No hay ciudad sin cafés ni cafés sin ciudad, eso es sabido. Pero además de necesitarse mutuamente, hay algo más profundo que relaciona lo urbano con el cafetín. Convivencia entre lo público y lo privado, entre el anonimato y la identidad, entre la permanencia y el paso ocasional, cafés y ciudades participan de un mismo patrón, híbrido, ambiguo, tolerante.
El café, el bar, el pub, hasta el drugstore, contienen en sí el genoma de lo urbano. Son el lugar del encuentro ocasional o programado, de la discusión y del silencio, de lo específico y de lo indefinible, donde la vida y el deseo pueden cambiar en un instante, o se reitera durante años una misma conducta y unas mismas relaciones. En el restaurant, los tiempos están más pautados y las opciones son mas restringidas: comes, ocupas tu mesa el tiempo que te demanda el almuerzo o la cena, y te vas. En los cafés, en cambio, uno va por 5 minutos o se queda toda una noche, se acomoda en un sitio o va de mesa en mesa hablando con conocidos. En el café, cada uno regula lo que le interesa que se conozca y lo que le interesa mantener en secreto sobre su persona. Es entonces un lugar de libertad, real o imaginada, para los movimientos y las historias personales.
Los parroquianos de nuestro café han entendido muy pronto la naturaleza de lo que ocurre entre sus mesas. Algunos dicen gustar del aroma, el sabor, la temperatura, a otros los seduce la posibilidad de charlar de mesa a mesa, otros pasan rápidamente pero luego regresan. Hay quien dice pensar, y trabajar, y citar gente en los cafés, y le creemos: está en la naturaleza de los personajes urbanos, que desconfían de la concentración forzada y el aislamiento.
Hoy en el café tenemos preguntas, algunas que traen los parroquianos, otras que surgen de la conversación. Tan importante como responderlas, es que surjan.
MC (el que atiende)