
Traducción
M. Mayorga
Texto traducido de la conferencia "Democracy and Walls:
New Articulations of the Public Space" pronunciada el 25 de
mayo de 2003 en las jornadas "Ciudades (in)visibles" en
el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.
Las
ciudades modernas han sido siempre espacios de afirmación
de la democracia y, al mismo tiempo, de proliferación de
la desigualdad social y las prácticas de exclusión.
Incluso en las ciudades modernas más democráticas
encontramos modelos de segregación espacial. De hecho, las
configuraciones generadas por las interconexiones entre democracia,
desigualdad social y espacio urbano cambian continuamente. En este
escrito me baso en el caso de Sao Paulo para analizar las nuevas
configuraciones que están surgiendo en muchas metrópolis
alrededor del mundo.
Si reflexionamos
sobre la relación entre democracia y espacio urbano a través
del caso de Sao Paulo, nos damos cuenta de dos cosas. En primer
lugar, que la democracia es un proceso desigual que en la práctica
contradice los modelos políticos usuales con que acostumbramos
a valorarla. Estos modelos tienden a concebir la democracia como
un proceso homogéneo que afecta a la vez y de una manera
uniforme a todas las esferas de la vida social. En segundo lugar,
nos damos cuenta de que no hay una correspondencia clara y directa
entre la forma espacial y la forma política, aunque, por
descontado, las dos están relacionadas y se influyen mutuamente.
Hoy día, en muchas metrópolis del mundo, tanto en
el sur como en el norte, podemos identificar procesos que recrean
y difunden la democracia y la ciudadanía y, al mismo tiempo,
procesos que socavan las condiciones mismas de esta difusión
y deslegitiman algunas de las reivindicaciones más importantes.
En estas ciudades, el espacio urbano ha sido al núcleo de
la aparición de nuevas reivindicaciones y formas de derechos
ciudadanos, y también de nuevas practicas de segregación
y discriminación, y ninguna de estas dos tendencias opuestas
ha sido capaz de eliminar la otra.
Históricamente,
Sao Paulo se ha caracterizado por una segregación espacial
clara y por una inmensa desigualdad social. A Pesar de esto, el
carácter de esta segregación y la gestión que
se ha hecho de ésta por parte de los diferentes grupos sociales
han cambiado considerablemente.
En
estos últimos veinticinco años, las enérgicas
reivindicaciones en favor de la democratización y la extensión
de los derechos ciudadanos promovidas por los movimientos organizados
por los habitantes de las periferias urbanas han contribuido a democratizar
el país, ampliar los derechos ciudadanos de los habitantes
pobres, y mejorar las infraestructuras y condiciones de vida de
estas periferias urbanas. Estos cambios se han enfrentado a procesos
de impugnación de derechos, sobre todo de derechos civiles,
y de una reinvención de la separación social, a menudo
a causa del aumento de la violencia urbana y el miedo a la delincuencia.
Desde la perspectiva urbana, el ejemplo mes evidente en este sentido
es la proliferación de enclaves fortificados para las residencias
y las actividades laborales y de consumo de las élites.
Así mismo, en estos últimos años la segregación
urbana ha comenzado a adquirir un nuevo significado una vez más
desde los espacios de la periferia, esta vez gracias a movimientos
culturales como el hip-hop. Estos movimientos denuncian,
con la máxima claridad, las condiciones de injusticia y desigualdad
omnipresentes en la periferia y, simultáneamente, recrean
estas áreas como guetos, es decir, como espacios cerrados
que imitan perversamente algunas de las prácticas de las
élites que los segregan a ellos. Mediante el análisis
de diversas dimensiones de estos diferentes tipos de compromiso
con la democratización y la segregación, espero contribuir
al debate sobre el carácter de los espacios públicos
y de la democracia en las metrópolis contemporáneas.
Los derechos a la ciudad
No
hay duda que durante estas dos últimas décadas Brasil
se ha democratizado. Tampoco hay duda que esta democratización
no ha afectado a algunas dimensiones de la sociedad brasileña.
Como James Holston y yo afirmamos en otro artículo, ha sido
un proceso desigual que ha tenido como principal éxito la
democratización del sistema político, y como principal
fracaso, el incumplimiento de la justicia y la violación
de los derechos civiles.(1) Durante éstas
dos últimas décadas las elecciones han sido libres
y limpias, ha habido libertad de organización para los partidos
políticos y las asociaciones cívicas, no se ha practicado
la censura en los medios de comunicación y no ha habido ningún
caso de encarcelamiento por actividades políticas. No obstante,
las instituciones relacionadas con el orden público -la policía
y el sistema judicial- han sido sistemáticamente incapaces
de garantizar, ni siquiera mínimamente, la seguridad pública,
la justicia y los derechos civiles. Los espacios urbanos de las
regiones metropolitanas brasileñas, sobre todo las periferias
pobres, constituyen una dimensión de la sociedad brasileña
en la que podemos observar un compromiso imaginativo con la democratización
y al mismo tiempo algunas de sus limitaciones más dramáticas.
En Sao Paulo,
como en cualquier otro lugar de Brasil, los trabajadores pobres
que se han establecido en las ciudades se han construido ellos mismos
las casas en la periferia. Los trabajadores se han comprado en las
afueras de la ciudad solares baratos, vendidos ilegalmente por estafadores
descarados, o con alguna clase de irregularidad por promotores que
no han cumplido la normativa urbana con respecto a infraestructuras
y registro de las propiedades. En Sao Paulo, como en cualquier otro
lugar de Brasil y del mundo en vías de desarrollo, los trabajadores
han entendido siempre que la ilegalidad es la condición para
poder convertirse en propietarios y vivir en la ciudad moderna.
Y en Sao Paulo, como en los otros lugares, las regiones metropolitanas
se caracterizan por una clara dicotomía entre "la ciudad
legal" (es decir, el centro habitado por las clases altas)
y las periferias ilegales. Los trabajadores se construyeron sus
propias casas en calles sin asfaltar y sin infraestructuras, y sin
disponer de financiación, en un proceso de transformación
largo y lento nombrado "autoconstrucción". Este
proceso simboliza a la perfección el progreso, el crecimiento
y la movilidad social: paso a paso, día tras día,
la casa va mejorando, y la gente se tranquiliza al ver que el sacrificio
y el trabajo duro encuentran una compensación. Así,
durante el último medio siglo, y sobre todo durante los años
de intensa urbanización entre la década de
los cincuenta y la de los ochenta, trabajadores de Sao Paulo se
trasladaron a las afueras para construirse una casa y, en este proceso,
se convirtieron en los agentes de la urbanización periférica
de la ciudad.
A partir de
mediados de década de los setenta, van a aparecer en las
periferias urbanas pobres de las regiones metropolitanas del Brasil
numerosos movimientos sociales vecinales. Los miembros de estos
movimientos, en su mayoría mujeres, eran nuevos propietarios
que se daban cuenta de que la organización política
era la única manera de obligar a las autoridades municipales
a introducir las infraestructuras y los servicios urbanos en sus
barrios. Descubrieron que el hecho de pagar impuestos legitimaba
su "derecho a tener derechos" y "derechos la ciudad",
es decir, derecho a un orden jurídico y a la urbanización
(infraestructuras, redes de suministro de agua, gestión de
aguas residuales, electricidad, servicios telefónicos, etc.)
de la que disponían los habitantes del centro. Con los movimientos
sociales, los derechos van a ir más allá de la esfera
laboral, en el cual siempre habían estado legitimados y practicados
con regularidad. La base de su movilización política
eran el estatus ilegal/irregular de sus propiedades y la situación
precaria de sus barrios, que las autoridades públicas no
habían dotado de servicios ni de infraestructuras con el
argumento precisamente de la irregularidad de su estatus. Así,
el impulso fundamental de estos movimientos fue una experiencia
urbana y colectiva de marginación y abandono, a pesar de
los esfuerzos individuales de integración a través
del trabajo y el consumo.
Los movimientos
sociales urbanos fueron los actores principales del proceso político
que puso fin a la dictadura militar. Su influencia fue especialmente
importante durante los trabajos de la Asamblea Constitucional y
las numerosas asambleas municipales y estatales que vinieron después.
Señalan un momento importante en la constitución de
una nueva concepción de la ciudadanía basada en la
participación popular en la elaboración de las leyes
y el ejercicio de nuevos tipos de derechos a través de la
legislación. La Constitución de 1988 instaura muchos
derechos como consecuencia de la aprobación de una serie
de enmiendas populares presentadas por los movimientos urbanos y
grupos minoritarios organizados después de una movilización
política sin precedentes. Estos derechos son muy diversos,
desde derechos reproductivos y permiso pagado de paternidad hasta
la usucapión urbana (usucapião urbano). Gracias
a ésta última, a los ciudadanos que hayan vivido ininterrumpidamente
durante cinco años y sin ninguna oposición en pequeños
solares urbanos pueden disponer de un título de propiedad
incontestable. Este artículo constitucional y otro, que define
el objetivo de las políticas urbanas como "la organización
del pleno desarrollo de las funciones sociales de la ciudad"
y establece que la propiedad tiene una función social, se
convirtieron en la base para una serie de leyes, normativas y planes
que transformaron las características de la política
urbana en Brasil. (2)
Uno de los ejemplos más efectivos de estas leyes es el trascendental
Estatuto de la ciudad (Estatuto da Cidade), ley federal 10257
del 10 de julio de 2001. Hay que subrayar dos de sus numerosos aciertos.
En primer lugar, formula sus directrices desde el punto de vista
de los pobres, que son la mayoría de habitantes de las ciudades
brasileñas, y crea mecanismos para corregir algunas de las
pautas más evidentes de las irregularidades, desigualdad
y degradación en la producción del espacio urbano.En
segundo lugar, el Estatuto exige que las políticas urbanas
locales se diseñen y se apliquen con la participación
popular. Por lo tanto, prevé la colaboración activa
y la implicación de las organizaciones y los intereses de
la sociedad civil.
El Estatuto
de la ciudad y las prácticas que le han inspirado constituyen
importantes muestras de una de las maneras cómo la democratización
se ha arraigado en la sociedad brasileña, y de cómo
las experiencias de base de la Administración local, la imaginación
jurídica y la movilización popular se han hecho un
espacio en las leyes federales. Por descontado, se pueden añadir
otros ejemplos que indican una ampliación importante de los
derechos y de la ciudadanía. No obstante, las profundas transformaciones
ocurridas en las regiones metropolitanas en las dos últimas
décadas han puesto en peligro estos movimientos de respaldo
de la ciudadanía y las identidades cívicas. Se trata
de procesos que tienen su plasmación material en el entorno
urbano y que neutralizan las reivindicaciones de incorporación.
Recrear la segregación
Mientras
la periferia se urbanizaba y, una vez legalizada parcialmente, se
incorporaba a la ciudad oficial, y mientras el proceso de democratización
se arraigaba y los trabajadores de bajo poder adquisitivo eran reconocidos
como actores políticos, un número significativo de
miembros de las clases alta y media van comenzar a retirarse de
la ciudad, y más concretamente, de su espacio público.
Recurrieron al temor a la violencia delictiva -que, ciertamente,
creció a partir de mediados de década de los ochenta-
como principal justificación los centenares de miles de personas
que se marcharon para instalarse en zonas de las afueras de la región
metropolitana que podían controlar mejor y de las cuales
podían excluir a los pobres. Construyeron enclaves fortificados
para sus residencias, y para las actividades de ocio y laborales.
Adoptaron un nuevo punto de vista sobre las virtudes de la iniciativa
privada, que iban de la mano de las políticas neoliberales
que asumieron la gestión económica. Estas políticas
hicieron que el Estado se retirara de algunas áreas en que
las que tradicionalmente había tenido un papel fundamental,
como los servicios urbanos, las infraestructuras, las telecomunicaciones,
la producción de acero y petróleo, etc. Las políticas
neoliberales generaron una profunda crisis económica que
puso en peligro, en parte, la continuidad de la integración
de los pobres en la ciudad mediante el proceso de autoconstrucción.
La opción
por las soluciones privadas indica también un nuevo enfoque
del espacio urbano por parte de las élites, que durante estos
últimos años han substituido los espacios públicos
y urbanos tradicionales por nuevos espacios privatizados destinados
a usos colectivos. Este cambio tiene manifestaciones diversas. La
campaña publicitaría de una urbanización cerrada,
estilo parque temático y destinada a las élites de
Sao Paulo, encontró una manera mucho sintética de
expresarlo. La urbanización residencial, llamada Place des
Vosges, es una copia literal de la plaza parisina. Pero se sitúa
dentro de una fortaleza de muros elevados, equipada con numerosos
dispositivos de seguridad a cargo de un ejército de guardias
privados las veinticuatro horas del día. El anuncio mostraba
la placa francesa y la copia fortificada brasileña, y afirmaba
que: "La única diferencia es que la de París
es pública, y la tuya es privada." A medida que las
soluciones privadas proliferan y se convierten en las más
deseables y distintivas, los espacios urbanos antes considerados
buenos se transforman en espacios desocupados, abandonados en los
que no se pueden ni mover y ni vivir porque están confinados
entre cuatro paredes.
La privatización
y unas fronteras rígidas (materiales o simbólicas),
que fragmentan lo que antes eran espacios más abiertos, sirven
para mantener separados los grupos. Estas separaciones se van creando
de diversas formas: con muros, dispositivos de diseño, la
desconfianza, los prejuicios y el miedo a la delincuencia. Este
miedo tiene consecuencias: fomenta la difusión de conversaciones
cotidianas que expresan nuevos símbolos de discriminación
y criminalización de los más desfavorecidos y de los
miembros de los grupos étnicos. Además, el miedo a
la delincuencia legitima la expansión de la industria de
los servicios de seguridad, ahora en auge, necesarios para reforzar
el nuevo régimen de distancias y fronteras del espacio ciudadano.
A la larga, esta expansión desestabiliza una de las principales
fuentes de legitimación del Estado moderno: el monopolio
de la violencia.
La periferia
Durante
la misma época en que los reductos fortificados se convirtieron
en la principal opción de las clases altas, la periferia
de Sao Paulo vivió procesos contradictorios de mejora y deterioro.
Los movimientos sociales, además de su papel fundamental
en el proceso de democratización y en la constitución
de un nuevo concepto de ciudadanía, promovieron una transformación
significativa en el entorno urbano de las periferias.
Los responsables estatales que recibieron las peticiones de los
movimientos sociales les dieron respuesta. La ciudad de Sao Paulo
(y muchas otras de Brasil) van a pedir elevados préstamos
para invertir en infraestructuras urbanas, sobre todo de saneamiento,
hasta el punto que Brasil se convirtió en el principal deudor
del Banco Mundial en materia de desarrollo urbano.
Como consecuencia, las periferias de Sao Paulo (y de otras regiones
metropolitanas) mejoraron sustancialmente en cuanto a infraestructuras
urbanas (pavimentación, aguas residuales, saneamiento, electricidad)
y a indicadores como la mortalidad infantil. Las administraciones
municipales también respondieron a las solicitudes de legalización
de suelo urbano y ofrecieron diversas amnistías para las
construcciones ilegales, con lo cual aumentó sustancialmente
el volumen de propiedad legal en las periferias -aunque éste
aún sigue siendo un problema enorme-. Esta combinación
de legalización y mejora de las infraestructuras cambió
radicalmente el estatus de la periferia en el paisaje ciudadano,
una transformación análoga a la del estatus político
de los habitantes, conseguida gracias a la organización de
movimientos sociales.
Sin embargo,
mientras las periferias mejoraban y la democratización arraigaba
en el Brasil, se estropearon las condiciones que servían
de base para la industrialización, el desarrollismo y la
movilidad social. Van a comenzar a deteriorarse en la década
de los ochenta, la denominada "década perdida",
en la cual se produjo la profunda recesión económica
vinculada a los cambios que transformaron considerablemente a la
sociedad brasileña, así como muchas otras de América
Latina y del resto del mundo. Aunque no es éste el momento
para analizar de una manera detallada estos cambios, es importante
mencionar los más destacados, ya que afectaron a la región
metropolitana de Sao Paulo en la década de los ochenta y
de los noventa. Consisten en un fuerte descenso en el crecimiento
de la población; una bajada importante de la inmigración
y el aumento de la emigración, sobre todo de los habitantes
pertenecientes a las clases altas y medias; un acusado descenso
del PNB y de los índices de crecimiento económico;
una bajada de la renta per cápita; una profunda reorganización
de la producción industrial vinculada a un desempleo muy
elevado y a la precariedad de la ocupación; una redefinición
del papel del gobierno en la producción y gestión
del espacio urbano, y un ascenso notable de la delincuencia violenta.
Como resultado de la crisis económica y los cambios subsiguientes,
la distribución de la riqueza -que ya era mala- empeoró
y las perspectivas de movilidad social disminuyeron considerablemente.
En la periferia, se desbarataron los importantes avances en materia
de inclusión urbana que habían conseguido los movimientos
sociales. Mucha gente ya no se podía pagar una casa de propiedad
y las escasas perspectivas de ganarse la vida parecían incluso
descartar la posibilidad de autoconstruirse una. La proporción
de personas que vivían en favelas en la ciudad aumentó
del 4% de 1980 al 9% del 1991 y al 11% del 2000.(3)
Es cierto que
uno de los procesos que más han contribuido a deteriorar
las condiciones de la vida cotidiana en las periferias es el incremento
acusado registrado en la delincuencia violenta.
Con un índice anual global de asesinatos de más de
60 por cada 100.000 habitantes, Sao Paulo es una de las ciudades
mes violentas del mundo. Además, muchos barrios de la periferia
tienen un índice de homicidios de más de 110 por cada
100.000 habitantes, comparados con los menos de 15 de los distritos
del centro.(4) Además, el número
escandalosamente elevado de abusos policiales y muertes perpetradas
por la policía se sitúa mayoritariamente en las periferias.
En resumidas
cuentas, aunque el espacio urbano de las periferias ha mejorado
y se ha reforzado la ciudadanía política de sus habitantes,
sus derechos civiles han retrocedido y su vida cotidiana se ha deteriorado
a causa de diversos procesos. Las periferias están más
legalizadas, tienen unas infraestructuras relativamente mejores
y, a pesar del empobrecimiento, sus habitantes tienen un acceso
al consumo, la información y la comunicación (desde
los teléfonos móviles y los ordenadores hasta la tecnología
electrónica y fonográfica) muy superior a lo que nunca
habrían llegado a soñar los más mayores. Sin
embargo, en estas zonas la vida cotidiana es, en algunos aspectos,
mas dura e incierta que antes, a causa del aumento de la delincuencia
violenta, los abusos policiales, el desempleo, la precariedad creciente
de las condiciones laborales y el desmantelamiento parcial de un
Estado del bienestar muy débil. Esta periferia, donde las
manifestaciones de desigualdad sociales son del todo evidentes y
las condiciones de la vida cotidiana se convierten en especialmente
difíciles, se convirtió en el lugar donde se organizaron
una serie de movimientos culturales y formas artísticas que
proliferaron gracias a la democratización y a un acceso más
amplio a los recursos de la información y la comunicación.
Ahora me referiré a los movimientos que expresan una visión
diferente de la periferia y
revelan algunas contradicciones importantes de la democratización.
En diversas
metrópolis del mundo, el hip-hop se ha convertido
en un lenguaje con el cual la juventud y los grupos marginales expresan
las injusticias, la violencia y las desigualdades que han sufrido.
Eso es lo que ocurre en Sao Paulo, donde los hijos de los inmigrantes
que urbanizaron la periferia ahora se identifican con el hip-hop,
se han hecho raperos, poetas marginales, artistas dibujantes de
grafittis, o bailan breakdance, con el fin de crear una visión
de la periferia muy diferente de la que sus padres proponían.
La imagen anterior de una periferia trabajadora y llena de recursos
fue obra de la generación de inmigrantes que se instalaron
y organizaron después los movimientos sociales para reivindicar
sus derechos en la ciudad. Los miembros de estos movimientos, a
pesar de ser jóvenes, eran mayoritariamente propietarios
de su vivienda y padres. Había una proporción significativa
de mujeres. Vinieron a Sao Paulo para trabajar y creían firmemente
en las posibilidades de movilidad social e integración en
la sociedad moderna que el trabajo duro y la educación en
la ciudad les ofrecían. Podemos definir los componentes de
los movimientos artísticos contemporáneos como hijos
suyos. La mayoría son jóvenes, la primera generación
de hijos de inmigrantes nacida en los barrios pobres de la ciudad,
construidos por sus padres, que soñaban convertirse en propietarios
de una vivienda y en ciudadanos modernos. Aunque muchos de ellos
tienen hijos, no suelen disponer de una vivienda independiente y
no hay casi ninguno que sea propietario. Las condiciones con que
se encontraron en la periferia son muy diferentes de las de sus
padres. Forman parte de la primera generación que ha llegado
a la mayoría de edad en un sistema político democrático
y al mismo tiempo bajo los efectos de las políticas neoliberales,
como un desempleo elevado y una cultura del trabajo nueva y "flexible".
Desde muchos puntos de vista, sus padres triunfaron en sus sueños
de movilidad social, y son una demostración de este éxito
su inserción en la ciudad, en el mercado moderno de consumo,
y en la esfera pública de los debates políticos y
la comunicación. Sin embargo, si sus padres creían
en el progreso, ellos tienen la sensación que sus oportunidades
de movilidad social son escasas o nulas. Se consideran marginados
y excluidos, y no se ven como ciudadanos, aunque día a día
ejercen sus derechos ciudadanos de integrarse en un debate público
y crear una representación pública de ellos mismos.
Se hicieron adultos en un momento en que las posibilidades de integración
se vieron contrarrestadas por el deterioro inmediato de estas mismas
posibilidades; cuando la expansión del consumo coincidió
con el desempleo; el acceso generalizado a los medios de comunicación,
con la percepción de la distancia que los separaba de los
mundos que estos medios representaban; la educación formal,
con la pérdida de importancia de ésta en el mercado
laboral, y la mejora de las condiciones urbanas, con la delincuencia
violenta. Desde este entorno promueven una de las críticas
más enérgicas nunca formuladas en el Brasil contra
la desigualdad social, la injusticia, el racismo y la falta de respeto
de los derechos humanos.
La
democracia y los espacios cerrados
Los
movimientos hip-hop expresan con dramatismo los dilemas de
las personas que viven en un contexto de abusos y desigualdad que
los acerca al universo de la delincuencia violenta y que los lleva
a no creer en las alternativas que les podrían ofrecer el
universo democrático y el resto de la sociedad. La faceta
del Estado con que están en contacto consiste, principalmente,
en una policía violenta y el deterioro de las prisiones,
escuelas y hospitales. También se tienen que encarar cada
día con lo que consideran un sistema judicial injusto. Tratan
de sobrevivir en un espacio que califican de infierno, una palabra
que identifica sus barrios periféricos y también las
prisiones donde van a parar muchos manos. Comprenden que
sus vecinos se conviertan en delincuentes. No es que estén
a favor de la delincuencia. De hecho, la misión desesperada
que se asignan imaginariamente es la de luchar por la paz, arrancar
a sus hermanos de la esfera de la delincuencia y la muerte, y enseñarles
las habilidades necesarias para continuar vivos. Esta misión
se fundamenta en un sentimiento de revuelta. En efecto, es probable
que el hip-hop exprese la forma de revuelta articulada con
más energía que se haya visto en la sociedad brasileña
durante muchos años. La decisión de hablar desde la
perspectiva de los negros, denunciar el racismo, manifestar un antagonismo
frontal de clase, despreciar los ricos (sobre todo los playboys
jóvenes) y despreciar a las mujeres no tiene ningún
paralelismo en una sociedad en que la actitud más extendida
es el de evitar la confrontación directa, tanto racial como
social. Es probable que las opiniones formuladas por el hip-hop
no sean compartidas por la mayoría de habitantes de la periferia,
pero es evidente que constituyen un punto de vista muy potente que
a veces representa la periferia y condiciona los debates políticos
y las disposiciones que la afectan.
En estos últimos
años, en Brasil numerosos movimientos han denunciado las
desigualdades que pesan sobre la vida de las clases trabajadoras
de bajo poder adquisitivo y sus espacios.
Los movimientos sociales de las décadas de los setenta y
ochenta son el ejemplo más conocido. No obstante, hay una
diferencia fundamental entre estos movimientos y el hip-hop.
Éste último expresa una cosa que hasta ahora se había
expresado muy poco: la violencia de la vida cotidiana; las relaciones
conflictivas entre vecinos y entre hombres y mujeres; el racismo;
la violencia policial; la falta de alternativas; la vulnerabilidad
de los cuerpos.
Es cierto que
los movimientos sociales denunciaban una situación de desigualdad
e injusticia. Pero su perspectiva presentaba dos diferencias fundamentales
con el hip-hop. En primer lugar, los movimientos sociales
contrarrestaban las imágenes negativas de la periferia mediante
una imagen positiva de ellos mismos como miembros de una comunidad
unida y "solidaria" de familias trabajadoras y propietarios.
En otras palabras, cuestionaban las imágenes que la élite
tenía de ellos, pero no los valores de propiedad y progreso
de esta élite. El concepto de la comunidad unida lo aprendieron
de la teología de la liberación. La ética del
trabajo duro como instrumento de progreso y garantía de dignidad
había estructurado la cosmovisión de las clases trabajadoras
y pobres durante todo el periodo de industrialización y urbanización
de Sao Paulo. En segundo lugar, los movimientos sociales articulaban
sus demandas desde una posición de inclusión. Se situaban
dentro de la esfera política, bajo los parámetros
que ellos mismos van a forzar, de hecho, a fin de que ellos se pudieran
incorporar. Partieron de la desigualdad como base para exigir una
igualdad de derechos. En estas demandas afirmaban la inclusión
y la pertenencia. En efecto, sus movilizaciones les valieron la
ciudadanía política y un grado importante de inclusión
en el orden jurídico urbano. Ahora, sin embargo sus hijos
expresan los límites descarnados de esta inclusión.
Las
leyes y el Estado con los que se comprometieron los habitantes de
la periferia, y que los integraron durante el período de
la democratización, han protegido su derecho político,
han mejorado -cuando menos parcialmente- su espacio, han cambiado
la manera de concebir la gestión del espacio urbano e incluso
han protegido sus derechos de propiedad. Pero no han sido capaces
de proteger ni a sus cuerpos ni a sus vidas, que siguen estando
en muy buena parte "incircunscriptos".(5)
Esta vulnerabilidad es lo que los movimientos hip-hop expresan
con dramatismo. Hacen uso del único derecho que creen que
todavía tienen los negros pobres como ellos: el derecho a
hablar con libertad, garantizado por la democratización,
para intentar "circunscribir" los cuerpos de sus manos
y ayudarlos a seguir vivos. Bajo la denominación de "actitud",
articulan una ética rígida (aunque a veces duden o
se contradigan): nada de drogas, nada de alcohol, nada de consumo
ostentoso, nada de contactos con los blancos, nada de confiar en
las mujeres, etc. Lo que une la hermandad generada por esta ética
y buena conducta es la invocación de Dios (y a veces los
orixás), los manos, que se vigilan mutuamente
para evitar las malas conductas, y unos "juicios racionales"
autoritarios en que juzgan los manos que, según ellos, se
han portado mal. No hay ninguna institución, salvo los grupos
dispersos de hip-hop y posses, que articule las normas
y el funcionamiento de la hermandad. Estos grupos evitan relacionarse
con organizaciones exteriores, incluso todas las ONG que intentan
actuar en su barrio. Tienen la sensación que están
aislados y solos, y que no pueden confiar en nadie. Los movimientos
hip-hop ven los barrios de la periferia como unos guetos
que no se integrarán ni socialmente ni políticamente,
como espacios que continuarán confinados y excluidos, una
especie de espacios cerrados.
Sin duda, los
jóvenes y los negros de las periferias tienen razón
para ser escépticos respecto a las ayudas y a las instituciones.
Tampoco hay duda de que se les hace difícil pensar que puedan
tener algo que ver con ellos conceptos tales como justicia, derechos
y pertenencia tal como los expresa el actual Estado democrático.
De todos modos, es importante destacar que invocan estos mismos
conceptos, reformulados, como parte de su ética. Sin embargo,
su cerramiento en sí mismos y la intolerancia que muestran
ante la diferencia (de hecho, cualquiera diferencia, porque rechazan
rotundamente la presencia de las mujeres, sus hermanas) establece
unos límites para el tipo de comunidad y de política
que pueden crear. Democracia es una palabra que no forma parte de
su léxico. En realidad, es un concepto que pertenece al otro
bando, el bando de la sociedad blanca y rica. Sus invocaciones a
la justicia no son necesariamente las de la ciudadanía y
el imperio de la ley, a diferencia de las de los movimientos sociales.
La suya es un orden moralista en que no hay lugar para la diferencia.
La construcción
por parte de los movimientos hip-hop de una posición
tan cerrada se convierte en especialmente problemática cuando
tenemos en cuenta que es paralela a otras prácticas de cerramiento,
esta vez por parte de las clases altas. Ya hace algún tiempo
que algunos grupos de las clases altas están creando espacios
de aislamiento para sus actividades, desde la vivienda hasta el
trabajo, desde el ocio hasta el consumo. Unas actividades que se
recluyen en enclaves fortificados bajo la vigilancia de guardias
privados. ¿Si a los dos lados del muro la gente quiere estar
cerrada y ser autosuficiente, qué posibilidades tiene la
democratización?
A partir de
la década de los ochenta, Brasil ha redactado una Constitución
notablemente democrática y algunas leyes relacionadas con
ésta, como el Estatuto de la ciudad, que han modificado considerablemente
la estructuración de las relaciones sociales en diversas
dimensiones de la vida social y urbana. En algunas regiones metropolitanas,
los habitantes de las periferias pobres se han organizado para expresar
las condiciones de discriminación e injusticia a las que
están sujetos y para cambiar su estatus como ciudadanos y
las condiciones de los espacios donde viven. Al mismo tiempo, también
han sido objeto de nuevas formas de segregación e injusticia,
y a veces ellos mismos han contribuido a la discriminación
de algunos grupos y a aislar sus propias zonas. El mismo sistema
democrático que ha sido capaz de inventar una buena legislación
para abordar el espacio urbano no ha sabido reformar los mecanismos
que protegen las vidas y los derechos civiles. Sin duda, la democratización
es un proceso desigual, y las transformaciones del espacio urbano
y la esfera pública llevan la huella de esta desigualdad
y de las diversas contradicciones y perversidades que generan. Para
la democracia brasileña el desafío es dar un significado
a la esfera de la ciudadanía civil, que antes no hacía
falta. Es un desafío que se torna cada vez más dramático
en el día a día, mientras que crece la desconfianza
en el sistema judicial en ambos lados del muro, pues para proteger
las vidas, se buscan soluciones privadas y cerradas.
Notas:
1.
Para una análisis detallado de este proceso desigual, que
ha derivado en lo que denominan "democracia disyuntiva",
ver CALDEIRA, Teresa P.R. y HOLSTON, James, "Democracy and
Violence in Brazil", en Comparative Studies in Society and
History, vol. 41, nº. 4, 1999, p. 691-729.
2.
Para un análisis completo de la nueva legislación
urbana y, en especial, del Estatuto de la ciudad del 2001, ver CALDEIRA,
Teresa P. R. y HOLSTON, James, State and Urban Space in Brazil:
From Modernist Planning to Democratic Intervencions", en ONG,
Aihwa y COLLIER, Stephen (ed.), Global Assemblages: Technology,
Politics, and Ethics as Anthropological Problems, Blackwell, Oxford
2005. En este artículo, afirman que el Estatuto de la ciudad
y otras leyes que lo siguieron consolidan, de hecho, un nuevo tipo
de planificación urbana y de compromiso con la gestión
de la ciudad que podríamos calificar como democrático.
Contrastamos este modelo con el tipo de planificación modernista-desarrollista
que se va a imponer en Brasil y hacia la década de los cincuenta
y que se basaba en el concepto de planificación total, aplicada
habitualmente de una manera autoritaria.
3.
Se han producido diversas polémicas sobre el número
de personas que viven en las favelas de Sao Paulo. Los cálculos
que presento son los de SARAIVA, Camila y MARQUES, Eduardo, "Dinâmica
Social das Favelas na Região Metropolitana de São
Paulo", Centro de Estudos da Metrópole, Sao Paulo 2004.
4.
Para una análisis detallado de las tendencias en la delincuencia,
ver CALDEIRA, Teresa P. R., City of Walls: Crime, Segregation, and
Citizenship in Sao Paulo, University of California Press, Berkeley
2000.
5.
Explico este concepto de los cuerpos incircunscritos en CALDEIRA,
Teresa P. R., op. cit., 2000, capítulo 9.
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