*Texto
traducido del catalán, de la introducción
al "Anuari Territorial de Catalunya (2008-09)"
de la Societat Catalana d'Ordenació del Territori
SCOT (2010).

El
Anuario de 2007, desde su introducción a cargo de Josep
Mª Llop hasta las conclusiones y reflexiones que
se derivaban del conjunto de su contenido, ya anunciaba
lo que hoy es un hecho evidente a pesar de la dificultad
de muchos responsables políticos para entenderlo.
Las pautas urbanizadoras de las
últimas décadas, especialmente de los últimos 20 años, no
se pueden mantener. Económicamente inviables, como se ha
verificado con la crisis actual, en la que el círculo vicioso
formado por el capitalismo especulativo global, la complicidad
de la urbanización permisiva local y estatal y el boom
inmobiliario de una oferta indiferente a la demanda social
real, pero estimulado por las hipotecas fáciles, ha provocado
una crisis financiera que ha repercutido directamente en
el endeudamiento público, en la economía productiva y el
capital fijo del territorio,
en el empleo y en las economías familiares. Unas pautas
ambientalmente insostenibles como se iba anunciando desde hace años, por el despilfarro del suelo y del paisaje, del agua
y de la energía y los efectos derivados sobre la contaminación,
el calentamiento del planeta, etc. Pautas urbanizadoras socialmente desintegradoras, que han agravado
las desigualdades de las poblaciones urbanas y las exclusiones
territoriales. Un modelo de urbanización políticamente no
democrático pues genera impotencia de los gobiernos locales/regionales
y que no permite que se desarrollen políticas públicas integradoras
y reequilibradoras, ni una dialéctica simétrica y positiva
entre instituciones territoriales y movimientos sociales.
Un modelo culturalmente miserable en su dimensión cívica,
que convierte el territorio construido en mercancía, que
estimula la corrupción pública y la codicia privada, que
tiende a convertir a los ciudadanos en clientes, más individualistas
que solidarios.
La crisis actual la tenemos y para
bastante tiempo. Pero de poco sirve lamentarse, aunque sea
para culpar al "sistema" abstracto con el argumento
falaz que si no cambia todo nada puede cambiar. Todavía
sirve menos reaccionar, como la gran mayoría de gobiernos
occidentales, con el objetivo de realimentar el sistema
anterior mediante transferencias de dinero público al mercado
financiero privado. Se impone desarrollar el análisis crítico
en unos momentos en que se manifiestan abiertamente las
contradicciones de lo que podríamos llamar "modelo
capitalista especulativo global" que ha hecho de la
urbanización local la base de un proceso de acumulación
que malbarata el territorio, desestructura la sociedad y
deslegitima la política. Esta crítica evidentemente se tiene que
completar con propuestas de urbanismo alternativo, de reformas
legales e institucionales y de movilizaciones sociales,
como expondremos más adelante. Nos encontramos en un cambio
de época, en un periodo que según cómo se resuelva, el país
y su gente serán más o menos ciudadanos. Ciudadanía o barbarie.
Por primera vez no podemos decir, desde un país pequeño como Cataluña, desde
los gobiernos locales y desde los sectores vinculados a
la gestión y defensa del territorio, que sufrimos los efectos
de unas dinámicas globales que causan los desajustes que
se convierten en crisis de los recursos públicos, de las
inversiones privadas, del empleo y de las políticas de bienestar.
No podemos conformarnos en esta explicación pues en los
ámbitos territoriales locales han intervenido factores y
actores que han generado también estas dinámicas perversas.
Las pautas de urbanización que se han producido en Cataluña
y en el conjunto del Estado tienen que ver, por acción o
por omisión, con el comportamiento del gobierno a todos
niveles y de los agentes actuantes en el ámbito local (financieros,
promotores y constructores, sectores profesionales) y con
la complicidad de medios de comunicación. En los ámbitos
territoriales de proximidad, en nuestro caso Cataluña y
sus pueblos y ciudades, se han materializado las dinámicas
urbanizadoras en buena parte
factores causales de la crisis actual. Es en estos ámbitos
que hay que resistir, que se pueden contrarrestar las dinámicas
perversas con alternativas urbanísticas que priorizan la
compacidad de las áreas urbanas, la mezcla de poblaciones
y de funciones, la austeridad en el uso de los recursos
ambientales, la adecuación de las instituciones en los ámbitos
adecuados a las políticas publicas, la difusión de valores
morales en el conjunto de la sociedad que denuncien la corrupción,
el abuso de poder, las informaciones privilegiadas, los
privilegios públicos o privados,
los gastos particulares a cargo del dinero público, las
comisiones dudosas, los beneficios no derivados del trabajo
o de la iniciativa emprendedora. Las responsabilidades políticas
van más allá de las penales.
El momento actual, de cambio de época, permite entender
mejor los factores que nos han traído
hasta aquí y crea condiciones favorables para la recepción
social de las propuestas críticas y alternativas. Es un
momento que exige por parte de los intelectuales en general
y especialmente por parte de los profesionales, investigadores
y activistas sociales vinculados al territorio un compromiso
político, no en sentido institucional o partidario, sino
convirtiendo los criterios éticos propios de sus especialidades
o conocimientos, en objetivos políticos, sean o no compartidos
por las autoridades.
Cataluña,
la democracia territorial imperfecta
Vivimos en un territorio urbanizado, dicho de otra manera
casi la totalidad de la población vive en áreas urbanas
o tiene formas de vida propias de las ciudades. Por territorio
urbanizado entendemos lo que proporciona teóricamente el
conjunto de bienes y servicios que configuran la ciudadanía
a la población que reside o puede acceder fácilmente.
La paradoja es que si bien lo que antes eran áreas rurales
hoy en muchos casos disfrutan de condiciones de vida urbanas,
otras partes del territorio a menudo de urbanización reciente,
están relativamente excluidas. La acelerada difusión de
la urbanización en los últimos 20 años ha generado enclaves
diversos y dispersos, fragmentos que no forman parte de
un todo, tipologías banales que no transmiten ningún sentido
de identidad, accesibilidad limitada, homogeneidad garantizada,
hipotecas esclavizadoras. Estos
enclaves, cuando se trata de zonas residenciales de clases
altas, suponen un coste por el territorio, debido a las
infraestructuras y a la movilidad que generan, pero permiten
a los residentes acceder fácilmente a los lugares de la ciudad que les interese. Pero la gran mayoría
son áreas de residencia popular o de clases medias. En estos
casos no sólo hay despilfarro del territorio, también una
"capitis diminutio"
ciudadana, se trata de formas de vida suburbana excluyentes.
Hoy, más que distinguir población urbana y rural, hace falta
distinguir entre urbana y suburbana.
La difusión suburbana ha supuesto un uso
depredador del territorio que difícilmente se recuperará,
o en todo caso hará falta mucho tiempo. Una difusión que
directa o indirectamente afecta en gran parte del territorio
y a la gran mayoría de la población. Como las zonas litorales y prelitorales
(la ley de protección del litoral a duras penas ha salvado
el 5% del territorio), las zonas urbanizadas de montaña
o pre-montaña con un grado de ocupación real muy bajo (poco
más de 15 días en la Cerdanya)
y obviamente las segundas o terceras periferias de las zonas
metropolitanas (Barcelona, Gerona-Empordà-Costa
Brava, Campo de Tarragona).
Esta difusión no sólo se debe a políticas que superan el
ámbito local y autonómico, como créditos e hipotecas de
bajo interés, o la apropiación privada de las plusvalías
que facilitan las recalificaciones y generan la corrupción. También hay una responsabilidad en Cataluña.
La debilidad del planeamiento territorial de entrada: aunque
las tres cuartas partes del suelo
está planeado, falta capacidad
de gestión y como más local es el planeamiento, más débiles
son los ayuntamientos para resistir a las presiones inmobiliarias.
Y sobre todo la política de infraestructuras, que gobiernen
unos u otros, siempre funciona al servicio de la urbanización
difusa y la multiplicación de los costes ambientales debidos
a la obligada movilidad con vehículos particulares. El primer
ministro de la vivienda del franquismo, el falangista Arrese,
dijo que pretendía convertir a los proletarios en propietarios.
Con la democracia hemos ido más lejos todavía: propietarios
inmobiliarios por partida doble (residencia secundaría y
a veces terciaria), como más atomizados
mejor en el territorio y destinados a pasar tanto tiempo
yendo de un sitio al otro
en el coche (de nuevo propietarios) como trabajando o durmiendo.
El resultado
es lo que hemos llamado una democracia territorial imperfecta, multiplicadora
de exclusiones sociales debidas a la fragmentación del territorio,
que prioriza las inversiones públicas al servicio de las
infraestructuras que precisamente promueve la difusión,
que aumenta las desigualdades en el territorio pues una
parte creciente de la población no puede acceder fácilmente
a las ofertas de las ciudades compactas y heterogéneas.
Es
sorprendente que en un país como Cataluña, con una importante
tradición cultural de planeamiento territorial y con un
gobierno autonómico con competencias importantes en urbanismo
y vivienda se haya producido este despilfarro del territorio.
Ciertamente las ciudades compactas han mejorado mucho, pero
la misma dinámica del mercado del suelo y de la vivienda
que genera la difusión suburbana provoca la progresiva exclusión
de los sectores populares de las áreas centrales, las que
tienden a la gentrificación.
Los jóvenes se tienen que marchar hacia
la vivienda de las periferias. Y también la gente mayor que
trabaja, que está jubilada o prejubilada, que deja, vende
(si es propietaria) o deja a sus hijos, el piso en zonas
urbanas compactas para ir a vivir a una modesta segunda
residencia, a menudo lejos de cualquier núcleo de vida urbana
(las encuestas del Instituto de Estudios Metropolitanos
lo demuestran).
El principal reto cultural y técnico del urbanismo hoy se
cómo actuar en las áreas suburbanas. En la ciudad compacta
sabemos como intervenir mediante políticas integrales de
vivienda (protegida y social en gran parte), equipamientos
y espacios públicos, transporte colectivo, nuevas centralidades
y mezcla de actividades y residencia. Falta, sin embargo,
a menudo la voluntad política y muchas veces se hace el
contrario de lo que se tiene que hacer (ver recientemente
el caso de Ciutat Vella y los
hoteles). Una de las escasas iniciativas legislativas que
pretendía reducir las dinámicas excluyentes del mercado
en las ciudades compactas, el proyecto de ley del derecho
a la vivienda, se devaluó considerablemente por la alianza
impía socio-vergente, la complicidad del resto y fue seguramente uno
de los factores que provocó el cese del consejero impulsor
de la ley. La llave fue modificar el artículo que establecía altos
porcentajes de vivienda protegida y social en cualquier
promoción inmobiliaria. Se añadió que solamente se aplicaría
a las operaciones de más de 2000 viviendas, es decir de
facto quedaban excluidas las promociones en las ciudades
compactas que muy excepcionalmente llegan a este número.
Y las que podían superar esta cifra, tenían el recurso de
fragmentarla.
Es muy interesante y lógico, cómo se han multiplicado el
número y la calidad de las plataformas de defensa del territorio
y de los barrios. Se han aproximado los colectivos sociales
con reivindicaciones urbanas clásicas (viviendas, equipamientos,
transportes, etc.) con los movimientos
nombrados ecologistas, del ¡Aquí
No! se ha evolucionado hacia planteamientos más integrales
y con más capacidad de negociación.
El
gobierno del territorio o la inflación institucional
Cataluña está organizada territorialmente en municipios,
comarcas y provincias. El estatuto establece también que
tiene que haber veguerías. Todo junto es evidentemente un
exceso y |por si no fuera
ya bastante absurdo, la mayor parte de estas entidades territoriales
son poco adecuadas a las funciones de representación y de
gestión que tendrían que ejercer. La crisis actual nos ofrece
una oportunidad de racionalizar y reducir este maremagnum. Pero
desgraciadamente ésta no parece ser la voluntad de los legisladores.
En Cataluña hay 948 municipios. La gran mayoría, 739, no
llegan a 5.000 habitantes, es decir difícilmente tienen
medios para ejercer correctamente sus competencias y las
demandas locales de los habitantes. Municipios medios, de
5.000 a 20.000 habitantes,
son 143. Las diferencias entre ellos son muy grandes, pues
cambia mucho estar situado cerca de una ciudad grande, o
formar parte de una región metropolitana, que ser un centro
local rodeado de pequeños municipios. Finalmente lo que
podemos llamar ciudades (relativamente) grandes, las de
más de 20.000 habitantes, son 63. Son las que tienen una
masa crítica suficiente, pero no siempre, para ejercer las
competencias propias. Este panorama nos indica que el mapa
local funcional se tendría que organizar en torno a un centenar
de entidades supramunicipales.
Son interesantes los ejemplos de Francia (aglomeraciones
urbanas y metropolitanas) y del Reino Unido (gobierno dual
de Gran Londres y gobiernos unitarios - fusión de condado
y municipio- a otras grandes ciudades como Manchester, Birmingham
y Glasgow). En el caso de Inglaterra
las 8 regiones son ámbitos de planeamiento territorial y
promoción económica compartidos pero cuando se puso a consulta
popular en la región del Noreste la creación de una nueva entidad política, fue rechazada.
Los municipios en Cataluña son políticamente intocables:
su historia ha creado un fuerte sentimiento identitario
y la legitimación de la institución para el sufragio universal lo ha reforzado. Pero el minifundismo municipal es hoy disfuncional, la gran mayoría
de los municipios, por su ámbito y sus recursos no pueden
ejercer las competencias que tienen y todavía menos la capacidad
para asumir las nuevas, como haría falta. Es urgente promover
un proceso de cooperación municipal que mantuviera los municipios
como entidades de representación pero que las principales
competencias se ejercieran en un ámbito supramunicipal.
Esta entidad se podría elegir
conjuntamente con los ayuntamientos, los cuales mantendrían
competencias propias y otras por delegación (de ejecución
o gestión, de control y de colaboración, etc.), según su capacidad. El mapa local al que se llegaría
tendría aproximadamente un centenar de agrupaciones o municipalías (según el estudio de Lluis
Casassas y Joaquim Clus,
de finales de los años 70).
Las actuales 41 comarcas no son ni chicha ni limonada. Demasiado
grandes para hacer de entidades locales de base, demasiado
pequeñas para servir de ámbito de planeamiento territorial.
Es decir, las comarcas sobran. Se ha mitificado la división
territorial republicana que estableció las "comarcas"
reproduciendo el mapa de los partidos judiciales y como
ámbito de delegación de la Generalitat, no como entidad
local.
El nuevo Estatuto tuvo la ocurrencia de establecer las veguerías
como entidades intermedias entre la Generalitat y los municipios.
Y ahora un anteproyecto de ley quiere instaurarlas (ya veremos
si llega a completar el trámite parlamentario). El empache
de historia provoca este tipo de fantasías. Las regiones
(o veguerías) de la Generalitat republicana se pensaron
como ámbito de planeamiento del gobierno de Cataluña, nada
más. Las veguerías (otro absurdo, un nombre anacrónico que
originariamente se derivaba del cargo del "veguer", el representante del rey, una especie de gobernador
civil) como entidades locales son innecesarias y difícilmente
sustituirán a las provincias que están protegidas por
la
Constitución. Aunque fuera así, crear 7
u 8 entidades territoriales según un esquema uniformista,
no parece acertado. La Región metropolitana de Barcelona
o las Tierras del Ebro pueden requerir una entidad específica
pero no similar.
Las regiones o veguerías pueden ser un ámbito para
las delegaciones de la Generalitat (como ocurre
actualmente) y de coordinación entre la Generalitat y los
municipios. Pero no una nueva entidad local. La única
propuesta sensata del "anteproyecto de ley de veguerías"
es la creación de la "Comisión
de coordinación territorial" (art. 21) con este objetivo.
Pero querer crear entidades intermedias, con capital, cargos
políticos nuevos, burocracia propia, etc.
es un despropósito, que creará problemas evitables (por
ejemplo sobre la ciudad capital) y hará más pesado el gobierno
del territorio. Si se aprueba el citado anteproyecto será
un caso clamoroso de inflación institucional y de irritación
general. Las provincias seguramente son prescindibles y
como ámbito del Estado sería mejor que fueran una comunidad
autónoma uniprovincial. En la
medida en que no son necesarias, pero que tampoco son suprimibles,
hoy por hoy mejor 4 que 7 u 8. O 12, si sumamos las 4 provincias
y las proyectadas veguerías.
La organización del territorio de Cataluña se tiene que
basar en la Generalitat y sus delegaciones, si hace falta,
y una sola entidad local - los municipios, agrupados en
mancomunidades o municipalías
(electas), similares a las "aglomeraciones urbanas"
francesas o un intermedio entre los gobiernos unitarios
y duales ingleses, mediante un proceso voluntario debidamente
estimulado por el gobierno de la Generalitat con competencias
y recursos. Sería una solución racional, austera y eficiente
que a la vez respeta la historia y los sentimientos
colectivos.
El caso de Barcelona como ciudad metropolitana merece un
tratamiento específico y es objeto de un proyecto de ley
aprobado por el gobierno. A diferencia del anteproyecto
de ley de veguerías en este caso se trata de un proyecto
serio al que solamente hay que criticar que llega 50 años
tarde y por lo tanto está desfasado. Sería injusto no reconocer
que representa un avance importante al establecer las bases de un urbanismo
común para la aglomeración
barcelonesa, la ciudad central y la primera corona. Pero
no se trata de un área metropolitana como se consideraba
a principios de los años 50 y que la realidad ya había superado
diez años después, cuándo se definió como área metropolitana
la región 1 de la República más el Alt Penedés
y el Garraf. La aglomeración actual mal denominada "área
metropolitana" es una ciudad plurimunicipal, con una
extensión inferior al municipio de Madrid (600 km2 Madrid
y 500 km² la ciudad metropolitana barcelonesa) y una densidad
de población similar. Denominarla
“área metropolitana” crea confusión. Las competencias propias
de las regiones (término más adecuado que áreas) metropolitanas
como son los transportes (la Autoridad única
del transporte ya es de ámbito regional), las infraestructuras
de comunicación, las zonas de desarrollo, etc. se sitúan en un ámbito mucho mayor.
La "ciudad metropolitana" plurimunicipal, el antiguo
territorio de la CMB (Corporación
Metropolitana), compacta pero desigual, tiene que tener
competencias propias de ciudad, vivienda y programas sociales,
seguridad ciudadana, oferta cultural, etc.
y un presupuesto potente por desarrollar políticas de reequilibrio
territorial y de reducción de las desigualdades sociales.
Incluso no son suficientes las competencias urbanísticas
de planeamiento como establece el proyecto de ley. Hace
falta que haya una competencia de definir proyectos integrales,
de nuevas centralidades, de equipamientos de alcance plurimunicipal,
de operaciones de hacer ciudad sobre la
ciudad. Tiene que tener ingresos propios
suficientes. Lo cual presupone un gobierno metropolitano de base electiva.
El
derecho a la ciudad en Cataluña.
Cataluña es un territorio-ciudad o de ciudades muy relacionadas
unas con otras. La gran mayoría de la población vive en
poblaciones de más de 20.000 habitantes. Y el resto, excepto
algunos núcleos rurales lejanos de los centros urbanos,
vive en regiones urbanizadas y practica las formas de vida
propias de las ciudades. Ahora bien, el acceso al conjunto
de bienes y servicios, las posibilidades de elección y las
potencialidades de progreso son muy diferentes. Hay una
correlación entre la desigualdad social y las condiciones
de vida que ofrece el territorio. Las políticas públicas
tienen que tender a igualar estas condiciones para contribuir
a reducir las desigualdades sociales. No se trata de homogeneizar
el territorio pero sí de ofrecer una calidad de vida similar.
O mejor dicho: cuanto menos ingresos tenga la población
y más déficits el territorio,
más calidad tiene que tener el entorno.
El derecho a la ciudad es un concepto integral que incluye
derechos urbanos o territoriales como la vivienda, la movilidad,
la centralidad, la visibilidad, la calidad del espacio público,
etc. considerados como un todo.
Es decir si faltan algunos de estos derechos los que se
poseen se devalúan. A los derechos urbanos hay que añadir
derechos de carácter social, económico y cultural (educación
y formación continuada, empleo y salario ciudadano o renta
básica, reconocimiento de la identidad cultural individual
y colectiva, etc.) y los derechos
de carácter político (igualdad político-jurídica de todos
los residentes o ciudadanía de
residencia no únicamente de nacionalidad,
gobiernos elegidos adaptados en los ámbitos territoriales
de toma de decisiones, mecanismos de participación al alcance
de todos los ciudadanos y acceso real a todos los documentos
de las administraciones públicas, etc.). El derecho a la
ciudad es hoy un concepto clave para definir la calidad
de las políticas públicas de la democracia.
El urbanismo nació sobre la base de dos principios fundamentales:
ordenar el funcionamiento del territorio en beneficio de
todos y promover normas y actuaciones con efectos de reforma
social, y especialmente de mejorar las condiciones de vida
de los sectores más desfavorecidos y reducir las desigualdades
sociales y territoriales. A partir de estos principios hace
falta concretar las políticas territoriales y específicamente
las urbanísticas.
Algunos criterios estratégicos parecen consensuables,
por lo menos en el ámbito cultural y profesional. Nos limitaremos
a proponer tres:
a) Entender el territorio
como una red de ciudades articuladas mediante ejes marcados
por la geografía física y humana
como valles, llanuras, litoral
o definidos por las infraestructuras. Estos ejes tienen
que garantizar una movilidad mediante principalmente el
transporte colectivo. Las ciudades tendrán que priorizar
el crecimiento compacto. Los espacios intermedios no edificados
en torno a los ejes se preservarán como espacios de ocio
y de protección del medio, o de uso agrícola o como reservas
de suelo público para usos a definir en el futuro.
b) La política de
suelo y vivienda se adecuará a los objetivos citados. El
planeamiento y la fiscalidad tendrán que impedir o penalizar
las promociones inmobiliarias dispersas o cerradas y orientará
el crecimiento compacto, multifuncional y generador de nuevas
centralidades. Para evitar las dinámicas especulativas
y corruptas se creará un fondo de suelo público a partir
del suelo rústico. Si el suelo
rústico privado se convierte en urbanizable las plusvalías revertirán al sector público, lo cual le permitirá constituir el fondo. Las promociones inmobiliarias,
públicas o privadas tendrán que incluir un alto porcentaje
de vivienda protegida y social y de alquiler, la mitad del
cual, por lo menos, será protegido o social. Más adelante
concretaremos estas propuestas.
c) Las infraestructuras
de comunicación, energía y agua y las grandes promociones
inmobiliarias tendrán que presentar un plan
estratégico a presentar a corto plazo que defina un programa
ejecutable en los próximos 5 años como máximo destinado
a garantizar la sostenibilidad de las actuales y de las
nuevas actuaciones, priorizando las energías renovables
y la reutilización de los recursos y el ahorro, tanto en
el proceso de producción y distribución, como en el consumo.
Como es obvio, se trata de evitar
los efectos perversos de políticas bien intencionadas pero
sectoriales o insuficientes. ¿De qué sirve crear buenos
espacios públicos sin una política de vivienda?
¿O planificar racionalmente el territorio si al mismo tiempo
las políticas de obras públicas favorecen el crecimiento
disperso y difuso? Vivimos en
una economía de capitalismo especulativo y corruptor que convierte
en mercancía los bienes que por
su naturaleza son comunes o de acceso universal. El mercado
aplicado al desarrollo de la ciudad, sea haciendo ciudad
sobre la ciudad o por crecimiento periférico o en zonas
distanciadas de la urbanización, multiplica los desequilibrios
territoriales, las desigualdades sociales y la insostenibilidad
del mantenimiento y cohesión del medio físico y social.
Los criterios estratégicos que proponemos son hacer del
territorio un asunto común y de las ciudades el marco de
la ciudadanía, de las personas libres e iguales en derechos
y deberes.
Dialéctica
entre el pensamiento y la acción.
La ordenación del territorio
y el urbanismo son disciplinas de intervención sobre el
territorio, han nacido y se han desarrollado vinculadas
en la práctica, lo cual no quiere
decir despreciar la búsqueda
y la conceptualización teórica. Al
contrario, hay momentos como el actual en que la función
crítica de los intelectuales y profesionales y la elaboración
de propuestas alternativas se convierte en una cuestión
urgente. Es necesario y es oportuno, como
indicábamos al inicio. La crisis actual ha creado condiciones
de receptividad social a la crítica de las pautas de urbanización
promovidas por el capitalismo especulativo y depredador.
Se ha revalorado culturalmente la economía productiva y
se ha constatado los efectos nefastos a medio plazo de la
degradación del capital fijo
del territorio y del desprecio a las habilidades sociales acumuladas históricamente.
La corrupción generada por la degeneración urbana representada
por una economía del territorio que convierte bienes básicos
y comunes en mercancía ha pervertido la política. Se necesitan nuevas políticas, nuevas
normas, nuevas instituciones y nuevo personal. La propuesta
de alternativas hoy no es ya una posición exclusiva de minorías
ideológicas radicales o de movimientos resistencialistas
locales. La crisis de la economía, el despilfarro del territorio
y la devaluación de las instituciones políticas hoy afectan
a una parte importante de la población.
Sin embargo aparecen operaciones de diversión y de "naturalización",
algunas corresponden a estrategias conscientes y otras a
la debilidad de los responsables políticos. Se mitifica
la competitividad como un valor absoluto, cuando en todo caso es muy relativo e interesa a algunas
actividades, pero no al conjunto del territorio y de las
ciudades. Se argumenta que hay que seguir las indicaciones
de los "mercados" cuando se trata de intereses
del capitalismo financiero global que se mueve únicamente
por criterios especulativos. Se nos quiere distraer con
la amenaza de una guerra (ahora, como
no se suficiente Irak y Afganistán, toca Irán, y se apoya
la agresión continuada de Israel contra palestinos e incluso
contra los que les dan ayuda humanitaria en su territorio).
Se practican campañas de intoxicación de la opinión pública que fácilmente
se convierten en "predicciones creadoras".
En
España el Gobierno primero negó
la crisis, después anunció que ya había brotes verdes (invisibles)
que anunciaban la reactivación, acto seguido nos aseguraba
que el sistema financiero es de los más sólidos del mundo
lo cual no evitó que se multiplicara
la deuda pública debida a las transferencias que tiene que
hacer a bancos y cajas. ¡Y para acabar nos ha infligido
un ajuste económico a costa de los salarios y de las pensiones!
El Gobierno ha evitado totalmente sacar consecuencias de
la crisis y de sus causas y solamente pretende volver
a la situación anterior. "Si aquellas
aguas trajeron estos lodos, las mismas
aguas volverán a traer estos lodos" (cómo decía Juan
de Mairena de Antonio Machado). El resultado son
políticas que penalizan a la economía productiva y la inversión
pública y que empobrecen a los sectores sociales de ingresos
bajos y medios. Una política económicamente y social regresiva.
Se buscan
chivos expiatorios, aunque eso suponga jugar con el fuego. Como el tema de la
"burka". Es un paso
más, y el más delicado, en la escalada de "criminalización"
de colectivos sociales. Primero se facilitó la identificación
de los musulmanes y de los procedentes de países
árabes o de la región con el "terrorismo global"
inventado por el gobierno de Bush.
Y se ha practicado a escala local la "represión preventiva".
Después se ha "satanizado"
su religión destacando los aspectos más rechazables o simplemente
más diferenciados. Los oratorios (no son mezquitas)
se han tenido que instalar venciendo muchas resistencias
administrativas y sociales en zonas periféricas a menudo
poco habitadas (polígonos industriales), en locales muy
poco adecuados. Se ha hecho de estos colectivos de inmigrantes,
especialmente vulnerables de entrada como resultado de morbos
históricos, un chivo expiatorio de todos los males
posibles. Se tiende así a fracturar en el presente las zonas
sociales populares donde conviven autóctonos e inmigrantes
y se crean condiciones que pueden generar en el futuro verdaderos
progromos. Por cierto, sería bueno eliminar la palabra inmigrante
cuando nos referimos a personas residentes estables. Fueron
inmigrantes, ahora son o tienen que poder ser ciudadanos
de Cataluña. Si el Estado se laico y por lo tanto los ámbitos
institucionales lo son, que lo sean para todo el mundo. Y si ir con la cara más o menos cubierta
genera inseguridad en el espacio público (realmente se así?)
que se aplique a todo el mundo. Y si hay iglesias católicas
en los pueblos y ciudades también puede haber
oratorios. Esta política represiva de la diferencia no sólo
es discriminatoria, también tiene efectos contrarios a lo
que pretende. Las mujeres que quieren o necesitan llevar burka quedarán más
recluidas en casa. Y los que son más religiosos se harán
más fanáticos. Y los jóvenes, excluidos socialmente, buscarán
su identidad asumiendo los aspectos más radicales y conflictivos
de la religión y de las costumbres que a menudo sus padres
ya habían dejado.
Los llamados inmigrantes son las primeras víctimas de la
crisis: el porcentaje del paro
es tres o cuatro veces mayor que en la población autóctona,
son el ejército de reserva de mano de obra. Y también parecen
destinados a ser las primeras víctimas de reacciones sociales
desviadas por parte de políticos irresponsables y de algunos
medios de comunicación. No todos, hay que destacar positivamente
algunos programas de TV3, como “Un sol món”, pero no alguna
pseudo encuesta del programa
de las mañanas. A pesar de todo hay que reconocer que muchos
ayuntamientos y la mayoría de la población catalana manifiestan
una actitud tolerante y a menudo solidaria.
Pero no sólo los inmigrantes son los destinatarios de la
represión preventiva. Las normas de civismo, a partir de
la lamentable iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona (2006)
han sido seguidas por muchos otros ayuntamientos. Unas normas
que a menudo sirven más para criminalizar barrios y colectivos
sociales (jóvenes especialmente) y también se utilizan para
multiplicar espacios públicos vigilados y legalizar una
práctica de "represión preventiva" en estos espacios.
E incluso estimula a los inmigrantes a denunciarse los unos
a los otros con la vaga promesa de que facilitarán la "regularización"
de los denunciadores.
El Ayuntamiento
de Barcelona se puede atribuir el penoso privilegio de estas normas
y también de perversión de la participación ciudadana, su
Plan de barrios (no confundir con la positiva Ley de barrios
de la Generalitat) que inventa 73 barrios y nombra
en cada uno de ellos a un "consejero de participación"
y un "técnico de participación", no se otra cosa
que crear una barrera entre las instituciones y las entidades
y movimientos ciudadanos. Una manera de crear 146 "agentes
electorales" de partido en cada barrio. Por cierto con poco éxito si tenemos en cuenta las encuestas
y la consulta sobre la Diagonal.
Ahora la prioridad no es la "participación" si
la entendemos como la existencia de organismos o procedimientos
(ejemplo la fallida consulta ciudadana de la Diagonal) establecidos
por las administraciones para avalar sus políticas. Pueden
ser útiles en muchos casos si se demuestra que pueden influir
en las políticas públicas, pero no es la cuestión más importante.
Los hábitos de la "partitocracia"
hacen muy difícil el desarrollo de una participación transformadora
de las actuales dinámicas depredadoras, excluyentes insostenibles si primero no se
desarrolla una crítica social e intelectual y unos movimientos
cívicos de resistencia y con alternativas agregadoras
de demandas y cambios. Pero hay diversos instrumentos y
procedimientos que pueden dar juego si hay colectivos con
iniciativa movilizadora. La consulta
popular, si se propone desde un barrio, puede obtener un
resultado muy diferente del caso de la
Diagonal. El derecho de iniciativa puede
permitir un debate público en el marco de la institución,
por ejemplo el Consejo plenario municipal, que llegue a
la ciudadanía. En el caso de Barcelona se puede promover
una campaña por la elección
de los Consejos de Distrito con la posibilidad de que se
presenten candidaturas independientes, o apoyadas por
entidades, con la posibilidad de incluir residentes
de origen inmigrante. En cambio los Consejos de Ciudad con
representantes de la "sociedad civil", previa
selección del Ayuntamiento que controla su funcionamiento,
en general solamente sirven para crear un consenso pasivo
ficticio.
Es un momento histórico que exige un compromiso de los profesionales
que trabajan sobre y en el territorio. Y una responsabilidad
de los activistas sociales o ecológicos de superar su especificidad
vinculada a una temática y a un territorio para ir más allá
y contribuir a definir reivindicaciones y objetivos más
integradores.
La
ordenación del territorio es política, el urbanismo es política.
Nuestras
disciplinas tratan de materias políticas, ciudadanas. Existen
si ocurren políticas públicas. ¿En nombre de qué los planificadores
pueden tomar decisiones que condicionarán fuertemente la
vida de los ciudadanos? Obviamente las decisiones finales
las toman responsables políticos elegidos pero la decisión
la preparan, la legitiman y la ejecutan profesionales. Y
no siempre tienen en cuenta aquello que la cultura acumulada
sobre ordenación del territorio y urbanismo nos dice sobre
los resultados de determinadas políticas públicas y actuaciones
privadas. En estos últimos 20 años en Cataluña, quizás menos
que otras zonas de España, muchos profesionales han sido
cómplices de prácticas que sabían que a medio plazo provocarían un desastre y que a corto plazo era evidente que aumentaban las desigualdades sociales
y la insostenibilidad territorial.
Nuestra disciplina tiene que tener un contenido ético para
legitimar su práctica: ordenar el funcionamiento del territorio
al servicio de todos y contribuir al desarrollo de reforma
social que mejoren las condiciones de vida y la integración
ciudadana de los sectores menos favorecidos. Los profesionales
además tienen una responsabilidad de crítica en relación
a los responsables políticos, aunque sean sus clientes o
sus superiores en la administración. Cuando
éstos toman decisiones que no tienen efectos positivos sobre
el funcionamiento del territorio y el progreso social, tienen
que explicitar aunque hayan sido elegidos, ciertas actuaciones
que no tienen legitimidad democrática, pues las instituciones
no son democráticas solamente por el hecho de ser elegidas,
sino también por el contenido
de sus políticas públicas.
No hay una solución "técnica", hay opciones políticas
que se ejecutan mediante los conocimientos parciales de
los profesionales, influenciados por sus valores y prejuicios,
sus intereses y sus dependencias. La solución técnica, derivada
de la decisión política, será condicionada por el marco
legal y financiero, la capacidad de presión de grupos económicos,
mediáticos o corporativos, las reacciones sociales. En último
término, por acción u omisión, la ordenación
del territorio y el urbanismo resultan de las políticas
públicas o de las iniciativas privadas apoyadas o toleradas
por las administraciones públicas. Pero cuando estas políticas
han fallado solamente la movilización de la sociedad civil
como "sociedad política" puede crear una fuerza
que las modifique en profundidad. Los cambios de políticas
públicas no nacerán de las instituciones, pero éstas, debidamente
reformadas, podrán desarrollarlas si una fuerza suficiente
las empuja, genera un consenso activo en una parte significativa
de la sociedad. Lo cual supone una fusión entre el pensamiento y la práctica,
pensamiento y práctica que radica a la vez en los sectores
profesionales o intelectuales y en los movimientos
sociales. No por separado, unos el pensamiento y otros la
práctica, sino fusionados, como
fue el caso con la "nueva cultura del agua", cuando
la lucha nacida en las tierras del Ebro o en la influencia
política de los movimientos ciudadanos o de barrio en los
años 70. Ahora no es solamente una cuestión de un tema o
de un territorio, son el conjunto de temáticas de todo el
territorio, de toda Cataluña, de todas las ciudades catalanas.
Esta fusión dialéctica entre el pensamiento y la acción
solamente se puede producir si hay ideas que orienten la
acción y si se produce movilización social que las concreten.
Líneaspara desarrollar una nueva cultura del territorio
Para
acabar proponemos algunas líneas
de acción en forma de bloques
temáticos (entre otros posibles) que incluyen a la vez ideas
y prácticas sociales.
A.
El suelo y la vivienda. Crítica
a la consideración del suelo
urbanizable como propiedad privada. Medidas de reversión en el sector público del suelo potencialmente
urbanizable a precio de rústico
o recuperación del 90% de las plusvalías
urbanas. Medidas fiscales que permitan recuperar por parte
del sector público suelo expectante o viviendas disponibles.
Las promociones inmobiliarias
tendrán que ofrecer entre un 30% y un 45% de vivienda protegida
y entre un 15% y un 20% de vivienda social. El 50% como
mínimo de las promociones de vivienda serán de alquiler y su precio se regulará periódicamente
en función de los sueldos de la población demandante. El
sector público asumirá las hipotecas morosas y las gestionará según
criterios de justicia social, garantizando en todo caso
la disponibilidad de una vivienda por núcleo familiar y
respetando los ahorros adelantados por los sujetos de las hipotecas. Se reformará
urgentemente la ley del derecho en la vivienda para recuperar
sus objetivos iniciales.
B.
Urbanismo integrador y ciudad
compacta. El planeamiento urbanístico impondrá
como regla habitual la prioridad a las actuaciones en la
ciudad compacta (hacer ciudad sobre la ciudad, en zonas
poco densas o en proceso de reconversión) o en continuidad
con la ciudad construida. Las sanciones políticas,
profesionales y morales para
operaciones especulativas que comporten actuaciones ilegales
se aplicarán a todos los que hayan actuado en el proceso,
con independencia de que exista o no una responsabilidad
penal. La crítica intelectual al urbanismo insostenible
y fragmentado, a la arquitectura, ostentosa, gratuita y
servil que no genera espacio público y a los proyectos cerrados
y excluyentes, formará parte del código ético de los profesionales
y legitimará la acción directa de los movimientos sociales.
El derecho a la movilidad se concretará en medida que garantice
el acceso de todo el mundo a los núcleos centrales de la
zona urbana en la que vivan y a las zonas de trabajo y de
equipamientos. Por ejemplo: cualquier habitante de una región
metropolitana tendrá un transporte público adecuado a los criterios citados en menos de 300m. de su
residencia. Los ámbitos de planeamiento se adecuarán a las
entidades territoriales con capacidad ejecutiva y con legitimidad
electiva según los criterios indicados en el punto sobre
el gobierno del territorio.
C. Economía productiva, capital fijo del territorio y distribución de la renta. Las políticas urbanas y
territoriales tendrán como objetivo el desarrollo de la
economía productiva y el mantenimiento y modernización del
capital fija, de las habilidades sociales y del perfil sociocultural
y paisajístico de la región objeto de planeamiento. El criterio
de la competitividad se sustituirá por
la productividad, la especificidad productiva, la optimización
de los recursos propios y la calidad de vida. Se impondrán
condiciones a las inversiones que reciban alguna forma de
ayuda pública que garanticen la continuidad de la actividad
y no se permitirá que distribuyan
beneficios si plantean reducción de personal o morosidad
en los pagos. Se denunciarán los beneficios especulativos,
el reparto de dividendos a los accionistas cuando
reciban ayudas públicas especiales y los sueldos, ventajas
y privilegios escandalosos de los directivos del sector
financiero y de las grandes empresas. Se propondrá fijar
un sueldo máximo como ahora está el sueldo mínimo y se establecerá
una forma de salario ciudadano que garantice
un ingreso básico en periodos de desempleo o de
formación continuada.
D. La seguridad integral
contra la política del miedo. En los últimos años vivimos
en ciudades y zonas urbanizadas donde
se ha instalado la política del miedo, de la vigilancia
obsesiva y de la represión preventiva en los espacios públicos
que conduce a una privatización y exclusión de facto de
colectivos sociales considerados peligrosos o "que
no gusta ver a muchos ciudadanos" (como
se escribió al presentar las normas de civismo" de
Barcelona). La multiplicación de urbanizaciones cerradas
expresan el afán de distinción y la neurosis de la hiperseguridad
y se refuerzan mutuamente. La política del miedo tiene efectos
perversos sobre la vida urbana. La ciudad se fragmenta entre
zonas vigiladas y zonas criminalizadas. En las periferias
se crean barrios cerrados o excluidos, socialmente homogéneos
que niegan la calidad ciudadana que es la convivencia entre
gente diferente y acceso fácil a los bienes y servicios
urbanos. La vigilancia y la represión en el espacio público
se aplica arbitrariamente y penaliza principalmente a los
sectores vulnerables, a las minorías diferentes y a los
colectivos considerados por el poder como conflictivos.
Las normas de civismo que han aprobado muchos gobiernos
locales demuestran cómo la ideología excluyente e intolerante
propia de la extrema derecha ha contaminado a gobiernos
democráticos incluso teóricamente de izquierdas.
Ciertamente el urbanismo tiene que contribuir a crear ambientes
seguros y convivenciales, pero éstos son el resultado de un conjunto
de políticas como: la calidad del espacio público; los conjuntos
residenciales dignos integrados en la ciudad y dotados de
servicios públicos adecuados; la mixtura de poblaciones
y actividades; los programas de prevención con respecto
a los grupos de riesgo o "predelictivos"; la policía
y la justicia de proximidad vinculadas a programas sociales
integradores.
Es una paradoja que, según muchos medios de comunicación
y encuestas de opinión, la mayoría de ciudadanos de nuestro
país y de los países europeos
occidentales consideren la inseguridad de las calles como
uno de los principales problemas. Estas ciudades son las
más seguras del mundo y nunca en la historia de la humanidad
ha habido territorios más seguros en este aspecto. Se trata
de una psicopatología colectiva creada por
unas operaciones político-mediáticas
interesadas. Sí que hay inseguridad, sobre el empleo y las
pensiones, sobre la vivienda y el futuro de las jóvenes generaciones, sobre cómo pagar hipotecas
y créditos, sobre la salud pública amenazada por la contaminación
y el calentamiento de la tierra. La manipulación
de la opinión pública ha transferido estas inseguridades
a la calle, al miedo al espacio público, a la habitual pequeña
delincuencia urbana y a la supuesta amenaza de que representan
a ciertos colectivos sociales y étnicos. Denunciar la política
del miedo es una de las principales obligaciones de los
sectores culturales y de los movimientos ciudadanos.
E. Servicios universales y tendencias privatizadores. Los servicios universales
son aquellos que abastecen a todos los ciudadanos de los
bienes y servicios básicos para
su vida en la ciudad. Los 4 bienes
clásicos: aire, agua, energía y suelo, ahora tenemos que
decir vivienda. Y otros como el transporte y las comunicaciones,
la educación y la formación permanente, la salud pública
y la sanidad, la protección social, etc. La ciudadanía es
incompleta si una parte de los ciudadanos no puede acceder
adecuadamente a estos bienes y sirve, bien porque
éstos no son suficientes y no llegan materialmente a todo
el mundo o a todas partes, o bien porque no pueden acceder por falta
de recursos, por exclusión administrativa o por falta de
información. En nuestras ciudades funcionan relativamente
bien muchos de estos servicios, pero no todos (por ex
la vivienda) o no para todo el mundo (por ex
para gran parte de la población llegada de otros países).
Queremos, sin embargo, destacar la tendencia que hay en
la privatización creciente de los servicios. En algunos
casos viene de lejos: el agua
y la energía están gestionadas por empresas privadas que
tienen la concesión desde hace muchos años. En otros es
más reciente, como la telefonía y las telecomunicaciones
en general. En otros es parcial pero especialmente preocupante:
la enseñanza, la asistencia sanitaria, la seguridad. Si consideramos
que la ordenación del territorio
y el urbanismo se ocupan de crear condiciones de bienestar
en el territorio, la recuperación de la competencia pública
sobre estos bienes y servicios es una cuestión primordial.
La privatización convierte el servicio en mercancía y en
una sociedad desigual esto significa
si no inmediatamente sí a medio plazo,
que se generará una fractura social integral, pues ahora
ya pasa con la vivienda, las comunicaciones, la
educación, etc.
La difusión, fragmentación y segregación urbanas y la existencia
de barrios degradados y zonas marginales se refuerzan mutuamente
con el déficit de servicios públicos o de interés general,
teóricamente universales pero que de facto no son plenamente
accesibles a sectores de la población.
F. Inmigración: entre
la exclusión y la ciudadanía. Ya hemos dicho que no
es adecuado el término "inmigración" aunque en ocasiones lo utilizamos para
facilitar la
comprensión. Y también para expresar la
contradicción entre el hecho de residir, trabajar, disponer
de una vivienda estable, pagar impuestos y estar sometidos
a las mismas normas y tener los mismos deberes como es el caso de los residentes legales y en cambio
no tener los mismos derechos socio-económicos y culturales
y todavía menos los político-jurídicos. Derechos que les
corresponderían según el principio de que los "ciudadanos,
los que conviven en el mismo territorio y están sometidos
a las mismas leyes tienen que disfrutar de los mismos derechos"
(Kelsen, poco susceptible de ser un radical). Tampoco podemos
olvidar que las ciudades son y siempre han sido un refugio
y ahora lo son para los "sin papeles", una hipócrita reserva
de mano de obra que debido a la precariedad legal que le
impone la administración pública tiene que aceptar los peores
trabajos y además mal pagados o sobrevivir como puede cuando
no los tiene. Es evidente que un Estado democrático, que
recibe una inmigración que necesita, tiene que regularizar
periódicamente a la población que ha iniciado un proceso
de arraigo o que viene por reagrupación
familiar. Y no hay ninguna razón que justifique la capitis diminutio de derechos (es decir restricción de derechos
civiles, políticos y sociales) que afecta a los residentes
legales.
Los
Ayuntamientos en teoría tienen que dar los mismos servicios a todos los residentes
que estén empadronados pero en la práctica a menudo los
restringen bien por falta de recursos o por miedo a las
reacciones sociales "autóctonas". Además la población
inmigrante a menudo recibe, o percibe, amenazas difusas,
se siente siempre en situación precaria incluso cuando tiene
residencia legal, y tiene por lo tanto una débil
o nula capacidad de exigir sus derechos o simplemente de
hacerse escuchar. Son relativamente frecuentes los casos
en que administraciones o servicios públicos practican o toleran formas indirectas
de exclusión. Por ejemplo poniendo condiciones que los inmigrantes
no pueden satisfacer, como muchos años de residencia en
el municipio, o permitiendo el mobbing
o las fianzas y avales muy superiores a los legales para
alquilar una vivienda.
La existencia de barrios que son ocupados masivamente por
población de origen inmigrante es evidentemente un tema
de política social urbana. ¿Estos barrios son especialmente
problemáticos? ¿Se tiene que impedir que se constituyan
o si ya existen procurar dispersar parcialmente la población
recientemente llegada? ¿O se tiene que gestionar su existencia
y procurar optimizar su especificidad?
Una
fuerte presencia de población "inmigrante" repercute
en la convivencia con los autóctonos y representa un plus
de demandas sociales que pueden ir en detrimento de los
"autóctonos" (por ejemplo saturación de los centros
de asistencia sanitaria, obtención de becas limitadas de
comedor escolar, etc.). Pero
es un fenómeno difícilmente evitable pues los recientes
llegados van a vivir donde
tienen familia o conocidos, que representan un apoyo
inicial (empadronamiento, información) y con los que pueden
establecer más fácilmente formas de ayuda mutua. La primera
generación tenderá pues a constituir zonas con un contenido
"étnico" significativo, mientras que las siguientes, si hay movilidad social e integración
mediante la educación, se repartirá más en el territorio.
Hay que prever una dotación de servicios y programas sociales
superiores en estas zonas. Y convertir el "problema"
en ventaja. Las "comunidades étnicas" tienden
a la autorregulación y al organizarse
generan representantes con los que se puede negociar. Estos
cuasi-guetos pueden ser también un medio de integración
si se saben gestionar. Incluso pueden convertirse en zonas
atractivas para otros ciudadanos
si tienen un carácter propio y una oferta diferente en una
parte de la ciudad muy banal, degradada o marginal. Como
sucede con los "chinatowns",
los barrios "latinos", etc.
Ya nos hemos referido a las políticas y reacciones sociales
que acentúan la exclusión, de carácter
discriminatorio y que legitiman la xenofobia y el racismo,
como la resistencia a admitir oratorios en las zonas urbanas
habitadas o la reciente prohibición de la burka por parte de ayuntamientos seguidores
de propuestas de la extrema derecha. Hay muchas otras formas
de exclusión como el acoso que a menudo practican la policía
de todo tipo con respecto a personas que solamente les delata
su aspecto, la persecución de los vendedores ambulantes
en lugar de dar una salida positiva a su derecho de sobrevivir
o las dificultades administrativas para utilizar los equipamientos y servicios sociales,
culturales o de un centro recreativo.
Se practican a menudo políticas locales que hay que considerar
contrarias a la cohesión social y al acceso a la ciudadanía.
La integración de los residentes de origen inmigrante no
se puede resolver de forma eficaz y justa si se mantiene
su estatus de ciudadanía limitado y precario, es decir que
se vincule la ciudadanía plena a la nacionalidad. La
solución no depende de la política territorial pero ésta
tiene que gestionar el problema y por lo tanto le interesa
resolverlo. Es una responsabilidad exigir del Estado la
igualdad de derechos y deberes para
todos los residentes, lo que en Europa se llama "ciudadanía
por residencia" que equipara a los "nacionales"
y los "residentes". No hacerlo es legitimar las
diferentes formas de exclusión, de xenofobia y de racismo,
por diferencias de aspecto
físico, de religión o de cultura. La participación política
plena es una condición sine qua non para acceder a la ciudadanía. Actualmente
se utiliza el origen territorial o "nacional"
para justificar la exclusión social y la precariedad legal.
G. Reconocimiento de las identidades culturales y ambientales
vinculadas al territorio y sus ambivalencias.
Las
reacciones sociales generadas por los efectos depredadores
de las pautas urbanizadores dominantes en las últimas décadas han legitimado
con el nombre de ecologismo conductas
y objetivos muy diversos. Son reacciones sociales, en general
muy positivas, las que han contribuido a salvar o mejorar
paisajes y condiciones de vida de la población. Pero
también pueden tener una vertiente conservacionista extrema,
convertirse en un freno a los cambios necesarios
y contribuir al mantenimiento de situaciones de privilegio.
En cada caso hace falta encontrar la dimensión positiva
y reducir los aspectos inmovilistas o excluyentes. Por ejemplo:
el turismo es un activo para
la economía del territorio pero una concentración turística
que banaliza el territorio, haciéndolo perder su calidad
y su imagen diferencial. Se reduce la calidad de vida de
los habitantes y a medio plazo
se cuestiona la actividad económica que ha proporcionado
inicialmente un plus de riqueza.
La nueva política del territorio tiene que procurar vincular
dos tipos de objetivos: la modernización de las actividades
y el crecimiento controlado del crecimiento territorial
y económico y a la vez mantener el paisaje físico y construido
que marca la diferencia y la permanencia de la población
en un entorno conocido y querido,
donde tiene los recuerdos y los vínculos sociales. El derecho
a lugar es uno de los derechos
ciudadanos.
Nota
de conclusión
Los
lectores me excusarán por presentar un texto más político,
que técnico. Ya hemos dicho que la ordenación
del territorio y el urbanismo son asuntos muy políticos
(no quiere decir propios y exclusivos de los partidos),
pues supone no tomar decisiones sobre las condiciones de
vida de los ciudadanos y las soluciones nunca son blanco
o negro, todas tienen impactos positivos y negativos, para
unos u otros. Las decisiones se toman según los valores
y los intereses de las instituciones y de las personas que
las dirigen. Y los ciudadanos tienen que poder averiguar
y si hace falta denunciar estas decisiones cuando no corresponden
a objetivos destinados a democratizar el uso
del territorio, es decir el acceso para todos a los bienes
y servicios y la reducción de las desigualdades sociales.
Hemos acentuado el contenido
político de las reflexiones y propuestas porque vivimos
un cambio de época, un momento histórico en el que las políticas
en general y las territoriales en particular tienen que
cambiar, en algunos aspectos muy radicalmente. Si se pretende
volver a la situación anterior al inicio de la crisis
no sólo se crearán las condiciones para nuevas crisis, también
se estropeará más el territorio y se agravarán las exclusiones
sociales. En este periodo si no se hacen cambios en un sentido democrático
se hacen en un sentido más que conservador, directamente
reaccionario.
Los gobiernos no son democráticos por el hecho de ser elegidos,
la virtud de la democracia es cambiarlos (Popper).
¿Cuándo se tienen que cambiar? Cuando
las políticas públicas no satisfacen las necesidades de
la gran mayoría, cuando se mantienen o se aumentan las desigualdades
sociales, cuando el territorio
y las ciudades se hacen más excluyentes y se degradan las
condiciones de vida de sectores importantes de la población.
Es una época que representa un desafío intelectual para
todos aquellos que por profesión,
actividad social o funciones políticas intervienen o se
interesan por el territorio. Hoy tenemos la ardiente obligación,
como se decía antes del planeamiento, de recuperar el tiempo
de cuando el pasado tenía futuro y superar este amodorramiento
que se ha instalado progresivamente en la vida pública.
JB