En todos los análisis
serios que se realizan en los medios con el ánimo de
indagar en las causas profundas que están detrás de
los sucesos de Villa Soldati surge en forma muy clara
la vieja “cuestión de la vivienda”, por lo general expresado como “fracaso de las políticas de vivienda”
o simplemente como que “faltan
viviendas”. Es decir que el Estado no provee suficientes
“viviendas sociales” que puedan resolver los problemas
de aquella población que no tiene ingresos suficientes
para su adquisición.
La condición de mercancía
de la vivienda en las relaciones capitalistas de producción
y su relación con la propiedad privada territorial fue
definida por Engels en 1872, y la “vivienda social”
como objeto de protección bajo tutela del estado de las relaciones de libre
mercado fue el dispositivo que permite organizar
un sistema público de provisión habitacional en la República de Weimar en los ´20. Luego el Estado de Bienestar consagraría la vivienda
como un derecho del trabajador, el cual se incorpora
en muchas constituciones nacionales a partir de allí.
En el proceso de urbanización
latinoamericano, cuando se produce desde los años ´50
un crecimiento explosivo de las ciudades -por la masiva
migración campo-ciudad debida a la industrialización
sustitutiva de importaciones- se intentó trasladar aquella
concepción. Pero la
planificación y construcción de viviendas sociales
fracasó al comprobarse que lo
que se expresaba como un problema de vivienda era en
realidad un problema de acceso al suelo. Es decir
que el “acceso a la ciudad” se manifestaba de acuerdo
a como eran las condiciones de producción del suelo
urbano. Así,
los sectores populares construyeron la ciudad
latinoamericana ocupando tierras, autoconstruyendo viviendas
y conformando barrios que se denominaron chabolas,
barriadas, campamentos, favelas, cantegriles, villas
miseria, etc. Sesenta años después, la expansión capitalista
global ha provocado que -particularmente luego del neoliberalismo-
este proceso se haya expandido a todo el planeta. Mike
Davis habla en su trabajo “Planet of slums” (traducido poco felizmente
en español como “Planeta
de ciudades miseria”) que los asentamientos informales
ya dominan la urbanización mundial.
En términos generales,
sesenta años de políticas habitacionales en América
Latina -más allá de destacables experiencias, mayormente
remediales- no contuvieron este fenómeno. Sencillamente
porque el problema supera a la vivienda y asume complejidad
como cuestión por las
condiciones particulares del “habitar” urbano que conjugan
un conjunto de bienes y servicios re-mercantilizados,
sujetos a una progresiva valorización del suelo y su
régimen de posesión y uso exclusivo. Situación que
se agrava en los últimos años, puesto que el suelo aumenta
su importancia estratégica para las nuevas formas de
reproducción del capital, y sencillamente porque también
en sesenta años se ha multiplicado la población
que disputa tal bien, físicamente irreproducible y por
lo tanto intrínsecamente afectado por la escasez.
Como afirma Oliver Mongin, “en
este tiempo la
lucha de clases ha cedido su lugar a la lucha por el
espacio urbano”.

El “problema de la
vivienda” se traduce hoy en el desafío político de lograr
una mejor distribución social del espacio construido.
Por ello ya no lo expresamos como “lucha por la vivienda” sino como lucha por el derecho a la ciudad. Por ello, cuando
el problema residencial está afectado hoy por los desarrollos
urbanos del capital concentrado que generan fragmentación
y segregación socio espacial,
ya no solo el reclamo es por “justicia social” sino por “justicia espacial”. Pero lograr una mejor relación población-espacio
habitable sólo es posible afectando las condiciones
de libre mercado en que se producen y usan los mencionados
bienes y servicios del hábitat. Por ello hoy ya no solo
hablamos de la función social de la propiedad, sino
de la “función social de la ciudad”.
Quien
tiene potestad y la obligación de revertir este proceso
es el Estado. Pero no solo por su más o menos ejercido
mandato de equidad social, sino primordialmente porque
es también el Estado con sus intervenciones territoriales
quien más contribuye a la valorización del suelo, generando
rentas ajenas a las acciones del propietario.
En Argentina nos encontramos
en el punto más crítico que tengamos memoria respecto
a esta cuestión. A los 25 años del retroceso socioeconómico
de nuestra sociedad que llega hasta la crisis de 2001,
le sucede una espectacular recuperación y un sostenido
crecimiento de la economía, que se ha dado a partir
de una reconstitución agroexportadora de nueva generación
y una progresiva reindustrialización en donde el Estado
se coloca como motor de inversión pública y también
de redistribución, lo cual asegura paulatinamente mejores
condiciones de empleo y calidad de vida para la población.
Pero ello provoca asimismo un aumento de los valores inmobiliarios sin
precedentes. El precio del suelo para explotación
agraria se ha multiplicado 10 veces en 8 años en las
zonas más fértiles, y el suelo urbano según las ciudades
y zonas también ha experimentado un aumento de 6 a 8
veces su precio en estos años.
Esta fase
neodesarrollista apoya su despegue en el rol contracíclico
de la obra pública, con un papel central de la construcción
en la reactivación y la generación de empleo formal.
Así, el Estado realiza construcción de rutas, circunvalaciones,
accesos y avenidas y una notable expansión de infraestructuras
urbanas y viviendas, que sumados contribuyen a una extraordinaria
valorización de suelo. Lo cual nos enfrenta a una crítica
paradoja: cuanto más crece la economía, cuanto más apoya
el estado con obra pública el crecimiento económico,
más se agudiza el problema del acceso al suelo urbano,
el acceso a la ciudad, para la mayor parte de la población.
Así se configura un
“orden urbano” que es necesario modificar atacando sus
causas profundas desde la política. Ello implica llevar a cabo un profundo proceso
de reforma urbana. Pues este “orden” se compone del
predominio del derecho de propiedad (privada) por encima
de cualquier otro derecho reconocible (por ejemplo a
la vivienda); la recepción sin límites de parte del
propietario de todas las rentas ajenas a sus acciones
que sobre su suelo se generan; un Estado donde muchas de sus instancias de
gobierno favorecen inversiones inmobiliarias con la
justificación de movilización económica y/o generación
de empleo, que en realidad ocultan la hipervalorización
del suelo; la retención especulativa del suelo (o la
vivienda) que no está penada. Se compone también de
alquileres que favorecen los derechos de los propietarios
más que el de los inquilinos, hoy con contratos en negro;
y la proliferación de nichos de mercado informal que
venden “productos” inhabitables, inseguros, sin privacidad,
y expuestos a las consecuencias de los desalojos.
Un
“orden urbano” que pretende eliminar villas, mientras
nuestras ciudades se expanden sobre sus periferias con
barrios cerrados que profundizan la segregación residencial,
consumen suelo valioso en exceso, expulsan los pequeños
productores hortícolas y eliminan el suelo accesible
para capas medias y bajas en la expansión urbana. Las
consecuencias de las extraordinarias rentas (hedónicas)
del suelo de la periferia urbana presionan a su vez
sobre los centros como únicos receptores de la nueva
población de ingresos medios y bajos.

En el caso de Buenos
Aires, para entender los sucesos de Villa Soldati -un histórico grito de los inquilinos de las
villas- también hay que analizar los componentes
de la desigualdad socio espacial, que en la visión más
macro incluye los 565 barrios cerrados construidos en
la región metropolitana en forma irregular (casi la
mitad sin aprobar) que ya ocupan 40.000 hectáreas. El
doble que la superficie de la CABA, a una densidad de 3 hogares
por hectárea, mientras en la
CABA hay 51 hogares por hectárea. Esto
significa que en 20 años hubo una fenomenal regresión en
la distribución del espacio residencial y el fin del
suelo accesible para sectores de ingresos medios y bajos.
Tal inequidad socio espacial también toma forma en la
CABA, con el boom de construcción de
departamentos suntuosos y lujosos que suman el 80% de
nuevos metros cuadrados residenciales, que están concentrados
en el 32% de su territorio (el más rico), mientras los
cinco distritos más pobres del sur (incluido Villa Soldati)
solo concentran el 1,9% de los nuevos metros cuadrados
residenciales. En
la Región Metropolitana
de Buenos Aires, de
cada 10 habitantes nuevos, 6 “acceden a la ciudad” a
través del mercado informal del suelo urbano.
Ante tal desigualdad
no se tributa ni compensa. Mientras se muere en esta
lucha, el Estado no condiciona a los desarrolladores,
ni contempla el hecho que en la ciudad de Buenos Aires
haya tantas viviendas desocupadas como demanda de las
mismas, aplicando impuestos progresivos que induzcan
a la obligación de usarlas, como demandaría todo elemental
ejercicio de función social de la propiedad. Un orden
injusto que se consuma también con la usurpación como
delito penal, o cuando se ejecutan desalojos masivos
como el de la escala actual, lo cual tiene un impacto
directo sobre el mercado informal del suelo. Por eso
aunque el racista
e ineficiente jefe de gobierno porteño hubiera construido
muchas viviendas, no habría alterado mayormente la ecuación
social perversa del orden urbano que prima en la
ciudad.
En la iniciativa multisectorial
Habitar Argentina
nos ilusionamos con generar un marco legislativo que
progresivamente desarrolle el proceso de reforma urbana
que la búsqueda de ciudades más justas demanda.
RFW
El
autor es Profesor del Instituto del Conurbano de la
Universidad Nacional de General Sarmiento.
Es integrante de Habitar Argentina.
De
o sobre Fernandez Wagner, ver también en café
de las ciudades:
Número
49 |
Política de las ciudades (II)
Teoría
y política sobre asentamientos informales |
Cuestionario a Raúl Fernández Wagner y María Cristina Cravino, en vísperas
del Seminario en la
UNGS.
Número
80
| Política de las ciudades (II)
Democracia
y ciudad | Raúl
Fernández Wagner analiza 25 años de procesos y políticas
urbanas en la Argentina | Marcelo Corti
Sobre
los sucesos de Villa Soldati y los problemas de acceso
al suelo urbano que expresan, ver también la presentación de este
número de café
de las ciudades y las notas La
rebelión de los inquilinos, de María
Cristina Cravino, La ausencia de políticas de
suelo urbano en la Argentina y Terquedad Soldati.
En otros medios, ver también las notas “Estamos
sentados arriba de un volcán”, entrevista
de José Medrano a Adrián Gorelik en Diario Z, “Es
un estado de desesperación”, entrevista de
Ailín Bullentini a María Cristina Cravino en Página
12 del 27 de diciembre, y la nota
El
destino trágico del Parque del Sur, de Pablo Pschepiurca, en el DARQ del 13 de
diciembre.
Habitar
Argentina es una iniciativa basada en el Congreso de la Nación integrada por
diputados y senadores, organizaciones no gubernamentales,
movimientos sociales, órganos de Estado y universidades.