La nota que reproduce nuestro café corto sobre La nueva cara de Pekín, con edificios imponentes y futuristas, escrita por Nicolai Ouroussoff para el New York Times y publicada en castellano en La Nación, resulta transparente en cuanto a la ambivalencia interpretativa que las arquitecturas emblemáticas en boga producen en los intelectuales relacionados al estudio de la ciudad. Hábilmente, Ouroussoff presenta en tercera persona las contradictorias imágenes de admiración (“la grandiosidad del espacio”, “las proezas arquitectónicas más imaginativas de los últimos tiempos”) y recelo (“los analistas más críticos consideran que estos proyectos innovadores son jactanciosas expresiones de la incipiente primacía global de China”) y la inevitable referencia al contexto político: “Cada edificio, a su manera, encarna una intensa lucha por el significado del espacio público en la nueva China. Y aunque a veces resultan aterradores por su escala agresiva, también reflejan el esfuerzo del país por dar forma a una nueva identidad nacional”.
El crítico de NYT enumera los conflictos surgidos alrededor del cierre del espacio público en el parque que rodea al Estadio Olímpico (que será cercado luego de los Juegos) y en las calles que se cruzan en la plaza del CCTV, ente estatal de televisión diseñado por Rem Koolhaas: el límite entre las esferas públicas y privadas ya no será, como preveía el arquitecto holandés, “un activo campo de batalla, algo que cambia y se reajusta constantemente con los cambios y evoluciones de las normas de la sociedad”, sino un espacio privado para consumo de funcionarios. No obstante esta preocupación, en la reflexión final de Ouroussoff predomina el resquemor “primer-mundista” ante la irrupción de tan impactantes arquitecturas en una región hasta hace poco periférica: “Uno sólo puede preguntarse si Occidente alguna vez podrá ponerse a la par”.
Si “durante siglos, los arquitectos han aspirado a crear edificios que instruyeran o transformaran a la civilización, sólo para ver que acaban como un esplendor aislado, con poca influencia en la sociedad en general”, la ostentación olímpica de los chinos admite otra lectura en relación a la arquitectura y el urbanismo: la preocupación emergente por que estas disciplinas privilegien el servicio a las gentes más que la representación de los poderes. Como sostiene Martijn de Waal en este número de café de las ciudades, “todavía es en verdad posible planificar la ciudad sirviendo a su comunidad política de ciudadanos, sus necesidades e identidades, antes que someterlos a los designios de la economía global neoliberal”.
MC (el que atiende)