Las Gaviotas se esconde en lo profundo del Orinoco Colombiano. Es un proyecto único de comunidad autosuficiente y de regeneración ambiental. A la par, se erige como un modelo de empresa de lo que hoy podría catalogarse como de “Triple Impacto”, con la única diferencia de haber iniciado su proceso de desarrolló 50 años antes del nacimiento de este concepto.
Paolo Lugari
A fines de los años ´60 y principios de los ´70, cuando el mundo comenzaba a debatir en los ámbitos internacionales sobre la idea de sostenibilidad y se publicaba el informe Los Límites del Crecimiento, alertando sobre las consecuencias nefastas que tendría la idea de plantear un desarrollo infinito en un planeta finito, un innovador, explorador y emprendedor ítalo-colombiano llamado Paolo Lugari se planteó una tarea muy distinta: demostrar que, tomando como aliada principal a la Naturaleza, podría revertir la destrucción ambiental, reforestar la selva y regenerar, en el proceso, la vida y la riqueza económica.
Para hacerlo, se adentró en lo que antes había sabido ser selva amazónica colombiana, pero que al llegar él era un desierto sin vida. Cientos de miles de hectáreas de tierra desnuda de vegetación producto de condiciones adversas y prácticas antrópicas destructivas, que sufrían nueve meses de sequía al rayo del Sol y los restantes meses de inundaciones. Estas condiciones habían terminado por destruir lo que la deforestación humana había iniciado décadas antes. Suelos ácidos, sin nutrientes y erosionados. La escasa población de la zona sufría problemas gastrointestinales por el consumo del agua en mal estado y apenas si existía actividad económica.
En este páramo de praderas resecas, Lugari y equipo adquirieron 10.000 hectáreas de tierra para fundar, a fines de los ´60, el pueblo Las Gaviotas. En estas tierras iniciaron el proyecto más revolucionario de silvicultura y regeneración de selva conocido hasta su tiempo. Y al hacerlo, sembraron las bases que demuestran la factibilidad socio-técnica de generar proyectos de restauración de ecosistemas enteros.
Las Gaviotas antes de iniciar el proceso de restauración.
Para iniciar el proyecto, lo primero que hicieron fue identificar la especie de árbol pionera que pudiera comenzar el proceso de regeneración. Para identificarla, se adentraron en la selva amazónica colombiana, y descubrieron que esta especie era el Pino Caribeño. Pero no sólo el Pino Caribeño, sino el Pino trabajando simbióticamente con un hongo y, al hacerlo, conformaban una micorriza. Es decir, una asociación entre el hongo y el árbol que resultaba en beneficio para ambos: mientras el árbol le proporcionaba al hongo carbohidratos (es decir alimento) y un hábitat para completar su ciclo vital, el hongo le permitía al árbol una mejor captación de agua y de los nutrientes minerales del suelo, protegiéndolo contra patógenos. Un típico ejemplo de cooperación sistémica de la Naturaleza.
Paolo Lugari compartiendo las micorrizas.
Al desarrollar los plantines para iniciar el proceso de reforestación, inocularon el hongo en todas sus raíces. Al llevarlo a tierra -y contra todo pronóstico de la ciencia forestal de su tiempo-, los árboles resistieron. Progresivamente, el manto verde producido por la copa de los árboles plantados comenzó a generar cambios en Las Gaviotas: la radiación solar ya no quemaba el suelo directamente, sino que ahora era absorbida por el follaje de los árboles, que la utilizaban para iniciar el proceso de fotosíntesis. Las hojas que caían al suelo ayudaban a retener la poca humedad disponible. Y cuando se descomponían, ayudaban a recomponer los nutrientes del suelo. Cuando llegó la lluvia, las gotas ya no eran balas que erosionaban la tierra desnuda sino que ahora eran amortiguadas por la copa de los árboles y luego gran parte de ellas eran absorbidas por sus raíces.
Al comenzar a estabilizarse estas condiciones, reaparecieron otras especies de árboles y plantas sin necesidad de ser implantadas. Y con ellas, reaparecieron aves, animales e insectos. En poco tiempo, lo que era un desierto sin vida se convirtió en un nuevo ecosistema: un bosque biodiverso.
40 años después, Las Gaviotas regeneró la selva.
Indirectamente, el proceso permitió restaurar el funcionamiento creativo y sistémico de la Naturaleza que, al recomponer sus ciclos y servicios ecosistémicos, derivó en la diversificación de la vida y, por lo tanto, también la riqueza económica. De este modo, un primer subproducto que identificaron y que le permitió a Las Gaviotas sostener económicamente todo el modelo surgió del mismo Pino Caribeño, una especie extremadamente resinosa. Esta resina podía ser explotada de forma respetuosa, sin talar el árbol. Su extracción y tratamiento local permitieron transformarla en colofonia y trementina: dos insumos esenciales para diversas industrias (pintura, barnices, fármacos, etc.).
Cosecha de la resina del pino caribeño.
En 10 años desde su creación, las tierras inicialmente sin valor comercial se transformaron por la mano de las personas trabajando en alianza con la sabiduría de la Naturaleza. Sostenidamente, en Las Gaviotas habita una población promedio de 200 personas, que vive de la cosecha de la resina de pino en 8.000 hectáreas, procesándola y vendiéndola como trementina y colofonía. De igual modo, para uso interno del pueblo, en Las Gaviotas se produce también un aceite de pino energizado: un biocombustible que alimenta sus tractores, camiones y motocicletas con motores de combustión estándar.
Todos los subproductos derivados de la resina son producidos en una biofábrica desarrollada localmente, que basa todo su funcionamiento en procesos físicos -no químicos-, lo que a su vez representa un cambio radical del paradigma tecnológico: todo lo producido y consumido en Las Gaviotas genera mayor captura de carbono que el emitido (secuestrando, según sus cálculos, 89 toneladas de CO2 por cada 1 tonelada de CO2 emitido) y refuerza continuamente la regeneración de la selva tropical.
Pero el proceso de regeneración derivó en otros beneficios inicialmente impensados. Las 8.000 hectáreas de nuevo bosque generaron una variación térmica de varios grados entre el manto vegetal y el resto del entorno sin vegetación. Esa variación era suficiente para hacer que cada frente de aire cargado con humedad que pasara por sobre el manto verde condensara su agua sobre ella. La selva cambió el ciclo hidrológico y devolvió el agua a Las Gaviotas. Y la misma selva ahora también la filtraba y la limpiaba, regenerando naturalmente sus acuíferos.
Biofábrica del Centro Las Gaviotas
Y la inventiva del ser humano que escuchó a la Naturaleza, se integró y cooperó con ella, logró generar múltiples beneficios, también en lo económico. Ahora en Las Gaviotas se producía trementina, colofonia y agua mineral que es vendida en las principales ciudades de Colombia.
En Las Gaviotas el agua es gratis. Los alimentos y la energía se producen localmente. La cooperación y el pleno empleo, en armonía con el entorno, es lo que prevalece. La diversidad de vida es el indicador de éxito. Su riqueza económica, un simple subproducto esperable del funcionamiento armónico de la Naturaleza.
GdC
El autor es politólogo. Es Director del Centro de Sustentabilidad –CeSus. Integrante de La Ciudad Posible.
De su autoría, ver también En tiempos en que los bosques arden, en nuestro número 189.
Ver otras notas en café de las ciudades acerca de la Regeneración Territorial.