(*) Texto extraído y traducido de su versión
original en catalán de la introducción al Anuario territorial 2007
de la Sociedad Catalana de Ordenación del Territorio SCOT .
Realizar una presentación de la trayectoria del Anuario es
mirar hacia el pasado pensando en el futuro. Y al mirar los anuarios
de los años 2003, 2004, 2005 y 2006, he visto que para pensar en
futuro había que situarlos en el contexto del país, y que además
necesitaba observarlos con una perspectiva
personal para definir su trayectoria. Porque sin contexto y sin
trayectoria, los anuarios —que en su presentación del 2006 Néstor
Cabañas definió como una «herramienta de futuro»— pierden sentido. Y porque es una importante
herramienta del SCOT (2) para «hacer país», una herramienta que informa de
las transformaciones y de
los procesos urbanísticos y territoriales, y de cómo la cultura
cívica les da respuesta. Año tras año, desde el 2003 hasta el 2006,
han ido apareciendo, y ahora tenemos el del 2007. Tal continuidad
nos ofrece una perspectiva. Así pues, contexto y trayectoria son
las claves de mi interpretación personal.
Efectivamente, al mirar la trayectoria de los
anuarios, he observado que comprenden los años en que yo, un arquitecto
urbanista dedicado plenamente al mundo del urbanismo público local,
he estado alejado del circuito profesional; me he dedicado a lo que
llamo «mi servicio social»: relacionado con la política o, mejor dicho, con la administración local. Tal
condición me distancia de las visiones más técnicas del periodo,
pero al mismo tiempo permite que ahora disponga de una mirada más
amplia. Considero que definir la trayectoria de los anuarios es
básico. Pero, teniendo en cuenta que su trayectoria se ha producido
en un contexto especial, hay que reparar en las características
del contexto para observar correctamente esta trayectoria.
LOS
ANUARIOS Y EL CONTEXTO
No tenemos que olvidar que el contexto de las
transformaciones del modelo urbano y territorial del país a lo largo
de estos últimos cuatro años ha sido muy singular. Concretando,
pues, el contexto es el siguiente:
- El boom del sector de la construcción y de
la vivienda experimental desde finales de los noventa, impulsado
por unos tipos bajos de los créditos hipotecarios, junto con un
fuerte crecimiento demográfico, generó una fuerte presión sobre
el territorio. Además se registran los impactos derivados de las
nuevas formas de movilidad y de pautas de vida y de consumo que
después comentaré más detalladamente.
- El fortalecimiento del discurso sobre la nueva
cultura del territorio, aparecido también a finales de la década
de los noventa, que se centra en una
planificación y una gestión prudentes de los recursos naturales,
en una evaluación positiva de la participación ciudadana a favor
de la cohesión social y, en definitiva, que aboga por
un mayor respeto por los valores del territorio impulsado
desde el ámbito académico, profesional y ciudadano.
A partir del año 2003, las dos realidades chocan,
ante el boom inmobiliario y de la construcción; por otro lado, se
registra un notable impulso demográfico derivado en gran medida
de los impactos inmigratorios.
Quiero matizar que, cuando menos en parte, el
nuevo Gobierno de la Generalitat asume claramente el discurso de
la nueva cultura del territorio por medio de la adopción de políticas
territoriales y ambientales de respuestas concretas.
Es decir, el discurso de cambio cultural con
respecto al territorio, de nuevos planteamientos
y principios, choca no sólo con la inercia de los procesos
heredados y las resistencias al cambio, sino también con un contexto
económico y social que dificulta su visualización. Asistimos, pues,
a un crecimiento demográfico muy fuerte que se acompaña del boom
inmobiliario, el cual se materializa sobre la base del planeamiento
urbanístico —cabe decir de buen nivel—
a escala municipal o local de los años ochenta y noventa,
que todavía se lleva a cabo sin el marco territorial y/o 1a aprobación
de instrumentos de planeamiento supralocal. Se trata de un planeamiento que, en general, ya preveía
el suelo urbanizable suficiente para contemplar como posible el
crecimiento urbanístico, pero con déficits y problemas importantes:
crecimiento en núcleos pequeños, crecimiento poco denso (especialmente
en el área metropolitana), falta de previsiones supramunicipales,
afectación de áreas sensibles,
pocas áreas industriales de parcela grande, falta de reservas
de zonas logísticas...
No obstante, el contexto todavía es más complejo,
dado que se registrarán fuertes procesos y fenómenos visibles en
combinación con otros que podemos tildar de invisibles.
En el primer caso, me refiero a la explosión
o boom inmobiliario, fenómeno que los medios de comunicación confunden,
en una deformación lingüística y conceptual, con la expansión urbanística.
Pero son dos cosas diferentes. Esta «explosión», como hemos dicho,
es básicamente fruto de unas condiciones financieras óptimas, si
bien es cierto que hay otras razones que han conllevado los tipos
de interés más bajos de nuestra historia reciente. En una década
han pasado de estar por encima del 10% a estar por debajo del 4%.
Además, hay que tener en cuenta la gran cantidad de dinero que los
bancos y, sobre todo, las cajas de ahorro han destinado a la financiación directa de las promotoras,
las inmobiliarias y las constructoras en todo el Estado. Así pues,
tenemos una situación financiera singular que ha impulsado no sólo
la demanda, sino también, y de una manera muy especial, la oferta
de un sector económico básico en la configuración de la sociedad
occidental, de consumo y capitalista en que vivimos.
Hablamos, pues, de una situación extraordinaria
del sector inmobiliario, relacionada con el modelo de consumo y
el sector financiero. Pero también de una composición compleja y
mucho más amplia de la demanda que en otros países europeos. Nuestro
pequeño país está inmerso en el contexto europeo y al mismo tiempo
sujeto a las condiciones específicas del modelo español, que podríamos
describir como la suma de varias demandas: por una parte, la demanda
de los jóvenes y de las parejas que por primera vez entran en el
mercado de la vivienda como consecuencia de su deseo de emanciparse,
y que representan un sector de población muy nutrido,
fruto del boom demográfico de los año setenta y ochenta del
siglo pasado. Por la otra, sin embargo, también debemos tener en
cuenta las nuevas transformaciones sociales de la población, que
dan pie a la división de las familias con formas de vida más individuales
o unipersonales y a un sector nuevo que recoge el impacto del envejecimiento
de la población.
A todo esto, se suma otro factor de peso: la
demanda inmobiliaria derivada del turismo y de la inmigración. Recordemos
que la península Ibérica es uno de los destinos preferidos de los
turistas europeos, y eso incrementa también la demanda de viviendas
estacionales para europeos e individuos de otras nacionalidades.
Indudablemente, el impacto de los casi sesenta millones de visitantes
por año son una demanda recurrente que determina las otras demandas,
más locales, que acabamos de comentar. Este amplio conjunto de vectores
o segmentos de demandas que se suman constituye lo que yo denomino
«explosión inmobiliaria».
Otro elemento decisivo en todo este complejo
contexto que estoy tratando de dibujar son las relaciones de esta
explosión inmobiliaria con los dos factores colaterales siguientes.
En primer lugar, el papel y la actuación de
las grandes empresas del sector que se han dedicado a concentrar
promociones y, en especial, y este es uno de los temas clave, a
comprar solares, parcelas, terrenos rurales y suelo de reserva,
con una doble finalidad: poder seguir realizando las actividades
de promoción inmobiliaria y alcanzar una valoración mayor y más
fuerte de sus activos en la correspondiente cotización en bolsa.
Pero, aparte de eso, esta concentración inmobiliaria
incluye una dimensión adicional: la participación de estas mismas
empresas en otros sectores clave
de la economía, más globales, como el sector de las empresas de
servicios públicos (la limpieza y la gestión de los residuos, la
jardinería urbana, las redes de servicios públicos, entre otros)
y también, por supuesto, el sector de las telecomunicaciones.
Todo une la economía del país al devenir de las grandes empresas
que concentran los créditos y los recursos en su producción de inmuebles,
para esta misma producción particular y también en los servicios
que prestan. Si, además, estas actividades, por su vinculación con la administración municipal, recogen
una parte de los presupuestos locales que, dicho sea de paso, ellas
mismas generan, su posición estructural es determinante.
Ahora que ya estamos viviendo de lleno el cambio
del ciclo expansivo, el paro o el estallido de la burbuja inmobiliaria,
como se quiera llamar, hemos empezado a vislumbrar los efectos de
la crisis más global en algunas de estas empresas, y somos conscientes
al mismo tiempo del grado de concentración de dinero y de actividades
que ha generado la explosión inmobiliaria, y también la dimensión
que ha alcanzado. Evidentemente, también nos damos cuenta de los
efectos perversos que ha supuesto en forma de corrupción política
y administrativa en determinados municipios, e incluso tenemos ejemplos
públicos que hemos conocido como consecuencia de algunas actuaciones
de la justicia.
Toda esta situación nos hace mirar de frente
los efectos que las bancarrotas de las empresas del sector generarán
en la economía y los impactos que comportarán para el conjunto de
empresas pertenecientes a los sectores complementarios de la construcción
y de la promoción. Sin duda, los efectos tendrán una dimensión todavía
más fuerte para la mencionada concentración.
Además,
cabe destacar el crecimiento de una conciencia global de respeto
por el planeta por parte de nuestra sociedad. Se empieza a entrever
que la crisis no se vive sólo en occidente, sino que en el escenario
mundial ya están presente los países emergentes y también los otros,
los países de donde vienen muchas de las personas que pueblan nuestras
calles, que viven la inmigración como la embajada de su situación
de crisis más profunda. Esta conciencia global proyecta la mirada
de las personas que muestran más sensibilidad a las respuestas locales
a temas de alcance mundial y, consiguientemente,
modifica el contexto. Los debates y las plataformas de respuesta
a los acuerdos derivados de las necesidades de nuevas infraestructuras
de movilidad o tráfico, de transporte o producción energética también
son muy actuales, y por eso entran en el Anuario de forma clara
y directa. La denominada cultura del «aquí no», que hay gente que
trata de llevar hasta el «aquí mejor», se combina con bastante naturalidad
con otro factor derivado de la explosión inmobiliaria, la crisis
ambiental, aunque no sea un efecto directo ni único, sino determinado
por otros factores que abordaremos más adelante y que además se
han confundido con el urbanismo en una metonimia errónea.
Siguiendo
con la idea de que no todo es fruto directo y único de la explosión
inmobiliaria, con los dos vectores más
visibles del contexto que ya hemos expuesto (la explosión del sector
inmobiliario y/o de la construcción y la concentración de los intereses
empresariales, también muy ligados al gasto y a los recursos locales
de los municipios), cabe decir que hay otros elementos que definen
el contexto, menos visibles o casi invisibles. Pienso, en primer
lugar, en el fuerte incremento del consumo de energía que genera
el uso generalizado de los aires acondicionados y de artefactos
que gastan energía y que son inherentes a muchas actividades humanas;
todo ello está relacionado con el aumento del precio del
petróleo. Por otro lado, también es invisible el fuerte incremento
de la movilidad. Basta con observar los datos de la reciente encuesta
de movilidad cotidiana (EMC), de ámbito estatal, elaborada por el
IERMB. En cierto modo, este incremento
de la movilidad está ligado a formas más «flexibles» o menos
permanentes de los contratos de trabajo laboral y a trabajos más
precarios, sobre todo entre los jóvenes; dos factores menos visibles
que las formas de transformación y ocupación del territorio y que
la expansión constructora, pero también con un impacto considerable
sobre el espacio de la vida humana, sobre el planeta y, por supuesto,
sobre nuestro pequeño país.
Eso
nos hace pensar que los efectos derivados de la demanda de más energía
que genera el modelo de consumo occidental actual, y/o las nuevas
formas de movilidad, aunque se ven en las expresiones derivadas
de la construcción o de la gestión de las infraestructuras, no tienen
el impacto visual que tienen los otros. Y eso es peligroso en el
momento de hablar y definir un contexto, teniendo en cuenta que
los efectos menos visibles de los
dos factores mencionados, energía y movilidad, no entran en el ideario
de las respuestas que se administran desde el Gobierno y/o desde
las entidades y/o desde la sociedad. Pongo como ejemplo el impacto
de los fuertes incrementos de la movilidad por avión derivado de
las compañías denominadas de bajo coste, vistas como un elemento
positivo en el ideario social, aunque suponga no sólo una movilidad
directa, sino la puesta en activo de territorios intermedios y de
nuevos flujos derivados de la primera movilidad. Sea como sea, en
el debate social esta actitud nunca tiene una respuesta negativa.
Y además todavía es menos visible, y en consecuencia no se valora,
la aportación de recursos públicos que este tipo de compañías necesitan
para funcionar. Al hablar de eso,
casi estamos en el campo de las cosas invisibles.
Y
ahora permitidme resumir esta introducción para que quede clara.
El Anuario es una herramienta de mirada global sobre los procesos
urbanos y territoriales de Cataluña que se tiene que leer en un
contexto singular: la explosión del sector inmobiliario, de la construcción
y de la promoción, que ha llevado a definir el urbanismo como una
herramienta instrumental, y que, por lo tanto, ha hecho que el patrimonio
político y técnico del urbanismo municipal, como fuente de las políticas
de progreso y de mejora de la calidad de vida de los años setenta,
en el momento de la transición democrática, y de los ochenta y noventa,
salga perdiendo. Esta vía, sin embargo, nos conduciría a otro camino.
Volvamos al hilo principal: la definición del contexto. Además de
la explosión inmobiliaria, el Anuario nos aporta una mirada más
de carácter mundial y ambiental, mucho más consciente de la importancia
del medio para las generaciones futuras. Y también nos permite conocer
los impactos menos visibles del incremento de la demanda de energía
y de una movilidad más alta. El Anuario está enmarcado en un contexto
urbano y territorial muy singular.
EL CONTEXTO Y LOS EFECTOS
El
contexto y los efectos derivados dan el singular marco territorial
y urbanístico que sigue:
Primero.
Una correlación falsa y equívoca de la transformación urbanística
y de la explosión inmobiliaria, que provoca políticas disminuidas
y que, en consecuencia, reduce la importancia de la vivienda como
bien social y la limita a un producto, con valor económico, pero
con mucho menos valor de uso. Eso,
además, devalúa el sector de la construcción a la forma más especulativa,
aunque este es un sector de amplia repercusión en las actividades
derivadas de la construcción, especialmente la residencial, como
las del mobiliario de la casa, las diversas empresas de instalaciones
técnicas (los ascensores, la climatización, las telecomunicaciones,
y otros) y también el conjunto de los sectores de servicios en la
vivienda. Dos reducciones, urbanismo como inmobiliario y construcción
como especulación, que pueden hacer disminuir la capacidad de enfocar
correctamente las políticas alternativas del territorio y, en especial,
del espacio dominante fruto de la urbanización, que representan
las ciudades y los espacios urbanos. Las ciudades y la sociedad
necesitan un mejor urbanismo y una mejor vivienda. Y, según mi punto
de vista, esta doble idea no ha recibido la atención básica que
se merece. En este abandono no sólo ha tenido responsabilidad la
política de país, la general y la de los políticos locales, sino
también las entidades, los intelectuales y los profesionales de
la ciudad. Y fruto de este silencio sobre las propuestas de calidad
que se hacen en planes y procesos de gestión urbana, se deriva la
pérdida de una de las herramientas de respuesta directa a la crisis
más significativa, teniendo en cuenta que la
dimensión espacial de los efectos directos de la urbanización
es sobre todo urbana. Los espacios territoriales más activos son
los urbanos, y es donde se notan los efectos positivos de un urbanismo
más social, con más interés por el hábitat y también más sostenible,
donde la reducción de la movilidad y el consumo de energía son necesarios.
Las herramientas del trazado, la normativa, la estructura y la forma
urbana son las claves del tema. Cataluña no puede abandonar la idea
de hacer un urbanismo de más calidad.
Segundo.
La necesaria relación entre este boom del sector de la construcción
y de la vivienda, desde finales de los noventa, y el muy reciente
y fuerte crecimiento demográfico derivado de un pequeño despunte
de natalidad, pero sobre todo de la inmigración de los individuos
procedentes de los países más pobres hacia Europa. En estos flujos,
Cataluña está en el camino. Y también cabe destacar la relación
con los factores de contexto que antes he descrito, como los vectores
de demanda o las fuentes de dinero financiero fácil que han actuado
como un vector complementario del incremento de la demanda y del
boom mencionado. Pero creo que hay que ser prudente y que cabe decir
que el impacto sobre la demanda de los inmigrantes no ha sido determinante
en la expansión o explosión del sector, porque la fuerte presión
sobre el territorio, las ciudades y los espacios urbanos también
es fruto de los otros vectores invisibles que he comentado antes
al hablar del contexto: incrementos de la movilidad y del consumo
de energía con efectos que no son urbanos y que se trasladan al
territorio, donde el control de las actuaciones es menos local y
es compartido con las comisiones territoriales de la Generalitat
de Cataluña. Las actividades y las construcciones situadas en el
espacio rural del país tienen impactos de la movilidad mucho más
directos.
Tercero.
Desde finales de los años noventa hemos asistido, y eso se refleja
muy bien en el Anuario, al fortalecimiento del discurso sobre una
nueva cultura del territorio a partir de una gestión más prudente
de los recursos y de los valores del territorio, basados en la gestión
del paisaje y del medio ambiente, y a favor de una idea de cohesión
social y de participación ciudadana. Este ideario ha sido muy bien
asumido por los ámbitos académico y ciudadano y ha formado una de
las columnas básicas de las ideas y de las pautas de gobierno de
la Generalitat de Cataluña. Y quiero añadir aquí que tenemos un
marco legislativo y de políticas públicas que hay que describir
para dar la dimensión completa de lo que ahora confirmamos. Desde
la Ley de movilidad del año 2002, pasando por las leyes de barrios
y del paisaje, hasta la reforma y nueva formulación de la Ley de
urbanismo acabada en el 2005, se establece el marco en el que se
desarrollan las acciones de la política territorial reciente en
Cataluña.
LA
TRAYECTORIA DEL ANUARIO
En
este contexto, dentro del marco citado, la trayectoria del Anuario
pone de relieve determinados procesos: la pérdida de valor
del urbanismo municipal como una herramienta principal de
respuesta a los factores explosivos de la coyuntura y la puesta
en activo de los elementos derivados de la nueva cultura del territorio.
A pesar de todo, creo que estos no se pueden entender fuera del
marco y sin las herramientas de los años noventa. Es decir, sin
planes municipales generalizados y sin
una gestión local estable —con ciudades y pueblos con los
déficits básicos resueltos—, los efectos de la explosión habrían
sido otros. La relación directa entre el discurso de la nueva cultura
del territorio y los efectos del boom inmobiliario y demográfico
no habría sido posible.
Además
hay que recordar que la implicación presupuestaria más fuerte del
Gobierno se ha centrado en el escenario urbano. Me refiero a la
Ley de barrios, derivada de la cultura
europea de intervención en barrios sensibles, derivada de
los programas URBAN. Este importante esfuerzo del Gobierno, ya subrayado,
ha sido menor en los ámbitos de la política de gestión y mejora
del paisaje y de planeamiento territorial; campos, sin embargo,
que tienen un alto valor académico y profesional porque generan
escenarios de nuevas herramientas de propuesta y de política.
Los
rasgos más detallados de la trayectoria del Anuario que ahora querría
describir son los siguientes:
1.
El Programa de planeamiento territorial ha ido por detrás del crecimiento
territorial y urbanístico y, por lo tanto, ha tenido poca capacidad
de incidir en el corto plazo. Los planes territoriales parciales
(PTP) y los planes directores territoriales (PDT) marcan líneas
de futuro, siguiendo el documento marco de los quince criterios
de planeamiento territorial: crecimiento nodal, densidades más elevadas,
racionalización de los polígonos industriales, etc., pero difícilmente
pueden modificar los planeamientos locales incongruentes. Únicamente
los planes directores urbanísticos (PDU) han podido ofrecer respuestas
más directas, para cambiar aspectos concretos, pero no generalizables
en todo el territorio. Ponemos como ejemplos el PDU del sistema
costero para salvar espacios amenazados en la costa; el PDU del
Pallars Sobirà y el PDU de la Cerdaña
para desclasificar suelos sobredimensionados durante los años ochenta;
los PDU de las áreas residenciales estratégicas para crear más suelo
protegido, o varios PDU para crear suelo industrial supramunicipal.
De este modo, el Programa de planeamiento territorial ha conseguido
orientar parcialmente la dinámica de crecimiento, aunque, quizá,
si no hubiera habido un crecimiento tan fuerte, se habría podido
reconducir mejor. Sin embargo, eso sí, crea un marco para la mejora
territorial a medio plazo que es del todo positivo y que tiene que
permitir hacer un urbanismo local mejor.
2.
El conjunto de propuestas de nuevas infraestructuras es otro tema
en el que podemos decir que, en cierto modo, se ha asistido a dos
dinámicas:
-
En cuanto a la concreción sobre el territorio, se ha intentado buscar
un equilibrio entre la realización y la protección del medio ambiente
y el paisaje. Ponemos los ejemplos del túnel de Bracons y los estudios y nuevas
propuestas para el cuarto cinturón.
-
En cuanto a la elaboración de varios planes sectoriales (como, por ejemplo, aeropuertos, puertos, carreteras...),
se intentan alcanzar —al menos a priori— soluciones a largo plazo
más funcionales, integradoras y sostenibles.
3.
Las plataformas en defensa del territorio, y otras respuestas de
la sociedad, también están dentro del marco y la trayectoria de
los anuarios. Con respecto a las plataformas y a los movimientos
en defensa del territorio, se observa una clara evolución desde
las reivindicaciones puntuales de defensa de espacios naturales
concretos y específicos hacia movimientos más complejos, donde aparecen
otras premisas: identidad local, bienestar, calidad de vida, salud,
desequilibrios territoriales, preservación de núcleos rurales. Muchas de estas plataformas ya no están lideradas
por biólogos, ecólogos, ambientólogos,
etc., teniendo en cuenta que ahora ya se implican personas de diversos
niveles sociales y profesionales. En cierta manera se han desterritorializado.
El territorio no es un fin en sí mismo, sino que su destrucción/modificación
perjudica el bienestar y la calidad de vida y la imagen del lugar,
así como su capacidad de atracción. La otra cara de la moneda es
la competencia entre territorios para atraer buenas localizaciones
o, alternativamente, para rechazar malas localizaciones. Son claros
ejemplos las entidades contra el centro logístico del CIM [Centrales
e infraestructuras para la movilidad] del Penedès, contra el PDU de la cuenca de Òdena,
contra el modelo de implantación eólica, contra centros penitenciarios,
contra vertederos, etc. Eso dificulta la búsqueda de soluciones
al aparecer aspectos muy diversos, pero responde a los múltiples
valores (a menudo contrapuestos) que genera el territorio y que
hay que equilibrar. Podemos decir que hay que pasar del «aquí no»
al «aquí mejor».
4.
Los conflictos territoriales más permanentes son otro elemento del
marco del Anuario. Del 2003 al 2007 se han resuelto conflictos territoriales
y se han salvado espacios concretos (especialmente en la primera
línea de la costa) o se han buscado soluciones pactadas, pero la
conflictividad territorial no ha disminuido. La Administración y
la sociedad no han podido o no han tenido la voluntad ni bastante
fuerza para contener la presión sobre el territorio derivada del
boom demográfico e inmobiliario. Los conflictos se han extendido
ya no en espacios naturales emblemáticos (mayoritariamente salvados),
sino especialmente en áreas humanizadas donde aún se mantiene, sin
embargo, un fuerte vínculo con el medio natural y la sociedad y
donde adquiere más fuerza el conflicto entre las necesidades de
crecimiento y la preservación de los valores del territorio. Citamos
tres ámbitos concretos:
-
Áreas periurbanas.
-
Áreas próximas a espacios de interés natural o paisajístico.
-
Áreas rurales ligadas a los corredores de nuevas infraestructuras.
Desde
la Administración se ha percibido una voluntad
de resolver los conflictos y se ha buscado separar la discusión
sobre los valores, los objetivos y los criterios de las políticas
(mayoritariamente aceptados por todo el mundo, ya que es un debate
generalista alejado de intereses particulares) de la discusión sobre
las actuaciones, con el fin de convertir los criterios básicos en
algo concreto. Eso ha tenido cierto éxito y ha hecho disminuir la
conflictividad en casos como el del Plan director del Ampurdán o el Plan de equipamientos penitenciarios, y ahora
parece que se quiere hacer lo mismo con el mapa eólico de Cataluña.
En general, las soluciones que resultan de ello son mejor aceptadas,
porque parten de una planificación global que garantiza un ordenamiento
mejor (en definitiva, ahora es posible responder a la pregunta «¿por
qué aquí?») y eso genera un debate más rico y sosegado.
CONCLUSIONES
Si
se tiene en cuenta que a partir del 2008 vivimos en un contexto
de crisis inmobiliaria y de desaceleración económica de muchos otros
sectores, habrá que ver la eficacia del Programa de planeamiento
territorial (PTP) para reorientar la planificación territorial hacia
los objetivos marcados. La política de vivienda también está en
la base de las opciones de cohesión social y de mejora de los barrios.
Y en este sentido el sector de construcción de vivienda social es
clave, ante los procesos de concentración y especulación que se
derivan de los mercados inmobiliarios expansivos. No obstante, con
un programa de planeamiento territorial en marcha, de mucha calidad
técnica, ahora hay que reencontrar la herramienta del urbanismo
local, de base social, como herramienta de gestión y promoción de
la mejora de las condiciones de vida urbana y territorial en Cataluña.
En este sentido, hay que afirmar que los avances y las aportaciones
de todas las disciplinas profesionales que enriquecen la calidad
del país, en las dimensiones ambientales, infraestructurales, biológicas
y otras profesiones de la ciudad y el territorio, no sólo son imprescindibles,
sino que han representado avances de muy alto nivel, como se refleja
en los anuarios, los estudios, los planes y, en definitiva, en la
gestión del país.
Debemos
tener presente, también, que la nueva cultura del territorio no
se puede ofrecer solamente desde la política pública. Representa
un reto para la política institucional, teniendo en cuenta que se deben contemplar espacios de concertación para que la relación entre las plataformas y las administraciones
no genere únicamente la cultura del no y para que avance
por los caminos del «aquí mejor». De hecho, son unos caminos que
ya están abiertos por las mismas iniciativas
reivindicativas. Al mismo tiempo, sin embargo, debe suponer
una transformación de la política más abierta a la sociedad, menos
cerrada en debates partidistas. La política territorial y de gobierno
local del país tiene que ser una política abierta a los usuarios
y residentes, una política en la que la creatividad sea no sólo
fruto de la política que propone y habla, sino también de la política
que escucha y dialoga, que en definitiva hace viable la creatividad
ciudadana y social. La política catalana no tiene que absorber la
Administración. Estoy pensando en una Cataluña con más soberanía
de los ciudadanos y de los residentes.
El
Anuario es un elemento que da fe del pasado y que aporta mucha luz
sobre el futuro, y pone en evidencia las características de los
debates y procesos territoriales, y, como consecuencia, ilumina
los caminos que tenemos que seguir para que el país mejore. Sean,
pues, bienvenidos los anuarios del pasado para el futuro.
JML
(1)
Josep
Ma. Llop, Arquitecto y urbanista, fue director de urbanismo
de Barcelona en los años previos de los Juegos Olímpicos
de 1992 y luego teniente de alcalde (vicealcalde) de Lleida. Actualmente
es profesor de la Universidad de Lleida y consultor internacional
y vicepresidente de la Sociedad Catalana de Ordenamiento del Territorio.
(volver
al texto)
(2)
El Anuario territorial de Cataluña 2007 es fruto del trabajo del
equipo del SCOT, bien coordinado por Álex
Tarroja y Margarita Castañer,
y formado por Marcela Balliano, Néstor Cabañas, Moisès
Jordi y Montse Mercadé, con el apoyo fundamental
del conjunto de personas que han redactado los artículos y que han
realizado los trabajos de edición. Sin su aportación y sus opiniones
no habría podido hacer esta presentación; por eso quiero expresarles
mi más sincero agradecimiento. Sin embargo, deseo aclarar que a
todos ellos los desvinculo de las opiniones y conclusiones de este
trabajo, que, obviamente, son personales. (volver
al texto)
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