Jahir Rodríguez Rodríguez archivos - Cafe de las Ciudades https://cafedelasciudades.com.ar/autores/jahir-rodriguez-rodriguez/ Revista digital Café de las Ciudades Tue, 12 Mar 2024 19:25:39 +0000 es-AR hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.5.3 https://cafedelasciudades.com.ar/wp-content/uploads/2022/09/cropped-favicon-32x32.png Jahir Rodríguez Rodríguez archivos - Cafe de las Ciudades https://cafedelasciudades.com.ar/autores/jahir-rodriguez-rodriguez/ 32 32 El Palimpsesto https://cafedelasciudades.com.ar/articulos/el-palimpsesto/ Mon, 06 Sep 2004 19:17:00 +0000 https://cafedelasciudades.com.ar/?post_type=cdlc_article&p=11562 “Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos“. Italo Calvino. Presentación: Las ciudades imaginarias Hay ciudades que...

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Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos“. Italo Calvino.


Presentación: Las ciudades imaginarias

Hay ciudades que no ocupan un lugar físico, pero son más conocidas que la mayoría de los lugares que pueblan el planeta. No existen, pero están vivas, presentes y tan cerca de la memoria y del corazón que parece que siempre existieron.

Son las ciudades invisibles, que sólo vemos cuando cerramos los ojos; las ciudades imaginarias, esos lugares creados por la fantasía de los grandes autores.

La más popular tal vez sea la Tierra Media, donde viven los hobbits de El señor de los anillos. Y la tierra mítica más importante —de mayor calado— puede ser Macondo, el lugar inventado por García Márquez en Cien años de soledad, en cuyas calles vivieron seis generaciones de Buendías en una época prodigiosa en la que “el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

La literatura se ha propuesto imaginar gráficamente cómo serían siete ciudades literarias: Xanadú, el espacio nebuloso con el Templo del Placer que inventó Coleridge; Argia, la ciudad sepultada de la que ya hablara Marco Polo y retomara Italo Calvino; Liliput, la isla de los enanos que visitó Gulliver en sus viajes, y que ha sido revisada en demasiadas películas; Brodei, la ciudad del fango que pensara Jorge Luis Borges; el Macondo fabuloso del Nóbel ya aludido; Barataria, la ínsula que le prometió don Quijote a su fiel escudero y… Utopía. Utopía —que aparece en la obra del mismo título de Tomas Moro en 1516— es la ciudad ideal e imposible (de ahí proviene el adjetivo utópico), “un lugar no localizable en ningún sitio” y una sociedad sin propiedad privada ni Ejército.

Y una ciudad real, famosa por su guerra, es Troya; pero esta guerra —de lo que nos habla la historia— no existió en realidad. Esa es la última teoría (¡gran novedad!) que leemos en la revista La aventura de la Historia. Al parecer, nunca hubo un asedio ni una guerra como la que nos cuenta Homero en La Iliada, sino casi medio siglo de conflictos antes de que esta ciudad (que hoy estaría en Turquía) fuese destruida por un incendio en el año 1200 antes de Cristo (Plaza, José María: Las ciudades imaginarias).

También habría que añadir a la lista de ciudades imaginarias la de Arcadia de la antigua Grecia, espacio mitológico donde vivían los semidioses, las ninfas… y en la que la “suburbia” de Estados Unidos basó su imagen al promover una “utopía” de lo sereno pastoral y que fue tan invocada en su desarrollo después de la segunda guerra mundial.

Esta imagen de una casa en un lote con un jardín sin vallas logro implantarse en el mundo entero con, a mi manera de ver, un sin fin de destrucción, tanto del campo como de lo que es el vivir en ciudad. Con la inseguridad y el crimen, sectores de la suburbia se están viendo encerrados dentro de muros protectores, así como antes las ciudades amuralladas del medioevo. No hay un libro en particular que ilustre este fenómeno pero tenemos demasiados ejemplos a nuestro alrededor en todas partes del mundo (Hawranick Serra, Stephan: Ciudades literarias).

Las ciudades son un campo de estudio no sólo de semiólogos, politólogos, historiadores, geógrafos, arquitectos, economistas, artistas, sino de los ciudadanos y de todos aquellos que han encontrado en la ciudad un espacio y un lugar para la reflexión o para el hacer creativo.

Por lo mismo, una semiosis de la ciudad solo pretende bordear o señalar algunos de los signos que la construyen. Esta apenas genera ciertos conceptos de entrada, ciertas categorías capaces de “abrir” zonas de explicación y comprensión del vasto tejido citadino. Una semiosis de la ciudad exige elaborarse –a manera de un collage- juntando muchas escrituras, muchos relatos.

En el mismo sentido, esta tarea, tiene que desarrollarse desde la óptica de un ciudadano comprometido con su lenguaje y con su quehacer cotidiano. Eso es este palimpsesto de la ciudad, una poética del espacio como lo señala Bachelard, citado por Fernando Vásquez Rodríguez (Citizen Semiosis, Bogotá, 1993).


La textura de la ciudad

Para comprender la textura de la ciudad, sus textos, sus reescrituras y en resumen sus semióticas, en esta lectura sobre la ciudad, y de manera muy puntual, se deja una reflexión.

Uno, la ciudad es una extensión de la casa. Entendida la casa como el territorio materno. El útero inicial. Las ciudades son como placentas. Y, dependiendo de la sangre y de la geografía, la ciudad va germinando. Por eso cuando se señala que las ciudades son entes vivos -y se quiere decir-, que las ciudades germinan y florecen al calor de sus constructores, de quienes las habitan, sufren y disfrutan. De quienes desde los textos las reescriben.

Cada ciudad va teniendo su propia fisonomía, sus propias características, sus cualidades y sus propias identidades. Y es la casa el escenario que representa esa ciudad, que le da identidad y que la presenta en sociedad. Ha dicho Bachelard “La casa nos brindará a un tiempo imágenes dispersas y un cuerpo de imágenes… es nuestro primer universo…” (La poética del espacio, Fondo de Cultura Económica, México, 1986), gracias a ello los sueños nos habitan.

Dos, las ciudades guardan una directa relación con nuestra memoria. Mejor aún, con nuestra infancia. Es probable que las ciudades en las cuales permanecemos muchos años permeen distintas zonas de nuestro ser, pero –sin lugar a dudas- es la ciudad de la infancia la que recordamos.

Podría decirse que hay una especie de paternidad o maternidad con respecto a la ciudad en que se nace o crece. Uno es hijo de una ciudad. Y por ella, así como en otra genealogía, uno posee ciertas marcas, ciertos estilos, ciertas características, a veces un habla; otras una forma de vestir o una manera de bailar. Uno lleva a otras ciudades la sangre de la ciudad de su infancia. Es por ello que siempre se tiende a regresar a la ciudad de la niñez, a la ciudad mítica que nos vio crecer, a esa ciudad que llevamos en el corazón tatuada con sentimientos indelebles, a esa ciudad que nos revela el estado del alma y que nos hace soñar y evocar el pasado.

Tres, generalmente para los hombres, las ciudades tienen dos dinámicas: la partida y el retorno. Partimos de la ciudad –de la ciudad de nuestra infancia- para buscar otros aires, para confrontar nuestro yo; partimos de la ciudad –la que nos vio nacer- para poder ser adultos. Y retornamos a ella siempre, después de muchos años, para corroborar que sí valió la pena, que fue bueno iniciar dicha aventura. De paso habría que anotar un tono mítico, tal vez épico en este accionar con respecto a la ciudad: primero, la partida –por supuesto hay una variable, la huída-, repleta de llanto de despedidas, de rupturas, de incertidumbres; después, el retorno, siempre lleno de ansiedad, de esperanzas, de muchos anhelos. Entre la primera y segunda acción -como si fuera la tensión de un arco- el ser humano hace o forja su vida, consigue un capital, descubre un amor… en síntesis, se hace hombre.

Cuatro, siempre hay un fundador de la ciudad, un padre mítico; y siempre -así sea de manera transitoria- a alguien le atribuimos la fundación de una ciudad. Sin embargo, las ciudades no se hacen de una vez; no son inmediatas. El tiempo de construcción de la ciudad es lento. Y por más arquitectos que se empeñen en urbanizarla, la ciudad va creando sus propias aplicaciones, sus propias extensiones y ramificaciones. Viéndolo bien, la configuración de una ciudad depende de muchas variables, como el clima, la geografía, las personas, los intereses. Cada una de ellas impone una perspectiva, un sentido: si es una ciudad ribereña, las casas, las calles, el orden interno de la ciudad será por completo distinto al de la ciudad anterior. Bien lo registra el refrán popular “dime de tu ciudad y te diré tu ciudadanía”.

Hay ciudades que son hijas de la diáspora, de la égida. Ciudades éstas en las que se van superponiendo una casa encima de otra, una azotea, un jardín, una mejora, ciudades desordenadas –o con orden espacial- sin geometría o precisión en su direccionalidad; ciudades babélicas. Y se van extendiendo, se van fusionando hasta convertirse en pequeñas ciudades dentro de la gran ciudad. Microciudades por igual complejas. Un barrio, una comuna, una bastardilla son expresiones de la forma particular como la ciudad se organiza interiormente.

En opinión de Marguerite Yourcenar en las Memorias de Adriano: “…mis memorias, mis ciudades, han nacido de encuentros: mi encuentro con un rincón de la tierra, el de mis planes de emperador con los incidentes de mi vida de hombre… he reconstruido mucho, pues ello significa colaborar con el tiempo en su forma pasada aprehendiendo o modificando su espíritu, sirviéndole de relevo hacia un más lejano futuro; es volver a encontrar bajo las piedras el secreto de las fuentes”.

Cinco, las ciudades son construidas, se organizan, de acuerdo con la concepción que se tenga de lo público y de lo privado. Las ciudades occidentales, por lo general, han sido pensadas más desde la relevancia de lo público, de la calle, de la plaza. La ciudad islámica en cambio, es secreta; se imponen los adarves, los patios íntimos, los callejones. Cada ciudad, obedece a un plan base: hay ciudades dameros, ciudades radiocéntricas, ciudades estelares, ciudades lineales, o ciudades pluricéntricas. Como lo afirma Campanella en La Ciudad del Sol: la ciudad solar es, si queremos, un primer grado hacia la consecución de la ciudad, el comienzo del camino que hay que recorrer (Bobbio, Norberto, Introducción a la ciudad del sol, de Campallena. Giulio. Torono. 1941). Ese plan matriz está soportado en una filosofía o en una cosmología que a veces son el reflejo del culto a la racionalidad, o del poder omnímodo de un dios, o de una ideología militar.

Si las ciudades se transforman, si cambian como la piel de un ofidio, es por que enmarcan las distintas variaciones de la mentalidad de los hombres que las habitan. Ya lo había dicho Spengler: sucede un gran acontecimiento político y el rostro de la ciudad tomará nuevas arrugas. Al decir de Robert Musil, en El Hombre sin Atributos: “a las ciudades se las conoce, como a las personas, en el andar”.

Seis, la ciudad es una red, un entramado, un tejido de infinidad de cosas. Una ciudad es un inmenso código compuesto por varios sistemas. En la ciudad todo confluye. Nada está suelto. El tejido citadino está constituido por aquellos elementos que le dan sentido, la constituyen y le dan identidad; como lo argumenta de manera complementaria Italo Calvino en su poema El Palomar: “la forma verdadera de la ciudad está en ese subir y bajar de los techos, tejas viejas y nuevas, acanaladas y chatas… nada de esto puede ser visto por quien mueve sus pies o sus ruedas sobre el pavimento de la ciudad”.Y en palabras de Fernando Cruz en su texto La tierra que atardece: “ser habitante de la ciudad significa, por sobre todo ´entrar` en el orden de lo urbano, estar psíquicamente atrapado en dichas ´reglas de juego`, quedar sujetado a ellas mediante acatamientos, aceptaciones y resistencias, adaptaciones o rupturas a veces violentas”.


Siete, la ciudad tiene entradas y salidas. Es laberíntica. Hay, por lo mismo, accesos ciertos y falsos. Callejones ciegos, avenidas que conducen a un mismo sitio, calles sin un fin determinado. Nadie puede entrar o salir de una ciudad sin una cierta preparación, sin una cierta iniciación, sin un cierto mapa así sea elemental; por ser la ciudad un laberinto, su lógica interna es la de la pérdida y la del encuentro. Por ser laberíntica, en ella uno se puede extraviar; en esa doble propiedad, perderse de otros que nos buscan o perderse uno mismo por deseo o por mera gratitud.

En la ciudad nos perdemos (bella manera de subrayar un sentimiento del hombre con respecto al espacio) y, al hacerlo, nos entregamos al deambular, al ir de un lugar a otro sin un fin determinado; cuando nos perdemos, la ciudad nos devora. La ciudad vorágine. Nueva selva.

Ocho, las ciudades, en su esencia, son secretas. Al menos para el turista. Al extranjero la ciudad se le presenta de una manera diferente al nativo. Quizás mejor: la ciudad es proteica. Tiene varios rostros. Varias metamorfosis. Cada ciudad presenta a sus visitantes una faceta distinta. Para el extranjero la ciudad es como un enigma, al menos en principio. No puede olvidarse que una ciudad no se da con facilidad. Hay que vivir con ella: habitarla. Es preciso descifrar sus oráculos. Lo proteico de la ciudad reside en su movilidad. Cada hora, cada día, las ciudades se moldean de modo diferente, crecen hacia arriba y hacia los lados. Dentro de sí mismas, se reproducen. Pueden, incluso, crecer hacia abajo. Tal crecimiento hace de la ciudad un cuerpo mutante, un espacio propicio para todo tipo de avatares. Por eso, las ciudades son hijas de Isis; por eso las ciudades están resguardadas por una Esfinge. Como lo destaca Naguib Mahfouz, en El Callejón de los Milagros, “aunque el callejón está totalmente aislado del bullicio exterior, tiene una vida propia y personal. Sus raíces conectan, básica y profundamente, con un mundo profundo del que guarda secretos muy antiguos”.

Nueve, toda ciudad, por pequeña que sea, tiene sitios recomendables y, también, lugares desprovistos de seguridad. Hay algo que se aprecia como una moral de la ciudad. Algunos de esos sitios son producto de la leyenda, otros corresponden a una sectorización de la casta o de las élites que habitan en las ciudades. El peligro o la confianza dentro de la ciudad merecen pensarse desde de la óptica de los territorios o desde una distinción social capaz de irrigarse en la dimensión del espacio. Basta residir en cualquier espacio de la ciudad, ahí están marcadas las diferencias. Por supuesto, también hay sitios “neutrales”, donde todos los miembros de una ciudad pueden estar juntos (un estadio, una plaza de toros, un cine, un teatro o un parque) congregados, sí; iguales, no. Las ciudades mantienen las diferencias sociales. Es más, las estimulan o las refuerzan.

Sostiene Lawrence Durrell, en El cuarteto de Alejandría: “…en esencia, ¿qué es esa ciudad, la nuestra? ¿Qué resume la palabra Alejandría? Evoco enseguida innumerables calles donde se arremolina el polvo. Hoy es de las moscas y de los mendigos y entre ambas especies de todos aquellos que llevan una existencia vicaria. Cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas en el agua grasienta. Pero hay más de cinco sexos y sólo el griego del pueblo parece capaz de distinguirlo”.

Diez, de las personas que conocen la ciudad, ningún otro grupo tan particular como los conductores de taxis. De tanto trajinarla, de tanto ir y venir por entre sus calles y avenidas, los taxistas empiezan a desarrollar una “competencia olfativa” de la ciudad; ellos son como los carontes de nuestro tiempo: pueden trasegar sin perderse en la red o en el laberinto de la ciudad. Ellos pueden, al igual que los antiguos augures, interpretar los signos más enrevesados de la ciudad.

Los taxistas, además, son los guardianes de la ciudad; son los testigos de la vida cotidiana que circula en su interior. Son también una memoria de los cambios que la ciudad padece. Como lo destaca Ezequiel Martínez en La Cabeza de Goliat “… el tacto de la ciudad es percibido por los pies, la mano es inútil para palpar la ciudad. No podemos entrar con ella en contacto sino es por los pies; se la palpa caminado… “.

Once, cada uno habla de su ciudad como la siente; cada cual, de acuerdo con su especial historia “inventa” la ciudad, la fábula. Desde luego esto es así porque el recordar, el evocar, siempre es selectivo. Por eso rememorar es organizar el pasado. La ciudad que contamos no es aquella en la cual vivimos, siempre será un más o un menos, pero nunca igual. La ciudad narrada es una composición, y habrá tantas historias de una ciudad como individuos hayan sido de ella; cada quien pondrá “estilos” para contar sus “hazañas” o peripecias. Es probable que algunos individuos se adueñen de ciertos relatos de una ciudad, pero lo harán a manera de interpolaciones, incorporándoles notas, aventuras ficticias, glosas de diversa índole. Los acontecimientos de una ciudad pasan siempre por una suerte de filtro en la fantasía de sus habitantes.

Es más: tan importante es esta relación discursiva del hombre con la ciudad que, llevada hasta el límite, culmina en la creación de una ciudad imaginaria. La República, La Ciudad de Dios, Arcadia, La Ciudad del Sol, La Ciudad Ideal, Nueva Atlántida, Utopía.

Una bella afirmación sobre este particular argumenta Fernando Cruz Kronfly: “evocar no es, pues, sólo recordar a modo de pasatiempo o simple ejercicio de la memoria nostálgica; es, ante todo, darle fundamento al sujeto, volver sobre los instantes fundadores, recabar alrededor de los acontecimientos y lugares que por algún motivo para nuestra vida se tornaron fundamentales… evocar no es, pues, solo recordar. Es centrar en un proceso fundamental de ´resurrección` de momentos y de objetos sin los cuales el hombre perdería toda relación de certeza consigo mismo, todo sentido, incluso toda sensación de identidad y seguridad”.


Doce, las ciudades por ser proteicas, por tener como padre a Jano, varían según el día o la noche. No se habla de haz y de envés de la ciudad. Tampoco se habla de un momento pleno de luz, transparente, y otro escaso de claridad, opaco. Lo que se quiere señalar es más bien la diferencia de tonalidad de la ciudad, según sea de día o de noche.

La noche de la ciudad es tan variada como el día; tanto o más mistérica, tanto o más agitada. Sin embargo, lo relevante es que la ciudad no se detiene, no para, no rompe su continuidad con el tiempo; la noche, en las ciudades, es la reanudación del día, como bellamente lo ha descrito Juan Manuel Roca en el Fabulario Real: “…en esta ciudad que conocen mejor los vagabundos, la ciudad nocturna que ha entrado en un largo, letárgico estado de coma, desconocido mapa, desconocida ciudad dentro ella. Tiene otro nombre acaso la ciudad en su jerga hecha de gestos y silencios…”

Trece, nada más triste que no tener una ciudad, una patria; ningún otro castigo tan cruel como el destierro, el ostracismo. Si a uno lo alejan o le quitan la posibilidad de vivir o habitar en su ciudad de origen, lo están despojando de su infancia. Hay cierta lógica articuladora, cierta complicidad con la ciudad que nos vio nacer.

Catorce, la ciudad es redundante en muchos aspectos. La ciudad se resemantiza a cada minuto. Es decir, la ciudad mantiene textos y huellas en cada espacio, en cada lugar y en cada instante. Y sólo cuando los habitantes de una ciudad conservan sus signos en la memoria es cuando “la ciudad empieza a existir”.

Quince, la ciudad aparece antes de que uno nazca; es como el patrimonio de nuestros mayores. La ciudad, a pesar nuestro, es algo que uno deja a sus descendientes. Julián Marías ha escrito: “normalmente el individuo vive en una ciudad que no han hecho sus coetáneos, sino sus antepasados; es cierto que la transforma y modifica, sobre todo la usa a su manera, descubriendo en ello su vocación peculiar; pero por lo pronto es una realidad, recibida, heredada, histórica”. Como quien dice, las ciudades siempre son antiguas, las ciudades son reliquias, son legados, herencias que se van moldeando con el tiempo y la historia para crearnos y legarnos la ciudad del futuro. Como en el maravilloso poema de Cavafis sobre La Ciudad, “dijiste: iré a otra tierra, iré a otro mar. Otra ciudad ha de haber mejor que esta… no hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo y entre las mismas paredes irás encaneciendo. Siempre llegarás a esta ciudad…”

Dieciséis, toda ciudad contiene barrios. Hay barrios, y hay barrios de barrios; hay inspirados nombres de barrios para colmar ideales: de la Esperanza, de La Ilusión, del Anhelo, del Delirio; del Descanso, del Triunfo, de la Libertad, de La Gloria, del Recuerdo, de La Amistad, de La Igualdad y hasta del mítico Edén.

Hay barrios para deslumbrarnos con sus agradables lugares, pues son: de la Bella Vista, del Patio Bonito, del Campo Hermoso, de las Aguas Claras, de Buenos Aires, de la Bella Flor. También hay barrios Celestes más allá de las nubes en la Aurora, en la Alborada, en La Luna, en El Lucero, en La Estrella, y en El Cálido sol. Hay barrios calendarios para todo el año, para el: Primero de mayo, Veinte de julio, Siete de agosto, Doce de octubre, Once de noviembre, Ocho de diciembre, Diecinueve de enero…

Hay barrios para vivir con la historia y sus ilustres personajes, como Nicolás de Federman, Francisco José de Caldas, Camilo Torres, Julio Flórez, Jorge Eliécer Gaitán, Salvador Allende. Hay barrios amparados por lo sacrosanto: el Sagrado Corazón, La Sagrada Familia, El Divino Salvador, Santa Bárbara, San Ignacio, San Blas, San Cristóbal, San Fernando y el irreconocible San Victorino.

Hay barrios aquilatados y valiosos: La Guaca, El Tesoro, El Dorado, La Perla, La Esmeralda, El Rubí, El Zafiro y el inalcanzable Diamante. También hay barrios extranjerizados: Boston, Nueva York, Atlanta, Toronto, Marsella, Holanda, Egipto, Granada Jerusalén, Brasilia, Managua, Normandía, París, Valparaíso, Buenos Aires, México y el placentero Acapulco.

Existen otros barrios taxonomizados, por ejemplo, desde la botánica: Las Flores, Las Camelias, El Jazmín, Las Violetas, Los Rosales, Los Geranios; El Bosque, Las Acacias, El Cedral, Los Sauces; El Prado, El Trébol y La Espinoza Zarzamora, todos son barrios y todos contienen la historia de la ciudad.

En todos ellos habitan gentes diferentes, de contrastada índole, en todos crecen distintos sueños. En unos vive la plenitud, en otros sobrevive la precariedad. En unos nace el ciudadano, en otros se refugia el desplazado. A casi todos llegan diferentes vehículos; no a todos el alcantarillado, el acueducto o la electricidad, pero sí la televisión y otras veleidades del consumo. No todos son conocidos y menos reconocibles. Unos son legales, otros semi, aunque existen otros agazapados en las fronteras de la ilegalidad. Unos codiciados, otros estigmatizados. Unos exclusivos, para la élite, otros masivos, con aires tercermundistas. A unos se les conoce como son, en otros se piensa cómo serán.

Diecisiete, la ciudad contiene los amores, los afectos y las pasiones por la vida. La ciudad es la rebeldía y es cantera de ilusiones y utopías. Cada esquina, cada recodo está tatuado por la huella de un beso o por el peso de un recuerdo; en cada “cancha”, en cada río, flota el testimonio del sueño y la esperanza. Cada calle aprisiona el grito sonoro de la libertad, allí se camufla o se despliega la lucha por la vida; cada ciudad es una alegoría por la existencia. Sobre sus morfologías difusas campean el poema y la frase de amor; cada ciudad es el testimonio inequívoco de alegrías y tristezas que interpretan el destino de los hombres; la ciudad es la partera de la historia y de la vida, en las cuales con delicadas notas de nostálgicos poemas se escribe el pentagrama de su palimpsesto.

Dieciocho, la ciudad es una obra de arte escrita con las pinceladas de sus hombres y mujeres que la recorren. La ciudad es el escenario del poder de quienes lo ejercen y lo imponen, de quienes lo disfrutan y lo viven. Todo esto es la ciudad.

Diecinueve, la ciudad es el escenario de la alegría, el goce, la contemplación y el disfrute, es un canto a la amistad; en ella es la dimensión del afecto que perpetúa la reciprocidad y el amor, que engendra la confianza y la esperanza, la ciudad por consiguiente como la amistad, nace, crece y vive en la diversidad; aun más, sólo de la diversidad puede vivir la amistad, nutrida de sus propias pausas.

La amistad es parte de la experiencia humana y Goethe ha enseñado a pensar y a entender que el hombre vive profundamente sólo aquello que es humano; la amistad forma parte de la experiencia íntima, pero es, como todo, hecho social y público, un acto de vida por la vida misma. La verdadera amistad a veces la única de toda una vida funde y genera, en sí misma, pasado, presente y futuro.

La amistad por tanto, debe ser vivida en escenarios y en ocasiones de formación; nace sólo entre hombre libres y auténticos. Representa una de las posibilidades del amor humano, no es sólo camaradería, sino apasionada correspondencia de un sentimiento humano. La amistad no tiene poder ni método ni precio, es un acto recíproco, pletórico de confianza. La amistad se nutre de palabra viva, pero también de silencios.

Veinte, la ciudad, Ciudad Educadora, es una alegoría por la vida, por la alegría, por la libertad y por los ideales de la amistad. Parodiando a Fernando Savater: la vida es el arte de poner el placer al servicio de la alegría; es decir, a la virtud que sabe no ir a caer del gusto en el disgusto, a lo cual se le suele llamar desde tiempos antiguos templanza. Es una responsabilidad con la historia y el progreso de la humanidad.

En términos del sabio Rey Báidaba: “no hay nada que pueda igualar una buena amistad porque los buenos amigos son los que colaboran a hacer el bien y se sienten en las dificultades… Porque siempre hay que predicar con ardor la amistad, y considerarla como el bálsamo de la vida” (Báidaba. Calila y Dimna. El libro del soberano y del político, Panamericana, Santa Fe de Bogotá, 1996) La ciudad es un escenario de la amistad y juego de relaciones y como tal hay que asumirla. O como dijo el ratón, en el mismo texto: “a las gentes de este mundo las unen dos clases de relaciones: sentimentales y materiales. A los que son sinceros y leales, los unen los sentimientos. Otros que están consagrados a los negocios y actividades diversas, los unen sus intereses y buscan su mutuo beneficio a través de lo que dan y reciben… las relaciones basadas en los sentimientos son más nobles que las que se basan en los intereses…”.

Ciudad y amistad son un reto a la imaginación para construirlas colectiva y públicamente, son prácticas de vida y quehaceres cotidianos, son un propósito y una razón de ser de éstas y de las futuras generaciones.

En Ciudad Educadora –según expresión de Séneca, en las Cartas a Lucilio– “no hemos de preocuparnos de vivir largos años sino de vivirlos satisfactoriamente; porque vivir largo tiempo depende del destino, vivir satisfactoriamente de tu alma. La vida es larga si es plena; y se hace plena cuando el alma ha recuperado la posesión de su bien propio y ha transferido a sí el dominio de sí misma” (Savater, Fernando, Etica para Amador, Ariel, Barcelona,1992).

Esto es Ciudad Educadora. También y, especialmente, un proyecto político. Que en términos de Alvaro Patiño Pulido, invita a construir ciudad y ciudadanía como propuesta política: “Como alcalde y como ciudadano, los exhorto a pensar en un futuro viable y deseable, donde el fenómeno de la vida, además de cuna, encuentre el escenario propicio para su desarrollo, donde la seguridad sea la mejor presentación y donde la alegría de vivir sea el más cálido aliciente para prolongar una historia, corta hasta ahora cuya trascendencia constituya nuestra máxima responsabilidad” (palabras expresadas por el Alcalde de la ciudad de Armenia en el acto de instalación del Foro Taller Hagamos de la catástrofe una oportunidad para el desarrollo del Quindío, convocado por la Sociedad de Economistas del Quindío, marzo de 1999).

Desde la perspectiva de Ciudad Educadora, el problema de la ciudad contemporánea es un asunto de poder y como tal debe de ser asumido, hoy cuando la ciudad es ignorada por la política, explotada por la economía en el sentido estrecho y limitante de su rendimiento utilitario y negada y estigmatizada por la ideología, como ha concluido Fernando Viviescas (Urbanización y ciudad en Colombia, en Revista Foro, Bogotá, 1989).


A construir ciudad, Ciudad educadora

Hoy, levántate como sin costumbres, deja despeinado el semblante de tu sueño, enmochila el botín de tu infancia, ponte las sudaderas del juego y calza las pantuflas apropiadas para tus ilusos caprichos. Sobre todo, no te afeites la sonrisa y vete a disfrutar con otros del carnaval increíble de los fabulosos oficios del ocio.

En este día, la alegría labora en jornada continua, la fantasía trabaja horas extras, la imaginación se va de vacaciones. No saques paraguas porque es inútil conjurar la lluvia. Es un día como para aceitar los engranajes secretos de la risa, afilar ganzúas para desactivar los resortes de la rabia y desconectar los oscuros mecanismos del miedo. Como para ensamblar las ceremonias privadas del ensueño y violar los paredones prohibidos del fastidio.

Ve a darle cuerda de nuevo a tus mágicos juegos. Habrá campos de adiestramiento para la alegría, centros de atención inmediata a tu ilusión, salas de espera a tu inquietud, salida de emergencias a tus angustias. Hay vías de acceso al desespero, tránsito libre a la euforia, vía cerrada al desencanto. Habrá una antena parabólica rastreando el rumbo melódico del aire, la policromía acústica del viento, el ritmo infatigable de las quejas de la luna.

Habrá mapas de fuga para eludir el descontento, planes de evasión para escapar a los territorios baldíos del sueño; por lo tanto, se decreta y sanciona:

Primero: Queda decretado que ahora vale la vida, que ahora vale la verdad y que de manos dadas, trabajaremos todos por la vida verdadera.

Segundo: Queda decretado que todos los días de la semana, incluso los martes más grises, tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.

Tercero: Queda decretado que, a partir de este instante, habrá girasoles en todas las ventanas, que los girasoles tendrán derecho a abrirse dentro de la sombra y que las ventanas deben permanecer el día entero abiertas para el verde donde crece la esperanza.

Cuarto: Queda decretado que el hombre no precisará más dudar del hombre. Que el hombre confiará en el hombre como la palmera confía en el viento, como el viento confía en el aire, como el aire confía en el campo azul del cielo. El hombre confiará en el hombre como un niño confía en otro niño.

Quinto: Queda decretado que los hombres están libres del yugo de la mentira. Nunca más será preciso usar la coraza del silencio ni la armadura de las palabras. El hombre se sentará a la mesa, con la mirada limpia porque la verdad pasará a ser servida antes del postre.

Sexto: Queda establecida, durante diez siglos, la práctica soñada por el profeta Isaías y el lobo y el cordero pastarán juntos y la comida de ambos tendrá el mismo gusto a la aurora.

Por último y primero: Queda prohibido el uso de la palabra libertad la cual será suprimida de los diccionarios y del pantano engañoso de las bocas. A partir de este instante, la libertad será algo vivo y transparente como un fuego o como la semilla del trigo y su morada será siempre el corazón del hombre.

JRR
Manizales, Ciudad Educadora, Mayo 2004

El autor es colombiano, Doctor en Ciencias Políticas, Politólogo y Planificador Urbano. Es autor de diversos textos y artículos especializados, y educador popular.

En la actualidad es coordinador del proceso de formulación del presupuesto participativo en la ciudad Educadora de Manizales, capital del departamento de Caldas en Colombia (500.000, habitantes). Es autor del libro y módulo: El presupuesto participativo: Defendiendo lo público y construyendo ciudadanía. La experiencia del departamento de Risaralda. Colombia. Pereira, 2003. Fue Director de Planeación Municipal de Armenia, 1998 – 2000, y Coordinador de la reconstrucción de la ciudad de Armenia. Director del Taller de la Ciudad. 2000-2001. Contactos: [email protected]

Esta nota incluye apartes del libro: El Palimpsesto de la Ciudad. Ciudad Educadora.
Un discurso sobre la democracia y la modernidad
, del mismo autor.

Todas las fotos que ilustran esta nota muestran la ciudad y el entorno de Manizales, departamento de Caldas, Colombia. Para conocer mejor esta “ciudad educadora”, ver la página en la Web de la Corporación Autónoma Regional de Caldas y la página “no oficial” producida por Camilo Tabares. Manizales es también la ciudad del Once Caldas, el equipo de fútbol que ganó la Copa Libertadores de América 2004.

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