Algunos conceptos básicos para un enfoque
urbanístico alternativo
No pretendemos desarrollar un modelo específico
para el urbanismo sostenible pero sí enunciar una serie
de criterios o principios que toda planificación urbanística
debería incorporar.
Una primera cuestión es la del tamaño, los
límites de la ciudad. Antaño las ciudades lindaban con el
mundo rural, incluso mediante límites construidos, fortificados,
amurallados para poder defenderse. Sin embargo, desde la
revolución industrial, si no antes, la ciudad no ha parado
de estallar sobre su territorio, hasta el momento actual
caracterizado por una profunda dispersión de los asentamientos
y las actividades urbanas.
Sin lugar a dudas el automóvil ha sido el
factor principal que ha colaborado a ese estallido de la
ciudad.
Es evidente que, desde el punto de vista
de la sostenibilidad de un sistema, parece clara la premisa
de que “nada puede crecer indefinidamente en un medio finito”.
Entre los instrumentos útiles que la teoría ecológica ha
desarrollado con referencia a este tema están los que se
derivan del cálculo de indicadores, como el ya comentado
de la huella, que conducen a dos conclusiones principales:
la necesidad de regulación y gestión de los flujos y el
intento de reconducción de los procesos a una concepción
de la ciudad caracterizada por una mayor densidad y compacidad.
Éste es seguramente uno de los principios
básicos de la ciudad sostenible: la compacidad. No se tiene
que confundir el término compacidad con el de densidad;
son términos distintos. Ciudades con un excesivo espacio
libre (plazas, viales, zonas para peatones), pueden producir
un efecto contrario al que en principio se pretende (1).
En primer lugar, porque se utiliza gran cantidad de suelo
y, en segundo lugar, el tratamiento abierto de los espacios
libres puede conllevar la existencia de amplios espacios
desocupados a lo largo de día que deshumanizan la ciudad.
La compacidad de las ciudades favorece mucho
la relación social y la cohesión. Es el caso de la ciudad
mediterránea o latina, en donde el espacio público, las
calles, configuran el paisaje urbano ya que relacionan estrechamente
los equipamientos y servicios con los espacios verdes contenidos,
formando una única unidad en donde se desarrolla la vida
cotidiana.
En la ciudad difusa este tipo de relación
no existe, porque se suele caracterizar por una organización
de las actividades que se agrupan en ámbitos espaciales
destinados a una sola función. La ciudad dispersa se organiza
así por una amalgama de zonas especializadas unidas por
redes de infraestructuras, fundamentalmente viarias; son
áreas con tejidos urbanos diferentes (residenciales en bloques
de pisos, viviendas unifamiliares agrupadas, edificios aislados,
etc.), con usos muy diversos como el de zonas residenciales,
productivas, comerciales, administrativas, etc. Caracterizadas
cada una por un uso casi único y análogo.
Entre ellas hay pocos espacios de centralidad,
de amalgama de funciones, como no sean los núcleos antiguos
de las ciudades, que hoy en día comienzan a ser sustituidos
por grandes superficies comerciales, en donde se puede encontrar
una pequeña ciudad en miniatura: calles, bares, quioscos,
áreas de juego, áreas de ocio, cines, etc., pero evidentemente
sin el rol de cohesión de la ciudad compacta.
La multifuncionalidad de un espacio es una
cuestión difícil de conseguir, debido en parte a que la
propia disciplina urbanística se ha basado en la zonificación
estableciendo usos distintos para cada zona del territorio.
Habría, pues, que basarse en otros criterios que es uso
especializado para la calificación del suelo en el planeamiento
urbanístico, de manera que en el mismo espacio puedan convivir
diferentes usos, enriqueciendo así el “hábitat urbano”.
Pero antes de adentrarnos en la reflexión sobre nuevos modos de
aplicación de los instrumentos urbanísticos, o de nuevas
herramientas de intervención, vamos a hacer referencia a
algunas nociones de enmarcamiento conceptual.
Un primer tema es el de la escala espacial
del análisis y de las intervenciones. Y al hablar de escalas
no sólo nos referimos al tamaño de la intervención o al
exigido por el objetivo en concreto de planeamiento. Ramón
Folch nos recuerda (véase bibliografía) que la escala no
da la medida de las cosas sino el carácter de los fenómenos.
Éste autor diferencia en primer lugar las
escalas espaciales de análisis, distinguiendo entre escala
biológica (normalmente inferior a 1:100), escala arquitectónica
(1:100-1:1000), escala urbanística o ecosistémica (1:1000-1:10.000),
escala microterritorial o ecológica (1:10.000-1:25.000),
escala mesoterritorial y paisajística (1.25.000-1:100.000)
y escala macroterritorial (mayor de 1: 100.000). Esta comparación
de tamaños es bastante expresiva para entender el ámbito
escalar a que debe de ser entendido cada fenómeno, que se
tornaría incomprensible contemplado desde demasiado cerca
o demasiado lejos.
Pero también señala que hay escalas temporales,
porque los fenómenos territoriales no son instantáneos.
La escala temporal introduce el concepto de gradualidad
y de irreversibilidad de las intervenciones, a que haremos
referencia en otra unidad del curso, y nos recuerda que
las escalas temporales arquitectónicas son cortas; a pesar
de ello, su visión ha regido, por desgracia, durante muchos
años la planificación urbanística y territorial.
Las escalas espacial y temporal se combinan
en una lectura de carácter mixto. Por ejemplo, es relativamente
reciente el medir la distancia por el tiempo de desplazamiento,
lo que lleva a un entendimiento muy diferente de los procesos
de transformación del territorio, y a un nuevo enfoque de
la planificación que pone el acento en las redes de relación,
en sus efectos, en los flujos de todo tipo y en su gestión.
Junto a ello, hay que traer a colación, a
cada escala de intervención o de análisis, las principales
propiedades de las comunidades ecológica, que emergen del
conjunto de especies que la componen y de sus interacciones,
tanto entre ellas como con el medio en el que se desarrollan.
Entre ellas las principales son:
– Composición del ecosistema: elementos
biológicos que se dan en él. Lo que lleva a las nociones
de riqueza de especies, biodiversidad, etc. (representadas
normalmente por índices de diversidad ecológica, que no
son difíciles de adaptar al ecosistema urbano)
– Límites, que hacen referencia tanto
a la definición de la superficie que ocupan las especies
y las actividades, a los gradientes de ocupación del espacio,
sobre todo a los gradientes de transición que señalan a
las condiciones de limite que provocan estados críticos
de cambio. Noción de límite que nos permite introducir los
conceptos de barrera, de permeabilidad, de movilidad e interrelación.
– Sucesión, que explica los cambios
que en el tiempo se dan en un ecosistema, las intensidades
temporales de esos cambios, etc. En nuestras ciudades se
dan expansiones horizontales y verticales, procesos de simplificación,
reconstrucciones
bruscas de espacios y otros muchos procesos
que son de sucesión.
– Flujos de energía, de materia y
de información. Lo que lleva a entender el tamaño del ecosistema,
también, por los límites espaciales de esos flujos (a la
manera de la huella ecológica, ya comentada).
– Estabilidad. Cada ecosistema posee
una relación de estabilidad en relación a su capacidad de
resistencia o asimilación de perturbaciones, relaciones
de estabilidad que se caracterizan por mutar en el tiempo,
siempre que estos cambios no provoquen estados críticos
de irreversibilidad.
Aplicar estos principios a la planificación
y gestión urbanística no es tarea fácil, y puede quedarse,
como ocurre a menudo, en mero enunciado argumental de las
propuestas de intervención. Pero trataremos de mostrar como
la cultura de la sostenibilidad aboga por la internalización
progresiva de costos y residuos producidos por el sistema,
de forma que no se afecte a su estabilidad (frente a un
modelo actual que se basa fundamentalmente en la externalización
de esos costes).
Ello afecta a lograr un consumo de los recursos
renovables por debajo de su tasa de renovación, al consumo
de recursos no renovables por debajo de su tasa de sustitución,
al vertido de residuos por debajo de su tasa de asimilación,
a la conservación y fomento de la biodiversidad y a la superación
de la inequidad social mediante la atención a una distribución
más equitativa de los productos, los servicios y los valores
añadidos.
Principales desafíos para un urbanismo con
criterios de sostenibilidad
También es verdad que cabe la posibilidad
de plantearse si ¿es posible que el urbanismo incorpore
los principios de la sostenibilidad? No solamente la respuesta
ha de ser afirmativa sino que estamos, ante una dicotomía,
una crisis ecológica que pide un cambio de modelo basado
en conceptos como la equidad, la solidaridad, la igualdad
en definitiva la sostenibilidad.
Así pues el ejercicio es simple y complicado
a la vez. Se trata de aplicar los principios de la sostenibilidad
a la formación del espacio urbanizado, en el marco de la
sociedad contemporánea, para elaborar y establecer criterios
para actuar sobre las ciudades existentes. Hay que recordar
que el termino sostenibilidad es, en bastante medida, una
manifestación genérica de una nueva tendencia, muchos autores
comentan que la sostenibilidad es una utopía. Lo cierto
es, que es difícil ser sostenible pero sí que “se puede
tender a serlo”.
Pero sin lugar a dudas, y más con las experiencias
que ya existen, las ciudades pueden tender hacia un urbanismo
sostenible, una organización más eficaz sin perder la competitividad
con otras metrópolis, sin necesidad de basar su estrategia
en el consumo de recursos y energía.
Pero para abordar un planteamiento de este
tipo se ha de comenzar por entender los sistemas urbanos
desde la complejidad de los sistemas ecológicos. Un ecosistema
más diverso, posee mucha más complejidad; esta complejidad
es fruto de la evolución, es decir de las adaptaciones a
lo largo del tiempo. Por tanto la complejidad de los sistemas
urbanos se puede analizar de una manera similar a la diversidad
biológica.
La estrategia de aumentar la complejidad
en una ciudad representa disponer de más información organizada
y por tanto incrementar las posibilidades de intercambiarla.
En la práctica significa conseguir una cierta relación de
proximidad entre los centros de formación, las empresas,
la administración y los ciudadanos; es decir permitir que
los recursos humanos, tecnológicos y financieros puedan
interactuar y retroalimentarse unos de otros.
Precisamente el incremento de la complejidad
(o sea de la información organizada) en las zonas urbanas,
representa una buena estrategia competitiva ante otras ciudades,
sin caer en la insostenible tendencia al consumo de más
recursos. Es por ello que se tendría que potenciar todos
aquellos aspectos que significan ganar en conocimiento.
Por ello, la transmisión de conocimientos de otras culturas
lejos de ser una barrera social, es absolutamente lo contrario:
significa potenciar e incrementar la complejidad gracias
a la nueva información que se dispone.
La mezcla multicultural bien organizada es
una fortaleza de las ciudades del futuro. Ello posibilita
posicionarse en el mundo competitivo como un área logística,
un polo de atracción como antaño fueron las primeras grandes
ciudades mediterráneas.
La potenciación de una nueva economía basada
en el futuro del mundo digital no solamente disminuye los
impactos ambientales sino que potencia la utilización de
las nuevas tecnologías siendo una herramienta importante
para incrementar la complejidad de los tejidos urbanos.
Los procesos de implantación de zonas urbanas,
(a diferencia de lo que ocurre en la realidad de las ciudades
dispersas), tendrían que ser procesos muy lentos ya que
facilitan el incremento de la diversidad y por tanto la
complejidad (tiempo necesario para que los procesos que
conforman la ciudad maduren y se estabilicen). Incrementar
la diversidad en la ciudad es de hecho dotarla de los elementos
necesarios para que se creen nuevas oportunidades, haya
un mayor intercambio de información y en definitiva genere
estabilidad en todo el ámbito de influencia de la urbe.
El incremento de usos, la oferta para diferentes
rentas económicas (obreros, profesionales, etc.), la proximidad
de todos los servicios necesarios, la fácil accesibilidad,
diferentes actividades económicas, el incremento de organizaciones
asociativas, etc. Proporcionan un contexto adecuado para
que aumente el intercambio de información y hagan de la
ciudad más compleja, solidaria y equitativa.
Un aspecto relacionado con la complejidad
es el de la biodiversidad. Aunque muchas veces se piensa
que el “verde” en la ciudad tiene un valor estético o incluso
relacionado con la salud, lo cierto es que la biodiversidad
es un factor importante en la complejidad de las áreas urbanas.
La importancia reside en la relación de especies
diferentes que habitan en las zonas verdes urbanas. Más
verde urbano significa más permeabilidad de los ecosistemas
y por tanto una mayor potencialidad de conectividad; en
definitiva ecosistemas más complejos. Este aspecto es muy
importante en las grandes metrópolis, en las que la urbanización
ocupa grandes superficies y puede suprimir la necesaria
red de espacios verdes y consecuentemente disminuir la biodiversidad.
No nos referimos solo a los espacios verdes como jardines,
parques y bosques; también es importante el mantener la
biodiversidad de esos ecosistemas que confluyen en determinadas
urbes como pueden ser las zonas costeras y los márgenes
fluviales.
El urbanismo (la sociedad), necesita un cambio
profundo. Ya se ha comentado que en las próximas décadas
las ciudades seguirán creciendo no solamente en el mundo
occidental sino en los países en vías de desarrollo. En
el mundo moderno el reto del urbanismo es conseguir ciudades
con barrios de densidades medias pero compactas, complejas
multifuncionales, próximas e integradas.
Desgraciadamente, la mayor parte, de la población
urbana se encuentra en países subdesarrollados. Conseguir
en esas megalópolis un urbanismo más sostenible puede parecer
aún más utópico, ya que sus problemas son de mayor envergadura:
frenar el crecimiento demográfico; conseguir los servicios
básicos de agua potable, alcantarillado, luz; etc., mejorar
las condiciones de salubridad en definitiva garantizar unas
condiciones dignas fuera de la marginalidad actual que padecen
muchas periferias de las grandes ciudades del mundo, y,
simultáneamente, la mejora de las condiciones físicas de
esos barrios colabora en gran forma a la integración social
de sus habitantes, a la realización de sus derechos como
ciudadanos, a la normalización de las relaciones sociales.
AA y MM
(1)
Fernando Gaja sugiere que una proporción de espacios
libres de un 50% generalmente
producirá tejidos urbanos con una compacidad excesivamente
baja.
Artículo
2.2
Infraestructuras
de transporte e impacto territorial: planificación, proyecto
e implicaciones ambientales.
Manuel
Herce
1. Las infraestructuras
como soporte territorial y como servicio público
Las redes de
infraestructuras, su forma y la cobertura del espacio que
producen, son el factor organizativo principal del territorio;
las carreteras y ejes de transporte constituyen espacios
canales por el que discurre la mayor parte de los servicios
urbanos y se dan sobre ella gran parte de los flujos y relaciones
entre actividades económicas y sociales.
Las redes de
infraestructuras alteran la geografía original del territorio;
los caminos son ejes de penetración en él, son canales que
rompen la fricción al movimiento que genera la distancia;
por esto la cobertura espacial de las redes determina la
organización del territorio, estableciendo corredores con
características diferenciales de facilidad de penetración,
que, en la medida que suponen diferentes velocidades, provocan
diferentes valores del suelo, diferentes expectativas para
las actividades económicas.
El papel estructurante
del territorio que tienen las redes de infraestructuras
se analiza con mas precisión desde una visión sistémica
de los sistemas urbanos, que supone entender el territorio
urbano como un conjunto multicausal, en el que ninguna función
o interrelación monopoliza la complejidad del fenómeno,
y con reglas y relaciones fijas cuya lógica e intensidad
puede ser formulada y medida.
Visión que puede
representarse según el esquema que se acompaña, que pone
de manifiesto como no es concebible el sistema urbano (o
el territorio de las ciudades) sin tener en cuenta que las
actividades generan relaciones y que éstas son las que provocan
la existencia de lo común, del conjunto interrelacionado.
Esta concepción sistémica ha guiado desde los años sesenta
el análisis territorial, y supone poder estudiar cada territorio
en concreto sobre su estructura particular, que es el reflejo
de las actividades en un determinado orden espacial y la
expresión de los flujos sobre los espacios canales construidos
al efecto, sobre sus redes de infraestructuras.
Así pues, la
localización de las actividades (disposición de los usos
del suelo) y la forma de sus redes de conexión constituyen
un todo indisociable en un sistema urbano que se ha ido
volviendo cada vez más complejo según aquellas se han ido
dispersando en el territorio y estas se han ido extendiendo
y adensando.
El problema
reside en que, en la medida en que se ha confiado en el
poder organizador de esas redes de infraestructuras como
soporte de las interrelaciones económicas y sociales entre
las actividades urbanas, las técnicas de su planeamiento
y diseño han ido progresivamente poniendo el acento sobre
la lógica funcional de estas redes; como si su eficaz funcionamiento
fuera la condición determinante de la mejor disposición
de las actividades sobre el territorio.

Figura 1. J.M
Sanejouand: Le nouvel habitat; le espace de la vallée du
la Seine. Fonds National d’Art
Contemporaine, Paris.
El olvido del
rol primordial de organizador, de vertebrador del territorio,
que tienen las infraestructuras ha llevado al absurdo de
que el territorio contemplado en el planeamiento y diseño
de nuevos canales de infraestructuras se limite al espacio
por el que pasa, al estrecho corredor donde se asienta.
Se obvia el hecho de que forma parte de una red más compleja,
y de que, por tanto, su construcción afecta a la organización
de la totalidad del territorio, y se plantean solo las condiciones
derivadas de su funcionamiento (capacidad y trazado en el
caso de las infraestructuras de transporte) y las afectaciones
(paisajísticas o ambientales) que se producen en ese espacio
de anchura limitada.
Y, así, las
infraestructuras se han concebido habitualmente desde el
exacerbamiento de algunos, pocos, de sus parámetros funcionales,
y se ha tendido a la normativización de soluciones, a la
repetición mimética de éstas con independencia de la morfología
del territorio donde se insieren: Incluso, las normativas
sobre su diseño (que tampoco se denomina así, sino “dimensionado”)
han llegado a un punto tal de especialización que se conciben
para sus condiciones de solicitación máxima, que solo se
producen en pocos periodos de su existencia; y habitualmente,
están sometidas a otras condiciones de solicitación muy
inferiores, para las que, incluso, difícilmente funcionan
con eficacia.
Las consecuencias
han sido terribles para el territorio y para la propia ingeniería:
canales de comunicación donde exclusivamente se contemplan
sus requerimientos de capacidad, velocidad y seguridad,
con creciente olvido de sus funciones de acceso, de fachada
para las actividades, o de vertebración del territorio.
Frente a ello,
un planteamiento oficial que podría sintetizarse en: “las
infraestructuras son precisas para el aprovechamiento del
territorio, para su desarrollo económico, para responder
a una creciente demanda social de servicios; como las infraestructuras
producen transformaciones agresivas del medio, éstas requieren
de ser evaluadas y, en la medida que no lo coloquen en una
situación crítica de irreversibilidad, éstos impactos pueden
ser corregidos mediante medidas correctoras”. Nada más coherente
aparentemente, y nada más errado de raíz.
Errado porque
supone que hay una lógica territorial y otra lógica ambiental,
como si territorio y medio ambiente no fueran una única
realidad, errado porque consolidada la visión de que las
infraestructuras se caracterizan per se por ser agresivas
sobre el medio, y errado porque supone que una infraestructura
mal concebida puede ser mitigada en sus efectos por medidas
corretoras, añadidas a posteriori.
A partir de
los años sesenta se inició un periodo en la construcción
de la ciudad, hoy en día exacerbado en sus características,
que se basó en:
• Las autopistas
como articuladoras del territorio, por la enorme diferencia
que produjeron en el acortamiento del espacio respecto a
otros modos de transporte.
• Nuevas infraestructuras,
como teléfono u ordenador, que producen efectos túnel en
el territorio con sustitución de relaciones de proximidad
por las de conexión.
• Construcción
de redes de transporte de gran alcance territorial, articuladoras
de una nueva expresión regional y de interconexión de ciudades
y países.
En este proceso,
los criterios de dimensionado eficaz de las redes de infraestructuras,
fundamentalmente las de transporte, se arrogarán un papel
en cierto modo sustitutivo de una visión global del planeamiento
territorial; el nexo de unión entre ambas perspectivas terminará
por ser el estudio y medición de la capacidad de esas redes
para generar condiciones urbanísticas en el territorio.
Veámoslo con
un ejemplo. La exacerbación de la función de movilidad en
vehículos rodados ha llevado a una continuada construcción
de nuevos accesos urbanos, desvíos de carreteras por el
exterior, rondas y circunvalaciones. El uso de la carretera
como instrumento de expansión territorial (aunque hayan
sido construidas desde otra perspectiva distinta) ha puesto
de relieve que constituye el principal factor que trastoca
la organización espacial de la ciudad en su territorio;
sobre la construcción de esas redes se ha apoyado la construcción
masiva de fragmentos de ciudad, desarrollados en mimética
aplicación de los mismos parámetros de anomia y dispersión.
Los resultados
del análisis realizado de sus efectos en un gran número
de ciudades muestran una clara relación entre forma de carretera
y forma de ciudad, una correspondencia entre las propuestas
formales con que se ha concebido la carretera y la respuesta
formal de la ciudad a cada tipo de
ellas.
Dicha respuesta
puede resumirse en:
• Las variantes
de carreteras construidas en el entorno de las ciudades
establecen un espacio de tensiones entre ella y la ciudad,
que abre espacios antes incomunicados, extendiendo expectativas
de localización de actividades sobre ella, que no se limitan
al espacio entre variante y ciudad sino que el crecimiento
de la ciudad sobrepasa la carretera antes de que aquel espacio
se sature.
• Además, en
la medida que crea un territorio de atracción del crecimiento
crea también su inverso al otro lado de la ciudad, restándole
atractivo para atraer inversiones. Es decir, la fuerza de
atracción del crecimiento urbano que la variante crea, desequilibra
la aparente isotropía de las expectativas generada por el
centro tradicional, dirigiéndolas hacia la variante.
• Las alteraciones
que la nueva accesibilidad supone en la distancia en el
entorno de la ciudad afectan a la formación del precio del
suelo, lo que se refleja en análogos usos en los espacios
entre variante y ciudad, al otro lado de aquella, en sus
enlaces y accesos, e incluso en las partes de la ciudad
que pierden accesibilidad relativa.
También se ha
podido constatar que a las diferentes concepciones técnicas
de la vía ha respondido la ciudad con diversas formas organizativas
de su trama y de los tipos edificatorios en el borde la
vía.

Figura 2. Variantes sucesivas
de Vitoria y crecimiento urbano hacia ellas (fuente Tesis
M. Herce)
Las primeras
variantes construidas en España, a finales de los años cincuenta,
fueron realizadas en la certeza de que iban a ser ellas
mismas arterias principales del futuro crecimiento urbano
(de ahí la proliferación de tramos rectos, apoyados en los
ritmos marcados por la trama preexistente en la ciudad;
e, igualmente, la previsión de cruces sobre las principales
calles de estiramiento de la trama). Eran variantes pensadas
como creadora de fachada, apoyadas en la topografía del
terreno, a la que la ciudad respondía con tipos edificatorios
de alineación sobre el vial, incluso la anchura de sus franjas
de protección acabó correspondiéndose con una mayor altura.
Posteriormente,
al desprenderse en su rasante de la del terreno, la vía
creyó independizarse de la lógica de la trama edificada,
pero en realidad creó nuevos modelos de correspondencia
entre ella y la ciudad. El nuevo arquetipo de variante consolidado
en los años setenta, diseñado con reglas basadas en parámetros
funcionales, se corresponde con tramas de edificación aislada
y con polígonos, en cuya organización formal, aparentemente
autónoma, los ritmos de la edificación se corresponden con
la alineación de la vía.
Finalmente,
el moderno trazado de las vías de circunvalación se plantea
desde unas pocas condiciones de partida: algunos enlaces
obligados, la elusión de ciertos territorios de valor natural
o de expropiación costosa, y la elección de una velocidad
específica de trazado que fija sus parámetros de diseño.
Incluso la topografía que se levanta para el proyecto es
solo la del corredor de paso, y el automatismo de aplicación
del software del proyecto reduce a aquella prácticamente
al papel de instrumento complementario para la definición
de taludes y obras de fábrica, el drenaje y la estimación
del coste.

Figura 3. Evolución del trazado
de variantes en España y respuesta formal de la ciudad (tesis
M. Herce)

Figura 4. Estallido de la ciudad
sobre sus accesos y circunvalaciones: Vic, Castellón, Figueres
y Logroño. (Fuente: Tesis
M. Herce)
Pero aun cuando la variante actual,
si adopta formas de vía segregada, sea casi siempre una
enorme barrera, establece sus propios puntos de penetración
y revaloriza los caminos y calles que a ella conducen; sobre
éstos, y con dependencia casi umbilical, se establecen tramas
autónomas de uso industrial o de servicios y grandes edificios
comerciales capaces de crear sus propios accesos internos;
y algo más alejados de ellos (pero con acceso directo) conjuntos
residenciales
de rentas altas, en segregación respecto a otros usos. Se
conforma así un nuevo paisaje urbano sobre la vía, en la
que sus alineaciones y rasantes y las de la trama edificada
se niegan aparentemente, se dan la espalda, pero se interrelacionan
a través de sus accesos. Lo que genera;
el estallido de las tramas urbanas sobre el territorio,
con su componente de despilfarro de recursos y de alto coste
urbanístico.
En suma, especialización
progresiva de la vía y alejamiento de la ciudad han sido
procesos paralelos. Pero ese alejamiento no evita los fenómenos
de atracción de actividades urbanas, lo que hace es reconducir
las tensiones de estiramiento de la ciudad hacia enlaces
y accesos; lo que establece una diferenciación mayor entre
el tipo de usos que penderán de la nueva carretera y aquellos
que continuarán encontrando su mejor ubicación próxima al
casco urbano.
Al alterarse
la accesibilidad relativa de todos los puntos del espacio
urbano e incorporar al territorio accesible ámbitos externos,
se produce una modificación importante en la conformación
de los precios del suelo; incluso la introducción de tensiones
y valores expectantes en la periferia produce una onda de
alteración de precios que se desplaza hacia el interior
de la ciudad, lógicamente sobre los accesos al territorio
desde esa variante. La consecuencia de la indiscriminada
ampliación de las redes de transporte, sobre todo de las
carreteras, ha sido la continua extensión de las plusvalías
urbanas, y una ciudad dispersa de un altísimo coste de suministro
de servicios.
La importancia
creciente de las redes como organizadoras del territorio
y la renovación tecnológica producida sobre ellas, con nuevas
infraestructuras de relación y de telecomunicación, así
como la consecuente alteración de los mecanismos de gestión
y concepción de las redes tradicionales, supone un panorama
nuevo que está marcando la formación de nuevos modos de
entender la construcción de la ciudad y de los instrumentos
para ello.
El actual territorio
de las redes es un territorio de una topología discontinua,
con gradientes de servicios que se solapan a partir de unos
puntos de intercambio privilegiados, produciendo no solo
una imbricación a lo largo del espacio de centros y periferias,
sino también una coexistencia de grupos sociales para los
que su capacidad de acceso a esas redes marca una relación
espacio-tiempo profundamente diferente.
En este sentido,
es preciso volver a reivindicar el papel positivo de las
infraestructuras en la conformación de una morfología y
de un paisaje territorial, en la construcción del medio
ambiente, en el aprovechamiento más racional y equitativo
de los recursos de un territorio.
2. Las infraestructuras
del transporte y la construcción del territorio
El territorio
se construye, sobre un espacio con su morfología y sus recursos,
sobre el que el hombre interviene buscando un determinado
tipo de aprovechamiento, y lo transforma con este fin; la
palabra territorio, quizás más en otros idiomas que en el
nuestro, siempre implica construcción, algo transformado
y artificial.
Lo que el hombre
construye sobre ese territorio con voluntad de pervivencia,
de soporte de su aprovechamiento, lo ha denominado infraestructura;
y por ello la infraestructura deviene lo más inamovible,
lo de mayor trascendencia, en la construcción de ese territorio.
Hasta los territorios
más cargados del imaginario de lo natural tienen un componente
infraestructural; es más, puede decirse que el territorio
donde no se ha penetrado, donde no se ha intervenido, hoy
por hoy, no tiene condición de existencia.
Si se analiza
la historia de las infraestructuras, se comprueba como desde
la revolución industrial, desde el surgimiento de la ciudad
de la plusvalía como producto y del territorio como soporte
de ella, casi cada veinte años se ha ido inventando una
nueva infraestructura de colonización del territorio de
la ciudad, con un mayor potencial de transformación de éste;
se ha alcanzando una mayor potencia transformadora en las
técnicas de construcción de esas infraestructuras.
Figura 5. Evolución de las redes
y de los territorios de las comarcas catalanas del Maresme
y del Garraf.
(Fuente: L’identitat
del Territori, Institut
Català d’Ordenació del Territori, 1982)
Por tanto, en sus efectos físicos, y, a la vez, se han ido
acumulando las interrelaciones entre la capacidad potencial
de esas infraestructuras. De lo primero es prueba la facilidad
con que hoy en día se altera la topografía en la construcción
de las vías terrestres de transporte, de lo segundo las
alteraciones que el móvil y el internet han introducido
en las necesidades y organización de la movilidad, incluso
en su incremento.
La creciente
potencia transformadora de las infraestructuras, y la acumulación
de efectos de diferentes tipos de ellas concebidas con los
mismos principios, lleva a concluir que, por sus efectos
en la uniformización de territorios y de paisajes puede
acabar por ser absolutamente destructora, incluso de la
lógica de aprovechamiento de recursos cuyo mayor valor esté,
posiblemente, en su diferenciación.
El olvido de
esta cuestión ha llevado a una extraña situación; porque
el problema es cuando el territorio generado por la infraestructura
anula al otro posible, niega y destruye muchos de sus valores
potenciales; y de ahí una respuesta social contra la agresión
que nuestra actuación produce, muchas veces, sobre esos
valores que agrupamos bajo el epíteto de ambientales.
Al fin y a la
postre, la infraestructura es artificio, como lo es el territorio
y su paisaje; noción ésta última que no tiene más de dos
siglos de existencia, con fundamentos iniciales apoyados
en la simetría renacentista, en la perspectiva barroca y
el encuadre “fotográfico” de la naturaleza en el romanticismo,
pero cuya concepción social ha ido evolucionando sobre la
trastocación del punto de vista (de estático a cinéticos,
e incluso a virtual) y de la tecnología de percepción de
la realidad que ha creado la revolución en los sistemas
de comunicación y suministro de energía; y evolución todavía
más rápida y en menor espacio de tiempo en cuanto afecta
al concepto territorio.
En esa evolución
de la noción de paisaje y de los valores culturales asociados
a él tiene mucho que ver la aparición de un espectador móvil.
Es algo sabido; lo anticipó el movimiento dada, lo
consolidó el futurismo en la arquitectura contemporánea
y lo elevó a categoría cultural la imagen cinematográfica.
Pero la transformación cinética de la percepción afecta
profundamente a la propia aprehensión del paisaje y derruye
la utilidad de la perspectiva estática; no nos vale, por
tanto, sustituir el pictograma o el cuadro por una sucesión
de fotogramas a lo largo del recorrido, porque ello sería
confundir el cine con la linterna mágica, la velocidad con
el “paso a paso”.

Figura 6. Carreteras que ligan
paisajes y construyen visuales.
En el territorio
de las redes quien establece el conjunto paisajístico es
el recorrido; la carretera o el tren dejan de ser una unidad
para fundirse en tramos alternativos de una red más amplia.
No se reivindica, por absurdo, el paisaje del total de la
red, pero se niega, por anecdótico, que exista una estética
propia de las infraestructuras lineales como unidad.
Paisajes nuevos
que surgen, además, no solo de la percepción la cinética,
sino también de la “cultura del espectáculo” que se ha entronizado
en el mundo de la “media” y en la sociedad de lo visual.
El desarrollo tecno-científico nos ha acostumbrado a una
cultura del simulacro, donde los espacios
y los tiempos se confunden, donde la ilusión reduce y deforma
la realidad hasta sustituirla.
Ello obliga
a reflexión crítica en la concepción de las intervenciones
sobre el territorio, que afecta a la construcción de infraestructuras
a un triple nivel. Primero a su propia concepción, la cual
ha dejado atrás los ya casi tradicionales estudios de impacto
ambiental que se centraba en ver las consecuencias ambientales
de una obra y establecer las medidas correctoras de sus
impactos, y requiere de estudios previos que determinen
la conveniencia o no de esa infraestructura y de los efectos
que producirá sobre el medio y como consecuencia de su capacidad
de generar actividades urbanas, y, en consecuencia, las
características y niveles de intervención, de estimarse
conveniente.
En segundo lugar
las afecta en sus propios parámetros de diseño y concepción,
donde conjuntamente con los aspectos tecnológicos y funcionales
que le sean requeridos, toman relevancia su papel de elemento
constructor de paisaje, de conector de lugares, de creadora
de tejidos urbanos (cuya forma organizativa depende enormemente
de la forma de implantación que adopte la propia infraestructura),
y que, finalmente, aproxima el diseño del corredor por donde
trascurrirá a los mismos criterios de grandes proyectos
urbanos, que encadenan lugares muy distintos, que antes
se han comentado.
En tercer lugar,
afecta a la concepción de los denominados aspectos ambientales,
en cuyo análisis lo que parece que se destaca como más relevante
es el negativo: la preservación del espacio respecto a las
infraestructuras. Y de ello, de la incapacidad de aceptar
ese papel positivo de las infraestructuras en la conformación
de un paisaje territorial, se infiere una postura autista
de sus gestores y una respuesta creciente de defensa contra
la agresión a otros valores que su construcción supone.
La legislación
ambiental en España (Ley de Evaluación del Impacto ambiental
de 1986, Reglamento de 1988, y modificaciones de la Ley
en los años 2000 y 2001) exige el sometimiento al trámite
e evaluación del impacto ambiental de los proyectos y planes
cuando tienen un grado de formalización que los hace, en
la práctica, de muy difícil reconsideración: proyectos de
trazado a escalas territorialmente muy detalladas (1:5000
o 1:10.000), planes urbanísticos con todas sus determinaciones,
etc.
La legislación
de Carreteras española (Ley de 1988 y Reglamento de 1994),
exige la Evaluación Ambiental de las carreteras para los
nuevos trazados, o para los que modifiquen trazados existentes
en una longitud continua de 10 Km. Esta evaluación se encadena
en el siguiente proceso:
• Identificación
de acciones susceptibles de producir impactos sobre el medio
ambiente (inventario ambiental) en los Estudios de planeamiento
y Estudios Previos de carreteras
• Estudio de
impacto ambiental en los Estudios informativos de trazado,
que se someten al trámite de Declaración de impacto ambiental:
Estudios de Impacto ambiental que han de contener la identificación
y valoración de los impactos, y el señalamiento de medidas
protectoras y correctoras en su caso.
Anteproyectos
y proyectos de construcción, que han de incluir las prescripciones
derivadas de la construcción de las medidas protectoras
o correctoras de los impactos antes establecidas. Los Proyectos
de construcción incluirán, además, el Programa de vigilancia
ambiental durante la construcción de las obras. Por tanto,
la evaluación ambiental se realiza en la fase del Estudio
Informativo en dos etapas. En la primera, definición de
alternativas a escala 1:10.000 donde se identifica la capacidad
de acogida del medio para cada una de ellas y en una segunda
(a escala de detalle 1:5000 o 1:2000) donde se evalúa el
impacto ambiental de cada alternativa seleccionada. Se utiliza
normalmente un análisis multicriterio, que incluye (entre
otro) los impactos ambientales para proponer una de las
alternativas, que se concretará después del proceso de información
pública. )

Figura 7. Principales impactos
de las carreteras. (Fuente:
Guía metodológica de la Generalitat de Cataluña)
Las evaluaciones
ambientales se realizan con matrices de impacto e indicadores
que, habitualmente, señalan espacios de preservación, medidas
de mitigación y a veces, pocas, condiciones de implantación;
y cuando el impacto negativo es la propia obra surge el
conflicto entre el organismo promotor y el de control ambiental,
conflicto que se resuelve, por desgracia a menudo, con componendas
de transacción que no terminan por agradar ni a unos ni
a otros.
En esas técnicas
de evaluación se han introducido técnicas novedosas, como
las englobadas en el “método de ponderación de traza”, que
con la ayuda de un GIS realizan un inventario sobre la base
de mapas temáticos (usos del suelo, topografía, relieve,
vegetación, unidades de paisaje, etc.) que se reflejan en
una cuadricula del territorio; cada impacto se pondera con
valores que se multiplican por el peso de cada factor ambiental
en cada unidad territorial.
En ellas, el
impacto global se representa por la sumatoria de aquellos
impactos sobre cada factor por su peso en cada unidad, afectándolos,
a veces, por coeficientes que jerarquizan los distintos
valores.
Esta aparente
objetivización del análisis multicriterio, no logra compensar
su alto grado de subjetividad, aunque permiten introducir
valoraciones más precisas que la simple clasificación de
impactos en compatibles, moderados, severos o críticos,
que de utilizan para las matrices de impacto.
Más allá de
la desconfianza que generan los estudios multicriterio por
la sensibilidad que presentan a los valores de ponderación,
el verdadero problema de los Estudios de Impacto ambiental
está en que la discusión sobre impactos detallados se da
cuando ya está la fase de decisión muy adelantada, cuando
el organismo promotor del proyecto ha avanzado tanto en
sus estudios de trazado que le es difícil reconsiderar la
globalidad.
La solución
no es fácil, aunque la revisión del procedimiento ayudaría
sin duda a mejorar sus efectos. Tan solo con que la “orden
de estudio previo” se acompañara de su justificación económica,
ambiental y territorial, con expresión gráfica del espacio
afectado, y que hubiera sido sometida a consulta previa
de los organismos ambientales y de los ciudadanos, los proyecto
estarían alumbrados con nuevas perspectivas y el posterior
trámite de evaluación tendría un valor simplemente de control
o de corrección de aspectos que no afectarían sustancialmente
al proyecto. Las técnicas de Evaluación estratégica ambiental,
recomendadas por la CE, van, en parte, en este sentido.
El mismo hecho
de hacer descansar la Evaluación ambiental sobre el establecimiento
de medidas preventivas y correctoras es, en si mismo, una
prueba de fracaso. La infraestructura no puede más verse
como enemiga; y de ahí viene el que hayamos inventado todo
tipo de técnicas mitigadoras de sus impactos.
Lo que constituye
una terrible paradoja es que el mejor instrumento de construcción
de territorio y paisaje, la técnica que la sociedad moderna
ha ido acumulando para mejorar el aprovechamiento de su
espacio, está tan mal utilizado, tenga efectos tan contradictorios
que requieren de ser corregidos, sobre todo en su implantación
física, y aquel precisa de “medidas correctoras” de sus
impactos.
Cuando se observa
que tipo de medidas correctoras contienen los Estudios de
impacto ambiental de las infraestructuras “lineales” de
transporte se observa que muchas se refieren a aspectos
ligados a la buena práctica de proyecto, como drenaje, trazado,
respeto a elementos relevantes del territorio, alteración
topográfica, taludes, permeabilidad de la plataforma, etc.

Figura 8. Pantallas acústicas
y escalonamiento de taludes en roca.
La infraestructura
bien concebida no precisa medidas correctoras, en su potencia
están los beneficios buscados, en su dialogo con el territorio
y en sus accidentes están sus mejores valores como cinceladores
de un paisaje. No se niega el enfoque ambiental, pero se
ha de incluir en la poliédrica matriz de requerimientos
que han de regir el proyecto.
Lo que no tiene
sentido es que infraestructuras, imprescindibles en gran
medida (incluso para su preservarse de ciertos riesgos de
deterioro), sean mal concebidas, vistas desde muy pocas
de las funciones de las que desarrollan, con efectos transformadores
brutales, a las que (después de su concepción) se someten
a estudios de impacto (con acumulación de factores diversos,
vistos como si fueran independientes), para, a lo sumo,
dictar algunas medidas correctoras y mitigadoras de su impacto
ambiental.
Lo que se preconiza,
por el contrario, es entronizar una nueva cultura del paisaje
y de las infraestructuras. Si más no, las carencias energéticas
y los desafíos ambientales llevaran a ello. No hablaremos
más de paisaje, de territorio y de infraestructuras desde
el autismo de creerlas independientes sino desde la certeza
de que son la misma cosa.
MH