“Porque toda situación es el
símbolo de muchas, lo grande habla a través de lo chiquito
y el universo se ve por el ojo de la cerradura” (Galeano,
1996:7).
Introducción
En América Latina, el patrón de urbanización vive un franco
y profundo proceso de transformación, pues mientras en
la década del cuarenta, la lógica de la urbanización se
dirigió hacia la expansión periférica de las urbes, en
la actualidad esa lógica va hacia la ciudad existente,
provocando una mutación en la tendencia tradicional del
desarrollo urbano, exógeno y centrífugo, hacia uno endógeno
y centrípeto, desde una perspectiva internacional. Esto
significa que estaríamos entrando en una urbanización
caracterizada como introspección
cosmopolita (Carrión, 2002); es decir, de regreso
a la ciudad construida, pero en un contexto de mundialización
o globalización [1].
Esta
nueva condición de la urbanización en América Latina produce
una mutación importante en el concepto de ciudad: de la
tradicional ciudad frontera nacida en el contexto de la
primera modernidad, al de ciudad en red propio de la post
modernidad, en la que mucho tienen que ver los procesos
concurrentes de globalización (integración de mercados,
reforma del Estado y desarrollo de las nuevas tecnologías
de la comunicación) y de transición demográfica (nuevas
formas de migración y paso de las ciudades de campesinos
a las ciudades de pobres) que conducen a una nueva coyuntura
urbana en América Latina.
Globalización
y localización
A
escala mundial se vive el fenómeno de la globalización
social, cultural y económica que produce, paradójicamente,
una tendencia creciente hacia la concentración de sus
efectos a nivel local (Borja, 1994). En otras palabras,
la globalización requiere de ciertos lugares estratégicos
-las ciudades-para proyectarse de manera ubicua por el
conjunto del territorio planetario (Sassen, 1999). Sin
embargo, lo local sólo tiene viabilidad en un “número
reducido de sitios” [2]
y de acuerdo al lugar que tengan dentro
del sistema urbano global. Ahí nace la condición estratégica
que tienen las ciudades, según el posicionamiento venido
de la conectividad y la competitividad. Esta condición,
según Randolph (28,2000), está atada a que: "El tamaño
o la importancia de un actor dependen del tamaño de las
redes que puede comandar, y el tamaño de las redes depende
del número de actores que puede agrupar. Como las redes
consisten en el número (grande) de actores que tienen
posibilidades diferentes para influenciar a otros miembros
de la misma red, el poder específico de un actor depende
de su posición dentro de la red.”
Es
decir, la globalización no es un fenómeno externo sino
parte constitutiva de lo local, ya que lo local existe
y se fortalece gracias a las mutuas determinaciones existentes.
En otras palabras, estamos asistiendo -según Robertson
(1992)- a un proceso de glocalización en un contexto de crisis
del Estado nacional y de revolución científico-tecnológica,
principalmente en la rama de las comunicaciones [3],
que introduce cambios notables, al menos, en los siguientes
tres aspectos que tienen que ver con el tema que nos ocupa:
• Primero, se produce la reducción de la distancia espacial por la aproximación
relativa de los territorios distantes y la modificación
de la geografía planetaria, fenómenos que llevan a una
reducción de la barrera espacial que se opone a la generalización
del mercado y a la anulación del espacio por la disminución
del tiempo de traslado (Martner, 1995) [4]
y, en términos metodológicos, a un
cambio en los conceptos principales del desarrollo urbano
por las mutaciones de la accesibilidad, centralidad, velocidad [5]
y por el paso de su consideración físico-espacial
a una mucho más comprensiva e integral (económica, cultural).
•
Segundo, se aceleran y multiplican las historias
en espacios cada vez más distintos y distantes, por lo
que la diversidad se convierte en un elemento fundamental
de la democracia (el respecto a la heterogeneidad). A
partir de este momento la distinción entre igualdad y
equidad se hace visible, porque el segundo hace referencia
al reconocimiento del otro.
•
Tercero, el espacio principal de socialización de la población
queda circunscrito al ámbito de las nuevas tecnologías
de la comunicación y a los modernos medios de comunicación,
convertidos en el punto central de la industria cultural
y en el eje de la integración social. Mientras en épocas
pasadas la socialización se hizo en la ciudad (ágora o
polis) o en el aula de la escuela, en el presente se la
hace en los medios de comunicación. García Canclini (2000)
muestra que el 28% de los migrantes que llegan a Ciudad
de México, no llegan para vivir el espacio público urbano
sino para recluirse en el mundo doméstico para ver la
televisión. Y ven básicamente lo mismo que en las zonas
campesinas de las cuales provienen: las noticias, el fútbol
y las telenovelas.
La
ciudad evoluciona en relación a la dinámica de la glocalización:
cuanto mayor es la internacionalización de la economía
urbana mayor es la aglomeración de las funciones centrales,
aunque en un número pequeño de lugares (Sassen). De igual
manera, la alta densidad de las funciones económicas que
tienen las ciudades estratégicas conducen a una nueva
lógica de concentración espacial, donde hay nuevos elementos
que definen el carácter de la aglomeración y el de su
plataforma de integración: la centralidad urbana (Ciccolella
y Mignaqui, 1999).
Las
nuevas centralidades, que se inscriben en la definición
de los “no lugares” (Augé, 2000) y que se construyen en las
periferias urbana con tecnología de punta y accesibilidad
altamente diferenciada y excluyente, son las que se convierten
en los polos de punta de la articulación a la globalización.
Los ejemplos más emblemáticos e interesantes son los casos
de las centralidades de la Ciudad de México (Centro Corporativo
Santa Fe), de San Pablo (Centro Berrini) o Santiago (Ciudad Empresarial de Huechuraba).
Adicionalmente,
están aquellos lugares centrales de menor escala pero
altamente especializados y fragmentados que aparecen bajo
las formas de artefactos de la globalización, como son los aeropuertos (Río deJaneiro),los
puertos (Valparaíso), los World
Trade Center [6] (Bogotá), los malls
(Lima), los estadios deportivos (Buenos Aires), los
centros de convenciones (Cartagena), los recintos feriales
(San Pablo), los parques temáticos (Ciudad de México)
y los centros de negocios (Santiago[7]),
entre otros.
En
el caso concreto de las ciudades, este proceso de glocalización
se evidencia entres aspectos interrelacionados:
• En términos económicos, la
ciudad es un elemento fundamental de la competitividad
de las unidades económicas (empresas), porque allí se
concentra el mercado (oferta y demanda), la infraestructura
(servicios, tecnología), las comunicaciones (telefonía,
vialidad), los recursos humanos (consumo, producción)
y la administración (pública, privada). Y, adicionalmente,
las ciudades se convierten en el polo de punta y eje de
la articulación de la economía mundial.
• En términos culturales, las
ciudades permiten la integración social y cultural, con
proyección internacional, y operan como mecanismo de mantenimiento
y fortalecimiento del sentido de pertenencia a la pluralidad
de culturas locales. La ciudad es el espacio de representación
y el espacio representado, aquí la sociedad se visibiliza,
en un doble sentido: cobra existencia y se expresa simbólicamente.
•
En términos políticos, se vive un proceso
de desnacionalización del Estado en tanto se desarrollan
procesos simultáneos de internaciona1ización (bloques
regionales) descentralización (localización) y modernización
(privatización); inscritos en el impulso de la llamada
reforma del estado (apertura, presidencialismo). En este
contexto el municipio adquiere una función mucho más importante
que hace pensar en un regreso a la ciudad-Estado, donde
las ciudades se convierten en los puntos de avanzada de
este proceso. [8]
Hay un incremento significativo del
protagonismo político y económico de las ciudades que
conduce a la existencia de tres actores a escala mundial:
el Estado nacional en decadencia, la consolidación del
mercado y la emergencia de la ciudad (Sassen, 1996).
La
transición demográfica
En
el último medio siglo se observa un rápido crecimiento
de la población urbana y del número de ciudades en todos
los países de América Latina. Hoy, el universo urbano
de América Latina se caracteriza por tener dos ciudades
con más de 15 millones de habitantes; 28 urbes que tienen
más de un millón y 35 que sobrepasan los 600 mil habitantes.
Esto significa que hay 65 áreas metropolitanas, producto
del proceso de urbanización, que son el eje a partir del
cual la globalización tiene su plataforma de sustentación
y desarrollo.
Esta
creciente concentración de la población en áreas urbanas
tiene su contraparte en la reducción significativa de
las tasas generales de urbanización, así como de las tasas
de las ciudades más grandes (Villa, 1994).
Por
un lado tenemos que en 1950, el 41 por ciento de la población
vivía-en ciudades; en 1975 subió al 61.2 por ciento y
para el año 2000 se estimó que sería el 75 por ciento
(Lattes, 2001: 50). Es decir, en medio siglo casi se duplica
el porcentaje de la población concentrada en ciudades
y, también, la población mayoritaria de la región tiene
a la ciudad como su “modo de vida” fundamental [9]
. En el inicio de este tercer milenio,
América Latina se ha convertido en el continente con mayor
porcentaje de población urbana del mundo, gracias a una
urbanización tardía pero más rápida que en otras latitudes.
Por
otro lado y como consecuencia del proceso anterior, la
tasa de urbanización para América Latina se ha reducido
paulatinamente desde 1950 cuando de 4.6 pasó a 4.2 en1960;
a 3.7 en 1970; a 3.2 en 1980; a 2.6 en 1990 y a 2.3 en
el 2000 (Hábitat, 1986) y se prevé que en el año 2030
se ubique en alrededor del 1 por ciento. Este fenómeno
se produce, primero, porque al descender las tasas de
migración campociudad y de crecimiento vegetativo de la
población urbana y rural, éstas tienen cada vez menos
significación en la tasa de crecimiento urbano. Pero también
tiene que ver con la importante reducción de las tasas
de crecimiento vegetativa de la población, tanto del campo
como de las ciudades.
Esta
disminución de las tasas -que se observa en el gráfico
anterior (No. 1) -es lógica porque a menor población residente
en el campo, menor volumen potencial de migración existe.
Si partimos del hecho que la migración es un proceso finito,
tenemos que en1950 había un 60 por ciento de la población
potencialmente migrante, situación que en la actualidad
se reduce a una cifra cercana al 20 por ciento.
En
el gráfico siguiente (No. 2) se puede percibir el movimiento
de crecimiento de la concentración de población en ciudades,
inverso al de la reducción de las tasas de urbanización
que se observó en el Gráfico No.1. Esto es, mientras la
concentración de población en ciudades sube las tasas
de urbanización tienen un comportamiento hacia la baja.

Si
se observa el Gráfico siguiente (No. 3), donde se tiene
una aproximación del crecimiento urbano por el tamaño
de ciudades, se puede constatar, en primer lugar, que
las tasas de urbanización caen, prácticamente, de manera
paralela y parecida en todos los rangos de ciudades considerados.
Sin
embargo, si se mira más detenidamente el gráfico en mención,
el rango de ciudades que tiene la caída relativa más pronunciada
es el de las ciudades más pequeñas (las de menos de un
millón de habitantes), lo cual puede obedecer justamente
al hecho de que reciben cada vez menos población del campo
y son, a su vez, las que más emigración generan hacia
las ciudades más grandes. En otras palabras, esto significa,
que no existe la llamada migración en escalera, porque
se producen saltos migratorios entre distintos rangos
de ciudades y no hay una secuencia de la migración de
la ciudad pequeña a la media y de esta a la más grande.[10]
Llama
la atención el hecho de que únicamente las ciudades más
grandes crecen hasta el período 1990-2000, para luego
tener una caída significativa hasta la mitad de su tasa.

Estas
cifras que dan cuenta de un proceso, permiten afirmar
que en la región se cerró el ciclo de la migración del
campo a la ciudad como elemento caracterizador de la urbanización
latinoamericana -desde mediados del siglo pasado-y del
crecimiento vertiginoso de las urbes que produjo, entre
otras cosas, una lógica de urbanización sustentada en
la periferización y la metropolización.
Si
bien concluyó este ciclo migratorio, no se puede desconocer
que se abrió un inédito proceso de distribución territorial
de la población, donde destacan dos de sus expresiones
más relevantes:
•
La movilidad poblacional al interior de los territorios
nacionales se desarrolló sobre la base del redireccionamiento
de los flujos poblacionales desde los lugares históricos
de la urbanización hacia los territorios peri-urbanos
de las grandes ciudades (crecimiento sin par de sus bordes)
y, hacia la constitución de nuevos territorios, como por
ejemplo, en México, a lo largo de la zona de frontera
con los Estados Unidos por sobre la ciudades primadas
(Distrito Federal o Guadalajara); en Bolivia, el eje La
Paz-Cochabamba-Santa Cruz que sustituye al anterior Sucre-Potosí-La
Paz; en el Brasil donde la región que absorbe la nueva
población está directamente vinculada al MERCOSUR; o en
Paraguay hacia las áreas fronterizas con Brasil; y en
Colombia donde se añade el fenómeno de los desplazados
por la guerra, entre otros.
•
El flujo poblacional dirigido hacia el exterior de los
países e, incluso, de la región bajo la modalidad de la
migración internacional.
El
fenómeno de la migración internacional de la población
se ha convertido en un componente fundamental del proceso
de globalizaciónparaAmérica Latina. A nivel mundial, cerca
de 200 millones de personas dejan su país de origen para
establecerse en otros lugares, hecho que ha llevado a
algunos autores a calificar este fenómeno como una nueva
forma de nomadismo, definición exagerada, aunque es cierto
que hemos entrado en la era de las migraciones internacionales,
donde los países del Tercer Mundo son los que mas población
expulsan. Ahora, si bien este fenómeno es significativo
en números absolutos, en términos relativos no lo es porque
involucra a menos del 3 por ciento de la población mundial.
Entonces, cabe preguntarse ¿qué hace que este proceso
tenga la importancia actual?
El
impacto de las migraciones es tan significativo que se
podría afirmar que es la forma fundamental de inserción
de las ciudades de la pobreza al proceso de globalización,
pero se trata de una inserción asimétrica pues se vinculan
al proceso sólo una parte de las ciudades, añadiendo un
nuevo elemento a la segregación urbana, esta vez, de carácter
interurbano.
Hoy
las migraciones internacionales, en muchos de nuestros
países, tienen los siguientes impactos:
Demográficamente, las migraciones internacionales han provocado que
las segundas y terceras ciudades de algunos países de
América Latina se localicen por fuera de los territorios
nacionales y continentales, constituyendo, por esta vía,
verdaderas redes interurbanas transnacionales. Según García
Canclini (1999), la quinta parte de los mexicanos y la
cuarta parte de los cubanos viven en los Estados Unidos.
A lo que se puede añadir que Buenos Aires es la tercera
ciudad de Bolivia [11]
, que Los Ángeles es la cuarta de México,
que Miami la segunda de Cuba, que Nueva York es la segunda
de El Salvador. Adicionalmente, se debe consignar el impacto
que tiene en la configuración de ciudades articuladas
en red, la caracterización de su plurinacionalidad, expresada
en hechos tales como que Quito puede ser la primera ciudad
otavaleña, México la de mayor población mixteca o La Paz,
la ciudad aymara más grande.
Económicamente, la región recibe un promedio anual superior a 30 mil
millones de dólares por concepto de remesas (Ávalos, 2002 [12]
). México aporta con más de 10 mil
millones de dólares anuales, convirtiéndose en la tercera
fuente de divisas del país. En Brasil, es equiparable
a los ingresos de las exportaciones de café. En El Salvador
es la primera fuente de ingresos y en el Ecuador, la segunda.
Fenómeno similar ocurre en los países caribeños como Cuba
o República Dominicana; centroamericanos como Nicaragua
o Panamá; cono sureños como Uruguay y Argentina;
y, andinos como Colombia y Perú.
Políticamente, las migraciones suponen la constitución de redes urbanas
trasnacionales que producen cambios en diversos ámbitos,
entre los que se puede mencionar, por ejemplo, la discusión
del carácter de la ciudadanía y la tendencia hacia la
formación de “ciudadanías múltiples” [13]
, que nacen de las reformas constitucionales
de nuestros países cuando reconocen la doble y la triple
nacionalidad, así como con el otorgamiento del derecho
al voto del emigrante. Empieza a plantearse un debate
respecto de la división política-administrativa de los
territorios nacionales, donde El Salvador piensa en su
Departamento número 15, en Chile se discute su Región
Virtual y en el Ecuador aparece una reflexión sobre la
provincia número 23, justamente compuestas por estas “comunidades
transnacionales” que se desarrollan.
Culturalmente, estas redes urbanas constituidas a partir de la migración
internacional conforman, como afirma Beck (1998) “comunidades
simbólicas” configuradas en “espacios sociales transnacionales”
que se sustentan, a su vez, en comunidades transnacionales.
En otras palabras, estas comunidades transnacionales suprimen
la vinculación histórica de una sociedad particular a
un lugar concreto, generalmente al territorio del Estado
nacional. Y lo han hecho porque esta población migrante
no rompe los lazos de identidad con el país de origen
y, mas bien, como ocurre en estos casos, tienden a reproducir
la cultura del lugar de origen en el de destino y también
a establecer vínculos importantes entre ellos, que hace
pensar en la existencia de una territorio continuo -aunque
distante-entre el espacio de origen y el de destino. Este
hecho hace pensar también en la existencia de importantes
remesas culturales que son difíciles de cuantificar.
En
términos urbanos, empiezan a constituirse enlaces entre la Ciudad de México
con Los Ángeles, La Paz con Buenos Aires, Lima con Santiago,
Quito con Murcia porque los emigrantes tienden a reproducir
la cultura del lugar de origen, en el lugar de destino;
y, empiezan a establecer lazos interurbanos tremendamente
significativos sobre la base de los flujos económicos,
culturales y sociales, que hacen pensar en la existencia
de un continuo urbano-urbano
discontinuo y distante por sobre el continuo rural-urbano
típico de la fase anterior de la urbanización. Adicionalmente,
se vive un cambio significativo de la geografía de los
estados nacionales, al extremo de que la organización
territorial y la división político administrativa tienden
a transformarse de manera significativa. Ahora la organización
de los territorios nacionales mira más hacia fuera, como
pueden ser los bloques regionales como el MERCOSUR, la
Cuenca del Pacífico o hacia las zonas de libre comercio
como pasa con México.
Indudablemente,
este escenario demográfico descrito genera, al menos,
tres conclusiones significativas:
•
La primera, existe un cambio integral en las demandas
sociales urbanas que ahora se inscriben menos en los requisitos
cuantitativos (mas agua y transporte) y mas en los cualitativos
(mejor agua y transporte), una transformación en las prioridades
de inversión en las ciudades que hoy día se dirigen hacia
la ciudad existente o construida y menos hacia la periferia,
y una mutación en la lógica de urbanización que privilegiaba
la periferización y la metropolización hacia la introspección
cosmopolita;
•
La segunda, ningún modelo de desarrollo se ha expresado
de manera equitativa en el territorio; por tanto, es necesario
tener en cuenta que las tendencias generales de los procesos
demográficos se caracterizan por su alta heterogeneidad
y diferenciación; y
•
La tercera, la conformación de “comunidades transnacionales”
con espacios urbanos globales [14]
. En consecuencia, es absolutamente
pertinente e importante plantearse la pregunta: ¿Cómo
pensar en las ciudades de hoy que no sólo que están dispersas
en el territorio sino que están en otros países e, incluso,
en otros continentes?
El
predominio de la población urbana sobre la rural, el incremento
del número de ciudades y la generalización de la urbanización
a lo largo del territorio de América Latina, permiten
concluir que América Latina se
ha transformado en un continente de ciudades. Sin
embargo, esto no significa que haya asumido la condición
de una verdadera región urbana pues la carencia de un
sistema urbano integrado con características regionales
y una estrecha comunicación interurbana impiden la definición
de esta cualidad. [15]
Abonan en la misma dirección, el escaso
desarrollo urbano de nuestras ciudades, la alta diversidad
de urbes y las grandes distancias espaciales, sociales
e históricas que las separan.
Esta
doble determinación demográfica -reducción de las tasas
de migración rural-urbana e incremento de las migraciones
por fuera de los territorios nacionales, en un contexto
de globalización de la sociedad-plantea una contradicción
propia del patrón de urbanización actual: el regreso a
la “ciudad construida” (introspección) en un contexto
de internacionalización (cosmopolita); es decir, un patrón
de urbanización caracterizado como de introspección cosmopolita.
Estos
cambios demográficos conducen a dos órdenes de modificaciones
con referencia a la temática urbana:
• Cambios en el sistema de ciudades
El
sistema de ciudades en América Latina tiende a cambiar
de un patrón concebido a partir de los atributos, especialmente
del tamaño de las poblaciones -que definían una jerarquía
y rangos de ciudades según la cantidad de población concentrada
en la aglomeración, sin que cada una de ellas esté relacionada
con la otra- hacia una verdadera red urbana donde el flujo
de las relaciones interurbanas tiende a intensificarse
y, sobre todo, a insertarse en ámbitos que superan las
fronteras nacionales [16]
Borja
y Castells (1998: 318) afirman que:
“Los
tradicionales sistemas urbanos basados en la jerarquía
nacional -capital, centros
regionales, centros comarcales-pierden su lógica
al desarrollarse mecanismos de inserción de los núcleos urbanos en los sistemas mundiales
de producción, comunicación e intercambio. Las ciudades se integran en sistemas urbanos que no siguen
la lógica de la continuidad territorial sino que se estructuran
en función de unos nódulos -los centros urbanos-y unos
ejes -los
flujos de mercancías, personas, capitales, e información-entre
ellos”.
La
jerarquía urbana tradicional fundada en la clásica contradicción
campo-ciudad pasa a un continuo que va de lo rural a lo
urbano, ya que el campo y las ciudades pequeñas, medias
y grandes se articulan entre si en una red de relaciones
interurbanas. Esto es, de rangos de ciudades constituidos
por atributos, a unsistema urbano definido por una red
de relaciones. Pero, no todas las ciudades se articulan
de igual manera porque cada una de ellas tiene particulares
características de competitividad y posicionamiento.
Este
sistema urbano se construye entre las ciudades y de éstas
con el campo. En este contexto, el crecimiento demográfico
del campo tiende a estabilizarse [17]
, aunque debe resaltarse la existencia
de tasas negativas desde el año 2000 y la existencia de
mayor pobreza en una doble condición: mayor proporción
de pobres y mayor cantidad de indigentes [18]
. Según el Panorama Social de CEPAL
(2004), en el año 2002 la región tenía 221 millones de
pobres y 97.4 millones de indigentes. El 61.8 por ciento
de los habitantes rurales son pobres y el 19.4 por ciento
es indigente.
Por
otro lado, las ciudades medias tienen un ritmo de crecimiento
mayor al del campo y también al de las ciudades grandes.
Las ciudades más grandes han disminuido sus tasas de crecimiento,
aunque se percibe una tendencia interesante de mayor aumento
de la población de su hinterland
inmediato, que estaría conduciendo a laformación de
ciudades región o de nuevas áreas metropolitanas.
• Cambios en la ciudad
La
desaceleración general de la urbanización y la concentración
de la población en las grandes ciudades podría generar
-estructural e históricamente- dos cambios interesantes:
por un lado, el tránsito de la urbanización de la cantidad
hacia la de la calidad, en tanto la presión demográfica
se ha reducido y ahora las demandas sociales presionan
más por la mejora de los servicios que por la dotación
de ellos; y, por otro, la búsqueda de solución a los problemas
de la pobreza del “hábitat popular urbano”, en tanto las
ciudades en general y las más grandes en particular ofrecen
mejores posibilidades de reducir la pobreza por la vía
de mitigar las necesidades básicas insatisfechas (NBI).
De
acuerdo a la información existente y superando las visiones
neo-malthusianas, hoy se puede afirmar que a mayor nivel
de urbanización, mayores posibilidades que la pobreza
sea menor, lo cual deja de lado el discurso estigmatizador
de la ciudad y de las políticas de control migratorio
del campo hacia la ciudad que nunca dieron resultado.
Ricardo Jordán (2002) justamente sostiene que: “En todos
los países, la pobreza tiende a ser mayor en las áreas
rurales que en las urbanas, y tiende a ser menor en las
ciudades mas grandes que en las intermedias y pequeñas”.
De
allí que la alta tasa de urbanización debe ser entendida
como una fortaleza y no como una debilidad para reducir
la pobreza, si nos atenemos al hecho de que las ciudades
más grandes tienen niveles de pobreza más bajos, debido
a que allí se puede proveer con mejores posibilidades
los servicios y equipamientos y, por tanto reducir la
pobreza desde la perspectiva de las necesidades básicas
insatisfechas. Por eso Mac Donald y Simiodi (1999: 7)
llegaron a la conclusión de que el alto grado de urbanización
es más una ventaja que un problema, como fue considerado
en décadas anteriores.
Hoy
lo que tenemos es unestancamiento de la urbanización,
gracias a la disminución de la disposición a la migración
del campo -por que cada vez hay menos población que vive
en el campo-y la reducción importante de las tasas de
crecimiento vegetativo. Por otro lado y correlativamente,
existe una estabilización del crecimiento de la proporción
de los pobres urbanos. Estos son dos datos demográficos
importantes para las políticas de reducción de la pobreza
en las ciudades.
La
conclusión anterior no significa que se deje de invertir
en el campo y en las ciudades pequeñas y medias. Por el
contrario, la afirmación anterior evidencia la necesidad
de dirigir ingentes esfuerzos hacia la totalidad de las
zonas donde se concentra la pobreza absoluta y relativa.
La
nueva realidad urbana regional
Sin
duda, la situación de transformación compuesta, entre
otros, por los procesos interrelacionados de globalización
y demográficos, tiende a modificar la lógica de la urbanización
en América Latina. Sobre esta base nos interesa formular
la hipótesis de que nos encontramos viviendo en una ciudad
totalmente diferente a la teníamos hace un poco más de
una década o, lo que es lo mismo, que en América latina
se ha entrado en una nueva coyuntura urbana.
En
el último siglo, se pueden encontrar dos momentos de cambio
por los que han a travesado las ciudades de América Latina,
cada uno de los cuales permite caracterizar a un patrón
de urbanización en particular.
•
A partir de la segunda posguerra se implanta una urbanización
caracterizada por su desarrollo periférico-expansivo y
de modalidad metropolitana con alta primacía urbana, elementos
propios del modelo del Estado de bienestar y de la sustitución
de importaciones.
•
Medio siglo después, se perfila otro patrón de urbanización
sustentado en la “introspección cosmopolita”, expresión
del regreso a la ciudad construida y de la formación de
la ciudad en red[19],
en el contexto de la globalización.
Sin
duda que la situación de transformación extrema compuesta,
entre otros, por los procesos señalados-tiende a modificar
el patrón y lógica de la urbanización en América Latina.
La hipótesis de que nos encontramos viviendo en una nueva
ciudad puede verificarse, entre otros, por los siguientes
10 temas clave:
• El siglo de las ciudades o la ciudad
como actor
Con
la crisis del Estado nacional, irreversible en apariencia,
la globalización en camino y la urbanización de la población [20]
es posible pensar que el siglo XXI
será el de las ciudades. Esta realidad otorgará un nuevo
protagonismo a las ciudades, el cual las llevará a constituirse,
junto con los estados nacionales y el mercado, en uno
de los actores internacionales fundamentales. La gran
ciudad latinoamericana emergerá como uno de los actores
políticos y económicos más importantes, donde su nuevo
rol surgirá de inéditos procesos de recentralización y
de redefinición de su capitalidad [21].
Sin duda, uno de sus ejes será una cosmopolitización
que integre su hinterland
inmediato y que articule el sistema urbano nacional
con el mundial.
En
la actualidad, se vive ya la conversión de la ciudad en
un actor político y económico fundamental que supera su
propio ámbito de existencia: lo local. Y, es en este sentido
que tiene cabida la generalización del neologismo propuesto
por Robertson (1992) de la glocalización,
por cuanto se establece una relación de complementariedad
entre lo global y lo local, producto de las mutuas determinaciones.
Esto significa que lo global no es algo externo a lo local,
sino un elemento constitutivo; es decir, no se excluyen
entre ellos sino que son parte de lo mismo.
• La cosmopolitización de la
ciudad
Así
como la globalización requiere de la localización para
existir, lo local necesita de la internacionalización
para desarrollarse; es decir, de articularse en red mediante
la generación de las condiciones de competitividad (ubicación
en el mercado) y posicionamiento (función en la red urbana
y ubicación en el territorio). Una y otra llevan a la
cosmopolitización de la ciudad porque generan radios de
influencia interconectados [22] en espacios cada vez
más distantes, distintos y discontinuos.
Es
decir, frente a la continuidad espacial que generó la
ciudad metropolitana en su hinterland inmediato, hoy se percibe que
la nueva ciudad tiende a manifestarse de manera ubicua
en un espacio que no requiere de una continuidad territorial.
En ese contexto, se percibe la proyección mundial de lo
local o, lo que es lo mismo, su internacionalización.
Sin
duda que uno de los ejes de esta nueva situación proviene
del “estallamiento territorial” de sus funciones y de
su distribución ubicua en el espacio. Tal situación se
expresa bajo una triple dimensión: La metropolización
de la ciudad bajo la modalidad de una ciudad-región, la
rearticulación de los sistemas urbanos nacionales en contextos
regionales internacionales (Mercociudades o Comunidad
andina de ciudades) y una cosmopolitización integradora
bajo la lógica de la ciudad en red o ciudad global.
• El regreso a la ciudad construida
Paradójicamente,
frente al cambio de escala y a la internacionalización
de la ciudad hay también una mutación del sentido del
urbanismo: la introspección. El patrón urbano que se desarrolló
en América Latina, fundado en su periferización [23],
entra en una nueva etapa. Es decir, frente a la internacionalización,
se observa un movimiento hacia el interior de la ciudad.
El urbanismo de la expansión urbana entra en crisis, avizorándose
su salida a partir de la década de los noventa a través
de lo que puede definirse como el retorno hacia la ciudad
existente. Este proceso se fundamenta en:
i)
La ciudad se caracteriza por estar en permanente
construcción-reconstrucción; esto es, que a la par que
se produce también se reproduce, porque mientras más se
consume más se produce; se trata de un caso único dentro
del conjunto de los productos sociales (mercancías).
ii)
La ciudad latinoamericana tiene la cualidad
de ser joven pero con vejez prematura. Joven, en términos
de que su origen no se remonta a épocas tan antiguas como
las urbes europeas o asiáticas; pero también a que sus
desarrollos mayores tuvieron lugar recién desde la mitad
del siglo pasado, pero con una velocidad elevada. Vejez
prematura porque las condiciones de pobreza extrema de
sus pobladores [24]
y sus instituciones hace que se construya
la ciudad con materiales y técnicas precarias y con una
falta de previsión en la calidad del desarrollo urbano,
por lo menos, para el mediano plazo; lo cual exige su
mantenimiento, reposición y renovación constantes.
En
otras palabras, las ciudades latinoamericanas son pobres
y concentran muchos pobres, lo cual produce una urbanización
progresiva e informal que a la larga es de mayor costo
y, como se la hace con materiales de baja calidad o de
desecho, su vida útil es más reducida. Tal lógica de urbanización
ha conducido a que las ciudades de América Latina tengan
una vejez prematura. La calidad y cantidad de los servicios,
infraestructuras, equipamientos y viviendas han sido insuficientes
y, además, de baja calidad, poniendo en evidencia la necesidad
del mantenimiento y renovación del conjunto y las partes
de toda ciudad.
Por
eso es que hasta el Banco Mundial (1991: 68), ha visto
que:
“En
otras regiones, corno América Latina, el problema del
mantenimiento es más grave. Posiblemente no se necesite
realizar grandes inversiones adicionales si se administran
y mantienen eficientemente los bienes existentes. En la
mayoría de las ciudades, sin embargo, el mantenimiento
en sí ha pasado a ser una de las prioridades del desarrollo.
Ello significa que es preciso continuar y reforzar, corno
objetivo prioritario, los renovados esfuerzos desplegados
recientemente por mejorar la capacidad de los gobiernos
de las ciudades y por mantener las redes, las instalaciones
y los servicios de infraestructura existentes.”
La
disminución relativa de la presión demográfica hace que
los procesos de urbanización se dirijan principalmente
hacia la ciudad construida y a que la cantidad ceda a
la calidad de lo urbano.
Si la lógica de urbanización de la ciudad -sus
procesos reales y normativos-se dirigió fundamentalmente
hacia la expansiónperiférica, en la actualidad lo hace
hacia la ciudad existente, hacia la urbe consolidada (Borja,
1988). Se observa una mutación en la tradicional tendencia
del desarrollo urbano (exógeno y centrífugo), que privilegiaba
el urbanismo de la periferia; a uno que produce una redirección
hacia la ciudad existente (endógena y centrípeta). De
esta manera, pasarnos de la urbanización de un espacio
vacío o plano, a la urbanización de un territorio configurado;
esto es, a una urbanización de lo urbano o a una re-urbanización.
Se
observa, por tanto, un cambio de mirada en las políticas,
enla planificacióny enla intervención urbanas, que empieza
por descartar aquella concepción que niega la posibilidad
de urbanizar un terreno dentro de la ciudad, porque este
solar ya es urbano, o aquélla que no se puede volver a
urbanizar la ciudad.
Los
ejemplos de actuación en los lugares centrales de nuestras
ciudades son claros, tanto por el impacto que tienen en
la urbanización existente como por la magnitud de las
inversiones y, es por ello que requieren -como contrapartidade
verdaderas propuestas de planificación del conjunto de
la zona de implantación del proyecto, como también de
la totalidad de la ciudad existente. Sin duda, esto nos
plantea el reto de desarrollar nuevas metodologías, técnicas
y teorías urbanas que sustenten esquemas de planificación
para ciudades construidas y por construir, teniendo en
cuenta siempre que la ciudad es un producto sin fin que
requiere permanentemente su puesta al día.
Este
cambio de óptica en las políticas urbanas y de la planificación
fortalece la restitución de la prioridad en la urbe previamente
construida o existente [25].
Allí está, por ejemplo, el servicio de transporte que
cobra un sentido sustancialmente diferente en relación
a los usos de suelo y actividades, porque nos plantea
nuevos retos vinculados a las accesibilidades y a la centralidades
intraurbanas.
Los
servicios
El
tema de los servicios es de vieja data en el desarrollo
urbano, aunque en el contexto actual cobre un nuevo sentido
puesto que la búsqueda de competitividad y posicionamiento de las ciudades en el mercado
mundial [26]
estimulan el redireccionamiento de
la función de los servicios, pasando del consumo de la
población (calidad de vida) hacia la producción (productividad)
y, es por esto que el cobro de las tasas de los servicios
se ha convertido en una necesidad más importante en las
políticas urbanas que la ampliación de las coberturas
sociales.
Consecuente
con lo señalado anteriormente, el conjunto de las prioridades
de los servicios también se modifican de manera sustancial.
Mientras los servicios urbanos vinculados a la comunicación
(teléfonos, aeropuertos, carreteras), las finanzas (teletrabajo,
Internet) y la producción (energía eléctrica, agua potable,
seguridad) serán prioritarios, los que tienen que ver
más directamente con la calidad de vida tiendan a perder
significación (saneamiento, educación, salud).
Debido
a los procesos de reforma del Estado que vive la región,
toma impulso la discusión respecto de las modalidades
de gestión de los servicios. La descentralización y la
privatización son los ejes que conducen a la desnacionalización
de los servicios y a la formación de mercados segmentados
por tipos de servicios y a la conversión del ciudadano
en cliente; pero también al incremento de la tensión entre
una gestión cada vez más global de los servicios y una
producción más local. El ejemplo de la telefonía es interesante:
empresas transnacionales (españolas, francesas, norteamericanas)
se asientan en nuestras ciudades gracias a los procesos
de privatización e imponen las condiciones de producción
a los gobiernos locales que les regulan gracias a los
procesos de descentralización.
La
demanda de servicios se incrementaconforme la sociedad
y la tecnología evolucionan. En la actualidad, por ejemplo,
con las necesidades de conectividad y del crecimiento
de las finanzas, el número de los servicios ha aumentado;
pero, además, el desarrollo de las nuevas tecnologías
de la comunicación ha generado nuevos servicios, antes
impensados.
Los
servicios no pueden pensarse aislados unos de otros. Antes
el agua potable podía distribuirse de manera autónoma
de la energía eléctrica y ésta independiente de la telefonía.
Ahora, estos servicios no solamente se han vinculado entresí,
formando una verdadera trama integrada de servicios, sino
que también los ámbitos socio-territoriales han variado
notablemente, al extremo que hoy existe un verdadero ensamble
multinacional de servicios [27] Se da, por tanto, la interacción de los servicios
entre sí pero además se produce una interacción en espacios
con radios cada vez más amplios dando lugar a la conformación
de “red de redes”, que se estructuran con múltiples centros,
donde importa más la velocidad que el lugar (espacio).
El
gobierno local
El
cambio que vive el gobierno local es muy importante en
América Latina y tiene que ver, por un lado, con el fortalecimiento
de la sociedad local, proveniente de la promoción de nuevos
sujetos sociales como mujeres, indígenas, pobladores,
ambientalistas, jóvenes, etc., así como de la renovación
de los liderazgos. Y, por otro lado, la descentralización
del Estado que lleva a la profundización de la vía municipalista
de gobierno local. Existe una hegemonía del municipio
en la sociedad y en el conjunto de los poderes locales,
cuya raíz está en el incremento de los recursos económicos
y de las competencias, vía transferencias del gobierno
nacional al municipio; y de la ampliación de la representación-participación
social [28]
, que hace pensar en un retorno a la
ciudad-estado.
Esta
tendencia produce, al menos, dos cambios importantes dentro
de los municipios, que se expresa en:
- Empieza
a definirse la existencia de dos claros modelos de gestión:
el uno, de tipo más privado, que busca normar la ciudad
sobre la base del mercado como salida a la crisis urbana;
define al alcalde como gerente, delimita su ámbito de
acción a los servicios y la búsqueda de la eficiencia
marca el pulso de la gestión. Su visión es de tipo empresarial.
Y, el otro, de características participativas, pretende
resignificar la ciudad de lo público como opción frente
a los problemas urbanos; designa al alcalde como jefe
de gobierno y su actividad pasa por múltiples competencias
(servicios, representación). Su óptica es la de un gobierno
local.
- La
modificación de la correlación de fuerzas entre el concejo
municipal y la alcaldía. Se percibe una pérdida de poder
de los concejos municipales correlativo al incremento
de los ejecutivos municipales; tendencia relacionada
con los procesos del nivel nacional. Además, tiene que
ver con el peso que adquieren las empresas municipales,
el desarrollo de los planes estratégicos, el impulso
de los presupuestos participativos y la creación de
mesas de concertación. En todos estos casos, no solamente
cambian los contrapesos institucionales, sino que también
hay un cambio en las formas de representación: de las
modalidades político electorales a las funcionales,
territoriales y gremiales (corporativas).
Por
otro lado, se debe reconocer la realidad de la escena
local que se compone de múltiples poderes locales, originados
desde instancias diversas: públicas (central, provincial,
local); privadas (empresas, ONG) y comunitarias (gremial,
barrial). Este cúmulo de poderes locales se inscriben
en el denominado complejo institucional que puede asumir
la forma de un modelo articulado (Quito) o desarticulado
(Guayaquil) de gestión urbana.
Lo
ambiental urbano
No
se trata de un cambio de óptica, sino de la emergencia
de lo ambiental como un tema urbano, porque en la actualidad
existe un marco institucional y un conjunto de actores
que reivindican y demandan su tratamiento gracias a la
conciencia pública y privada que se ha logrado debido
a los problemas ambientales urbanos.
El
incremento de la productividad de la ciudad produce impactos
ambientales que trascienden al ámbito de la economía,
de la calidad de vida de la población (por ejemplo, en
la salud) y de la estética urbana y, lo más grave, en
algunos casos tiende a negar la funcionalidad de la ciudad;
como por ejemplo, el caso del transporte que contamina,
llevando a políticas restrictivas en el servicio: prohibir
la circulación vehicular en determinadas zonas, vías u
horarios según el número de la matrícula.
Pero,
la globalización está conduciendo a un proceso de universalización
de las normas ambientales de producción y a la presencia
de nuevas tecnologías (limpias o verdes) que imponen una
lógica general en los mercados; así como, a generar una
tensión creciente entre la propiedad local de los recursos
naturales y su gestión en un mundo progresivamente más
transnacional. Allí están los ejemplos aleccionadores
del gas en Bolivia, del petróleo de Venezuela y del agua
en la cuenca amazónica, entre otros.
Por
otro lado, la temática ambiental tiene la pretensión -por
su concepción holística- de ser la organizadora del conjunto
del llamado “sistema artificial”, principalmente a partir
del concepto de ciudad sustentable.
El
suelo urbano
El
suelo urbano y ciudad tienen una relación indisoluble,
al extremo que algunas teorías las entendían como sinónimos.
Se trata de una relación consustancial, porque es impensable
la una sin la otra; pero ni son lo mismo ni hay una determinación
unívoca. Hay una relación asimétrica entre ellas que hace
que la funcionalidad cambie a lo largo de la historia
de la ciudad.
Si
antes el suelo fue la variable explicativa fundamental,
como soporte de las actividades urbanas, en la actualidad
lo es menos. El desarrollo urbano fue inicialmente entendido
desde la organización del espacio urbano -como uso del
suelo y densidad de población-, en la actualidad lo es
a partir del incremento de la productividad de la ciudad.
Efectivamente,
hoy, el suelo urbano se ha convertido en un freno para
el conjunto del desarrollo urbano y en una variable que
tiene un valor menos significativo porque en la era de
la información, la distancia y la localización tienen
menos relevancia que antes pues estamos pasando del espacio
de los lugares al espacio de los flujos (Castells, 1998).
El
suelo urbano expresa y es el resultado de una relación
social y, por tanto, cambiante e histórica, contenida
en un complejo de enlaces sociales más amplio: la ciudad
que hace que, a lo largo de la historia, el suelo urbano
cambie su función. Por ejemplo, en un momento asume la
condición de soporte material de relaciones y actividades
sociales, y en otro, puede ser motivo de restricción o
estímulo a la acumulación económica (ahorro o inversión).
Pero
también es cambiante en su forma histórica de “producción” [29]
. Se la hace, atendiendo a una lógica
mercantil o estatal y a las distintas etapas que contiene
su proceso de “habilitación”. Es así como el suelo urbano
adquiere la condición de tal cuando se produce el paso
de tierra rural a urbana por medio de la construcción
de las obras de urbanización.
Hoy
se modifica el rol del suelo urbano porque el tiempo de
la ciudad se acelera, las accesibilidades se transforman,
nuevas centralidades se definen y se desarrollan discontinuidades
espaciales. Estos procesos de modificación de las distancias
y de reducción de las barreras espaciales provienen de
fenómenos como los siguientes:
·
La “flexibilidad de la producción”,
en tanto permite reorganizar la producción y el trabajo
con el fin de ahorrar tiempo, disminuir los costos de
producción y obtener un mejor posicionamiento en el mercado;
ocasionando el cambio de la lógica general de implantación
de los usos de suelo tradicionales, como por ejemplo,
el comercio y la industria. La industria sigue un proceso
de metropolización de su emplazamiento, produciendo un
desdoblamiento de sus actividades al interior de la misma
firma o empresa, pero en dos espacios distintos: los lugares
de producción se localizan en la periferia y los de administración
en el centro. De esta manera, la industria se beneficia
de las ventajas de aglomeración que trae la centralidad
para la administración del negocio (cercanía a la banca,
al mercado, a los servicios, a la información) y al mismo
tiempo obtiene utilidades en la periferia por los bajos
precios de la tierra, la existencia de infraestructura,
buena vialidad, etc. Con esto, la segregación y suelo
urbanos adquieren una nueva cualidad inscrita en la relación
centroperiferia.
·
El comercio asiste a un proceso
paulatino de concentración/descentralización, gracias
a la nueva lógica que asume la realización mercantil de
punta, a través de los grandes centros comerciales (shopping center o mall). Adoptan nuevos
patrones de venta y, consecuentemente, otra estrategia
de ubicación en la ciudad; surgidas no de la demanda concentrada,
sino de la creación de la demanda por la oferta. Se observa,
así, una relocalización del comercio hacia la periferia
de las urbes, provocando un desplazamiento de la centralidad
urbana de la plaza pública -centralmente constituida por
el Estado y lo público-al centro comercial privado, producido
por el mercado. Indudablemente, las centralidades se multiplican
y cambian de contenido, paralelas al cambio de la funcionalidad
que tiene el suelo urbano.
·
La “productividad de la ciudad”
se incrementa notablemente y esto ha permitido percibir
ciertas barreras impuestas por la funcionalidad actual
del suelo urbano a la acumulación de capital. Y, como
consecuencia, se buscan establecer políticas urbanas desreguladoras
que reduzcan las fricciones y barreras que impone el suelo
urbano a la productividad de la ciudad. En otras palabras,
hay una tendencia a la homogeneización del suelo urbano
por la vía de la generalización del mercado. Al respecto,
el Banco Mundial (1991) ha sido muy explícito cuando señala
que “La modificación del marco regulador que gobierna
a nivel de toda la ciudad los mercados de tierras y viviendas
en las zonas urbanas, constituye una de las metas más
urgentes de la reforma política.”
·
La “desregulación del suelo urbano”
es uno de los elementos fundamentales de las propuestas
dominantes de diseño de la política pública de la ciudad.
Dos ejemplos emblemáticos: En el Chile de Pinochet desapareció
el límite urbano como instrumento de planificación urbana,
señalando que por esta vía la oferta del suelo se incrementaría
y los precios bajarían; el resultado fue distinto.
En
México, se eliminaron las restricciones a la propiedad
ejidal para que estas tierras puedan ingresar al mercado.
Como impacto se observa que:
“Las reformas a la legislación agraria, que privatizan
la tierra rural periférica a la ciudades, amenazan con
eliminar la vía de urbanización popular, al introducir
estas tierras al libre mercado y exacerbar la competencia
por ellas con los usos capitalistas más rentables. La
desregularización, rentabilización y privatización de
los organismos y las acciones estatales de vivienda de
interés social, en el marco del crecimiento del desempleo
y el deterioro de los salarios de los trabajadores, cierran
su acceso a sectores crecientes de población, al mismo
tiempo que pierden la posibilidad de resolver su necesidad
por las vías irregulares. El abandono de la política de
reserva territorial, inadecuadamente aplicada en el pasado,
conduce al dominio del mercado privado del suelo y, por
tanto, a una nueva estructura del sector vivienda, más
excluyente para la mayoría” (Grupo Democracia y Territorio,
1996: 13).
·
La “innovación tecnológica” tiende
a modificar la distancia -en unos casos incrementándola
y en otros reduciéndola-como elemento de caracterización
del espacio, al tiempo que valora la calidad y la cualidad
de los espacios urbanos (Martner, 1995: 75). Las accesibilidades
se redefinen y los espacios y sus usos se rearticulan.
El territorio se fragmenta con espacios continuos y discontinuos,
que dejan entre sí intersticios separados, y otros integrados
y homogeneizados.
·
Con el acelerado proceso de transformación
de la ciudad, la funcionalidad del suelo urbano tiende
a cambiar a distinto ritmo de acuerdo a la zona de la
ciudad de la que se trate. En nuestras urbes tenemos un
suelo urbano a «múltiples velocidades». Este carácter
dinámico tiene que ver con la articulación de usos del
suelo que fueron producidos en épocas distintas (colonia
o república), que tienen tiempos históricos diferentes
de constitución y que tienen un contenido socioeconómico
(populares o altos ingresos), una actividad (comercio
o industria) o una ubicación (centro, periferia) diferentes.
Esta integración de suelos urbanos con funciones y velocidades
heterogéneas nos debe llevar a formular políticas de suelo
inscritas en criterios de respecto a la diversidad, integralidad
y de continuidad en el cambio, pues la ciudad está en
un proceso constante de (re)funcionalización diferenciada
del suelo urbano[30]
Por
tanto, es necesario detenerse un momento a revisar el
rol del suelo urbano en el contexto del urbanismo actual.
La
comunicación
Con
la reurbanización (regreso a la ciudad construida), la
internacionalización de la ciudad (la ciudad en red),
el crecimiento de las urbes (distancias) y la complejidad
social (concentración de la diversidad) cobra mayor peso
la necesidad e importancia de la comunicación urbana.
A nivel urbano, se observa un desencuentro entre medios
de comunicación y ciudad que se expresa, al menos, en
tres situaciones claras:
·
Las relaciones interurbanas se desarrollan
sobre la base de bajos niveles de comunicación entre ellas
(conectividad), tanto en el orden nacional como en el
internacional; lo que explica que el continente esté compuesto
por un conjunto de ciudades dispersas.
·
Hay problemas de comunicación entre
la población, que crece y cambia aceleradamente, y la
estructura urbana que se manifiesta en la marginación,
fraccionamiento, aislamiento, ruptura del tejido social
e imposibilidad de que la población urbana potencie sus
formas de socialización e identidad. Los habitantes pierden
el derecho a la ciudad y a las posibilidades de ciudadanía,
minando las bases de sustentación de la ciudad. El vandalismo
urbano que se ha generalizado en nuestras ciudades tiene
mucho que ver con esta situación.
·
La relación de los habitantes con
el gobierno local se deteriora y aleja, al no existir
canales institucionales de representación-participación,
y porque los gobiernos conciben la comunicación social
como una relación vertical del emisor al receptor y de
culto a la personalidad, que conduce a la pérdida de la
condición de cohesionador social, entre otros.
Estos
niveles de incomunicación añaden una dimensión adicional
a la crisis urbana por las restricciones que le impone
a la ciudad como espacio privilegiado para la socialización,
la mediación social y la tolerancia. Por ello, el proceso
de construcción de un proyecto social para la ciudad requiere
de una política de comunicación que rompa con el desencuentro
señalado y parta de la consideración que todo pacto social
urbano -para ser tal- requiere la incorporación de un
proyecto de comunicación.
La
búsqueda de una nueva articulación entre lo urbano, la
ciudadanía y lo municipal no podrá llegar si no se tienden
los respectivos canales de comunicación. Y lo deberá hacer
en un contexto de internacionalización de la ciudad, que
le exige trastrocar el antiguo enclaustramiento conceptual
-como sociedad local- a uno del tipo de sociedad urbana
a escala mundial, donde adquieren peso el tema de las
identidades e integración social, la participación y representación
popular, la rendición de cuentas, el carácter de la inversión
urbana y la tecnología, entre otras.
La
violencia urbana
Si
bien la violencia urbana existió desde que existe la ciudad,
es difícil desconocer que durante estos últimos años se
ha convertido en uno de los temas más importantes de la
urbe latinoamericana. La violencia ha crecido significativamente
y se ha transformado desde su condición inicial, tradicional,
como una estrategia de supervivencia (ingresos y desempleo)
o por factores culturales (asimetría familiar, cultura
lúdica), a una moderna, cuando se expresa a través de una disposición explícita a
cometer un hecho delictivo, para lo cual se organiza,
adquiere tecnología y debe internacionalizarse.
La
región es ahora el continente más violento del mundo y
ha ido construyendo un territorio unificado para las operaciones
delictivas [31]
Al momento, según las encuestas de
opinión pública aplicadas en las principales ciudades
latinoamericanas (ver Latinobarómetro), la seguridad es
la principal demanda de la población, convirtiéndose en
un factor de organización de la ciudad y en componente
significativo de la productividad urbana.
El
peso adquirido por las violencias tiene que ver, entre
otras cosas con: las nuevas formas que ha asumido el delito;
el incremento alarmante de su magnitud; el proceso de
transnacionalización de la delincuencia organizada; el
alto desarrollo tecnológico que ha alcanzado y, con el
incremento y sofisticación de los niveles de organización.
Es así como las violencias se han extendido rápidamente
en todos los países y ciudades de la región, pero con
peculiaridades y ritmos de intensidad propios a cada urbe
y cultura.
La
violencia urbana se expande cada vez con mayor fuerza
en las ciudades de la región, provocando mutaciones manifiestas
en las urbes latinoamericanas. Allí están las transformaciones
en el urbanismo (amurallamiento de la ciudad, en nuevas
formas de segregación residencial); en los comportamientos
de la población (angustia, desamparo); en la interacción
social (reducción de la ciudadanía, nuevas formas de socialización)
y en la militarización de las ciudades, amén de la reducción
de la calidad de vida de la población.
El
impacto mayor de la violencia en la ciudad tiene que ver
con la erosión de la esencia de la ciudad, en una triple
dimensión: reducción de la condición de ciudadanía (menos
solidaridad, participación y mas exclusión, segregación);
disminución del tiempo urbano (horarios restringidos)
y reducción del espacio de la ciudad (principalmente el
de encuentro).
La
planificación urbana: la crisis
La
planificación urbana nació en Inglaterra a mediados del
siglo XIX, en el contexto de los procesos de cambio introducidos
por la Revolución Industrial, para mitigar los efectos
ambientales nocivos que el acelerado crecimiento urbano
produjo en la población, debido al traslado de los medios
de producción y de la migración de la población del campo
a la ciudad.
Su
enfoque estuvo encaminado a incentivar los cambios de
uso de suelo y de las densidades poblacionales, a través
de los conceptos de zona homogénea (un uso del suelo permitido
en un mismo espacio) y de un código moderno de construcción.
De esta manera, se buscaba, por razones de salud pública,
garantizar la separación de la industria y el comercio
de las zonas residenciales, así como reducir las densidades
de población. El concepto de área homogénea, vinculado
al de cuarentena, buscaba reducir drásticamente los efectos
sanitarios negativos que la contaminación, las plagas
o los incendios causaban en la población urbana.
Con
el transcurso del tiempo, esta motivación central de la
planificación cambia gracias a los avances de la salud
pública y la noción de la zona homogénea pierde sentido
convirtiéndose, más bien, en una “externalidad” económica
que debe reducirse [32].
La productividad de la ciudad se convierte en la preocupación
central de la planificación, con lo cual la zona homogénea
incrementa los tiempos de viaje, hace más distantes las
actividades urbanas, impone restricciones a la industria
de la construcción y al capital de promoción.
La
planificación urbana tradicional entra en crisis y aparece
la planificación estratégica como salida. De la propuesta
normativa se pasa a la búsqueda de una visión estratégica
de ciudad, compartida por los actores de una ciudad que
exige competencia y, por tanto, regulación mercantil.
La
nueva planificación urbana busca recuperar su condición
de vértice ordenador del conjunto de la ciudad, pero bajo
un criterio policéntrico, donde la motivación no sea el
“sueño de un orden” homogeneizador, sino más bien, la
posibilidad de construir “múltiples ordenes simultáneos”,
que supone que la planificación urbana pase de su tradición
física a estratégica; de uniformadora a integradora, y
se la conciba como un proceso en el que la tríada planificacióngobierno-ciudadanía
guíe la gestión urbana desde una perspectiva de largo
plazo y no teleológica; más aún si la ciudad fue la primera
forma de participación ciudadana.
La
planificación debe buscar la recuperación de la polis
como expresión de una ciudad democrática. La polis griega,
fundada en la democracia, integraba el ciudadano a la
actividad de la polis y este ciudadano, a su vez, asumía
la problemática de la polis como suya, como propia. Este
sentido histórico se ha ido perdiendo. El crecimiento
urbano desmesurado alejó esta relación, la distanció.
El Estado se hizo cada vez más complejo, hasta establecer
una distancia extrema. Los mecanismos de participación
se transformaron en delegaciones, en sufragios simples
que no comprometen en lo inmediato al votante.
La
recuperación del sentido de la polis debe seguir el propio
devenir de su constitución, esto es, desde una perspectiva
de futuro construido socialmente, ir formando consensos
hegemónicos. En este contexto, encuentra ubicación la
planificación como metodología que permite fusionar la
prefiguración del futuro con la formación de los consensos.
En este proceso es de vital importancia definir el concepto
de estrategia y cuales son las que guían este proceso.
Sin
embargo, de un tiempo a esta parte -por el peso que tiene
el mercado en la ciudad, por el debilitamiento de las
políticas públicas y por el pragmatismo reinante- la planificación
está siendo sustituida por los llamados grandes proyectos
urbanos (CPU), que logran cambios en la ciudad de manera
inmediata operando bajo la lógica público-privada.
Pobreza
urbana
América
Latina se caracterizó durante mucho tiempo por tener “ciudades
de campesinos” debido al acelerado proceso de migración
del campo a la ciudad; sin embargo, esta realidad empieza
a transformarse en una nueva condición social: la constitución
de “ciudades de pobres”. Hoy, esta imagen de ruralidad
de la ciudad, propia de la urbanización de los años cincuenta,
no tiene cabida. Se vive un proceso de urbanización de
la pobreza que lleva a que la mayoría de los pobres estén
localizados en las ciudades, haciendo de la ciudad el
escenario más significativo de la polarización económica
y de la desigualdad social.
Existe
un desplazamiento de los empleos del sector productivo
hacia los servicios, hay un tránsito acelerado hacia la
informalización (subempleo) y terciarización, que producen
una reducción importante del empleo e ingresos estables.
Por otro lado, existe un déficit significativo en los
servicios de educación y la salud, así como un incremento
sustancial del problema de la vivienda, aportando de manera
considerable a la pobreza.
Se
observa, además, un cambio en el rostro de la pobreza:
la pobreza se ha feminizado y envejecido; hay un mayor
número de pobres y mayor intensidad de la pobreza; los
bolsones de concentración de los pobres están en la periferia
y la centralidad de las ciudades, provocando que la segregación
urbana y la exclusión social se agudicen y generalicen.
Por ello, es imprescindible conocer algunas de las características
más sobresalientes de la pobreza en nuestras ciudades
en el contexto histórico actual.