La política exterior mexicana atraviesa por una clara indefinición que deja indefensos a los paisanos en territorio estadounidense. El sello que el actual gobierno le quiso imprimir se diluye por la falta de principios y de pragmatismo a la vez.
En un futuro no muy lejano las remesas enviadas por los paisanos que están en el país vecino podrían ser la primera fuente de ingresos de México. Lo que tiene una serie de implicaciones económicas y políticas. Por ejemplo, si los mexicanos en Estados Unidos pudieran votar en las siguientes elecciones, es posible que inclinaran la balanza hacia alguno de los candidatos. Tendrían la capacidad de representación electoral con la que cuenta el grupo de los indecisos (que se convierte en un preciado botín en las campañas), pero con posturas y votos concretos,.
El 60% de los migrantes mexicanos tiene entre 16 y 25 años, una edad económicamente muy activa en la que las oportunidades en México escasean, y el viaje al norte sigue siendo esperanzador. La mayoría de estos jóvenes van en búsqueda de dólares, pero encuentran una cultura distinta, un entorno de libertad en el que están segregados y discriminados, así como trabajos mejor remunerados, no por ello dignos ni seguros.
La relación más importante que tiene México en el panorama internacional es con Estados Unidos, país del que es su segundo socio comercial y con el que comparte la frontera más transitada del mundo. A pesar de las muchas afinidades e intereses comunes que unen a México y Estados Unidos, el actual Gobierno no logrado alcanzar un acuerdo migratorio. Desde el principio del sexenio (mandato presidencial de seis años) el gobierno mexicano planteó el tema en el encuentro bilateral de Guanajuato, pero todo se quedó en un ya veremos, etapa que no hemos superado.
Es increíble que los migrantes tengan la misma calidad migratoria que antes, sigan cruzando por vías arriesgadas la frontera, y no se les dé un trato digno ni aquí ni allá, cuando además de compatriotas son parte fundamental de la economía nacional. Los famosos “polleros” (personajes que facilitan la migración ilegal) no son la causa de la migración, son simplemente la vía a través de la cual muchos migrantes llegan a su destino. Con el combate a los “polleros” no se pondrá fin a la migración ilegal, se hará con acuerdos que favorezcan la protección de los migrantes, un cambio en su status migratorio y programas de seguridad social.
La falta de un acuerdo migratorio, junto con medidas consulares más estrictas y controles más férreos en la frontera, han hecho que los migrantes busquen nuevas rutas y métodos más arriesgados para entrar en territorio estadounidense. Las rutas tradicionales han sido abandonadas, y ahora se tienen que pasar más días expuestos a los peligros del desierto, al trato abusivo de algunos granjeros y al abandono de los “polleros”.
Si alguien se gana la vida a través de una actividad ilícita tiene que ser juzgado por dichos actos, eso es parte del Estado de derecho, y si alguien provoca la muerte de individuos que ponen la vida en sus manos, es legal y legítimo que sea acusado de homicidio. Estoy hablando de los “polleros”, a quienes se les ha visualizado recientemente como los causantes de todas las penurias y tragedias de los migrantes, sin considerar la responsabilidad que tiene el gobierno mexicano y el estadounidense en esta situación.
Perseguir a los “polleros” para acabar con la migración ilegal es “taparle el ojo al macho”, porque así se exime al gobierno mexicano de la responsabilidad de no haber logrado el acuerdo migratorio y al estadounidense de seguir actuando coercitiva y unilateralmente en este ámbito. Si el gobierno mexicano en verdad no quiere que vayan más jóvenes a Estados Unidos, que genere las oportunidades necesarias en el país para que no tengan que salir a buscarlas al otro lado. Si quiere que se respeten sus derechos humanos, puede empezar por cerciorarse de que se haga lo propio con los migrantes que cruzan por nuestra frontera sur. Y si desea tener una sola voz coherente en el exterior, puede empezar por definir su política interna.
El acuerdo migratorio no se ha logrado en parte por el cambio de los objetivos de la política exterior y la reorganización de la seguridad nacional estadounidense a raíz del 11-S. Además es preciso considerar que México no reaccionó contundentemente ante este hecho, una actitud que fue reprobada por los medios norteamericanos, y que ha enfriado la relación hasta ahora.
Después de este día que cambia el orden mundial, México no ha reformulado su política exterior en la lucha contra el terrorismo, que es el eje rector de la administración Bush. Ha deportado a Ricardo Miguel Cavallo (represor argentino comprometido en violaciones a los derechos humanos en la dictadura militar ’76 – ’83) y a muchos etarras a España, pero a la hora de votar una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU, dijo que no apoyaba una intervención armada. Hacerlo le hubiera costado políticamente al presidente y a su partido, pero al no apoyar la intervención acabó por congelar las relaciones bilaterales. La votación nunca se dio, como tampoco se tuvo que haber expresado públicamente la posición de México, fue como enseñar las cartas antes de que tocara el turno, así se hizo y el turno nunca llegó.
El gobierno mexicano por un lado encarcela y extradita a un genocida, pero por otro no va a fondo con sus propios crímenes del pasado, y no ha deslindado responsabilidades civiles y penales por la matanza del 68 (la sangrienta represión de una manifestación estudiantil en la plaza de las 3 Culturas, en Tlatelolco, Distrito Federal). De un lado de la frontera paga a los Grupos Beta para que den protección e información a los migrantes, lo que es una labor digna de gran reconocimiento, pero la falta de un acuerdo migratorio hace que los indocumentados sigan muriendo del otro lado de la frontera, en donde tiene las manos atadas.
La política exterior atraviesa por una clara indefinición que deja indefensos a los paisanos en territorio estadounidense. El sello que el actual gobierno le quiso imprimir se diluye por la falta de principios y de pragmatismo a la vez. Si estas tendencias siguen su curso, la defensa del interés nacional a través de la política exterior será una deuda del “gobierno del cambio” con el pueblo de México.
AHI
Alberto Hernández Ibarzábal es Analista Político Internacional. Es mexicano y vive en Barcelona.
El autor también dirige el sitio Paisanos Unidos donde puede encontrarse excelente información relacionada al tema de esta nota.
Sobre la vida en la frontera mexicana – estadounidense ver también las notas Arquitectura para un paisaje en movimiento y I’ ve been living inside, por María Berns, en el número 2 y número 8 de café de las ciudades