Una mirada arrabalera a Buenos Aires

Son muy interesantes las reflexiones sobre los centros históricos latinoamericanos que propone la convocatoria al VII Encuentro internacional sobre Manejo y Gestión de Centros Históricos, organizado por la oficina del Plan Maestro para la Revitalización Integral de La Habana Vieja que dirige Patricia Rodríguez Alomá:
– “La vivienda es algo tan inherente al centro histórico que sin su presencia aquel carecería de sentido. En la heterogeneidad de usos que lo caracterizó, la vivienda fue siempre la función fundamental, vinculada de manera natural a los diferentes servicios que dan sentido a la habitabilidad de un lugar. Lo que hoy convenimos en llamar el centro histórico fue la ciudad en su totalidad durante varios siglos; este hecho pone en evidencia no solo la heterogeneidad funcional que lo caracterizó, sino también la diversidad social.
– Con el proceso de expansión de la ciudad y el desplazamiento de las elites hacia nuevas zonas, comienza también un proceso de segregación social y funcional en los centros históricos; ellos devienen zonas marginales, observándose un paulatino proceso de deterioro físico y social; no obstante, muchos de ellos conservarán paradójicamente, funciones tan representativas y simbólicas como las sedes de los gobiernos y la catedral, incluso hasta el día de hoy.
– Mientras tanto, la urbe en su crecimiento se fue consolidando en dos modelos antagónicos y perversos, que niegan el propio concepto de ciudad, ubicados en la periferia: uno de asentamientos marginales, donde habitan los de menos recursos (generalmente emigrantes de otras zonas del país), sin condiciones mínimas urbanas, caóticos y peligrosos; y otro de grandes y lujosas mansiones, generalmente “amurallado”, donde los individuos se desplazan a gran velocidad entre sus guetos de alto estandar y los shopping centers, sin hacer uso del espacio público mas que para el desplazamiento de sus automóviles.
– Entre estos extremos quedarían otras tres categorías: las ciudades dormitorio, pobre intento de resolver los problemas habitacionales de la clase media baja y popular; los distritos administrativos, muy vitales durante el día pero absolutamente muertos en la noche; y las zonas tradicionales que cada vez se fueron terciarizando más (Zona Rosa, en México DF o La Mariscala, en Quito), con la aparición inclusive de edificios en altura, en un proceso de desregulación que va sustituyendo la escala y por tanto borrando las características típicas de estos barrios.
– En este escenario, en el propio centro histórico se verifica una contradicción. Desde el punto de vista social es identificado como reducto de sobrevivencia y pobreza, de informalidad y violencia, todo lo cual genera externalidades negativas, y de otro lado se le reconocen rasgos de centralidad.
– El centro histórico contiene en si mismo las potencialidades para desarrollar un nuevo paradigma de ciudad en una reinterpretación inteligente de las oportunidades que ofrece, y es ahí cuando se plantea la disyuntiva del regreso. Pero ¿quiénes regresan? ¿Con qué objetivos? Se han observado dos tendencias en los últimos años: aquella asociada a fenómenos como la gentrificación y otra que intenta un balance más equitativo y heterogéneo. Tal vez el elemento que marque mejor las diferencias entre estas corrientes sea la manera en que se maneja el tema de la vivienda, y los servicios asociados, a partir de criterios de inclusión o exclusión social”.
Varias notas de este número de café de las ciudades tratan sobre la cuestión de los centros históricos latinoamericanos, y en particular los de Córdoba y Buenos Aires.
MC (el que atiende)