El interés por publicar este primer número de Carajillo
de la Ciudad dedicado al tema de la movilidad urbana, tiene por
objetivo abordar aspectos que le atañen no sólo al
transporte como función vital en la ciudad, sino que también,
los que le corresponden a una dimensión integral más
amplia y compleja, de gran repercusión sobre los derechos
y necesidades de los ciudadanos. Tema urgente, de obligada transversalidad
disciplinar, sobre el que hay que promover e innovar tanto en políticas
de gestión, como en la concreción de acciones y proyectos,
siempre orientados hacia la puesta en valor de la libertad e igualdad
en el espacio urbano, con bases en el reconocimiento de una identidad
del lugar y una racionalidad del aprovechamiento de los recursos
de territorio.
La movilidad de las personas en la sociedad actual ha adquirido
una importancia muy superior a la que tenía en periodos anteriores
de la ciudad contemporánea. De ello es prueba la relevancia
que ha tomado esa palabra no solo en el discurso urbanístico
y el ambiental sino también en los planes de infraestructuras
de transporte, incluso aunque éstos hayan sido formulados
con otros objetivos, más centrados en la articulación
territorial o el desarrollo económico.
Lo que no significa que el concepto tenga el mismo significado en
cada uno de esos discursos, en los que se utiliza con muy diversas
intenciones. Pero lo que si es cierto es que la palabra movilidad
ha ido desplazando a la palabra transporte, no por motivos coyunturales
sino porque realmente son conceptos de diferente alcance.
Esta nueva realidad social ha puesto en crisis no solo las certezas
sobre las que se basaba el Urbanismo y la Ordenación del
Territorio, hasta el extremo que su tradicional enfoque economicista
está en profunda mutación. De ello es una muestra
el hecho de que el determinismo de los factores de localización
de las actividades económicas ha sido sustituido por criterios
de oportunidades, oferta de externalidades, competencia entre espacios,
especialización territorial, mutación constante de
usos del territorio, etc.
Estamos ante un territorio donde se intercalan usos, donde se mezclan
espacios centrales y espacios periféricos; un territorio
de actividades diversas, frecuentemente cambiantes o efímeras,
con espacios especializados (de comercio, de ocio, de servicios,
etc.) que no es solo que atraigan usuarios sino que su propia supervivencia
descansa en su capacidad de incrementar esa atracción. De
ahí el creciente énfasis puesto sobre la construcción
de infraestructuras, de todos los tipos y niveles.
Los profundos cambios sociales operados en nuestra sociedad han
afectado a la cuantía y expresión social de la movilidad;
con nuevos comportamientos que han de estar presentes en las políticas
de atención a la movilidad como derecho de las personas,
que sustituyen en la actualidad a las limitadas, aunque todavía
necesarias, políticas de organización del tráfico
y del transporte de personas y mercancías en la ciudad.
Nueva realidad social y de organización territorial que ha
alterado también las prácticas e instrumentos de la
planificación territorial y urbana, diferenciación
en niveles que, a su vez, comienza a estar en crisis desde hace
más de una década. Y que, desde la perspectiva que
nos ocupa, se refleja en un cambio de paradigma respecto al modo
de enfocar la planificación y gestión de la movilidad
urbana, tal y como se tratará de mostrar en éste número
temático de "Carajillo de la Ciudad".
En el derecho a la movilidad espacial descansa la realización
de gran parte de las necesidades de conexión social de los
ciudadanos. Esa necesidad de movilidad se expresa en muy diferentes
formas de desplazamiento que, a su vez, plantean requerimientos
diferenciales, tanto en cuanto a la organización del espacio
público urbano como a la oferta precisa de espacios y de
infraestructuras adaptadas a cada una de esas formas.
La gestión de programas y actuaciones tendentes a garantizar
el ejercicio de ese derecho a todas las personas es una tarea de
administración pública, hoy en día exigida
en todas las sociedades democráticas como un imperativo que
se ha ido acrecentando aceleradamente en los tiempos más
recientes. Ha contribuido a ello una conjunción del hartazgo
colectivo respecto al tiempo y molestia asociados a los desplazamientos
urbanos con la mayor conciencia sobre los costes ecológicos
y energéticos que conlleva el modelo imperante de atención
a la movilidad de personas y mercancías.
El problema es que para la gestión de un modelo de movilidad
urbana que se califique de más sostenible se precisa de un
plan, de un programa de actuaciones encadenadas tendente a la consecución
de unos objetivos. Y para la elaboración de ese plan no existe,
todavía, un instrumental técnico validado y eficaz.
Existe desde hace ya varias décadas, una disciplina consolidada
de planificación de las redes de transporte que ha producido
métodos e instrumentos que, de forma errónea se aplican
al diseño de planes de movilidad urbana, aunque gran parte
del instrumental que han consolidado puede ser útil con un
enfoque metodológico alternativo.. Porque transporte y movilidad
no son términos sinónimos; el primer concepto implica
dispendio de energía y, por tanto, creación de infraestructuras
especializadas para intentar abaratar el coste del viaje (o de empresas
especializadas en producir o gestionar esas infraestructuras), el
otro supone, por el contrario, atención a las formas más
autónomas de desplazamiento, oferta de alternativas posibles,
gestión del gasto energético y del espacio desde una
perspectiva más amplia que la de recuperación del
coste invertido o la de la adaptación de la capacidad de
la infraestructura a la demanda de viajes en un determinado medio
de transporte.
Se hace pues necesario, pues, entender, previamente, el como la
organización de la ciudad (su extensión, su forma,
su estructura) afecta a la expresión espacial de la movilidad,
al comportamiento de las personas respecto a las formas y motivaciones
de esa movilidad.
No es posible hablar de expresión espacial de la movilidad
sin tener en cuenta que ésta es una respuesta a la oferta
de posibilidades que la ciudad ofrece; y, que más allá
de que exista una demanda objetivamente marcada por la existencia
de relaciones entre las actividades urbanas, esta demanda puede
ser satisfecha de maneras muy diversas, e incluso puede permanecer
latente (no satisfecha) por ausencia de oferta de espacios adaptados
a sus requerimientos o por desproporción entre la carestía
(en tiempo o dinero) que conlleva su uso y la utilidad del desplazamiento
en concreto.
Entender que es la adaptación y gestión del espacio
público urbano una de las dos principales herramientas sobre
las que descansa un planteamiento más sostenible de la movilidad
urbana (la otra seria la gestión de los sistemas especializados
de transporte mecanizado), supone adoptar las siguientes premisas
como punto de partida de esas políticas:
-Todas las formas de desplazamiento tienen importancia en el sistema
de movilidad y deben de ser atendidas. La atención excesiva
a aquellas formas que son más agresivas en la ocupación
del espacio suele comportar la marginación de otros modos
de desplazamiento. El automóvil no es más que una
eficaz y versátil forma de desplazamiento, pero ocupa todo
el espacio posible en las ciudades que se han adaptado a su uso
masivo, no solo en las calzadas de circulación de sus calles
sino también en las aceras y los espacios libres para aparcar.
-La inexistencia de espacios adaptados a los requerimientos de las
formas más normales y eficaces de desplazamiento en distancias
cortas (caminar, ir en bicicleta, etc.) no solo supone una marginación
de este tipo de movilidad, que atenta contra la propia esencia de
la ciudad, sino que a menudo conlleva la imposibilidad de desplazamiento
para amplias capas de población.
-Las políticas de dar preferencia a determinadas formas de
movilidad en áreas determinadas del espacio público
constituyen una apuesta por un determinado modelo, pero solo serán
efectivas si se inscriben en una visión global sobre la totalidad
del funcionamiento de la ciudad que especialice diferentes tipos
de redes de movilidad y de espacios de convivencia.
-Esta llamada a la integración de todos los modos en las
propuestas organizativas del funcionamiento del sistema urbano es
consecuencia de la certidumbre de que no todos los modos de desplazamiento
tienen la misma eficacia según sus motivaciones, distancias
y condiciones en que se dan.
Y, en este sentido, un modelo de movilidad urbana alternativo al
actual es una estructura que descansa sobre tres pilares: conseguir
que la gente camine, o vaya en bicicleta, en desplazamientos de
corta dirección, que use el transporte público en
desplazamientos más largos y racionalizar el uso del automóvil,
limitándolo en la ciudad al espacio donde es más útil.
Las tres tareas requieren de la preparación de un espacio
público de la ciudad que hasta ahora trataba de entenderse
como neutro, lo que quería decir que se le entregaba al medio
de transporte más poderoso e invasivo: el automóvil.
No es, por tanto, posible hablar de una movilidad con criterios
de sostenibilidad sin hablar también de la urbanización
del espacio público.
Barcelona, 19 de octubre de 2009
Firmado Equipo del Programa de Gestión de la Ciudad de la
UOC:
Jordi Borja,
Manuel Herce: Directores.
Jaume Curbet: Director del área en Seguridad Urbana.
Albert Arias: Geógrafo.
Majda Drnda: Filóloga.
Mirela Fiori: Arquitecta.
Miguel Mayorga: Arquitecto y Responsable de publicaciones.
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