
Madre
e hijos caminando al costado del muro palestino;
ciudadanos derribando el Muro de Berlín en 1989 (El Mundo)
y el Muro de La Horqueta veinte años después (LA NACION,
Ricardo Pristupluk).
Seguido
de Emigración y destierro, por
Fernando Diez
Leí,
días pasados, que el hombre que ordenó la edificación
de la casi infinita muralla china fue aquel primer Emperador, Shih
Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemarán todos los
libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones -las
quinientas a seiscientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros,
la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado-
procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos,
inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó.
Jorge Luis Borges, La muralla y los libros (1950), en Otras
inquisiciones, Emecé, Buenos Aires.
De
entrada, se creería que hubiera sido más ventajoso
en todo sentido construir en forma continua o al menoscontinuadamente
dentro de los dos sectores principales, ya que la muralla, como
se sabe y se divulga, fue proyectada como defensa contra los pueblos
del Norte. Pero, ¿cómo puede defender una muralla
construida en forma discontinua? En efecto, una muralla semejante
no sólo no puede proteger, sino que la obra misma está
en constante peligro. Estos fragmentos de muralla abandonada en
regiones desoladas, pueden ser destruidos con facilidad, una y otra
vez, por los nómades, sobre todo porque éstos, atemorizados
por la construcción, cambiaban de residencia con asombrosa
rapidez, como langostas, por lo que, probablemente, tenían
mejor visión de conjunto de los progresos de la obra que
nosotros mismos, sus constructores. Franz Kafka, De la construcción
de la muralla china, Alianza Editorial, Madrid.
Hace
un tiempo publiqúé en café de las ciudades
una nota relacionando el muro construido por Israel en territorio
palestino con la experiencia del Muro de Berlín y (al menos
para un observador local) a los patchworks generados por las urbanizaciones
privadas en las ciudades de América Latina (y en especial
la Argentina), donde los muros divisorios separan violentamente
la marginalidad pobre de la marginalidad rica. Esta obvia y previsible
asociación tiene una lectura posible desde el estudio de
la ciudad y el territorio. Con posterioridad a dicho artículo,
otros muros de división territorial se construyeron en lugares
y contextos muy diversos. Este texto trata entonces de actualizar
y compendiar esos episodios de segregación, a la vez que
contextualizarlos en la reflexión sobre el espacio contemporáneo.
El fragmento correspondiente a las urbanizaciones privadas argentinas
ha sido eliminado de esta actualización, por ser tratado
en otra nota de este número de Carajillo.
Tal reflexión
es, hasta cierto punto, independiente de los juicios de valor ideológico
y político, y no implica plantear equivalencias absolutas
entre estas situaciones. Como aclaración previa: creo tener
elementos de juicio bastante amplios sobre algunos de los casos
que analizo y en cambio muy poca información consistente
sobre otros. No obstante, no necesito tener esa información
para estar convencido de que en general estos muros son en mayor
o menor medida actos de barbarie.. Pero no es tanto la evaluación
política y moral de estos episodios lo que aquí me
interesa, como la reflexión sobre las implicancias que estos
tienen sobre la teoría y la praxis de la ciudad y el territorio.
El lector interesado en los aspectos que esta nota elude voluntariamente
abordar, encontrará al final del texto algunos enlaces a
sitios donde sí se realizan esas consideraciones (1). Es
bueno aclarar que este texto no pretende dar explicaciones generales
que descubran un hilo conductor uniendo todos los casos expuestos,
sino comentar la propia perplejidad del autor ante la persistencia
de estas respuestas territoriales en contextos tan distintos y en
un tiempo en que se supone que los muros son inservibles.
Lo que nos
dicen y lo que vemos
Se
nos dice a menudo que vivimos en una época de flujos, de
redes, de ambigüedades y continuidades. Si la Caída
del Muro (con mayúsculas, sobreentendiendo de que muro se
trata) confirma y ejemplifica esta proposición, los muros
contemporáneos se le interponen, literalmente. Ya no se trata
de barreras que encauzan y dirigen el movimiento, de bordes en la
ruta de los flujos, sino del regreso a una definición primitiva
y estanca del territorio: "de aquí para allá,
nosotros; ustedes, en cambio, del otro lado" (Ilan Pappé,
historiador israelí y profesor de la Universidad de Haifa,
Israel, sostiene: "el Partido Laborista siempre ha pretendido
una paz fundamentada sobre la existencia de una línea divisoria.
De hecho, ese fue su eslogan en las elecciones generales de 1992:
"Nosotros estamos aquí; ellos, allí"). Otra
contradicción al espíritu de los tiempos: también
se nos dice que ya no es tan importante lo territorial, que las
fronteras ya no existen...
En el siglo XIX, la modernidad burguesa europea comenzó a
derribar las ya inservibles murallas de las ciudades, generando
operaciones como el Ringstrasse de Viena en 1857: una avenida de
60 metros de ancho que integró los edificios residenciales
y administrativos, el espacio público representativo, el
sistema de calles a ambos lados de la vieja muralla y las nuevas
estaciones ferroviarias en la periferia. Una modernidad amable,
con continuidades y diferenciaciones que a su vez ritman, unen y
jerarquizan el espacio. Estas cesuras ordenan el continuo metropolitano,
califican lugares en el territorio. Los barrios y equipamientos
a cada lado de la antigua muralla pueden ser más o menos
prestigiosos, elegantes, o logrados, pero tienen un sentido en la
continuidad urbana. Con una concepción similar, en los ensanches
que se construían por fuera de las viejas murallas, o en
los boulevards que desventraban los centros congestionados, se construían
palacios donde las distintas estratificaciones sociales se daban
por piso. En un mismo terreno, en un mismo edificio, convivían
la representación burguesa del piano nobile con las privaciones
de la buhardilla.
Algo de toda esta "amabilidad" tiene que ver con el carácter
profundo de esas construcciones. Las antiguas murallas europeas
eran definiciones físicas de lo urbano: lo que encerraban
era la ciudad completa, con sus ricos y sus pobres, desde los poderosos
hasta los siervos del campo en épocas de conflicto, incluso
con espacios para cultivar mientras duraran los sitios. Y la separaban
de otras situaciones colectivas: otras ciudades, ejércitos,
imperios. Esas murallas definían ciudades, eran un atributo
de urbanidad semejante a la plaza o a las torres de los templos
(suelen compararse los muros de las urbanizaciones privadas -las
"privatopías"- con los de las antiguas murallas
de las ciudades, anteriores a la modernidad; sostengo que esta comparación
parte de un error: mientras que esas murallas incluían a
la totalidad de la población, los muros actuales son por
definición excluyentes de sectores enteros de la población).
Eran en este sentido distintas a los muros de las ciudades prohibidas
de los palacios orientales, en Beijing, en Kioto, que separaban
al emperador y su corte del pueblo, lo alto y lo bajo (segregación
que era tan restrictiva para las gentes de pueblo como para el propio
emperador cuando pretendía salir de esos límites).
El placer estético por las masas murarias puede ser un gusto
contemporáneo, pero lo cierto es que allí donde sobreviven,
las antiguas murallas expresan una identidad urbana. Pueden ser
motivo de pintoresquismos neogóticos en Carcassone, o integrarse
a una inteligente resolución contemporánea en Girona:
nadie dudará de su raiz urbana, de su intencionalidad de
forma. Un ejemplo magnífico son los diseños para las
fortificaciones florentinas que realizó Miguel Angel: Bruno
Zevi las considera una ruptura del orden perspectívico renacentista
y dice que su calidad espacial las asemeja a dibujos hechos con
asistencias de computadoras.
Pero, ¿qué es lo que pasa en cambio con nuestros muros
contemporáneos? Hay un antecedente histórico muy claro:
el muro con el que los Estados Generales encerraron París,
en tiempos de Luis XVI, para combatir el contrabando. Tenía
3,40 metros de altura y toda construcción estaba prohibida
a unos 90 metros de sus lados interno y externo. Sus 50 puntos de
entrada fueron diseñados por Claude Ledoux, (algunos todavía
persisten), quien fue despedido poco antes de la Revolución
de 1789 por denuncias de sobreprecios. El muro generó mucho
descontento entre los parisinos, al punto que se decía "el
muro que amura a París hace murmurar a París".
No es de extrañar que algunas de sus puertas fueran destruidas
junto con La Bastilla.
"¿Esto
es Postdamer Platz?"
El Muro de Berlín
(un episodio tan traumático de la historia mundial que de
por si definió el apogeo, desarrollo y final de la Guerra
Fría) aparece pocos años antes de su caída
en la bella película de Wenders Las Alas del Deseo, subtitulada
justamente como El cielo sobre Berlín. De nuevo, la contraposición
de la modernidad fluida (en este caso la Biblioteca proyectada por
Hans Scharoun, que también aparece en la película
de Wenders) con la oclusión del muro. Uno de los personajes,
el poeta Homer, se pregunta al encontrarse en un espacio desolado,
"¿Esto es Postdamer Platz?". El ángel Cassiel,
que se corporiza como humano por amor a una mujer, cae en el medio
del muro y al levantarse ve los primeros colores, los de los grafittis
del lado occidental.
A diferencia de las murallas, pero también de los barrios
cerrados y de Palestina, este Muro no impedía la entrada
sino la salida: los burócratas del este no confiaban tanto
en su versión del socialismo como para darle a su gente la
posibilidad de elegir. El Muro cayó a mazazos de ciudadanos
que reclamaban su libertad, pero al poco tiempo se dictaminó
que ese reclamo era en realidad por el librecomercio. Algo de eso
se evidencia en la posterior reconstrucción de la ciudad,
más cercana a la lógica de las sedes corporativas
y los shopping malls que al debate entre deconstructores y reconstructores
de los meses inmediatos a julio del '89. Según Carlos García
Vázquez, en su contribución al libro sobre El espacio
público de Jordi Borja y Zaida Muxi "muchas son las
cuestiones que la experiencia berlinesa de Potsdamer Platz ha dejado
abiertas, y no sólo en lo referente al espacio público
contemporáneo, otras aluden al modelo de ciudad que plantea:
al procedimiento (¿por qué se ha dejado en manos del
capital privado la definición de la ciudad?), al diseño
(¿por qué enmascarar como evolución lo que
realmente es una enorme mutación?), o al concepto (¿por
qué suplantar, apelando a un concepto tan abstracto como
el de tradición, la verdadera memoria del lugar?). Cuestiones
que convergen en otra de carácter más general: ¿es
Potsdamer Platz un espacio para la reacción, un cálido
refugio europeo contra la radical inestabilidad que caracteriza
a las grandes ciudades contemporáneas? En cualquier caso,
una cosa parece clara, que el laboratorio de Potsdamer Platz no
ha conseguido elaborar ninguna receta verdaderamente convincente;
una evidencia más de las dificultades que encuentra la actual
cultura urbanística europea para canalizar los fenómenos
contemporáneos". Hoy Homer, el poeta de Wenders, también
se preguntaría si esto es Postdamer Platz.
Los vínculos con la tierra
El
de Palestina e Israel es un conflicto territorial como casi ningún
otro. Cada tanto se producen encarnizadas batallas por el control
de una casa o de un edificio público. El acoso a la sede
del gobierno palestino en Ramallah, en 2003, fue toda una operación
militar sobre un edificio y un par de manzanas a su alrededor. La
cuestión de los asentamientos de colonos posteriores a la
Guerra de los 6 días, o las discusiones sobre el status de
Jerusalén como capital de Israel, son centrales en los debates,
que además parten del reconocimiento o no del derecho palestino
a tener una patria.
Cierta derecha israelí crítica el muro no por su barbarie
sino por avalar la idea de que de un lado está Israel y del
otro Palestina. Por el mismo motivo, hay palestinos que están
de acuerdo con su erección y solo discuten su trazado: kilómetros
más, kilómetros menos. Se dice que el conflicto es
milenario y que está en la naturaleza de los pueblos, pero
existen muy buenos ejemplos de convivencia fraternal entre ambas
colectividades (incluso en el enfrentamiento conjunto a la barbarie
nazi). Y aunque este muro pueda parecerse más a una muralla
que los otros muros (y por ejemplo sirva para dejar los asentamientos
más cuestionados dentro de su perímetro), cerca de
un millón de palestinos viven en territorio israelí.
Gadi Algazy, Profesor de la Universidad de Telaviv y responsable
de la asociación Judeo-Arabe Taayoush ("vivir juntos"),
sostiene que "La creación de un sistema de cercos y
enclaves de semejante dimensión sólo puede compararse
con el proyecto de colonización masiva de Cisjordania puesto
en marcha en 1978 por el primer gobierno Begin, bajo la dirección
de Ariel Sharon. La actual empresa prolonga la anterior, y lo mismo
que ella pone de manifiesto la visión política coherente
de este hombre que siempre prefirió los hechos a las palabras
y a los símbolos. Agricultor él mismo, considera que
el futuro del conflicto se decide in situ: lo que cuenta son los
hombres, la tierra y el agua. Y los hechos que crea actualmente
bien podrían llegar a ser irreversibles. El muro funciona
en un contexto agrícola: negar el acceso de los palestinos
a sus campos y a sus pozos permite modificar de modo duradero las
estructuras económicas y romper sus vínculos con su
tierra".
Según el Informe Derechos sin Solución (El impacto
del Muro ilegal de Israel en el territorio Palestino ocupado sobre
los derechos humanos de los palestinos, cinco años después
de la Opinión Consultiva del Tribunal Penal Internacional,
COHRE & Stop the Wall, Julio de 2009). "unos 200 Km. del
Muro han sido construidos desde que el Tribunal Penal Internacional
(ICJ) decretó que el Muro era ilegal, y otros 113 Km. están
en estos momentos, en construcción". Una vez terminado,
el Muro tendrá unos 725 Km. de largo. "Actualmente,
su construcción lleva un 59% de obra completada. Solo un
20% del Muro sigue la ruta de la línea del armisticio de
1949 llamada "la Línea verde", y la mayoría
se desvía significativamente dentro de Cisjordania, anexando
de facto más del 10% de tierra cisjordana. En algunas áreas,
el Muro se adentra hasta 22 Km. en tierra cisjordana e incorpora
alrededor del 83% de la población colona de Cisjordania a
Israel, y aísla a los 250.000 palestinos habitando en el
Jerusalén Este ocupado del resto de Cisjordania. Más
de 500,000 palestinos ubicados del lado oriental del Muro han sido
separados de sus tierras y de sus medios de subsistencia. Unas 60
localidades en 17 enclaves están encerradas por tres lados
por el Muro y los asentamientos, y se encuentran férreamente
controlados por el cuarto lado, afectando a 257,265 personas residentes
en esas áreas. Además, expropia tierras de primera
para la agricultura y recursos acuíferos. El Muro, junto
con los asentamientos, sus infraestructuras de carreteras, las zonas
militares y las reservas naturales, priva efectivamente a los palestinos
del acceso al 49% de Cisjordania". La construcción del
Muro afecta los derechos a la autodeterminación, a la libertad
de movimientos. al trabajo a un adecuado nivel de vida, a la educación
y a la atención médica e involucra el traslado de
la población civil dentro del territorio ocupado, la confiscación
y destrucción de propiedades, la anexión de tierra,
el traslado forzoso y el desplazamiento de personas desprotegidas.
Otros casos
Los
ejemplos abundan de modo tal que es imposible atribuirles un carácter
de excepción. Veamos solo algunos casos que oportunamente
fueran registrados en café de las ciudades:
- El gobierno del estado de Río de Janeiro anunció
a mediados de abril de 2004 su intención de construir muros
de 3 metros de altura alrededor de 4 favelas (Rocinha, Vidigal,
Parque da Cidade y Chácara del Cielo) donde las peleas internas
de los narcotraficantes habían originado una ola de violencia.
Jorge Mario Jáuregui, arquitecto del programa Favela Bairro,
opinó sobre esta propuesta.en la nota Favelas en la ciudad:
articular, no separar, pubicada en el número 19 de café
de las ciudades:
"Pienso que la sola mención de la idea de "amurallar"
las favelas es para avergonzar a cualquiera, mucho más a
quien fue uno de los impulsores del programa de urbanización
denominado Favela Bairro, que consiste justamente en buscar articular
las áreas informales (favelas) con las áreas formales
de la ciudad. Lo que implica básicamente la idea de construir
canales de conexión (no de desconexión, como sería
un muro) entre las partes excluidas de los beneficios de la urbanidad
y el resto de la ciudad.
Como sabemos, y como vengo haciendo en ya más de 25 favelas
de la ciudad de Río, esta conectividad se da a través
de la extensión de las infraestructuras básicas (cloacas,
agua , iluminación pública); la reformulación
del sistema vial y de accesos; la introducción de edificaciones
para la generación de trabajo y renta, y edificaciones para
la prestación de servicios de interés social (guarderías,
puesto de salud, centro de atención para la obtención
de documentación, centros de capacitación educacional
y de mano de obra, etc); un plan de tratamiento de la basura; la
regularización de la propiedad de la tierra y, justamente
relacionado con esto, la delimitación de lo público
y lo privado, que tiene que ver con la cuestión de los "límites"
de cada favela.
(
) La definición de marcos de referencia claros, visibles
e "inmodificables", es un factor muy importante de las
intervenciones de urbanización. Estos marcos visibles pueden
ser, como ya hemos hecho en algunas ocasiones, una especie de caminos
bajos de piedra (de más o menos 80 cm. de altura y entre
80 a 100 cm. de ancho) que sirven para hacer el recorrido de fiscalización
posterior a las obras. Esto es, que en ningún caso debería
tratarse de "ocultar" lo que está por detrás
de las áreas urbanizadas sino, por el contrario, permitir
la permeabilidad visual y funcional entre la favela y su entorno,
a partir del estudio minucioso de la topografía, de las condiciones
del suelo, de las formas de acceso al lugar y de los usos establecidos
por la población residente, todo lo cual debe ser sintetizado
en un esquema de lectura de la estructura del lugar. (
) Cercar
las favelas con muros con la excusa de la destrucción de
la Floresta de Tijuca es ridículo. No es la Mata Atlántica
lo que está en cuestión, sino la vida de personas.
(
) Por lo tanto la cuestión es en realidad derrumbar
todos los muros (a través de una ecología mental,
social e ambiental) que impiden el pensamiento y el tratamiento
consistente (y desde nuestra disciplina, el approach proyectual)
de nuestra sociedad dividida".
- En La Nación
del 26 de septiembre de 2006, Andrés Oppenheimer (habitualmente
afín a las posiciones más conservadoras de la política
estadounidense) califica de "alocado" el proyecto de ley
finalmente aprobado en el Congreso para crear un muro en la frontera
con México: "El muro que se está planeando ahora
sólo cubriría 1.120 de los 3.380 kilómetros
de la frontera, de manera que sólo hará que los inmigrantes
crucen por otros lados más peligrosos. Y aun si se construyera
un muro de 3380 kilómetros, los posibles inmigrantes recurrirían
a túneles, paracaídas, o intentarían cruzar
desde Canadá (...) o lo seguirían haciendo a través
de los aeropuertos de Estados Unidos".
- Dos días
después, el mismo diario reproduce la información
de AP sobre los planes de Arabia Saudita para construir un muro
a lo largo de su frontera de 900 kilómetros con Irak, "con
el propósito de evitar que los terroristas ingresen en el
reino". El proyecto "forma parte de un paquete de medidas
de seguridad de 12.000 millones de dólares que incluye sensores
electrónicos, bases y obstáculos materiales".
La nota está fechada en los Emiratos Arabes Unidos y más
precisamente en Dubai, quizás el modelo de desarrollo territorial
más influyente en la actualidad; los EUA también están
construyendo un muro similar a lo largo de su frontera con Omán,
aunque en este caso para impedir el paso de inmigrantes ilegales.
El muro en la frontera y el enclave fragmentado en la isla artificial
resultan así dos modelos territoriales complementarios en
el nuevo paradigma de Dubai: segregación por un lado, irresponsabilidad
ambiental por el otros.
- Durante la
Semana Santa de 2009, la Municipalidad de San Isidro (el más
rico y elegante de los distritos que constituyen el Area Metropolitana
de Buenos Aires) intentó cercar con un muro parte de su límite
con el vecino partido de San Fernando, de manera de cortar la comunicación
entre el próspero barrio de La Horqueta y la humilde vecindad
de Villa Jardín, al otro lado de la fronteriza calle Uruguay.
Según el Intendente de San Isidro, Gustavo Posse, la "obra"
fue planificada por pedido de algunos vecinos del lado sur de la
calle, ante la sucesión de hechos delictivos perpetrados
por individuos que la usarían para escapar hacia "el
condado vecino" (como se dice en las traducciones de las series
policiales norteamericanas). Sobre "El Muro de La Horqueta",
Carmelo Ricot y Lucila Martínez A. escribieron en el número
79 de café de las ciudades:
"La Horqueta fuori le mura. A diferencia de otros muros de
la vergüenza, el Muro de La Horqueta no se distinguía
por la solidez constructiva ni por la sofisticación tecnológica.
Los organismos técnicos encargados de su diseño y
construcción previeron un simple dispositivo de parapetos
de hormigón premoldeado y alambrados superiores, modulados
entre postes metálicos. En la práctica, el pretendido
Muro no alcanzó para contener la furia de los vecinos que,
indignados por la segregación a la que se los pretendía
someter, se encargaron de demoler (literalmente) una política
pública de "seguridad" a golpes de maza y empujones
colectivos. ¡Sic transit gloria mundi!
(
) A pesar de la fuerte separación de La Horqueta respecto
al mundo exterior y sus "peligros", la percepción
de la tribu residente es precisamente la contraria: la de vivir
en un barrio excesivamente vulnerable a la intención de acceder
en la que insisten, porfiados, los forasteros. Ya en los '80, La
Horqueta fue dotada de unos estratégicos canteros de ladrillo,
ubicados en medio de algunas esquinas para dificultar el acceso
de ómnibus escolares al Colegio Goethe. Y según algunos
vecinos, el pedido del muro se originó en la intención
de disminuir de 30 a 10 los accesos externos al barrio. (
)
Según razona Eduardo Reese en una entrevista en Página
12 (2), "lo interesante es que la gente de La Horqueta puede
venir a pasear por la puerta de mi casa, pero no puedo ir yo a pasear
por la puerta de su casa"
La contradicción
de la modernidad
En su libro
La música del azar, Paul Auster pone a sus personajes frente
a dos millonarios siniestros que compran un castillo en Europa,
lo reducen a piedras, lo trasladan a su finca de Pennsylvania y
lo vuelven a ordenar con la forma de un muro. Es la reducción
de la cultura a sus elementos primarios para aniquilarla mediante
la abstracción. Jim Nashe y Jack Pozzi, los protagonistas
de la novela, pierden su partida de póker contra los millonarios
y deben saldar su deuda terminando de construir ese muro absurdo.
Los recursos de la modernidad pueden anular el territorio por anular
las distancias, las identidades, las peculiaridades locales, pero
el territorio permanece como dato objetivo de la experiencia y puede
ser tan "peligroso" que induzca a su anulación
más primitiva. Una anulación sin calidad: los muros
contemporáneos podrían ser una versión del
muro de Auster, podrían construirse con los restos de las
murallas clásicas y anular su racionalidad, así como
el azar de las partidas de póker se contrapone a la racionalidad
lógica de la modernidad.
Otra barbarie, la de las Torres Gemelas de Nueva York, se caracterizó
por su voluntad figurativa: millones de personas en el mundo tienen
dando vueltas en sus cabezas la imagen del impacto de los aviones
y las torres en llamas. En cambio el muro de Palestina no aparece
en los medios, ni los muros de los barrios cerrados aparecen en
las propagandas. El Muro de Berlín solo permanece como trofeo
de la Guerra Fría en fragmentos exhibidos en algunas sedes
corporativas: nadie pidió que se mantuviera su memoria (los
grafittis que lo insultaban fueron en cambio su involuntario aporte
a la estética contemporánea). Los muros y alambrados
que dividen la frontera entre Estados Unidos y México tampoco
son fotogénicos.
Los muros contemporáneos no son conspicuos, no desean la
visibilidad. Los nuevos ricos argentinos se fotografían en
sus mansiones de los countries, pero nunca la revista "Caras"
mostrará la pared divisoria de la urbanización. No
habrá un Petrarca que pasee por las afueras del muro y se
tienda en la hierba a imaginar sonetos, no habrá una renovación
urbana que los integre a una visión contemporánea.
Esos muros desaparecerán un día o se harán
en cambio más gruesos, más altos, con cámaras
en circuito cerrado y alambrados de púa en su coronación.
Pero nadie se sacará una foto frente a ellos. Hasta el lenguaje
pretende ocultarlos: oficialmente, el Muro de Palestina es apenas
un "Cerco" o "Valla" entre ambos territorios.
Estos muros contemporáneos fragmentan el territorio y se
oponen a individuos, más que a colectivos. Lo colectivo no
es lo que queda de un lado del muro (del lado del que lo construye),
sino una intrincada madeja de individuos a uno y otro lado, al que
un día el muro puede proteger de la misma forma que al otro
lo excluye. Sería ridículo pretender que los muros
de la vergüenza fueran más decorativos o que tuvieran
un mejor tratamiento (como increíblemente propuso el concurso
convocado por el New York Times para embellecer el muro fronterizo
entre Estados Unidos y México, con la no menos vergonzosa
aquiescencia de algunas destacadas oficinas profesionales) (3),
pero lo que perturba es su estética desnuda e inhumana, su
implícita voluntad de ocultamiento. La abstracción
y la indiferenciación, un ideal estético de la modernidad,
se asocia en este caso a la brutalidad. No es tanto la falta de
intencionalidad estética lo que abruma de estos muros de
la vergüenza, como su irreductible abstracción. No escandalizan
tanto por refutar la modernidad como por expresar sus contradicciones.
Notas:
1.
Algunos trabajos de interés sobre la cuestión de los
muros: el artículo de Fernando Diez para La Nación
que reproducimos abajo; El
muro que dividió Europa, una excelente producción
del diario español El Mundo; el sitio de la campaña
"Stop the wall"
y el Informe de COHRE sobre el muro de Palestina.
2.
"Fractura
social", entrevista de Soledad Vallejos a Eduardo Reese,
publicada en Página 12 del 9 de abril.
3. Sobre el concurso convocado por el New York Times para embellecer
el muro fronterizo entre México y Estados Unidos, ver la
nota La
pared maravillosa, de Jorge Mele, en Clarín del 15/8/06,
y el comentario
de David Basalto en Plataforma Ubana.
Emigración
y destierro
Por Fernando Diez
Copyright La Nación, publicado originalmente en octubre
de 2006
¿Se
puede salir sin entrar? Esa fue, precisamente, la condición
del destierro. Algo quizá todavía posible hace sesenta
o setenta años, cuando las fronteras eran imprecisas y existían
lejanías llamadas confines. Cuando el mundo era geográficamente
más elástico, con áreas poco vinculadas y exploradas.
Hoy, el mundo ha empequeñecido por las comunicaciones y por
una tecnología que escruta desde el cielo hasta el último
rincón de la Tierra. Un espacio con finitud que ha empezado
a percibirse pequeño. Y, cada vez más, las naciones
que lo componen contabilizan sus recursos en años que les
resta para agotarlos. Con el territorio vuelto escaso, ya no fue
más posible salir a esa antigua inmensidad sin entrar en
la celosa propiedad de otros. Ya no es posible el destierro en el
sentido de los antiguos: la condena a vagar por ninguna parte. Ahora
todo es alguna parte. Pero ¿de quién, del que llegó
primero? ¿Del que fue más fuerte? ¿Del que
lo es ahora?¿Existe un derecho a salir, a emigrar? ¿Un
derecho como lo ejercieron nuestros abuelos europeos que huyeron
del hambre y la persecución? Quizás exista, aunque
a los que se les reconoce el derecho de salir, no necesariamente
se les reconoce el derecho de entrar. Pero ¿se puede ejercer
el derecho de salir sin tener adónde entrar? Los propios
europeos, que otorgaron a sus ciudadanos el derecho de salir un
siglo atrás, niegan ahora a otros el derecho de entrar. Melilla,
el enclave español en Africa, es sólo la más
amarga de las puertas cerradas. Algunos recorren todo el inmenso
continente africano, para salir de él entrando en la pequeña
Melilla; haciendo del encierro de la pequeña ciudad el afuera
al cual se sale, y del inmenso continente el adentro del que se
intenta escapar. Las migraciones que caracterizaron el fin del siglo
XIX y la formación de nuestro país ya no son bien
vistas. Cuando Monroe proclamó "América para
los americanos", rechazaba el dominio de los europeos. Pero
no rechazaba la inmigración europea. Las naciones americanas
inauguraron una nueva visión del mundo, donde la adhesión
fue posible y la inmigración no era un crimen. Por primera
vez, no era el pasado lo que unía a los hombres, sino el
futuro. Ya no serían una nación porque descendían
de la misma sangre, sino porque se reconocían como iguales.
En esa visión, hacerse argentino significaba aceptar compartir
una declaración de valores y principios de convivencia: la
carta fundadora de la Constitución Nacional. Las nociones
de igualdad y libertad estaban allí como incondicional promesa
para inmigrantes que huían del hambre y las desigualdades.
Estados Unidos planea levantar un muro de miles de kilómetros
para evitar la entrada de miles de mexicanos. La característica
casi insular de Europa le venía ahorrando ese trabajo, pero
en cada vez mayor número de naciones, está clara la
disposición a cerrarse. Precisamente las más ricas
y avanzadas tecnológicamente. Apenas dieciséis años
después de la caída del Muro de Berlín y la
de la Cortina de Hierro, que impedían salir del paraíso
forzoso del comunismo, ya se están construyendo los muros
para impedir la entrada en los paraísos del consumo. Cuando
todavía no se puede salir libremente de Cuba, ya no se puede
entrar libremente en Estados Unidos. ¿Pero es esto justo?
¿Se puede tener el derecho de salir, sin tener, al mismo
tiempo, el derecho de entrar? En el reconocimiento de esta limitación
se funda el viejo concepto del refugiado. En su negación,
la práctica que manda que los inmigrantes indeseados serán
deportados. Pero ¿hacia dónde? ¿Por qué
contra su voluntad? ¿No pueden renunciar a la nacionalidad;
es ésta obligatoria? En otras palabras, ¿tienen los
Estados nacionales, en su conjunto, derecho absoluto sobre el globo
y sobre los hombres? Frente al conjunto de las naciones, ¿no
sería suficiente razón ser humano para tener derecho
a habitar la Tierra? La nueva finitud del mundo, estrechado por
una población que se triplicó en menos de cien años,
abre un nuevo dilema moral. Un mundo que ha sido completamente reclamado
por las soberanías nacionales no deja lugar a hombres completamente
libres. Los hombres que no acepten la fuerza con la que las naciones
se apropiaron del territorio en detrimento de otros ¿deberían
acaso vivir en alta mar? Si el monopolio del territorio que ejercen
las soberanías nacionales no fuese absoluto, si tal soberanía
tuviese un límite, entonces el derecho a habitar el globo
debería primar sobre las obligaciones y los derechos de la
nacionalidad. En otras palabras: ¿es más importante
la condición nacional que la condición humana? Si
la respuesta fuese negativa, otorgar asilo al refugiado o al expatriado
no sería una libre concesión de las naciones, sino
una obligación, como contrapartida de la soberanía
de que son depositarias. Por audaz que esto parezca, ya estaba en
espíritu y en letra en la Constitución argentina de
1853, que acepta a "todos los hombres del mundo que quieran
habitar el suelo argentino". ¿Sería posible que
esto fuese verdad, no sólo para algunas, sino para todas
las naciones? ¿No basta con ser humano para tener derecho
a habitar el mundo? Estas son las preguntas que el siglo XXI nos
está formulando y las primeras respuestas no son alentadoras.
FD
El autor es arquitecto, especialista en desarrollo urbano y medio
ambiente
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