En este número coinciden mi nota sobre los impactos del “Modelo Barcelona” en Buenos Aires (incluida en Archivo crítico modelo Barcelona, el excelente libro de Josep María Montaner, Fernando Alvarez y Zaida Muxí) con la nota de Santiago Arias sobre “lo que aprendió Las Vegas“.
Mi texto lleva implícita una idea sobre las características (positivas, negativas, replicables o no) del modelo barcelonés, aunque relativiza la magnitud y sentido del impacto real que haya tenido sobre Buenos Aires. De hecho, la formación más reciente de la periferia metropolitana bonaerense está en los hechos inspirada en modelos de Miami o el Sun Belt estadounidense, sin puntos de contacto con la aspiración europea de una ciudad compacta.
Arias, en cambio avanza con sagacidad en caracterizar a Las Vegas como un modelo realmente existente en varios sentidos: la capacidad comunicacional que resaltaban Venturi, Izenour y Scott Brown en los `70, su sprawl y dependencia del automóvil y, más recientemente, su influencia sobre experiencias como Marina Bay en Singapur o Bawadi en Dubai. Rodolfo Machado, que ha proyectado edificios para Las Vegas, señaló en alguna ocasión los rasgos segregatorios de ese “modelo Las Vegas” (sin preocuparse demasiado por las consecuencias de esos rasgos y más bien postulando la necesidad de que el diseño urbano se adapte a esta nueva realidad…).
Más cercanos, en todo sentido, asoman otros modelos parciales sobre los cuales puede pensarse una actuación en la ciudad latinoamericana: Curitiba, Medellín, la experiencia del Bus Rapid Transit (un aporte regional de impacto mundial), algunas experiencias cooperativas de producción de vivienda, la auto-organización de algunas barriadas como Villa El Salvador, las recuperaciones de algunos centros históricos como el de Quito… Con sus luces y sombras, estos y otros antecedentes son válidos para pensarlos por fuera de la presión y el facilismo de los modelos, buscando en cambio sostener el derecho y el deber de nuestras ciudades a generar su propia agenda.
MC (el que atiende)