N.
de la R.: El texto de esta nota reproduce el prólogo
del autor a
Luces y sombras del urbanismo de Barcelona,
de Jordi Borja, cuya edición para América Latina fue
recientemente publicada por
café
de las ciudades.

En
un planeta que evoluciona rápidamente hacia la urbanización
generalizada, faltan modelos de referencia sobre la
gestión de la ciudad en el nuevo contexto territorial,
tecnológico, cultural e institucional. Sin proponérselo,
en las últimas dos décadas, Barcelona se convirtió en
un modelo que ha sido estudiado, debatido, criticado
y adoptado en universidades y municipios de todo el
mundo. Como todo modelo, tanto más cuanto que nadie
pretendió modelizar nada,
las simplificaciones han deformado la experiencia y
las mitologías han llevado a importantes errores en
las copias apresuradas de un original deformado.
Y sin embargo, hay
un caudal de innovación urbana que, pasado por el tamiz
de un análisis riguroso y una evaluación honesta, merece
ser comunicado y utilizado por quienes, en todo
el mundo, incluida la nueva Barcelona, se enfrentan
con la gigantesca tarea de adaptarse al crecimiento
urbano y metropolitano sin perder la herencia de la
ciudad como espacio de convivencia, creatividad y libertad.
Nadie
mejor que Jordi
Borja para iniciar el estudio del gran experimento
de Barcelona tras tres décadas de su trayectoria. Sociólogo
y geógrafo urbano de prestigio internacional, líder
político y dirigente del movimiento popular urbano bajo
la dictadura y durante la transición democrática, teniente
alcalde de Barcelona, director del Área Metropolitana,
conector de Barcelona con las redes mundiales de ciudades,
diseñador de la descentralización municipal y la participación
ciudadana de Barcelona, colaborador cercano del carismático
alcalde Pasqual Maragall, quien dirigiera Barcelona
en el punto álgido de su prestigio mundial, el autor
de este libro ha ido más allá de la historia y la memoria
para desplegar un análisis que permite, a la vez, entender
la experiencia y generalizar sus enseñanzas.
Hay
tres componentes sobre los que se construye el análisis.
El primero, las
características esenciales del urbanismo y la gestión
municipal de Barcelona tal y como se consolidaron
a principio de la década de los noventa. El segundo, la situación del origen de esta gestión en el contexto social, político
e institucional que permite entenderla, así como definir
los límites de una posible adaptación a otros contextos.
El tercero es la observación de la transformación de la experiencia municipal
y urbanística de Barcelona a través de tres décadas
en la medida en que cambia el contexto original.
Empecemos
por los rasgos básicos de la innovación urbana en Barcelona,
aunque advierto que se trata de mi propia lectura y
que el lector interesado debe referirse al matizado
y documentado análisis presentado en el libro.
Creo
que los rasgos distintivos de la gestión de Barcelona
fueron: la prioridad al espacio público; el énfasis
en un modelo redistributivo de equipamientos, servicios y calidad urbanística
hacia la periferia y los barrios populares de Barcelona;
la renovación de la ciudad histórica con dispositivos
de mantenimiento de sus habitantes en su propio espacio;
la importancia acordada a la dimensión arquitectónica
y estética de la ciudad; la descentralización
municipal articulada a la participación ciudadana;
la reforma administrativa y la eficiencia en la administración
de servicios; el esfuerzo para articular Barcelona con
su área metropolitana mediante mecanismos administrativos
y funcionales de coordinación de servicios; la creación de una potente infraestructura urbana
y metropolitana aprovechando el lanzamiento de grandes
acontecimientos internacionales, tales como los
Juegos Olímpicos de 1992; y la activa política de construcción
de redes internacionales de ciudades buscando deliberadamente
la conexión de lo local con lo global. De dichos aspectos,
haré hincapié en lo que a mi juicio es más
decisivo: el espacio público como esencia de la ciudad.
Y eso quiere decir la construcción de plazas, placitas
y mini-lugares de “estar estando” (a veces dos bancos
y un árbol en un recodo de una calle estrecha), apoyadas
en elementos de arte urbano (de bastante mal gusto en
mi visión personal, pero siempre marcantes del espacio)
distribuidos en el conjunto de la ciudad, particularmente
en densos barrios
periféricos que pasaron de ser vivienda de aluvión a
ser espacio de vida compartida. La conjunción de
diseño urbano, equipamiento urbano e integración social
dieron lugar a una ciudad viva en torno a una multiplicidad
de lugares que reforzaron una activa vida de calle.
La fiesta en
la calle, promovida por asociaciones de vecinos
y apoyadas por la administración municipal, se conjugo
con el pequeño comercio revitalizado para suscitar una calidad de vida urbana
que se ha convertido en mito y atracción en el mundo
entero.
Un
segundo aspecto es la descentralización municipal a
nivel de los distritos, articulada con una participación
ciudadana en los organismos descentralizados. Diré de
entrada que esta experiencia, diseñada e impulsada desde
la alcaldía precisamente por Jordi Borja, se encontró con fuertes dificultades en su aplicación por la acción
combinada del monopolio de representación buscado por
los aparatos de los partidos y por la confusión entre
participación y activismo político que llevaron a la
crisis del movimiento ciudadano original. Aun así, durante
un tiempo Barcelona tuvo mecanismos de gestión a pie
de barrio más democráticos y menos burocráticos que
muchas otras ciudades.
En
tercer lugar, es importante subrayar el posicionamiento de Barcelona en la red global de ciudades, mediante una inteligente utilización
de acontecimientos internacionales y una activa búsqueda
de cooperación internacional que intentó constituir
una red de ciudades que fueran la alternativa a la globalización
descontrolada. El esfuerzo más ambicioso, la ligazón
con la realidad metropolitana en la que se inserta Barcelona,
tropezó con los intereses partidistas de control entre
las distintas administraciones –Generalitat, Barcelona
y municipios del área metropolitana– que terminaron
con la disolución por decreto de las instituciones del
área metropolitana por parte de la Generalitat. Es decir,
aquí la innovación institucional de la gestión territorial
se encontró con la realidad de que se suele gobernar
al servicio de la acumulación de poder antes que al
servicio de los ciudadanos.

El
libro utiliza bastantes páginas en describir y analizar
la contextualización de la experiencia, recordando los
datos territoriales e institucionales y, sobre todo,
la situación histórica de donde proviene el proyecto
de una nueva Barcelona. Nació en la movilización de
la sociedad para derrocar y superar a la dictadura franquista
a partir del movimiento obrero y ciudadano y de una
alternativa política democrática que se planteó superar
los viejos demonios de la intransigencia y la violencia.
Surgió también de un movimiento democrático nacional catalán que afirmó la identidad no excluyente
de una Catalunya que buscaba el reconocimiento de su
personalidad histórica, medio aceptada como nacionalidad
en la Constitución
de 1978 antes de que los vientos de la contrarreforma
carpetovetónica soplaran de nuevo en 2010. Fue en ese
contexto, donde todo parecía posible, que lo público pudo prevalecer sobre lo privado
y a partir de ahí negociar una participación razonable
de los agentes económicos y sociales en la gestión de
la ciudad. Fue ahí donde arquitectos y urbanistas, que
habían estado en primera línea de la lucha democrática,
encontraron la posibilidad de innovar para el espacio
público, de inventar, de crear sin cortapisas de contables
o ideólogos. Y fue en ese contexto donde lideres políticos
como Pasqual Maragall y su primer equipo se sintieron
con fuerza para saltarse consignas de aparato y doctrinarismos
de distinto pelaje.
Pero
precisamente los heroicos orígenes que dieron fuerza
a la innovación municipal fueron debilitándose conforme
se consolidó la democracia; los partidos se hicieron
con el control de la política, los movimientos ciudadanos
fueron amordazados o radicalizados y las duras realidades
económicas condujeron a priorizar la inversión privada
y la venta de la calidad urbana de Barcelona. Coincidente
con el cambio de guardia en la alcaldía, cuando el carismático
alcalde se aventuró, tras muchas dudas, en la conquista
a la presidencia de la
Generalitat, la
innovación urbana se convirtió en gestión eficiente
y el modelo urbanístico en modelo predominantemente
comercial. Lanzada la imagen de calidad de Barcelona
en el ámbito internacional las urgencias presupuestarias
condujeron a priorizar la industria inmobiliaria, turística
y hotelera, la juerga nocturna y la venta del espacio
urbano antes que la preservación de una calidad de vida
para sus habitantes. Y como no había mano de obra para
este desarrollo extensivo basado en el ladrillo y los
servicios personales, fueron los inmigrantes los que
aportaron su trabajo y su vida, cambiando el sustrato
demográfico de Barcelona, con la multietnicidad concentrada
en algunos barrios.
El
intento de repetir la estrategia de grandes eventos
internacionales para desarrollar la ciudad acabó en
el desbarajuste del Forum de las Culturas del 2004 (con
la complicidad del que esto escribe) que dejó un patrimonio
urbanístico poco utilizable y en contradicción con lo
que había sido el crecimiento orgánico y suturado del
tejido urbanístico de la ciudad. Grandes inmobiliarias
multinacionales iniciaron una manhattanización
parcial de Barcelona que asombró a propios y extraños.
Las emblemáticas Ramblas se hicieron parque temático del que se ausentaron
los locales para dejar paso a los globales. La funcionalmente
exitosa experiencia de un área inmobiliaria high
tech en el
viejo espacio industrial de Poble Nou, el distrito 22@,
se hizo pasando por encima de la preservación de la
historia y la arquitectura del espacio industrial a
pesar de la oposición de la sociedad civil. Y muchos
de los núcleos urbanos metropolitanos se embarcaron
por su cuenta en operaciones inmobiliarias de gran envergadura
contra toda lógica urbanística, pero no exentas de lógica
desde el punto de vista de sus promotores.

Este
libro explica, en tono mucho más matizado que el que
yo he expuesto, el porqué y cómo de la transformación
del urbanismo de Barcelona, de cómo
las nuevas tramas de intereses económicos y políticos
fueron modificando la filosofía y la práctica urbanísticas
que hicieron de Barcelona una referencia. No es
que todo se perdiera, ni mucho menos, porque hubo una
transformación urbana tal durante tanto tiempo que el
cambio de rumbo vino a aportar borrones a la experiencia
más que a borrarla como alternativa al modelo de crecimiento
especulativo que predomina en el mundo.
De
la lectura del libro se desprende, al menos por mi parte,
la posibilidad
de extraer útiles lecciones de la experiencia de Barcelona,
pero también los limites de su transposición a otras
latitudes. Que la ciudad se define, ante todo, por
la existencia del espacio público es un principio hoy
día reconocido en todo el mundo. Pero no siempre se
entiende la forma en que Barcelona lo hizo, o sea como
espacio publico distribuido en el conjunto de la ciudad
y basado en el desarrollo espontáneo de la vida de calle
y la vitalidad del vecindario. Pueden generarse elementos
de apoyo y proteger lo que orgánicamente surge en el
tejido urbano, pero no parachutar plazas monumentales
o centros comerciales en donde no hay ciudad, tal y
como se hace, por ejemplo, en muchos países de América
Latina. El énfasis en la descentralización y la participación
se ha convertido en máxima de gestión municipal pero
aquí también hay que recordar, como lo hace el libro,
la importancia de preservar
las asociaciones de base, la sociedad civil local, construyendo
sobre ella, en lugar de construir dispositivos verticales
clientelistas que socaven la autonomía ciudadana.
La limpieza en la gestión y la democracia política ciudadana
por encima de las querellas partidistas
son también elementos originales de la experiencia
barcelonesa que, aunque se hayan ido empañando con el
tiempo, aún son útiles recordatorios para tantas ciudades
en las que la corrupción suele ser la regla más que
la excepción. Y, en fin, la defensa y construcción de
identidad cultural local y nacional no son ajenas a
la política municipal porque las raíces son locales,
aunque luego, como hizo Barcelona, se proyecten globalmente
mediante redes de intercambio y cooperación.
Ahora
bien, lo que queda claro tras esta lectura es que nada
de esto es posible, ni en Barcelona ni en ningún otro
lugar, sin una movilización activa y consciente de la
sociedad civil local, sin un
compromiso de profesionales, en particular urbanistas,
en un proyecto cultural de ciudad y sin un
liderazgo político competente y democrático que
acepte la articulación cotidiana con los ciudadanos
de quienes emana su poder.
Sobre
todo ello, y mucho más, permite reflexionar este libro
que destila una experiencia pionera, con sus luces y
sus sombras, y la proyecta en nuestro entorno y en nuestras
vidas. No solo en Barcelona sino en todo un mundo urbano
en el que los anhelos, necesidades, deseos y sueños
de sus habitantes se alimentan de la
esperanza de que otra ciudad es posible.
MC
El
autor es Catedrático Emérito de Planificación Urbana
de la Universidad de California, Berkeley.
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