
Con algo
de tiempo disponible, sentado en un banco de la Plaza Real
de Barcelona, repaso rápidamente el borrador de mi
cuestionario y la trayectoria del entrevistado antes de entrar
al estudio de Oriol Bohigas: miembro fundador de MBM
(en sus orígenes, el estudio que integraba con Josep
Martorell y David Mackay, a los que hoy se agregan Oriol Capdevila
y Francesc Gual), protagonista de la renovación teórica
de la arquitectura y el urbanismo europeo a partir de sus
obras construidas, sus libros (Contra una arquitectura
adjetivada, Arquitectura española de la Segunda
República, Proceso y erótica del diseño,
etc.), sus conferencias y sus artículos en revistas
como la memorable Arquitecturas Bis, responsable del
urbanismo barcelonés en el Ayuntamiento post-franquista,
proyectista de la Villa Olímpica, intelectual asociado
de manera indeleble a su ciudad, de cuya renovación
urbanística y de sus virtudes y defectos es la cabeza
visible y reconocida. En pocos minutos, la habitual idea de
entrevista como serie de preguntas más o menos relacionadas
entre sí se pone en crisis y se reduce, prácticamente,
a una sola y amplia pregunta, muy general (posiblemente la
más larga pregunta jamás hecha en una entrevista,
record que no habla bien del entrevistador...), que Bohigas
escucha pacientemente en el sillón de su despacho y
que lo retrotrae a finales de los setenta:
cdlc:
En toda
esa época, en Barcelona con algunas particularidades
especiales, pero en general en toda Europa, se venía
gestando una serie de ideas muy críticas con respecto
a la gestión de las ciudades y el planeamiento urbano
de los ‘50 y ’60 y a todo lo hecho en general en Europa en
materia urbanística después de la guerra, en
especial la destrucción de los tejidos históricos
por la irrupción de las nuevas vialidades o los desarrollos
de vivienda o renovación urbana. Hay en ese movimiento
una revisión del rol de la arquitectura en la construcción
de la ciudad, una idea crítica al planeamiento urbano
estructural de mediados de siglo XX y una mayor confianza
y expectativa en la idea del proyecto urbano (interviniendo
en la ciudad por partes como una forma más dinámica
y efectiva de renovación de la ciudad), y una prioridad
por la recuperación del espacio público como
un espacio con significados y valores urbanos y no como un
simple vacío. Todo esto, en Barcelona, en un contexto
muy especial: con la caída del franquismo hay toda
una generación que, formada en la oposición
política a la dictadura, accede en un buen momento
intelectual, creativo y profesional de sus vidas a puestos
de mando en el Ayuntamiento o en general a la posibilidad
de intervenir profesionalmente en la ciudad; en Barcelona
se superponen la cuestión catalana dentro del estado
español, el hecho de no ser capital estatal y por lo
tanto tener que buscar otras formas de generar y financiar
desarrollos urbanísticos, y en este contexto, en muy
pocos años se conforma lo que se dio en llamar de una
manera muy clara (aunque no creo que la expresión sea
del agrado de todos...) Modelo Barcelona. En este modelo hay
distintas etapas: la primitiva acupuntura urbana, la apuesta
olímpica, las operaciones post-olímpicas, el
Fórum 2004. Y desde una aceptación muy fuerte
que en sus principios tuvo este Modelo, y su reconocimiento
internacional a partir de las Olimpíadas del ‘92, se
llega hoy a una situación donde desde distintos sectores
(algunos incluso vinculados a la implementación del
Modelo: usted mismo ha hecho críticas muy fuertes sobre
la gestión de la ciudad en años recientes) se
critican, por un lado, desviaciones o alteraciones del modelo
original, e incluso desde algunas visiones más radicalizadas,
o más extremas, se llega a decir que los problemas
de hoy de Barcelona son en realidad consecuencia del mismo
Modelo. Entonces, en una agenda urbana donde hoy las cuestiones
pasan por el costo desaforado de las hipotecas, la gentrificación,
la banalización, la degradación de los espacios
públicos por el turismo, el corte muy fuerte entre
incluidos y excluidos de la sociedad, etc., por un lado me
interesa pedirle una evaluación general de lo que ha
sido el Modelo Barcelona pero, más allá del
proceso barcelonés, como ha evolucionado en estos 30
años esa ideología que la arquitectura, la sociología
urbana, el urbanismo, etc., establecen desde los años
‘60 y ’70. Y por otro lado, si así como había
una agenda muy clara a finales de los ‘70 sobre cuales eran
los problemas y los males de la ciudad, hoy usted identifica
una agenda tan clara como la de aquella época en que
accedió a las oficinas de urbanismo de la ciudad.
OB:
Quiero aclarar que a mi no me gusta mucho hablar de "Modelo
Barcelona", porque con la palabra modelo se incluyen
todos los programas y los supuestos políticos, sociales,
económicos de la ciudad, Yo solo defiendo un método
urbanístico que sí que es bastante típico
de Barcelona, en particular de los años ’80, y que
creo que sigue siendo el único método urbanístico
valido, aplicable en prácticamente todas las ciudades.
Lo que ocurre es que este método no lleva en sí
implicada una ideología; es una forma de actuar eficazmente
en la forma y contenidos en la ciudad. Que luego este contenido
esté bien o esté mal, o que la ciudad tenga
problemas de inmigración o de turismo o de mayor usufructo
de los terrenos por parte de los promotores, es un problema
que se añade al método, pero el método
sigue siendo válido. Yo creo que usted lo ha explicado
muy bien: la idea se puede resumir en que el proceso habitual,
que es pasar de planes generales a planes parciales y a la
urbanización, es un proceso equivocado. El proceso
adecuado para controlar y desarrollar o para transformar o
reconstruir una ciudad es exactamente al revés. Hay
que empezar con unos criterios muy generales. Por ejemplo,
para un nuevo barrio de la ciudad: ahora se está promoviendo
la creación de nuevos barrios y se está haciendo
mal, siguiendo el procedimiento que antes mencionaba; primero
la modificación del plan general, luego el plan parcial
y luego la urbanización, cuando yo en realidad creo
que el proceso real, el que propugnamos en los ‘80 es otro,
y es el que todavía yo recomendaría, que es
empezar con unos criterios de ubicación y unos esquemas
generales puramente cuantitativos. No hay que empezar con
un plan general dibujado sino con unas ideas generales,
no dibujadas sino establecidas como programa: habrá
que hacer tantas viviendas, habrá tal coeficiente de
densidad, habrá que poner tantos servicios, habrá
que poner una escuela; esto llevaría a un programa
de contenidos, y de ahí directamente a lo que llamamos
un proyecto urbano, un proyecto entero de los espacios públicos
y de la forma, características y calidades de la arquitectura
que define estos espacios públicos. Una vez aprobado
esto, una vez establecido este primer criterio, hay que pasar,
seguramente a través de técnicos más
ligados al funcionariado de la administración, a estudiar
si se puede aplicar el plan general existente o si hay que
hacerle modificaciones. Hay que hacer entonces unos instrumentos
legales para poner en marcha este proyecto urbano y, solo
después de esto, hay que asignar la responsabilidad
al autor del proyecto urbano para establecer, junto con otras
entidades u otros organismos, los autores de los proyectos
de arquitectura. El proceso es por tanto al revés de
lo habitual: programa, proyecto urbano, instrumentos urbanísticos
que van del plan general al plan parcial, y construcción
de las obras con una supervisión, un mando y una capacidad
de veto de los autores del proyecto urbano.
Este es
el método que intentamos implantar en el año
‘80 y que creo que ha dado buenos resultados y los puede seguir
dando, independientemente de que el criterio de colocar un
programa de actuación en un sitio esté bien
o esté mal, es un problema de contenidos. Y de contenidos
que dependen mucho de la política: un gobierno de izquierda
tendrá un programa de viviendas distinto de un gobierno
de derecha. Yo creo que en el establecimiento del programa
es donde está toda la posible carga política
de una operación urbanística.
Yo defiendo
este método, pero esto no quiere decir que todo lo
que se ha hecho en Barcelona responda y sea consecuencia del
método. Pero es la única forma de evitar esta
barbarie que se está produciendo en todo el mundo,
en que los planes generales definen formas arquitectónicas,
lo cual es una barbaridad... En España, con este empeño
en los planes generales, se ha logrado que todas las ciudades
tengan planes generales, en los mismos años en que
se ha logrado destruir todas las ciudades españolas,
sobre todo las de acumulación de turismo o de zonas
industriales, porque a partir del plan general no se determina
la forma del barrio o de la ciudad. Yo creo que uno de los
principios fundamentales del urbanismo es la creación
de esta forma, de acuerdo con la ideología o los
contenidos. Por lo tanto, por donde hay que empezar es por
definir una forma a partir de un programa de contenidos. Yo
creo que esto sigue siendo válido... ¡vamos!, que yo
no conozco otro sistema para hacer ciudad, porque los sistemas
desarrollados a partir de planes generales y sus modificaciones
han sido un fracaso, no han conducido a una determinación
lógica, funcional y cultural de los nuevos barrios
e implantaciones.
Yo creo
que el método más o menos se mantiene, aunque
evidentemente en Barcelona no se ha aplicado de una manera
tan radical, porque la presión... (Bohigas no alcanza
a terminar la frase, pero la idea de "presión
inmobiliaria" acelera su argumentación) y
esta es otra idea que me parece fundamental: soy partidario
de una intervención muy directa de la administración
pública. Los promotores, o los propietarios de los
terrenos, no tienen que mandar en estos asuntos. Un ejemplo
magnífico a mi modo de ver, fue la Villa Olímpica,
donde todo lo ha hecho el Ayuntamiento, y cuando estuvo
todo absolutamente definido, se adjudicó su construcción
a empresarios privados, pero ni siquiera los proyectos los
han hecho los privados: fue la Administración, a través
de este método del proyecto urbano.
Al margen
del método, en Barcelona hay cosas que están
funcionando mal, por falta de entendimiento sobre donde están
los problemas importantes. No solo de estos problemas de la
inmigración y el turismo, sino de criterios territoriales.
El problema más importante de Barcelona es la conurbación,
y sobre todo esto no se ha trabajado bastante; no hay instrumentos
políticos ni legales suficientes para gobernar este
lío inmenso que es el área metropolitana
de Barcelona, que sigue a mi modo de ver erróneamente
dividida en muchos municipios, sin la posibilidad de una coordinación
de carácter urbano. Lo máximo que se resuelve
son algunas relaciones físicas, pero la continuidad
visual, la continuidad ambiental, que es lo que define la
ciudad, nadie la proyecta, porque no se aplica bien este método
probado desde hace 30 años en Barcelona.

cdlc:
Sobre
esta cuestión de los gobiernos de izquierda y derecha,
por muchas razones (o por unas pocas razones muy fuertes...)
hoy pareciera muy difícil diferenciar la gestión
de un gobierno local de izquierda y otro de derecha...
OB:
¡No, no, yo creo que es muy fácil! (interrumpe Bohigas
muy convencido) Lo que ocurre es que no hay gobiernos
de izquierda...
cdlc:
¿Es
decir que los gobiernos que se supone son de izquierda no
lo son?
OB:
No lo son. Yo creo que en la primera época del Alcalde
Maragall en Barcelona el Ayuntamiento era claramente socialista,
y ahora lo es menos, porque las presiones de los propietarios,
de los precios del suelo, de los promotores, son mucho más
fuertes y más sobresalientes.
cdlc:
Pero
este no es un fenómeno exclusivo de Barcelona.
OB:
No, es universal; por lo menos europeo, seguramente, y probablemente
mundial. Creo que se ha perdido la fe en la intervención
pública, que es uno de los principios fundamentales
del socialismo. Ahora está de moda el neoliberalismo,
y este impone una libertad de actuación sobre los bienes
públicos que con una visión más radical
del socialismo no existiría.

cdlc:
Ahora
bien, dentro de este contexto de hegemonía cultural
neoliberal y, en el campo urbano, del interés de los
propietarios y promotores, muchas veces se ha acusado al método
del proyecto urbano como funcional a la idea de un patchwork
urbano con zonas incluidas y excluidas, y que entonces la
idea de una ciudad por partes encubriría la posibilidad
de que ciertas intervenciones urbanas se desarrollaran en
lugares rentables para el desarrollo privado, dejando de lado
las áreas que no son rentables o los grupos de población
que no resultan de interés para el mercado.
OB:
Bueno, si no hay control político es evidente que puede
ocurrir esto, pero los que determinan en que áreas
se ha de construir o que áreas se han de promover tienen
que ser los políticos, el Ayuntamiento de la ciudad
o el gobierno regional, y por lo tanto si estos lo hacen
bien la ciudad se desarrollará bien y si lo hacen mal,
mal... ¡No veo por que no se pueda hacer bien! Sobre todo
porque yo no estoy en contra de los planes generales, sino
en contra de que los planes generales determinen todo el proceso
de urbanización. Tiene que haber un criterio político
de la ciudad, por el que se decida que es lo que hay que construir:
hay que construir viviendas, hay que construir industrias,
en que proporción hay que construir, que equipamientos
sociales, etc. Esto es un presupuesto claramente político
y, por lo tanto, la situación de las expansiones o
de las reconstrucciones vienen determinadas con criterios
políticos. Puede que esto sea difícil, pero
más difícil me parece que sean fijados a través
de criterios puramente técnicos, que es lo que
intenta hacer el plan general.
Además,
yo soy partidario de una ciudad de barrios, de fragmentos.
Quizás esto no es tan importante en una ciudad de 50.000
habitantes, pero una ciudad grande como Barcelona solo tiene
capacidad de actividad urbana cuando la identidad se refiere
a barrios relativamente pequeños, a fragmentos de la
ciudad. Lo peor que le podría ocurrir a Gracia es que
dejara de ser Gracia, o que Sants dejara de ser Sants. La
ciudad se debe entender como una yuxtaposición de entidades
vecinales y, por lo tanto, en el proyecto de la ciudad yo
estoy de acuerdo con esa fragmentación.
cdlc:
La federación
de barrios...
OB:
Sí, claro.

cdlc:
En muchos
proyectos urbanos contemporáneos, y con distintos grados
(desde una seudo-sofisticación o snobismo intelectualizado
hasta una ramplona competencia por el rascacielos más
alto o el edificio de formas más extrañas) existe
una especie de obsesión por la creación de landmarks,
de edificios fuera de contexto, no pensados en el contexto
del sector de ciudad en que se inserta, sino desde el punto
de vista de establecer una marca...
OB:
...una actitud insolidaria, sí. Este es uno de los
problemas graves que tiene la arquitectura y la ciudad hoy
en día: que hay muchos elementos que coinciden en
querer hacer de la arquitectura representativa, un elemento
de discontinuidad en la ciudad. Esto no quiere decir que
los landmarks no puedan ser también elementos
de continuidad urbana, los hay muchísimos y con una
gran tradición en las ciudades europeas y americanas.
Yo no estoy en contra de una obra de arquitectura que sea
una marca, un hito figurativo que dé personalidad a
un barrio. ¡Al contrario, estoy muy a favor! Pero es probable
que la mayor parte de esta arquitectura figurativa y chillona
que se hace no sea una arquitectura más del barrio,
sino un elemento insolidario a la continuidad del barrio.
Creo que la arquitectura se debe poner al servicio de la continuidad
legible de la ciudad, y esta legibilidad se puede construir
con un rascacielos o con una barraquita, pero tiene que ser
con la voluntad de configurar esa imagen. Una plaza se puede
significar con un rascacielos, con una torre, con unos elementos
horizontales o con lo que sea, siempre que el proyecto comporte
una voluntad de continuidad y legibilidad urbana.
cdlc:
En el Kop van Zuid de Rotterdam, por ejemplo, una vez que
se baja del puente Erasmus de Ben Van Berkel, que es una obra
muy interesante, uno se encuentra como en medio de la nada;
de a poco se empiezan a reconocer ciertas cosas dispersas,
arquitecturas "sueltas" que pueden tener algún
valor en sí, pero cuya yuxtaposición pareciera
todo lo contrario a la idea de recuperar ese tipo de espacios
urbanos legibles y continuos. Y casi lo primero que uno encuentra
es un enorme cartel que anuncia con mucho entusiasmo que allí
se levantará el rascacielos más alto de Rotterdam,
del que solamente está la estructura, pero cuya imagen
muestra el cartel recortada contra la silueta de los otros
rascacielos de la ciudad.
OB:
El "merito" es que es más grande y distinto
que los demás... Bueno, esto me parece que es el resultado
de la fuerza brutal del neocapitalismo y el neoliberalismo
(una palabra mal utilizada, porque el liberalismo tradicionalmente
quería decir otra cosa, pero en fin..., siempre ocurre
que las palabras interesantes las inventa la izquierda y las
acaba utilizando la derecha en un sentido absolutamente contrario;
es como el Partido Popular, que se empeña en no querer
ser popular, sino de extrema derecha, y eso no solo en España
sino en toda Europa, ¡es un escándalo!). Volviendo
al tema, esa tendencia responde a la ferocidad neoliberal:
el edificio tiene que ser estandarte de algo, que no es la
ciudad: de un producto químico, de un producto electrónico
o de moda, y tiene que llamar la atención no por su
adecuación a la modesta continuidad urbana sino precisamente
por todo lo contrario.

cdlc:
En Buenos Aires, y pareciera que en las ciudades
europeas ocurre algo similar, la gestión urbana está
hoy fragmentada entre distintas fuerzas o actores: el funcionariado
tradicional, la política, los desarrolladores, los
medios de comunicación, los distintos actores vecinales
(no siempre conciliables entre si ni siempre solidarios; a
veces una queja vecinal por alguna cuestión urbana
no es solidaria sino que encubre la defensa de privilegios).
Pareciera que esto deriva en una situación de "empate
a la fuerza", donde los desarrolladores, los funcionarios
y los vecinos tratan de hacer lo que pueden e imponerse en
una suerte de anarquía del manejo urbano. ¿Usted identifica
esta tendencia en las ciudades europeas?
OB:
Yo creo que esta es una tendencia real en casi todas las ciudades
europeas. Yo trabajo mucho en Italia y estoy escandalizado
porque, sea cual sea el partido político que gobierne,
nunca puedes "pisar" un terreno que no sea público.
La urbanización, expansión o reconstrucción
interior de las ciudades italianas está basada sobre
el respeto absoluto y casi religioso a la división
territorial por propiedades. Yo estoy trabajando, por
ejemplo, en Parma, una ciudad que es una verdadera catástrofe
porque está pésimamente urbanizada. Con excepción
del centro, en la periferia no hay calles trazadas, nada de
nada, porque antes de realizar una expropiación o de
convencer a un propietario, la administración prefiere
dejar las cosas sin resolver. Este problema en España
no existe, la facilidad para la expropiación o para
la utilización de terrenos no pertenecientes a la Administración
es mucho mayor que en Italia. Pero es un hecho muy general
en las ciudades que yo conozco, al menos las ciudades europeas,
y esto está produciendo un problema grave: se está
perdiendo la posibilidad de proyectar la ciudad. Con estas
cortapisas, con esta imposibilidad, lo que se hizo en Barcelona
sería imposible de haber realizado, porque si no hay
forma de diseñar la ciudad por encima de divisiones
territoriales, pequeñas e insignificantes, no hay manera
de hacer una calle decente ni absolutamente nada. Yo creo
que hasta ahora en Barcelona esto no ha ocurrido, en Barcelona
hay una cierta tradición socialista que tiene la teoría
de que al bien privado se lo debe respetar, pero que hay que
poder someterlo a la conveniencia y las necesidades de la
sociedad. Me temo que esta actitud... (mide sus palabras
antes de afirmar lo que sigue) no es que se esté
perdiendo, pero se está reduciendo respecto a lo que
fue el principio después de la dictadura franquista.

cdlc:
Para terminar, ¿que es lo mejor y lo peor de la Barcelona
reciente?
OB:
No se, yo creo que lo peor es el 80% de lo que se hace; en
realidad cuando hablamos en estos términos no hablamos
de lo realmente peor, que son estas viviendas que se hacen
en cualquier sitio, mal hechas, con malos arquitectos. Abunda
mucho lo malo en todas las especulaciones inmobiliarias, pero
supongo yo que no es esa la pregunta, sino en cambio dentro
de las cosas más reconocibles que es lo que está
bien o está mal (la pregunta es esa y muy probablemente
es frívola y simplificadora, pero le permite a Bohigas
fijar postura sobre los tiempos que corren...). Yo creo
que hay un modelo que está muy mal que es Diagonal
Mar (que no hay que confundir con la Zona Fórum,
que tiene otros problemas), una ocupación puesta solo
al servicio de los intereses inmobiliarios (que muchas veces
no va en contra de los intereses colectivos, pero en este
caso se trata de una urbanización hecha a medida de
los intereses de la promoción privada). Yo creo que
en cambio son muy buenas las primeras experiencias de los
años ‘80, la Plaza de los Países Catalanes,
el Parque de la España Industrial, la Plaza de la Iglesia
de la Merced, el Parque del Clot; operaciones muy puntuales
y precisas, muy a nivel de barrio, que luego han tenido eficacia
en la reconversión del tejido urbano de su alrededor.
Entrevista:
MC
La
obra arquitectónica de Oriol Bohigas puede apreciarse
en el sitio del estudio
MBM en la Web. No está de más aclarar
que las fotos incluidas en esta nota no corresponden a obras
de dicho estudio ni de Bohigas sino a situaciones urbanas
de Barcelona, Rotterdam y Madrid y que solo pretenden ilustrar
algunos de los conceptos expresados en la entrevista sobre
la ciudad y el urbanismo contemporáneos.
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