N.
del A.: El texto de esta nota fue escrito para la presentación
en Buenos Aires del libro “Topografías conflictivas. Memorias, espacios
y ciudades en disputa”, editado por Anne
Huffschmid y Valeria Durán.
El libro Topografías
conflictivas: memorias, espacios y ciudades en disputa,
editado por Anne Huffschmitd y Valeria Durán, expresa
una modalidad
de trabajo intelectual
que prioriza y fomenta el diálogo, el intercambio
y el debate entre personas de latitudes diversas,
que se inscriben en campos académicos y/o profesionales
distintos, y que desde sus lugares específicos reflexionan
sobre los procesos de las memorias y los olvidos de
la historia reciente de/en tres ciudades: Buenos Aires,
Berlín y México.

El
libro puede leerse como un conjunto de posiciones,
indagaciones y experiencias acerca de la intersección
entre memorias y espacios, verdadero punto nodal
–foco de diálogo y, por ende, también de disenso– entre
las distintas contribuciones. En efecto, los distintos
artículos que componen el libro tienen la virtud y el
desafío de pensar sobre las memorias y los olvidos en
relación con el espacio urbano. Y es precisamente porque
este problema o pregunta es compartido por los distintos
autores que el libro supera las habituales compilaciones
y encuentra su unidad, la cual no consiste en una única
y definitiva respuesta, sino que abre líneas de investigación
y delinea un campo de debates.
A lo largo del libro,
la indagación de las relaciones entre espacio y memoria
no sólo es realizada en distintas ciudades sino que
también supone mirar escalas diversas: desde las ciudades
(como el maravilloso ejercicio comparativo de
Estela Schindel sobre el río y la memoria en Buenos
Aires y Berlín, o el artículo de Mónica Lacarrieu sobre
la conmemoración del bicentenario en Buenos Aires),
pasando por el análisis de “lugares de memoria” (como
los trabajos de Claudia Feld sobre la ESMA en Buenos
Aires, Julia Binder sobre el muro de Berlín y Vázquez
Mantecón sobre el Memorial del 68 en México) hasta llegar
a las huellas que ciertos procesos sociales dejan en
el espacio (el análisis de Emilio Crenzel sobre el Hospital
Posadas) y los
usos que actores sociales específicos hacen del espacio
de la ciudad (la presencia de los militares en el
espacio público analizada por Máximo Badaró y las territorialidades
de los migrantes bolivianos en Buenos Aires abordada
por Sergio Caggiano).
Memoria y espacio,
decíamos. Se trata, sin dudas, de un punto de partida
clásico. Como relata Siri Hustvedt en su libro La
mujer temblorosa o la historia de mis nervios: “Los recuerdos explícitos anidan en los lugares. Las teorías clásicas
defendían que los recuerdos debían basarse en lugares:
topoi. Cicerón atribuía a Simónides de
Ceos la invención del arte de la memoria. Cuando un
terremoto destruyó la sala donde se celebraba un banquete
matando a los allí presentes se llamó a Simónides, que
se había ausentado del festejo poco antes del sismo,
para que identificara a los cadáveres porque recordaba
el lugar donde estaba sentado cada uno. A raíz de este
incidente lamentable Simónides descubrió la conexión
esencial que existía entre los recuerdos y los lugares”
(2010: 111).
Continuando esta tradición,
los artículos que componen Topografías
conflictivas colocan en el centro de sus reflexiones
la relación entre espacio y memoria –o para decirlo
en los términos de Halbwachs (2004), piensan al espacio
como marco social de la memoria– y, simultáneamente,
nos recuerdan –valga la redundancia– que esa
relación no es mecánica ni sencilla, tampoco persistente
o estable, como se podría inferir de la historia
de Simónides relata por Hustvedt. De hecho, uno de los
puntos fuertes del libro consiste en el reconocimiento
de la compleja relación entre espacio y memoria, así
como el desarrollo de diversos intentos por comprender
dicha relación a partir del análisis de casos empíricos.
Como lectores asistimos
al despliegue de una reflexión sobre el espacio y la
memoria que, realizada sobre materialidades, escalas
y procesos distintos, tiene tres puntos de encuentro
que me gustaría desarrollar brevemente.
En primer lugar, como
se señala desde la precisa y potente introducción de
Anne Huffschmid, la noción de topografía supone desplazarnos
del espacio en sí hacia los modos de apropiación, uso
y representación, el espacio como efecto antes que como sustancia, como relación antes que
como esencia. Contrariamente al supuesto de que
la memoria es un producto del espacio, podríamos decir
siguiendo a Simmel que “lo que tiene importancia no
es el espacio, sino el eslabonamiento y conexión de
las partes del espacio, producidos por factores espirituales”
(1986: 644). De esta manera, si bien es indudable que
los procesos históricos (y, en el caso específico del
libro, las violencias) dejan huellas en el espacio urbano,
éstas, como remarca Elizabeth Jelin, en
sí mismas no constituyen memoria, a menos que sean evocadas
y ubicadas en un marco que les dé sentido. Estas
cuestiones están presentes en diversos artículos: en
el trabajo de Gonzalo Conte sobre la identificación
de señales del terrorismo de Estado en Buenos Aires
y en los esfuerzos, debates y dilemas para intervenir
en la trama urbana y darle sentido; en el sugerente
análisis de Emilio Crenzel sobre las memorias del Hospital
Posadas, en el que muestra el proceso histórico por
medio del cual un conjunto de relaciones sociales produjeron
espacios (materiales y simbólicos) que sustentaron sentidos
compartidos y cómo la destrucción de esas relaciones
y esos espacios nos ayudarían a comprender las diversas
memorias en pugna que hay en la actualidad sobre ese
lugar. Por evidente que parezca, entonces, no hay una
relación necesaria –mecánica, lineal o esencial– entre
espacio y memoria. Precisamente lo que los artículos
muestran a partir de casos empíricos diferentes es que
una ciudad, un
lugar o una huella son objeto de negociación y conflicto
acerca de sus sentidos y de sus usos.
En segundo lugar, la
relación entre espacio y memoria es compleja puesto
que nos encontramos ante temporalidades y materialidades
que no articulan de manera plena. De un lado, la memoria
como un proceso social, político y simbólico (negociación
y conflicto) por las formas de representar y significar
el pasado. Del otro lado, la ciudad como una materialidad
con una temporalidad propia, que no refleja mecánicamente
los distintos procesos sociales e históricos que acontecen
en su seno (de hecho, como señalaba Halbwachs, muchas veces la aparente estabilidad del espacio construido colabora con
la naturalización de grandes cambios históricos)
y sobre el cual los distintos actores sociales quieren
marcar los procesos históricos. En esta dirección, a
través del análisis de dos intervenciones en distintos
tramos de los restos del muro de Berlín, Julia Binder
muestra que si bien el espacio urbano puede pensarse
como palimpsesto (texto urbano que combina en su superficie
escrituras de distintos tiempos, borramientos, huellas,
superposiciones), esta noción no nos permite conocer
el proceso de selección y de ubicación en un relato
que le otorgue sentido a esas huellas, el cual es resultado
siempre parcial de las prácticas de distintos actores
sobre la forma urbana; por su parte, Claudia Feld tematiza
los destiempos entre espacio construido y testimonio
en su análisis del dispositivo que combina arquitectura,
imágenes y relatos en la ESMA.
En definitiva, no existe articulación plena entre espacio
y sociedad. La ciudad es construcción, expansión,
renovación, conservación y demolición. Y es sobre esa
materialidad compleja –espacio compuesto
de tiempos distintos– que existen narrativas
múltiples y posiciones contrastantes acerca de qué conservar,
cómo y para qué hacerlo.
Por último, en tercer
lugar, los emprendimientos de memoria en la ciudad se
enfrentan a cierta tendencia a la naturalización, la
rutinización y/o la estabilización del espacio urbano.
En efecto, debemos tener presente que como muestra Anne
Huffschimdt en su capítulo sobre los lugares de la memoria
en el espacio público de Buenos Aires, Berlín y México,
la experiencia cotidiana de la ciudad muchas veces se organiza por medio
de un relato que elude el conflicto y que restituye
un sentido no problemático a la ciudad. Como escribió
Adrián Gorelik: “Quizá por la compleja alianza entre
conservación y renovación, entre recuerdo y olvido de
sí misma presente en la ciudad, se explique esa extraña
capacidad de naturalizar sus propios procesos y la relación
de los habitantes con ellos: en esos espacios que fueron
recorridos por nuestros antepasados y serán recorridos
por las generaciones futuras todo debe parecer tan igual
como para permitir aprehender apenas su presente estabilizado.
Así, el contacto directo de la experiencia cotidiana
en la ciudad tiende lazos firmes de complicidad y mutua
inteligibilidad, por medio de los cuales el sentido común restablece algún tipo de
unidad armónica y de explicación restitutiva” (2004:
147-148).
Es precisamente contra
esta tendencia que se realizan muchas de las intervenciones
analizadas en el libro: los escraches y el renombramiento
de calles por parte de HIJOS México estudiado por Olga
Burkert y relatada por los miembros de la agrupación
en un texto colectivo; la irrupción de López en la vida
cotidiana que tematizan Ana Longoni a partir del “activismo
artístico” y Hugo Vidal por medio de un ensayo fotográfico
sobre esas irrupciones en distintos espacios y contextos
de la vida cotidiana (viajes en colectivo, vinos en
el supermercado, calendarios, una publicidad callejera,
entre otros); los movimientos orientados a desmonumentalizar
a Julio A. Roca en distintas ciudades argentinas abordado
por Diana Lenton. Se trata de prácticas de espacio orientadas a fracturar
el relato, interrumpir la temporalidad cíclica de lo
cotidiano, hacer visible lo naturalizado. En definitiva,
como lo denomina Longoni retomando a Walter Benjamin,
se trata de “debilitar la prepotencia de lo dado” a
través del uso y la significación del espacio.
En síntesis: los tres
puntos señalados nos permiten sostener que los artículos
que componen este libro nos muestran que entre espacio
y memoria hay
trabajo y conflicto, hay destiempos y articulaciones
cambiantes, y hay indiferencias e irrupciones, dependiendo tanto de los actores involucrados
como de los tiempos y los momentos. Así, cada uno de
los textos nos permite reflexionar sobre las formas
concretas que asume en contextos particulares aquello
que Anne Huffschmitd describe como la “conflictividad constitutiva” del espacio
urbano que, más allá de su apariencia cotidiana, no
tiene nada de estable, cristalizado o perenne.
Antes de finalizar
me gustaría reflexionar brevemente sobre tres cuestiones
presentes en los distintos artículos, más allá de la
sección del libro en la que estén ubicados y de la ciudad
que aborden. Se trata de ejes transversales, de tópicos
comunes o de problemas recurrentes, sobre los que la
lectura permite intuir que no hay necesariamente acuerdo
entre los autores y que, por ende, indican potenciales
líneas para la investigación futura.
Una primera cuestión
refiere a la
noción de espacio público y
a su relación con el espacio urbano, que a veces
se toman problemáticamente como sinónimos, sin la
reflexión suficiente sobre sus condiciones de posibilidad
e historicidad. Hace un tiempo Néstor García Canclini
(1996) se preguntaba, no sin cierta ironía, “¿se acuerdan
de que hubo épocas en que lo público era un espacio?”.
Y a la vez que
enumeraba la plaza y el ágora en la Grecia clásica,
los salones, clubes y cafés a partir del Iluminismo,
advertía sobre la existencia de una esfera pública que no pasa necesariamente por el espacio físico de
las ciudades. En esta dirección, me gustaría sugerir
que en lugar de tomar al espacio urbano como constante
y esencialmente público, hay que retomar las nociones de contingencia, acontecimiento y ocasión
(condensadas en la idea de irrupción, título de la sección
del libro compuesta por el artículo de Ana Longoni y
el ensayo fotográfico de Hugo Vidal sobre López que
acertadamente “irrumpe” en la mitad del libro) que nos
permiten especificar cuándo la ciudad emerge como espacio
–y muchas veces objeto– de diálogo, negociación y conflicto.
Como reconocía Michel de Certeau (2000), los lugares
se tornan espacios en tanto son practicados y son precisamente
esas prácticas sociales las que trabajan sobre los límites
y los sentidos de lo público y lo privado.
Un segunda cuestión
para reflexionar refiere a las intervenciones destinadas
a marcar el espacio, a asociarlo con una determina visión
de la historia, a transformarlo en un eslabón –y, muchas
veces, en una evidencia– de un pasado traumático. Una
vez que reconocemos que no existe una asociación estable
entre espacio y memoria, surgen los interrogantes que
necesariamente nos tenemos que formular.
En términos generales y abstractos, ¿cómo conciliar
la temporalidad y conflictividad de las memorias con
espacios, usos y significaciones cerradas? ¿Cómo, por
otro lado, evitar la indiferencia, la absorción de esos
espacios en la dinámica rutinaria y en el relato naturalizador
de la ciudad? En términos más concretos, ante una intervención
puntual, ¿cuán
abierto o cuán
cerrado debería ser el acceso a un lugar de memoria?,
¿cuán guionado su recorrido?, ¿cuán regulados o contralados
sus usos? Se intuye que sobre estas cuestiones no
hay acuerdo entre los autores y que existen diversas
maneras de asumir estas paradojas.
Mientras en su trabajo sobre el
memorial del `68 en la plaza de Tlatelolco, Álvaro
Vázquez Mantecón reconoce –casi diríamos, lamenta– que
“es difícil controlar el sentido de un espacio”, Anne
Huffschmitd coloca de manera explícita que, más allá
de los objetivos de sus emprendedores, nos encontramos
ante espacios potencialmente polivalentes y polisémicos
y que el desafío (y el riesgo) consiste en asumir esta
cualidad de cualquier intervención (monumento, museo,
memorial) en el espacio urbano.
Esto nos lleva a una
última cuestión: en el estado actual del conocimiento
sobre estos procesos, me parece que habría que pensar
investigaciones que involucren a otros actores sociales,
más allá de los “directamente” activos e implicados
en disputas específicas. En este sentido, algunos de
los trabajos del libro
muestran un posible camino, como las indagaciones de
Valeria Durán y de María Eugenia Mendizábal sobre los
vecinos de ex centros clandestinos en Buenos Aires y
el análisis de Eugenia Allier Montaño sobre la
recepción del memorial del 68 en la plaza de Tlatelolco.
Se trata de alternativas –aún embrionarias– de involucrar
a otros actores sociales en la investigación de los
procesos de memoria en el espacio urbano. A mí me cautiva
la idea de imaginar investigaciones que asuman el desafío
de pensar la vida
política y social de las relaciones entre espacio y
memorias, dinámica tensada por el conflicto, la
polivalencia de usos, la polisemia de significaciones
e incluso por la indiferencia y por la naturalización,
dependiendo de los contextos y los actores sociales
involucrados.
Si reconocemos –y abogamos
por– el carácter público del espacio urbano y, por lo
mismo, inestable, conflictivo y abierto,
las marcas y lugares de memoria serán intrínsecamente
accesibles y apropiables, y consecuentemente polivalentes.
Por las propias cualidades del espacio y la memoria,
nos encontramos
ante un proceso social y político abierto, siempre en
riesgo, sin garantías.
La
paradoja, en definitiva, emerge con claridad: necesitamos
del espacio para recordar y, a la vez, lo que se recuerde
y lo que se olvide, no dependerá exclusivamente de lo
que inscribamos en el espacio.
RS
El
autor es Doctor en Ciencias Sociales (UNGS-IDES) y Licenciado
en Antropología (UNLP). Investigador del CONICET. IDAES/UNSAM y UNLP. Es uno de los autores de
Cien
Cafés.
Topografías
conflictivas. Memorias, espacios y ciudades en disputa,
editado por Anne Huffschmid y Valeria Durán. Buenos
Aires, Nueva Trilce, 2012. 432 p.; 23 x 16 cm. ISBN:
978-987-28190-0-2
Sobre
ciudad y memoria, ver también en café
de las ciudades:
Número
76
| Historia y Política de las ciudades
¿Qué
hacer con el Bicentenario? |
Oportunidades
de una celebración: “la memoria colectiva es políticamente
poderosa” | Marcelo Corti
Número
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vida en dictadura |
De la Libertadora al Proceso | Marcelo Corti |
Número
69 | Fútbol y ciudades
La
ciudad del Mundial ‘78
| La fiesta de la dictadura y sus huellas en Buenos
Aires | Marcelo Corti
Bibliografía:
DE
CERTEAU, Michel (2000)
La invención de lo cotidiano. México:
ITESO.
GARCIA
CANCLINI, Néstor (1996). “Público-privado: la ciudad
desdibujada”, en Alteridades Nº 11, México, 1996.
GORELIK,
Adrián (2004). Miradas sobre Buenos Aires. Buenos
Aires, Siglo XXI.
HALBWACHS,
Maurice (2004)- La memoria colectiva. Prensas Universitarias de Zaragoza.
HUSTVEDT,
Siri (2010). La mujer temblorosa o la historia de mis nervios. Buenos Aires, Anagrama.
SIMMEL,
Georg (1986). “El espacio y la sociedad”, en Sociología
2. Estudios sobre las formas de socialización. Madrid,
Alianza Editorial.