“Me complace informar a todas las personas que viven su sueño suburbano de estilo de vida que ya no se serán molestados ni perjudicados financieramente por la construcción de viviendas para sectores de bajos ingresos en su vecindario. Los precios de su vivienda subirán según el mercado y el crimen bajará. He rescindido la disposición de Obama y Biden sobre AFFH [Affirmatively Furthering Fair Housing]. ¡Disfrutenlo!”. En estas afirmaciones tuiteadas por Donald Trump el pasado 29 de julio, la dispersión, la segregación racial y la dificultad en el acceso al suelo urbano y la vivienda son nada menos que promesas de campaña… Trump apela al voto suburbano (habría que verificar si ese voto es solamente blanco) y a sus miedos más primarios para su reelección en noviembre; como en 2016, necesitará además la abstención de los sectores más afectados por sus políticas y la distorsión del voto popular en el Colegio Electoral.
La disposición de 2015 requiere que las ciudades y pueblos que reciben fondos federales para la aplicación de la Fair Housing Act de 1968 examinen los patrones locales de urbanismo en busca de prejuicios raciales y diseñen un plan para corregir eventuales desviaciones. La regla fue criticada por el Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano, Ben Carson, por "complicada, costosa e ineficaz".
Ese modo de vida suburbano no es exactamente un sueño para la población que realiza tareas de servicio de baja calificación (pero esenciales, como demuestra la pandemia) en Silicon Valley, mayormente inmigrantes. Una nota de Conor Dougherty en el New York Times describe esas condiciones de vida y su alta vulnerabilidad al COVID-19, subrayando que el problema no es la densidad sino el hacinamiento.
MC (el que atiende)