La
ciudad es ante todo el espacio publico, el espacio público
es la ciudad. El espacio público es a la vez condición
y expresión de la ciudadanía, de los derechos ciudadanos.
Si el espacio público está en crisis, se degrada o
se disuelve, es la democracia que se pervierte, el proceso histórico
que hace avanzar las libertades individuales y colectivas, la reducción
de las desigualdades y la supremacía de la solidaridad y
la tolerancia sobre el egoísmo y la exclusión. La
crisis actual del espacio público puede ser considerada a
partir de dos parámetros.
Primero: la
consideración histórico-cultural del espacio público
como una dimensión fundamental de la democracia política
y social. La democracia en su dimensión territorial. El espacio
público es el espacio de uso colectivo (ver artículo
de Manuel Solà Morales). Es el ámbito en el que los
ciudadanos pueden (o debieran) sentirse como tales, libres e iguales.
El donde la sociedad se escenifica, se representa a sí misma,
se muestra como una colectividad que convive, que muestra su diversidad
y sus contradicciones y expresa sus demandas y sus conflictos. Es
donde se construye la memoria colectiva y se manifiestan las identidades
múltiples y las fusiones en proceso. El espacio público
democrático es un espacio expresivo, significante, polivalente,
accesible, evolutivo, es un espacio que relaciona a las personas
y que ordena las construcciones, un espacio que marca a la vez el
perfil propio de los barrios o zonas urbanas y la continuidad de
las distintas partes de la ciudad. Este espacio es el que hoy está
en crisis. Y su decadencia pone en cuestión la posibilidad
de ejercer el "derecho a la ciudad" (David Harvey). Derecho
a la ciudad y espacio público democrático son dos
caras de la misma moneda y la cultura política y urbanística
actual ha revalorizado ambos conceptos en nuestra época.
Segundo: la
crisis del espacio público viene determinada por un conjunto
de factores. El principal sin duda es resultado de las actuales
pautas urbanizadoras extensivas y difusas productoras de espacios
fragmentados, lugares (o no-lugares) mudos, tierras de nadie, guetos
clasistas, zonas marcadas por el miedo o la marginación.
El espacio público en estas extensas zonas de urbanización
discontinua y de baja densidad prácticamente desaparece,
los ciudadanos quedan reducidos a habitantes atomizados y a clientes
dependientes de múltiples servicios con tendencia a privatizarse.
La disolución de la ciudad en las periferias (Françoise
Choay) se complementa con la especialización (social y funcional)
de los centros urbanos y de gran parte de la ciudad compacta (que
ya había anunciado Jane Jacobs). Los espacios públicos
pierden sus cualidades ciudadanas para convertirse en espacios viarios,
o en áreas turísticas y de ocio o museificadas, o
centros administrativos vacíos y temidos al atardecer, o
en calles o barrios cerrados (que no solo existen en las periferias
de baja densidad), o en plazas vigiladas en las que se suprimen
los elementos que favorecen el estar (los bancos) o se crean obstáculos
físicos para evitar concentración de personas. Las
calles comerciales animadas y abiertas se substituyen por centros
comerciales en los que se aplica "el derecho de admisión".
Y los centros y barrios que no se transforman siguiendo estas pautas
devienen espacios de exclusión olvidados y a veces criminalizados.
Este modelo
de urbanización es un producto de la convergencia de intereses
propios del actual capitalismo globalizado: capital financiero volante
especulativo, legislación favorable a la urbanización
difusa y al boom inmobiliario (hipotecas basura) y propiedad privada
del suelo con apropiación de las plusvalías especulativas.
Un círculo vicioso que cuando encuentra obstáculos
legales o sociales practica impunemente la corrupción. (Jordi
Borja).
Estas pautas
de urbanización vienen reforzadas por el afán de distinción
de clases altas y medias que buscan la distinción y la protección
de áreas exclusivas y la seguridad (ilusoria) que los sectores
medios y bajos creen encontrar en la propiedad del suelo o de la
vivienda como ahorro para el futuro y altos costos en el presente.
Los gobiernos locales a su vez, cómplices por acción
o por omisión, encuentran en la urbanización una fuente
de ingresos y un cierto apoyo social. La cultura urbanística
heredada del movimiento moderno que había decretado "la
muerte de la calle" sirve de coartada a muchos profesionales
para justificar su necesaria participación en el festín.
Pero la fiesta
ha terminado: ¿La urbanización en los próximos
años no podrá seguir las mismas pautas? Sería
lógico que se impusiera un cambio radical. Por razones de
despilfarro de recursos básicos y de altos costes sociales.
Por la irresponsabilidad especulativa con la que actúa el
capitalismo financiero global. Por la responsabilidad exigible por
parte de las opiniones públicas a los gobiernos de la necesidad
de regular tanto a las agentes financieros como a los grandes actores
inmobiliarios que han recibido cuantiosas ayudas de dinero público
para salir del atolladero por ellos mismos provocado. Por las posibles
movilizaciones sociales de los principales afectados por la crisis,
las mayorías populares, que han perdido ahorros y/o empleo,
y que exigirán el abandono de las políticas neoliberales
que han provocado esta crisis (ver Neil Smith y otros en Después
del neoliberalismo: ciudades y caos sistémico, citado en
este número).
Los profesionales
y en general los intelectuales tienen una especial responsabilidad
en la conversión de la crisis en oportunidad de cambio en
un sentido democrático: desarrollar un pensamiento crítico
radical y proponer alternativas posibles y deseables. Lo cual requiere
situarse fuera de la lógica institucional (gobiernos gestores,
cúpulas partidarias de partidos integrados en el sistema)
y de la cultura oficial académica. En ambos casos predomina
el conservadurismo a ultranza, los responsables políticos
no saben ni quieren saber otra cosa que la vuelta a la situación
anterior. Y la vida académica actual ha degenerado a producir
un saber reproductivo, cada vez más alejado de las realidades,
substituidas por la metodología formalista y por la sumisión
a las revistas indexadas acorazadas frente a la crítica y
a la innovación.
Probablemente
en este mundo solo es posible hacer reformas. Pero para que las
reformas sirvan para progresar y no para mantener en peor lo existente
se requiere un pensamiento radical, o si lo prefieren, revolucionario.
Un pensamiento orientado a la acción.
JB
Ver
a continuación nota complementaria
sobre los textos y los autores citados.
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