N.
de la R.: El texto de esta nota reproduce el aporte
del autor a 100
Cafés - 100 textos nuevos, 100 autores, 100
notas de café
de las ciudades, 100
datos sobre la ciudad futura (Marcelo Corti, editor
general; Celina Caporossi, Laura Corti, Hayley Henderson,
Héctor Paez Ferreyra, Demian Rotbart, Fernando Vanoli,
editores), nuevo libro de la Editorial café
de las ciudades.
Introducción
Es un
hecho reconocido que desde
las últimas décadas del siglo pasado la organización,
el funcionamiento y la morfología urbanas han sido objeto
de un conjunto de mutaciones estructurales, consecuencia
de una metamorfosis urbana que ha alcanzado a las grandes
urbes del mundo entero. En lo fundamental, se trata
de un proceso desencadenado como parte de una nueva
fase de modernización capitalista que se inició bajo
el avance de la liberalización económica, la informacionalización
y la globalización; con esta metamorfosis, se afirmaron
y/o consolidaron algunos cambios que ya habían comenzado
a mostrarse durante el auge del ciclo industrial-desarrollista,
al mismo tiempo que se produjeron otros que son inherentes
a este nuevo impulso modernizador.
Frente
a esta situación, estas notas tienen el propósito de
presentar y desarrollar algunos elementos de juicio
que buscan mostrar cómo y por qué, a partir de los cambios
que caracterizan a esta nueva fase del desarrollo capitalista,
comenzó a producirse una configuración urbana sustantivamente
diferente a la ciudad industrial; y sobre cómo esta
configuración solamente puede explicarse a la luz de
las condiciones estructurales y de los factores que
se consolidaron en esta fase del desarrollo capitalista
de los países respectivos, donde las decisiones y las acciones de los actores
y fuerzas sociales ahora dominantes juegan un papel
decisivo en la dinámica de producción de espacio urbano.
Con ello
se quiere aportar argumentos a favor de la hipótesis
de que esta metamorfosis está condicionada estructuralmente
por las tendencias constitutivas de la dinámica económica
dominante en la época de la globalización y que, por
lo tanto, muchas
de las propuestas de cambio urbano radical que se han
estado haciendo sin considerar el peso de dichos condicionamientos,
carecen de viabilidad efectiva.

Fragmento
del dibujo de "Coco" Rasdolsky para 100 cafés
Modernización
capitalista, nueva gobernanza
El desencadenamiento
de las tendencias que marcan la actual transformación
urbana es atribuible, en lo esencial, al impacto de
ciertos cambios producidos con la modernización capitalista
que se inició con la reestructuración puesta en marcha
en casi todo el mundo hacia mediados de la década de
los años `70 del siglo pasado. Fue entonces cuando frente
al agotamiento de los caminos que se habían experimentado
desde las primeras décadas del siglo XX (entre los que
se destacan, por una parte los intentos por construir
formaciones sociales alternativas al capitalismo y,
por otra, los esfuerzos por promover un mayor desarrollo
económico y social mediante la aplicación de políticas
públicas que suponían un elevado intervencionismo estatal)
lo que se afirmó fue la creencia de que era necesario establecer
nuevas reglas del juego, capaces de superar los obstáculos
que las política keynesianas habían establecido para
el pleno desarrollo de un proceso genuinamente capitalista.
En lo esencial, la convicción que se impuso al buscar
salidas a la crisis de mediados de la década de los
años setenta, fue que,
“[…] los
mercados abiertos, competitivos y ‘no regulados’, que
no se encuentran sometidos a injerencias estatales ni
a las acciones de colectivos sociales, representan el
mecanismo óptimo para el desarrollo socio-económico”
(Theodore, Peck & Brenner, 2009: 1)
A partir
de esta convicción, frente al agotamiento del modelo
fordista-keynesiano, las reformas libre-mercadistas tomaron vuelo
en distintas partes del mundo, con diversa intensidad
y bajo variadas modalidades, pero siempre conforme a
la dirección básica establecida por este nuevo credo.
Fue así que, con el aval de los principales organismos
internacionales, en especial el FMI y el Banco Mundial,
estas reformas fueron emprendidas en un número creciente
de países en el mundo entero. En lo medular, con ello
se buscó conformar una “óptima práctica” (Pérez, 2004)
capaz de permitir la mejor difusión y utilización del
paradigma científico-técnico informacional, considerado
como un soporte básico para el avance de una nueva dinámica
de acumulación y crecimiento. En particular, esta opción
ganó mayor adhesión política en el escenario social
que se generó con la caída del muro de Berlín, que se
produjo durante el
mismo año (1989) en el que las principales indicaciones
del discurso neoliberal fueron formalizadas en el llamado
Consenso de Washington.
Fue así
que la nueva fase de modernización capitalista que entonces
comenzó a procesarse se sustentó en dos pilares básicos,
uno de orientación teórico-ideológico, que corresponde
a la adopción de un discurso de carácter liberal, que
preconiza la restitución al
mercado de su papel de protagonista central de
la regulación de la dinámica económica, y otro de carácter
científico-técnico, basado en las nuevas tecnologías
de la información y el conocimiento (NTIC). Con la puesta
en marcha de las reformas preconizadas por el “ajuste
estructural”, que no fue uniforme e idéntica en todas
partes, aun cuando siempre fue concebida conforme a
los lineamientos básicos del discurso neoliberal, en
distintas partes del mundo comenzó a producirse un conjunto
de cambios genéricos, que fueron lo que condicionaron
la dirección de la metamorfosis urbana que en ese momento
comenzó a cobrar fuerza.
En esta
misma dirección se
generalizó la convicción de que era necesario adoptar
y aplicar una modalidad de gestión pública compatible
con los fundamentos ideológicos del nuevo discurso,
lo cual, en lo esencial, significaba privilegiar el
papel subsidiario del Estado y el partenariado público-privado.
En este sentido, se puede comprobar que algunos organismos
internacionales, como por ejemplo la OECD, terminaron
por avalar las supuestas
ventajas de una gestión de corte empresarialista sobre
la de carácter gerencial (que había predominado
en los años de la posguerra), que conlleva un cambio
sustantivo en los objetivos de la gestión pública territorial:
“[…] la
política de acondicionamiento del territorio ha pasado
del gerencialismo, que busca ante todo proveer con eficacia
a todos los ciudadanos de los servicios de utilidad
colectiva, al empresarialismo, que se caracteriza netamente
por una aproximación estratégica que busca el crecimiento
económico, favorable a la toma de riesgo, a la innovación
y propenso a orientarse hacia el sector privado” (OCDE,
2007: 18)
En lo
que específicamente concierne a la gestión urbana,
Remy (2001) destaca que en contraposición a las
certidumbres y dogmas que habían animado al urbanismo
racionalista de la posguerra, ahora se impuso el convencimiento de que la gestión
urbana debía regirse por criterios más flexibles:
“[…] la
coherencia del proceso no se deriva de la imposición
de una doctrina urbanística bajo la coacción de la autoridad.
[…] La autoridad política no es la única base de una
racionalidad espacial, detrás de la cual no se encontraría
más que el caos. […] La intervención política y urbanística
tiene mucho más peso si se inserta en un proceso que
toma fuerza independientemente de ella” (Remy, 2001:
5)
Una de
las principales consecuencias de la utilización de esta
modalidad de gestión que privilegia la subsidiaridad
estatal y la asociación público-privada fue que se produjo
una significativa reducción de la participación directa
del Estado en la vida económica, así como el consecuente
fortalecimiento del papel del mercado en su regulación.
Lo cual, en última instancia significó un fuerte avance hacia la afirmación de una
lógica más estrictamente capitalista en la dinámica
de acumulación y crecimiento y, en particular, como
se mostrará más adelante, en el crecimiento urbano y
metropolitano.

"El
Dorado" de Juan Fontana para 100 cafés
Modernización
capitalista, nuevo escenario global
En cualquier
caso, para analizar los cambios en la dinámica de acumulación
y crecimiento es necesario tener presente que una diferencia
fundamental entre la fase anterior y la actual radica
en el hecho de que con la aplicación de las políticas de liberalización económica en una
sociedad informacionalizada, el ámbito territorial de
acumulación desbordó las fronteras nacionales, dando
paso a la formación de un espacio mundial de acumulación,
cuya existencia constituye el aspecto básico de la globalización.
La mundialización
del espacio de acumulación impuso de por si cambios
significativos en el contenido y la dirección de las
estrategias de crecimiento que debieron adoptar tanto
los organismos públicos como las empresas. Fue así que
numerosos gobiernos nacionales, regionales o locales,
al priorizar el crecimiento económico como su objetivo
central, consideraron necesario para ello aumentar la
atractividad de sus respectivos ámbitos jurisdiccionales
vis-à-vis los flujos de capital que, con la globalización
financiera, habían adquirido una incontrolable movilidad;
lo cual, bajo una lógica genuinamente capitalista, significa
ante todo ofrecer
allí condiciones lo más favorables posibles para la
valorización del capital.
Como evidencia
de la vigencia de estos criterios, se puede señalar
que desde entonces los distintos ámbitos territoriales
pasaron a ser evaluados en forma permanente en función
de tales condiciones, considerando a estos efectos indicadores
tales como competitividad, riesgo-país, libertad económica,
condiciones para los negocios, etc., etc. Y frente al
resultado de estas evaluaciones, la evidencia disponible
indica que los flujos de inversión extranjera directa mostraron una marcada preferencia
por los ámbitos mejor calificados en tales evaluaciones.
Lo cual, finalmente, indica que los lugares con mayores
posibilidades de mejorar sus niveles de acumulación
y crecimiento son aquellos que han logrado mejorar su
atractividad según los criterios antes mencionados.
Por otra
parte, la mundialización del espacio de acumulación
llevó a un número creciente de cadenas productivas y
financieras organizadas en red a valorizar sus capitales
en ese ámbito. Ello significó que durante los últimos
años se haya producido la generalización de una arquitectura
productiva y financiera estructurada en base al despliegue
global de un número creciente de empresas multinacionales
(EMN) organizadas en red (financieras, productivas,
de consumo, etc.). Así, mientras en 1993 se había identificado
la existencia de 37.000 EMN, las cuales contaban con
175.000 filiales, 15 años después, en el año 2009, el
número de EMN había ascendido a 82.000 y el de sus filiales
a 810.000 (UNCTAD, 2010). Si se considera que un porcentaje
importante de esas filiales se localizan en diversos
lugares del espacio mundial de acumulación, se puede
tener una idea sobre la magnitud de este fenómeno.
En lo
esencial, fue en virtud de esta propensión a la deslocalización
de ciertos componentes de sus procesos productivos hacia
otros lugares del espacio mundial de acumulación, que
las EMN involucradas
buscaron mejorar su posicionamiento competitivo en el
escenario global. Y, dado que la mayor parte de
esos componentes requerían para su funcionamiento de
un conjunto de insumos que, por lo general, solamente
se podían encontrar en ámbitos urbanos (tales como servicios
a la producción, fuerza de trabajo especializada, etc.),
fue principalmente
en grandes áreas urbanas donde terminaron localizándose.
La generalización
de esta nueva arquitectura productiva y de las tendencias
locacionales que acompañaron su despliegue produjo un
explosivo aumento de diversos tipos de flujos, los cuales
tendieron a confluir hacia grandes áreas urbanas de
distintas partes del mundo; en consecuencia, estas áreas
se han constituido en focos estratégicos de la nueva
organización territorial capitalista y han pasado a
formar parte de una red mundial, compuesta por aquellas
áreas en las que se
localiza, articula y materializa a escala planetaria
la nueva arquitectura financiera, productiva y de consumo,
que conforma la base de la dinámica económica globalizada.
En esta red, cada una de esas aglomeraciones funciona
como centro de coordinación, control y servicios del
capital mundial (Sassen, 1997) y, para poder desempeñar
ese papel, las
distintas áreas urbanas compiten por atraer capitales
móviles, actividades, viajeros globales, turistas, eventos,
etc., bajo el supuesto de que ello es condición
necesaria para promover su crecimiento económico.
Por lo
cual se puede concluir que cada una de las aglomeraciones
involucradas contribuye, a su escala, a dinamizar el
proceso global de acumulación del capital, que encuentra
en la multitud de actividades que conforma su base económica,
una alternativa rentable, especialmente en momentos
de declinación de los retornos que es posible obtener
en el sector productivo. Así, las grandes áreas urbanas (la sociedad urbana analizada por Lefebvre)
pasan a ocupar una posición clave en el proceso de reproducción
del capital.

Foto
de Daniel Escalé publicada en 100 cafés
Actores
sociales, auto-organización y mercantilización urbana
¿Cuáles
fueron los cambios más importantes que afectaron al
escenario en el que se desencadenó la metamorfosis urbana
en esta fase de modernización capitalista? Para esbozar
una respuesta a este respecto es necesario tener presente
que la transformación que afectó a la mayor parte de
las grandes áreas urbanas del mundo, entre ellas a las
latinoamericanas, se procesó en un momento en que se
estaba desarrollando una nueva etapa del proceso de
urbanización de la población y de la economía. Esto
ocurrió asociado a una acentuación de la des-ruralización de la población, sobre todo
debido a la introducción de nuevas formas de organización
productiva capitalista en el medio rural. Además, al
mismo tiempo también se produjo en este período una
pérdida de peso de la industria, tanto en lo que
respecta a su contribución al PIB como al empleo, así
como un sostenido crecimiento de la participación, tanto
en el PIB como en el empleo, de un heterogéneo sector
servicios.
Por otra
parte, también debe considerarse que los cambios a los
que se ha hecho referencia favorecieron la emergencia
y consolidación de dos fenómenos que resultan de fundamental importancia para explicar algunos
aspectos medulares de la actual metamorfosis urbana:
por una parte, la
progresiva expansión territorial del campo urbano de
externalidades, lo cual se produjo junto al acelerado
aumento de la conectividad y de la movilidad y, por
otra parte, el aumento de la libertad de que disponen
tanto las empresas como las familias para escoger su
localización en el ámbito territorial urbano, que
se derivó de la flexibilización del marco regulatorio
que se produjo con la adopción de una gestión empresarialista.
En particular,
la generalizada expansión territorial del campo de externalidades
en las grandes aglomeraciones del mundo aparece como
un factor crucial para poder explicar algunas de los
rasgos de la nueva forma urbana emergente, en la medida
que este cambio favoreció una
mayor dispersión territorial, tanto de las actividades
productivas como de las familias, que en la ciudad industrial,
donde las posibilidades en materia de movilidad no favorecían
una localización fuera de los límites urbanos.
En cuanto,
al segundo aspecto, se comprueba que el avance de los
procesos de desregulación inherentes a las nuevas modalidades
de gobernanza basadas en el principio de subsidiaridad
estatal, otorgó mucha mayor libertad tanto a las empresas
como a las familias para decidir su localización urbana.
Y esto significó, que tanto unas como otras, favorecidas
por las nuevas condiciones de conectividad y movilidad
y, por tanto, por la ya señalada expansión territorial
del campo territorial de externalidades, adquiriesen
un peso mucho mayor que el que habían tenido hasta entonces
en los procesos de auto-organización urbana. En esta
situación, se ha podido comprobar que la modificación
del comportamiento locacional de los principales actores
sociales que deciden y actúan en el ámbito urbano, ha
tenido una incidencia relevante en su metamorfosis.
Además,
el propio marco regulatorio liberalizado, mucho más
propenso a favorecer una dinámica capitalista, contribuyó
a que se produjese un aumento del poder relativo justamente
de algunos de los actores que tienen mayor incidencia
en las decisiones relativas a acumulación y crecimiento,
esto es, en especial, de los propietarios y/o administradores
del capital. Dado que estos actores tienen una prerrogativa única, que es la de invertir
o no invertir, lo cual depende esencialmente de
las condiciones ofrecidas por cada lugar para la valorización
privada del capital, este aumento de su poder relativo estimuló mucho más que en el pasado
la utilización de medidas orientadas a atraer inversión
externa.
En este
plano adquirió
especial importancia la mayor libertad que benefició
a los promotores e inversores inmobiliarios, por
cuanto ello ocurrió en un momento en el que con las
reformas del ajuste estructural, la lógica cada día
más estrictamente capitalista permitió que el espacio
urbano se ubicase como un medio especialmente ventajoso
para la valorización del capital inmobiliario. Además,
esto ocurrió al mismo tiempo que se estaba produciendo
un incremento del volumen de capitales que, con el soporte
de las instituciones y mecanismos establecidos con el
avance de la globalización financiera, se orientaban
hacia “lo inmobiliario” en busca de mayores ganancias
que en el sector productivo. En este sentido la ciudad, o más precisamente, lo urbano,
se transformó en un medio fundamental para la reproducción
de los capitales móviles en ascenso; como ya había
señalado Lefebvre:
“La ciudad
(lo que de ella queda o en lo que se convierte) es más
que nunca un instrumento útil para la formación de capital,
es decir, para la formación, la realización y la repartición
de la plusvalía” (Lefebvre, 1972: 42)
En esta
situación, las decisiones y acciones de los promotores
e inversores inmobiliarios pasaron a tener una influencia
mucho mayor que en la fase anterior en la orientación
de la evolución y transformación urbana; así, al tener
mayor libertad para escoger el destino de sus inversiones,
contribuyeron a afirmar una creciente mercantilización
del desarrollo urbano, lo que ha redundado en que en
las aglomeraciones urbanas actuales la plusvalía urbana
ha terminado por transformarse en un criterio urbanístico
básico. Lo que tuvo un poderoso impacto en el tipo
de aglomeración urbana emergente.

Imagen
de Celina Caporossi publicada en 100 cafés
Metamorfosis
urbana, regiones urbanas
¿Cuáles
fueron los principales cambios que se produjeron en
las áreas urbanas que se adscribieron a la nueva dinámica
globalizada? Para enfocar la respuesta a esta pregunta
importa destacar ante todo que los procesos respectivos
fueron modulados por una multitud de decisiones y acciones
de las empresas y de las familias, en gran parte individuales
y aisladas, donde la auto-organización urbana cobró una creciente importancia. Fue así
que se puso en marcha esta metamorfosis urbana que,
habiendo tenido su génesis en la metropolización expandida
de la época del auge de la industrialización sustitutiva,
evolucionó luego hacia su desborde generalizado, para
culminar posteriormente en una forma urbana mucho más
compleja, fragmentada, desigual y policéntrica, en la
que se confunden los límites entre lo urbano y lo rural.
Todo esto
corresponde a la revolución urbana anticipada por Lefebvre
hace más de cuarenta años atrás, quien entonces propuso
una explicación sobre las razones por las cuales se
produciría el reemplazo de la sociedad industrial por
la sociedad urbana:
“La concentración
de la población se realiza al mismo tiempo que la de
los medios de producción. El
tejido urbano prolifera, se extiende, consumiendo los
residuos de vida agraria. Por tejido urbano no se
entiende, de manera estrecha, la parte construida de
las ciudades, sino el
conjunto de manifestaciones del predominio de la ciudad
sobre el campo” (Lefebvre, 1972: 9-10).
En esta
dirección, con el avance de la nueva fase de modernización
capitalista, esa revolución prevista por Lefebvre cobró
impulso en forma generalizada en el mundo entero; de
ella emerge una
forma urbana, sustantivamente distinta de la que caracterizaba
a la ciudad industrial, a la que se han asignado
distintas denominaciones (ciudad difusa, ciudad de baja
densidad, ciudad de ciudades, ciudad desbordada, ciudad
región, post-ciudad, postmetrópolis, etc.), que dan
cuenta de los principales rasgos que la van a caracterizar.
En lo fundamental, es posible afirmar que lo
que se desencadenó es la transición desde lo que era considerado
como “ciudad” hacia una configuración urbana ilimitada,
que puede considerarse como una región urbana o,
como ha sido identificada en una de las más completas
investigaciones sobre este tema para América Latina,
como un “conglomerado urbano-regional” (Moura, 2010).
Aun cuando
en algunos estudios se ha considerado que esta evolución
sólo se manifestaría plenamente en las grandes aglomeraciones
urbanas norteamericanas, ya en un artículo publicado
en 1996, Dematteis luego de analizar los principales
aspectos que caracterizaban la nueva dinámica urbana
en Europa, concluía que:
“con la
periurbanización y la ‘ciudad difusa’ los modelos de
suburbanización de tipo latino-mediterráneo y de tipo
anglosajón, que durante mucho tiempo han seguido caminos
diferentes, tienden ahora a converger en un modelo único común a toda Europa de ‘ciudad sin centro’ de estructura
reticular” (Dematteis, 1998: 1)
Al mismo
tiempo, estas tendencias han sido ampliamente documentadas
y analizadas para el caso de la mayor parte de las principales
urbes latino-americanas Latina, ilustrando sobre como
su metamorfosis ha estado avanzando en una dirección
similar a la observada en otras partes del planeta.
También se ha podido verificar que una evolución de
esta naturaleza también se verifica en buena parte de
las áreas urbanas de dimensión intermedia de esta región
(como, entre muchas otras, Belo Horizonte, Cali, Ciudad
de Panamá, Córdoba, Curitiba, Medellín, Monterrey, Montevideo,
Mendoza, Porto Alegre, etc., etc.). A esta nueva conformación
urbano-regional, en la que la densidad urbana tiende
a ser decreciente, y el consumo de tierra per cápita
creciente, la frontera urbana se desdibuja en forma continua y descontrolada.
En la aglomeración emergente ya
no es claro lo que es urbano y lo que no lo es, aun
cuando en su ámbito funcional los modos de vida urbanos
tienden a imponerse en forma generalizada.

Foto
de Liliana Pérez publicada en 100 cafés
Conclusiones
Si se
acepta que la actual metamorfosis urbana ha avanzado
asociada al conjunto de cambios que caracteriza a esta
fase de modernización capitalista, la conclusión inevitable
es que lo urbano
emergente no puede ser sustantivamente modificado si
no se interviene sobre los factores que han tenido mayor
incidencia en las mutaciones que han impulsado la urbanización
generalizada y la formación de
regiones urbanas en todo el planeta.
En estas
circunstancias, durante los últimos años ha crecido
la preocupación por la persistencia de la urbanización
generalizada e ilimitada, en especial por cuanto ya
no hay dudas sobre la enorme magnitud de los costos
sociales y ambientales que ello está provocando. Frente
a ello, reconociendo la fuerza de la dinámica auto-organizativa
que está llevando a la continua expansión de estas configuraciones,
se ha llegado a la conclusión de que esta tendencia difícilmente podrá ser controlada
o modificada radicalmente con los instrumentos de que
disponen los gobiernos nacionales, regionales o locales
bajo las modalidades dominantes de gestión pública.
En otras
palabras, en tanto se persistan los condicionamientos
y coordenadas básicas que se impusieron con los procesos
de ajuste estructural, resulta inevitable inferir que
también habrán de persistir las tendencias que impulsan
a la actual metamorfosis urbana. En otras palabras,
mientras se mantengan
las tendencias constitutivas de esta fase de modernización
capitalista, es lógico prever que habrán de continuar
vigentes los cambios que cristalizan en la formación
y consolidación de macro regiones urbanas, cubriendo
áreas cada día más extensas del planeta. Para decirlo
con las palabras de Naredo:
“la pretensión
de avanzar hacia un mundo social y ecológicamente más
equilibrado y estable sin cuestionar las actuales tendencias
expansivas de los activos financieros, los agregados
monetarios y la mercantilización de la vida en general
es algo ingenuo y desinformado que raya en la estupidez”
(Naredo, 2006, 106).
A la luz
de lo expuesto hasta aquí, una última conclusión resulta
inevitable: bajo las condiciones y factores dominantes,
ya no es posible
el retorno a la muchas veces idealizada ciudad del pasado,
de manera que los intentos por recuperar sus dinámicas,
su organización o sus modalidades de vida ciudadana
no son más que la expresión de una nostalgia sin mayor
destino.
CdM
El
autor es Arquitecto por la Universidad de la República,
Uruguay. Especialista en Planificación Económica, (ILPES,
ONU), Santiago de Chile. Profesor del Instituto de Estudios
Urbanos y Territoriales de la Pontificia Universidad
Católica de Chile. Ha sido Director de la Revista Latinoamericana
de Estudios Urbano-Regionales/EURE.
De
100 Cafés, ver también el prólogo de Mario L. Tercco
en el número
121 de café
de las ciudades.
Sobre
globalización, urbanización y medio ambiente, ver también
entre otras notas en café
de las ciudades:
Número
10 | Tendencias
Saskia
Sassen: una visita guiada a la Ciudad Global | Dispersión,
centralidad, nuevos movimientos políticos, culturas
alternativas, y una pregunta: ¿de quien es la ciudad?
| Saskia Sassen
Número
51 | Ambiente y Economía de las ciudades
Sobre
el origen el uso y el contenido del término sostenible | Demandas
de operatividad sobre un concepto ambiguo | José Manuel
Naredo