban impactos en los sistemas naturales y humanos como consecuencia del calentamiento global y que muchos ecosistemas terrestres y oceánicos y algunos de los servicios que proveen ya estaban cambiado como consecuencia del cambio climático.
Para este nuevo informe, el IPCC generó proyecciones para tres posibles escenarios climáticos: ante cualquiera de los escenarios considerados, la temperatura global de la superficie seguirá aumentando hasta, al menos, mediados de siglo. El informe afirma que se excederá un aumento de la temperatura de 1.5° y 2° durante el transcurso de este siglo, a menos que reduzcamos a cero las emisiones netas de CO2 y reduzcamos considerablemente las emisiones de otros gases de efecto invernadero durante las próximas décadas. En un escenario de muy bajas emisiones (SSP1-1.9), la temperatura global para 2081-2100, se incrementará entre 1.0°C y 1.8°C; en un escenario intermedio (SSP2-4.5), se incrementará entre 2.1°C y 3.5°C y, en un catastrófico escenario de muy altas emisiones (SSP5-8.5), la temperatura podría incrementarse hasta en 5.7°C. Con lo cual, si continuamos emitiendo GEI al ritmo actual, la temperatura global podría aumentar hasta 3.5ºC antes de 2100.
Fuente: Informe de Cambio Climático 2021, IPCC
La última vez que la temperatura de la superficie global se sostuvo en o por encima de 2.5°C más que las temperaturas registradas entre 1850-1900 fue hace más de 3 millones de años. Las concentraciones de CO2 en la atmósfera nunca fueron tan altas en los últimos dos millones de años, y cada una de las últimas cuatro décadas ha sido sucesivamente más cálida que cualquier década que la precedió desde 1850.
Estos incrementos en las temperaturas, en las olas de calor extremo y en los índices de precipitaciones, así como los déficits de precipitaciones, constituyen el escenario perfecto para incendios más frecuentes y más intensos, sequías prolongadas e inundaciones, que provocarán efectos cada vez más devastadores en los territorios y, especialmente, en las regiones más vulnerables y en los sectores marginales de las ciudades.
Fuente: Informe Especial de 1.5º, IPCC
En Argentina, las proyecciones indican que los mayores aumentos de temperatura afectarán a todas las regiones del país, especialmente al noroeste. A su vez, continuarán los aumentos generalizados de la precipitación media anual y en la frecuencia e intensidad de precipitaciones extremas en la mayor parte del territorio, provocando inundaciones más frecuentes, especialmente en la región Litoral (aumentando la vulnerabilidad de las comunidades ribereñas y exponiendo a las obras hídricas a escenarios climáticos para las que no fueron diseñadas). En el caso particular de Cuyo, las tendencias indican menores precipitaciones en sus altas cuencas de los ríos sobre la Cordillera por lo que, de continuar, se vería afectada la disponibilidad de agua, necesaria, por ejemplo, como fuente de riego en la actividad vitivinícola y frutihortícola. La máxima duración de días en el año prácticamente sin precipitación ha disminuido en la Pampa Húmeda y la Patagonia no andina, consistentemente con el aumento de las precipitaciones anuales. En cambio, en el oeste y más notoriamente en el norte, los periodos secos de invierno se han hecho más largos. En estas regiones, la precipitación en el invierno es escasa o nula y, por lo tanto, el aumento de la racha máxima de días secos indica un cambio hacia una prolongación del periodo seco invernal. Esto ha generado problemas en la disponibilidad de agua para algunas poblaciones y para la actividad ganadera, y crea condiciones más favorables para incendios de pastizales y bosques y más enfermedades vectoriales y respiratorias. Para la región de la Patagonia se proyectan menores y cada vez menos frecuentes nevadas, lo cual afectará a una de las principales actividades económicas de la región: el turismo.
Fuente: Tercera Comunicación Nacional sobre Cambio Climático, SAyDS, 2015.
En este marco, los esfuerzos mancomunados de mitigación y adaptación que se puedan emprender desde los territorios para fortalecer la resiliencia de los ecosistemas y de las comunidades, frente a la severidad de los efectos de la crisis climática, se vuelven cruciales.
Desde La Ciudad Posible creemos que restaurar ecosistemas degradados es uno de los ejes de acción fundamentales de nuestro propósito de regenerar territorios para actuar frente a la crisis climática y ecosistémica. Y plantar árboles nativos, si bien debe ser parte de una estrategia integral (global, y a la altura de las circunstancias) de reducción de emisiones de GEI, es una de las mejores medidas de mitigación y adaptación al cambio climático que podemos emprender.
Por un lado, para mitigar el cambio climático es fundamental reducir los niveles de GEI presentes en la atmósfera, para lo cual se debe recurrir a estrategias para capturar CO2 a través de sumideros naturales, como los bosques nativos. Un estudio realizado por Jean-Francois Bastin, de la ETH-Zurich en Suiza (ver The Global Tree Restoration Potencial), ha demostrado que reforestar 900 millones de hectáreas de bosques (contemplando la exclusión de áreas urbanas y agroproductivas que se necesitan para sostener el desarrollo humano) podría remover de la atmósfera aproximadamente el 25% del CO2 existente, lo que equivale aproximadamente a la mitad de todo el CO2 emitido por los humanos desde 1960. Y si bien a nivel global se está contemplando la implantación de bosques de especies exóticas como sumideros de CO2, no debemos olvidar que los bosques nativos brindan otros servicios ecosistémicos fundamentales a las comunidades, entre los que se encuentran la regulación hídrica, la conservación de la biodiversidad, la conservación del suelo y de calidad del agua, la contribución a la diversificación y belleza del paisaje, y la defensa de la identidad cultural.
Por otro lado, plantar árboles es parte de una estrategia de adaptación basada en ecosistemas (AbE), es decir, que hace uso de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos, que pueden mejorar la capacidad de adaptación de los diversos sistemas a los efectos adversos del cambio climático. Así, plantar árboles en las ciudades puede disminuir la temperatura entre 0.5ºC y 2.0ºC, frente a olas de calor extremas provocadas por el cambio climático (que podrían matar hasta 250.000 personas por año para 2050, según la OMS); a la vez que puede contribuir a generar importantes mejoras en la calidad del aire. Así como la restauración de manglares puede prevenir el avance del nivel del mar, reforestar las márgenes de los ríos y restaurar cuencas hídricas puede prevenir la erosión y mitigar el efecto de las inundaciones. A su vez, la plantación de árboles para sombra puede favorecer a los sistemas productivos y a las comunidades rurales frente a los aumentos de temperatura. Los árboles también tienen efectos positivos sobre la fertilidad del suelo, la cantidad de materia orgánica, el reciclaje de nutrientes, y la disminución de la evaporación del suelo.
Plantar árboles nativos sigue siendo una de las estrategias más sostenibles y económicas para mitigar el cambio climático y también para adaptarnos a él. E, indudablemente, es un componente fundamental para transitar hacia modelos de desarrollo más regenerativos e inclusivos.
Por eso, junto al Club de Roma, La Ciudad Posible promueve la campaña Semana del Árbol y la iniciativa Millón de Árboles e invita a las personas, comunidades y organizaciones públicas, privadas y sociales a sumarse para plantar vida.
VC
La autora es Licenciada en Turismo y consultora en turismo regenerativo de La Ciudad Posible.
La iniciativa Millón de Árboles fue lanzada en 2020 con el propósito de incrementar el aporte a la lucha contra la crisis ecosistémica y climática.
Sobre el tema, ver también la nota En tiempos en que los bosques arden, por Gonzalo Del Castillo en nuestro número 189, y otras notas de la sección Regeneración territorial.