Introducción
En
el panorama de
América Latina el caso de Buenos Aires y de Argentina
se destaca por su carácter extremo en varios aspectos.
Fue uno de los países donde las reformas neoliberales
se aplicaron de manera mas radical y, justamente por
ello, fue donde hubo transformaciones mas relevantes
en las características de su estructura
social y en la estructura de oportunidades laborales.
De manera análoga, han cambiado los paisajes
de las organizaciones populares, de sus formas
de acción y sus agendas de reclamos generando
durante un periodo también una alta intensidad
de las protestas.
Durante
la mayor parte del siglo xx, la sociedad argentina
se distinguió de la de otros países periféricos
por sus amplias capas medias y su estructura social
relativamente mas igualitaria. Desde el utimo
golpe de Estado, en 1976, sin embargo, Argentina
ha experimentado una significativa transformación
vinculada al abandono del modelo sustitutivo
de importaciones y a la adopción de un nuevo
modelo basado en la apertura y desregulación
económica. Los cambios radicales en la
economía fueron promovidos y acompañados por una serie
de transformaciones institucionales entre
las cuales se destaca la modificación en el rol del
Estado. La liberalización de los mercados, incluyendo
el mercado de trabajo, fue un pilar central
de las políticas implementadas, en particular desde
comienzos de la década de 1990. Si bien
numerosos países de America Latina han adoptado políticas
de corte neoliberal en las ultimas dos décadas,
Argentina constituye tal vez
un caso paradigmático tanto por la radicalidad
en la aplicación de dichas políticas como
en la celeridad del proceso.
En
los últimos anos Argentina ha ocupado un lugar especial
tanto por la dimensión
de su caída económica y el significativo deterioro
en los niveles de vida
de la población como por las diversas respuestas surgidas
desde la sociedad civil.
El
propósito de este capitulo es describir en el Área
Metropolitana de Buenos Aires las drásticas transformaciones
experimentadas por la sociedad y las diversasrespuestas
que la sociedad civil ha ido delineando a lo largo
de dicho proceso.Se propone examinar los efectos de
las políticas neoliberales en la capacidad de la estructura
productiva de generar trabajo y consecuentemente ingresos
para sus pobladores, en la expresión espacial de los
cambios en la estructura de oportunidades y en las
diferentes formas de reacción de la población.
En
primer lugar se abordan los cambios en el modelo económico
e institucional y sus efectos sociales. En este sentido,
se examinan las principales tendencias del mercado
de trabajo, principalmente aquellas referidas al desempleo,
la Precarización del empleo y la evolución del sector
informal. Asimismo, aborda los impactos de dichas
transformaciones en la distribución del ingreso y
la extensión de la pobreza e indigencia y en la segmentación
espacial de la población. En segundo lugar se describen
las diferentes respuestas de la sociedad civil a estas
grandes transformaciones. Específicamente se abordan
los cambios en la agenda de los sectores populares,
sus distintos tipos de organizaciones, formas de identificación
y modos de acción.
Parte
1. Cambio en los modelos económicos
y
sus impactos sociales
De
la crisis del modelo sustitutivo al modelo neoliberal
Desde
mediados de la década de 1970 las instituciones y
políticas que dominaron la etapa de sustitución de
importaciones fueron transformadas o abiertamente
desmanteladas. La crisis del modelo sustitutivo y
la adopción de políticas de ajuste estructural y de
desregulación económica constituye un proceso complejo
desarrollado a lo largo de dos décadas.
Como
en la mayoría de los países latinoamericanos, los
instrumentos utilizados durante la etapa sustitutiva
fueron la protección tarifaria, los subsidios a la
actividad industrial y una amplia intervención estatal
en la economía (Thorp, 1994). Hasta la década de 1950,
el proceso de industrialización fue fundamentalmente
trabajo intensivo basado en la sustitución de importaciones
de bienes no durables por producción local. Durante
este periodo el desarrollo de la industria estuvo
vinculado a satisfacer un creciente consumo interno
estimulado por una clase trabajadora en expansión
(Dorfman, 1983).
Durante
esos anos la centralidad económica, social y política
de Buenos Aires fue reforzada. Economías de escala
y un mercado de consumo en expansión estimularon la
radicación y concentración de la industria manufacturera
y de un conjunto de servicios en el Área Metropolitana
de Buenos Aires.
A
pesar de su relativo éxito, sobre todo a partir de
la Segunda Guerra Mundial, la estrategia de sustitución
de importaciones comenzó a evidenciar sus flaquezas
en Argentina, fundamentalmente debido a la falta endémica
de dinamismo de sus exportaciones (Mallon y Sorrouille,
1975). Las recurrentes crisis en la balanza comercial,
a las que se sumaron agudos conflictos distributivos,
recurrentes crisis políticas y cambios en las condiciones
internacionales condujeron a un largo periodo (1975-1990)
de crisis y estancamiento económico, el cual incluyo
un intento catastrófico de liberalización económica
entre 1976-1982 y luego la administración de una
gigantesca deuda externa (el cuadro 1 resume los principales
ciclos económicos desde 1975 en adelante).
Con
el advenimiento de la democracia en 1984, la economía
se vio estrangulada por los requerimientos de pagos
de la deuda externa. El gobierno intento repetidamente
y sin mucho éxito estabilizar la economía y cumplir
con sus obligaciones externas (Schvartzer, 1989).
Si
bien los anos ochenta la fueron caracterizados por
la Comisión Económica para América Latina como la
“década perdida” para América Latina en su conjunto,
Argentina fue uno de los países que peor la padeció.
Solo a modo de ejemplo, entre 1981 y 1989 su producto
interno bruto se redujo un 23.5 por ciento (CEPAL,
1990).
Al
comenzar la década de 1990 y con un nuevo gobierno
del Partido Justicialista, se comenzó a implementar
una agresiva combinación de políticas de estabilización,
desregulación y reformas estructurales (Bustos, 1995;
Centro de Estudios Bonaerenses, 1995). Las principales políticas adoptadas
fueron: un sistema de convertibilidad, la privatización
de empresas y servicios públicos, la desregulación
del mercado externo, de capitales y el laboral, la
reforma fiscal y la integración regional (Mercosur).
Estas políticas, como se expondrá a lo largo del capitulo,
tuvieron una serie de impactos negativos tanto en
la estructura económica como en los mercados de trabajo.
Utilizando
poderes especiales, el gobierno privatizo las principales
empresas publicas –producción de gas y de petróleo,
teléfonos, electricidad, provisión de agua y ferrocarriles,
entre otras–, redujo o elimino regimenes de promoción
minera e industrial y desregulo el sistema financiero.
Asimismo, redujo los aportes patronales al sistema
de seguridad social, privatizo dicho sistema e introdujo
una reforma de la legislación laboral tendiente a
disminuir los costos de contratación y despido. Estas
políticas incrementaron de forma significativa el
comercio exterior argentino. Sin embargo, la combinación de
medidas de apertura económica con una moneda local
crecientemente sobrevaluada tuvieron como consecuencia
un significativo desbalance entre importaciones y
exportaciones. El impacto mas evidente fue la crisis
de la industria local y los crecientes problemas en
la balanza comercial.
Luego
de 1991 y por unos pocos anos la economía no solo
tuvo tasas de inflación despreciables sino un alto
crecimiento, sostenido en gran medida por el
influjo de capitales extranjeros dirigidos a las empresas
privatizadas y de inversiones de corto plazo. A pesar
del crecimiento económico, el desempleo abierto comenzó
a crecer (del 5.2 por ciento en 1991 al 12.2 por ciento
en 1994). En 1995, el nuevo modelo sufre una masiva
fuga de capitales externos a consecuencia de la suba
de intereses en los Estados Unidos y de la crisis
de 1994 en México. La inflexibilidad del sistema
de convertibilidad, incapaz de atenuar los impactos
del shock, y la carencia de políticas sociales
activas provocaron un salto histórico en la ya alta
tasa de desempleo abierto (del 12 por ciento en 1994
a mas del 18 por ciento en 1995) y en los niveles
de pobreza.
No
fue hasta finales de 1996 cuando la economía comenzó
a dar algunos signos de recuperación. Sin embargo,
dicha recuperación no duro mucho: en 1998 la economía
entro nuevamente en secesión y siguió deteriorándose.
A
finales de 2001 la aguda situación económica y social
sumada a una evidente inacción gubernamental disparo
una dramática crisis institucional que culmino con
el derrocamiento del nuevo gobierno que había surgido
en oposición al del anterior presidente Carlos Menem
(1989-1999). El gobierno de transición surgido a partir
de dicha crisis, termino con el plan de convertibilidad.
Consecuentemente
tuvo lugar una fuerte devaluacion cambiaria, la cual,
en el plano economico, comenzó a tener rápidamente
efectos positivos en la balanza comercial y en la
producción de bienes locales. En 2003 asume un nuevo
gobierno elegido por el voto. Este nuevo gobierno,
si bien es también de corte justicialista, ha proclamado
un cambio de modelo. El proceso recién comienza.
Los
impactos en el mercado de trabajo (1980-2000)
Los
cambios radicales en las políticas económicas e institucionales
implementados durante la década de 1990 tuvieron impactos
significativos en las características y dinámica de
los mercados de trabajo. A partir de la crisis del
modelo sustitutivo y a lo largo de la década de 1990,
cuando se adoptaron políticas agresivas de corte neoliberal,
la estructura de oportunidades laborales se transformo
de manera significativa, impactando de un modo negativo
tanto en la distribución del ingreso (que se torno
mas inequitativa) como en los niveles de pobreza e
indigencia.
Para
comprender las tendencias en el mercado de trabajo
habría que tomar en consideración lo ocurrido en tres
ámbitos. Uno es el de las diferencias entre las estructuras
de oportunidades laborales generadas por el modelo
de sustitución de importaciones frente al modelo de
apertura y desregulación económica. El segundo se
vincula, por un lado, con el rol y la capacidad del
Estado para regular actividades y dirimir entre intereses
contrapuestos de diferentes grupos sociales frente
a la capacidad de dichos grupos de interés (corporaciones,
sindicatos, etcétera) de negociar/imponer sus propios
intereses. El tercero tiene que ver con la naturaleza
de la estructura social argentina y con los cambios
sociodemográficos fuertemente asociados a dicha estructura.
Mas precisamente, se hace referencia a la evolución
y características de la mano de obra en cuanto a sus
perfiles de capital humano, genero, etcétera.
A
pesar de la serie de ciclos económicos transitados,
una característica general de las ultimas dos décadas
es la creciente dificultad de la estructura productiva
argentina para generar puestos de trabajo (aun mas
de buena calidad). Tanto los niveles de desempleo
abierto como los de subempleo han crecido dramáticamente.
Asimismo,
los marcos institucionales que han regulado las relaciones
y condiciones laborales han sufrido modificaciones,
todas ellas tendientes a lograr una mayor “flexibilización”
en las normas de contratación y despido de trabajadores.
Estos cambios junto con el significativo deterioro
en la demanda de empleo han producido no solo un numero
creciente de puestos de trabajo precarios sino que
también han afectado en forma notoria la capacidad
de los trabajadores a resistirlos.
Por
otra parte, como se vera mas adelante, la estructura
de la oferta laboral ha variado. Hoy son muchas mas
mujeres las que están dispuestas a trabajar y han
tenido lugar mejoramientos muy significativos en los
logros educativos de la población trabajadora.
El
aumento en el desempleo. La cara visible de la exclusión
social Durante los anos noventa una porción importante
de la fuerza de trabajo fue literalmente excluida
del empleo. Entre 1991 y 2001, la tasa de desempleo
abierto creció en un 267 por ciento. Sin embargo,
es posible distinguir diversas fases a lo largo de
la década. De 1991 a 1993 la economía argentina creció
en forma acumulada un 25 por ciento. En ese breve
periodo tanto el numero de empleos como el de personas
dispuestas a ocuparlos también crecieron. A poco de
andar, el nuevo modelo comenzó a evidenciar un rasgo
preocupante, al menos desde el punto de vista social.
Aun en su época de auge, la economía crecía pero con
enormes dificultades para generar un numero adecuado
de puestos de trabajo. Entre 1993 y 1994 la oferta
de trabajo continuo creciendo mientras que la demanda
comenzó a estancarse. Consecuentemente la tasa de
desempleo abierto continúo en alza. Para 1995, la
situación empeoro en forma significativa y el desempleo
abierto alcanzo un nivel histórico: en el Área Metropolitana
de Buenos Aires (amba) alcanzo
el 20.2 por ciento.
A
pesar de la recuperación económica posterior, la baja
en el nivel de desempleo no fue muy significativa
(decreció alrededor de un 20 por ciento entre 1995
y 1998). De 1998 a 2001 la economía entro en su ultima
faz recesiva y la tasa de desempleo volvió a crecer
de manera significativa (Beccaria, 2002).
Las
razones que explican este incremento tan significativo
del desempleo abierto son múltiples. Una se relaciona
con los procesos de privatización de empresas estatales.
Si bien la falta de datos rigurosos no permite establecer
la perdida exacta de puestos de trabajo debido a este
factor, existe evidencia fragmentaria que indica que
dicha perdida fue significativa.
Por ejemplo, en Buenos Aires la tasa de desempleo
en la administración publica se duplico entre 1991
y 1992, y luego de decrecer en 1993, volvió a incrementarse
en 1994. Asimismo, el porcentaje de empleados estatales
sobre el empleo urbano total cayo del 19 por ciento
en 1990 al 14 por ciento en 1995 (Marshall, 1998).
Una
segunda razón de la disminución de puestos de trabajo
se relaciona con el proceso de reorganización productiva
llevado a cabo en grandes firmas. Este proceso fue
favorecido por el tipo de cambio y la consecuente
facilidad Para efectuar inversiones en bienes de capital
en un contexto de mayor competitividad externa. En
otras palabras, durante el periodo las firmas que
se mantuvieron en el mercado incrementaron su productividad
y ajustaron su fuerza de trabajo. Así, por ejemplo
entre 1990 y 1995, mientras el valor bruto agregado
en las firmas manufactureras creció un 14.5 por ciento
(Ministerio de Economía y Obras y Servicios Públicos,
1996) el numero de trabajadores en dichas firmas disminuyo
en un 10 por ciento.
Una
tercera razón del achicamiento de la demanda laboral
se relaciona con las dificultades de las empresas
medianas y pequeñas para operar en un mercado de bienes
y productos mucho mas competitivo. Entre mediados
de las décadas de 1980 y 1990 el numero de establecimientos
pequeños y medianos decreció aproximadamente un 24
por ciento, lo que represento una perdida de neta
de 140,000 puestos de trabajo (CEPAL,
1997).
En
ese mismo periodo, el sector comercio, que tradicionalmente
ocupa una importante porción de la mano de obra, también
sufrió una significativa reestructuración, fundamentalmente
una mayor concentración de la actividad en establecimientos
de gran escala.
La
grafica 1 muestra el notable incremento en los niveles
de desempleo abierto desde 1980 hasta 2003, el cual
afecto con mayor intensidad a los hogares bajo la
línea de pobreza.

A partir del ano 2003, con la incipiente mejora de
la economía, el altísimo nivel de desempleo evidenciado
en el ano 2002, comienza a decrecer de forma significativa.
La tasa de desempleo abierto para el total del área
metropolitana, que alcanzo el 22 por ciento en mayo
de 2002, se reduce al 16.4 por ciento en tan solo
un año.
La
oferta laboral también sufrio transformaciones
Uno
de los cambios mas salientes que tuvo lugar durante
el periodo fue la aceleración en el ritmo de incorporación
de las mujeres a la fuerza de trabajo. Así, por ejemplo,
durante los primeros anos de la década de 1990 el
aumento en la tasa de participación femenina fue superior
al incremento experimentado durante toda la década
de 1980. En la actualidad, en el Área Metropolitana
de Buenos Aires, seis de cada 10 mujeres entre 20
y 49 anos forman parte de la fuerza
de trabajo .
Si
bien las explicaciones tradicionales sobre el incremento
de la participación económica femenina enfatizan los
efectos positivos del mejoramiento en los niveles
educativos, los cambios en los valores culturales
sobre los roles de genero y la expansión y diversificación
de ciertas actividades económicas, como es el sector
terciario, estas razones aparentan ser insuficientes
para explicar la celeridad del cambio ocurrido. En
particular, si se toma en cuenta que la mayor propensión
a trabajar de las mujeres coincidió con un aumento
significativo en la tasa de desempleo abierto.
La
incorporación de mujeres a la fuerza de trabajo, tanto
como empleadas o desocupadas, se ha vinculado al creciente
desempleo e inestabilidad laboral de los varones jefes
de hogar. Cerrutti (2000) encontró que en aquellos
hogares cuyos jefes habían pasado de ser ocupados
a ser desocupados o inactivos la probabilidad de que
las mujeres se incorporaran al mercado de trabajo
era mucho mas elevada que en los hogares donde los
jefes permanecían inactivos.
También
durante la década de 1990 cobro mayor importancia
la codependencia de los comportamientos laborales
de los miembros de las parejas. Wainerman
y
Cerrutti (2001) mostraron como la condición de actividad
de los maridos, como el tipo de ocupación (mas o menos
inestable o precaria) fueron cobrando mayor relevancia
–en comparación a variables familiares como el numero
y edad de los hijos– en los modelos explicativos de
la decisión de las mujeres de participar en el mercado
de trabajo.
La
creciente importancia del trabajo asalariado desprotegido
Otro
de los fenómenos más significativos que caracterizan
a los cambios experimentados en el mercado de trabajo
urbano argentino ha sido el aumento sistemático del
empleo desprotegido o “precario”.
Una clara indicación
de este fenómeno se manifiesta en el incremento significativo
de trabajadores sin beneficios laborales (contribución
a la seguridad social, seguro medico, etcétera) entre
los asalariados. La incidencia de este tipo de empleo
creció en forma sistemática desde la década de 1980
en adelante. El porcentaje de asalariados protegidos
(con todos los beneficios laborales) paso del 67 por
ciento en 1980 al 55.7 por ciento en 2001. Fue aun
mas dramática la evolución de quienes no cuentan con
dichos beneficios: del 12.8 al 35.8 por ciento.
Tradicionalmente
han sido los pequeños establecimientos (los que ocupan
hasta cinco empleados) en donde se concentra mayormente
el trabajo asalariado precario. En ellos durante las
timas dos décadas el porcentaje de asalariados desprotegidos
mas que se duplico (del 34.3 al 71.4 por ciento).
Cabria, sin embargo, señalar que el proceso de precarización
también alcanzo a los asalariados que trabajan en
establecimientos de mayor tamaño (veáse cuadro 2).
En el Área Metropolitana de Buenos Aires la probabilidad
de ser un asalariado desprotegido se ha duplicado
entre 1980 y 1991 y algo similar ocurrió entre 1991
y 2001.
Tanto en el pasado
como en el presente el ser un asalariado desprotegido
se encuentra negativamente asociado tanto con la edad
como con el nivel educativo. Es decir, son los asalariados
mas jóvenes y los que tienen niveles educativos mas
bajos quienes con mayor frecuencia se encuentran en
esa Situación. Asimismo, los sectores en donde más
se concentra el empleo desprotegido son la construcción
y los servicios personales.
Cambios
en el sector informal
En
Argentina, durante la etapa de sustitución de importaciones,
el sector informal –entendido como aquel que concentra
actividades de tamaño reducido y baja productividad,
generadas por un excedente en la oferta de trabajo–
fue en comparación a otros países de América Latina
relativamente pequeño. Esto no significa que la relevancia
de actividades desarrolladas en pequeña escala (empresas
pequeñas y medianas) fuera insignificante. Por el
contrario, estas empresas, aun las comandadas por
trabajadores por cuenta propia, han tradicionalmente
concentrado una porción considerable de la fuerza
de trabajo urbana.
Sin
embargo, debido a varias razones, estas actividades
en conjunto no podían ser consideradas como típicamente
“informales”. Por un lado, Argentina se ha caracterizado
históricamente por tener tasas de crecimiento poblacional
relativamente bajas y consecuentemente una menor presión
de la oferta de trabajo en comparación a otros países
de la región. Por el otro, debido a la estructura
social del país. Argentina fue por muchas décadas
un país prospero con una estructura social caracterizada
por una extensa clase media. En gran medida estas
actividades de pequeña escala se desarrollaban por
y para atender las necesidades de la clase media.
La fuerza de trabajo integrada a dichas actividades
tenia, en general, niveles de calificación medios
y una porción relevante contaba con beneficios laborales.
Con
la crisis del modelo sustitutivo y el deterioro general
en las condiciones del mercado de trabajo las características
del empleo en pequeña escala así como el trabajo independiente
comenzaron a cambiar. Desde 1980 hasta 1991, cuando
comenzaron a aplicarse las políticas de ajuste estructural
y de desregulación y liberalización de la economía
crecientemente estas actividades comenzaron a cumplir
un rol de “refugio” de trabajadores despedidos del
sector formal o de aquellos que no podrían encontrar
un empleo favorable. Así, por ejemplo, para el Área
Metropolitana de Buenos Aires, la proporción de trabajadores
en actividades en empresas con menos de seis empleados,
incluyendo a los trabajadores por cuenta propia, se
incrementaron del 44.9 al 54.5 por ciento. Este aumento
coincidió con un cambio sectorial de la mano de obra,
es decir, con una disminución de trabajadores en la
industria manufacturera y un incremento de trabajadores
en actividades de tipo terciarias. En 1991 la probabilidad
de trabajar en pequeños establecimientos fue un 25
por ciento mas alta que en 1980, evidenciando así
el rol relevante que cumplieron estas actividades.
A
partir de 1991 el sector de actividades independientes
y pequeñas empresas perdió en gran medida su capacidad
para absorber trabajadores desocupados o desplazados
del sector formal. Este proceso se relaciona con el
hecho de que las actividades informales en la industria
como en el comercio comenzaron a tener grandes dificultades
para competir en un mercado crecientemente inundado
por productos importados y por una caída en la capacidad
de compra de los sectores bajos debido al desempleo.
Extensos sectores económicos se vieron afectados por
la apertura unilateral de la economía, como la industria
del vestido y del calzado, y los servicios de reparación
entre otros. El pequeño comercio también se vio negativamente
afectado por la radicación de supermercados y shopping
centers.
El
desplazamiento masivo de trabajadores junto con la
presión de la fuerza de trabajo en búsqueda de empleo
para compensar la perdida en los niveles de vida familiar
comenzaron a poner en evidencia la creciente dificultad
del sector informal para actuar como refugio de la
mano de obra.
Durante
la década de 1990 se da entonces una situación algo
paradójica: el sector informal no solo no aumenta
sino que parece disminuir al mismo tiempo que el desempleo
llega a un record histórico y que persiste el incremento
del trabajo asalariado desprotegido, aun en los establecimientos
formales.
Datos
sobre los factores sociodemográficos asociados al
trabajo en estas actividades indicarían que ha tenido
lugar una modificación en su composición y que actualmente
en su conjunto estarían ganando mayor relevancia aquellas
de carácter mas marginal.
Un
mercado de trabajo mucho más vulnerable
Al
establecer una topología de situaciones laborales
en el Área Metropolitana de Buenos Aires y examinar
su evolución a lo largo del tiempo surge un resultado
dramático (vease cuadro 3). Tomando a la fuerza de
trabajo en su conjunto, se observa que dentro de la
población económicamente activa, el conjunto de personas
en situación laboral vulnerable (es decir los desempleados,
los trabajadores por cuenta propia de baja calificación
y los trabajadores asalariados desprotegidos) ha pasado
de ser de menos de un tercio en 1980 a la mitad del
total en 2001.
Dentro
de estas situaciones laborales vulnerables la mas
relevante es el crecimiento de la desocupación (del
2.8 al 20.1 por ciento). En términos de incrementos
relativos no es nada despreciable el aumento de trabajadores
asalariados en establecimientos medianos y grandes
desprotegidos (del 2.8 al 7.8 por ciento) y de los
trabajadores asalariados en establecimientos pequeños
sin protección laboral (del 5.9 al 12.5 por ciento).
Evolución
de la pobreza y de la distribución del ingreso
El
deterioro en las condiciones del mercado de trabajo
trajo como consecuencia un incremento en la segmentación
social y en un crecimiento sostenido en la desigualdad
social y en los niveles de pobreza. En el Área Metropolitana
de Buenos Aires, la creciente inequidad de ingresos
queda claramente evidenciada en la evolución del coeficiente
de Gini (vease grafica 2). Para los ingresos per capita
totales dicho coeficiente paso de 0.411 en 1980, al
0.437 en 1990, alcanzando un 0.446 en 1997 (Altimir
y Becaria, 2001). Si dicho coeficiente se estima para
los ingresos per capita del hogar, el incremento de
la desigualdad es aun mas pronunciado (del 0.343 en
1980 al 0.475 en 1997).
Los
motivos por los cuales tuvo lugar un incremento en
la desigualdad fueron variando
a lo largo de la década de 1990 de acuerdo con la
evolución económica y
del mercado de trabajo.
Tres
serian los factores que darían cuenta de dicha evolución:
la variación en los ingresos mensuales de los ocupados;
el nivel de actividad de los miembros del hogar; y
el nivel de empleo de los miembros activos del hogar.
Dos estudios recientes.
concluyen que
durante los primeros anos de la década de 1990, la
rápida estabilización de la economía y sus impactos
macroeconomicos trajeron como consecuencia una recuperación
en los niveles reales de las remuneraciones en particular
para aquellos trabajadores con bajos ingresos y en
niveles educativos.
Sin
embargo, la reestructuración de sectores económicos
(particularmente la manufactura) que se llevo a cabo
durante los primeros anos de la década tuvo consecuencias
negativas en la evolución del desempleo abierto. Gran
parte del incremento en la desigualdad durante dichos
anos se debió entonces a la expansión del desempleo.
En los anos subsiguientes el factor que mas contribuirá
al incremento de la inequidad será una creciente diferenciación
en los niveles de remuneraciones fundamentalmente
debido a los altos ingresos relativos de trabajadores
con alta calificación.
La
evolución en los niveles de pobreza, medidos a partir
de la línea de pobreza, fue un tanto diferente. La
crisis hiperinflacionaria ocurrida en 1989 había dejado
a un numero muy significativo de los hogares bajo
la línea de pobreza.
En
este sentido, el proceso de estabilización económica
condujo a una baja muy significativa en la tasa de
inflación. Consecuentemente, la leve recuperación
de los salarios evidenciada en los primeros anos de
la década impacto en una reducción significativa en
los niveles de pobreza (vease grafica 3).
A
partir de 1994, y como resultado del creciente desempleo
abierto, el numero relativo de hogares bajo la línea
de pobreza comenzó a crecer. Si bien el aumento de
la pobreza se dio en toda el área metropolitana, fue
aun mas intenso en los cordones económicamente más
desfavorecidos. Desde 1995 hasta el ano 2000 los niveles
de pobreza siguieron de cerca a los ciclos económicos.
En el ano 2001, unos meses antes de la crisis político-institucional,
los niveles de pobreza alcanzaron niveles cercanos
a los detectados durante la crisis de hiperinflación
en 1989.
En
octubre de 2002, el 42.3 por ciento del total de hogares
del área metropolitana (incluyendo la ciudad de Buenos
Aires) se encontraba bajo la línea de pobreza. A partir
de dicha fecha, con la incipiente mejora en la situación
económica, el porcentaje de hogares pobres comienza
a reducirse. Así, en mayo de 2003, dicho porcentaje
decrece al 39.4 por ciento.
Las
políticas remediales de combate a la pobreza
Con
anterioridad a la década de 1990, Argentina se caracterizaba,
en términos de sus políticas sociales, por contar
con un sistema universalista de provisión publica
de educación y salud, un sistema de seguridad social
ligado al empleo con grandes dificultades de financiamiento
a largo plazo y con una legislación laboral protectora
en discusión. Este esquema fue modificado a partir
del nuevo paradigma ideológico para el cual “la prioridad
del Estado en los anos noventa en el área de políticas
sociales no fue atender necesidades sociales de la
población carenciada, sino mas bien atender requerimientos
institucionales y corporativos de distintos actores
(gobiernos locales, provinciales, organismos multilaterales),
la necesidad de mantener una serie de equilibrios
y compromisos, de no perder apoyo político de sindicatos
y gobernadores del mismo partido” (Acuna, Kessler
y Repetto, 2002: 52).
Una
característica de la década fue entonces la fragmentación
y dispersión de programas sociales. Tanto la pobreza
como el desempleo inicialmente no formaban parte de
la agenda social del gobierno. Sin embargo, con el
correr del tiempo y el deterioro en los indicadores
sociales, fueron constituyéndose en aspectos a ser
atendidos desde el ámbito de la política social.
En
un marco de creciente desempleo y protestas sociales
comenzaron a ponerse en practica una serie de planes
de fomento al empleo, todos ellos de baja cobertura
y corta duración (Goldbert, 1998). Estos planes de
empleo transitorio con una remuneración mínima, entre
los cuales se destaca el Plan Trabajar en sus diversas
fases, llegaron a contar con una población promedio
mensual beneficiaria de 125,000 personas en el ano
1997. Dicha cifra de beneficiarios, sumada a la de
la prestación promedio mensual del seguro de desempleo
(en alrededor de 95,000), resultaba insignificante
cuando se la comparaba al numero total de trabajadores
desocupados en situación de pobreza. En
1997 solo el 13.7 por ciento del total de desocupados
era beneficiario de un plan de empleo o contaba con
seguro de desempleo.
Si
bien no es nuestro objetivo brindar una visión comprensiva
de las políticas sociales a lo largo de la década
de 1990,
queremos resaltar
un hecho relevante que tendrá consecuencias de gran
envergadura en las formas de protesta y organización
popular en Argentina de hoy. En el ano 2002, como
respuesta a la movilización social y politica que
conmovió al país, se creo por decreto el Programa
Jefas y Jefes de Hogar Desocupados. Este programa
nacional fue diseñado por el gobierno de transición
luego de la crisis de diciembre de 2001. El plan tiene
una amplísima cobertura y brinda un ingreso mínimo
mensual a sus beneficiarios, quienes como contrapartida
deben realizar actividades que pueden ser productivas,
comunitarias o de formación.
El
programa establece una gestión descentralizada, otorgando
a los gobiernos locales –municipios y comunas– un
rol relevante en la administración de proyectos y
beneficiarios. Desde sus propios diseñadotes, el nuevo
plan se inscribe en una nueva lógica de la política
social, “diferente a la que caracterizo buena parte
de los planes y programas implementados a partir de
la década de 1990, asociados al desarrollo de acciones
focalizadas dirigidas a grupos mas vulnerables del
mercado de trabajo” (Ministerio de Trabajo, Empleo
y Seguridad Social, 2003: 21). El programa, a diferencia
de las políticas focalizadas, postula un alcance al
universo de desocupados.
En
comparación con el alcance de los programas que se
habían venido implementando, este tiene una cobertura
muy significativa. Así, por ejemplo, si durante los
últimos anos de 1990 y hasta 2002 el numero promedio
de beneficiarios mensuales de los programas de empleo
de características similares al Plan Jefas y Jefes
era de alrededor de 100,000 personas, con la puesta
en practica del plan dicho numero aumento a 1'400,000
personas en 2002 y a 2'300,000 en marzo de 2003.
Como
se vera a lo largo de la segunda parte del capitulo,
la instauración del programa
y sus formas particulares de distribución de beneficios
ha tenido una serie
de consecuencias en la dinámica de las organizaciones
populares.
Las
transformaciones en el delito
Las
transformaciones socioeconómicas analizadas tienen
incidencias múltiples en las creencias y las practicas
socioculturales. Este incremento del desempleo y la
exclusión conlleva una verdadera transformación de
la cotidianidad y de los
horizontes de sentido. El fin de la sociedad salarial
implica el fin de un tipo de lazo social, del disciplinamiento
industrial y de las formas de organización obrera
que la caracterizaba. Esto implica que si los modos
de exclusión son diferentes, también lo son las prácticas
sociales relacionadas. En relación con el Delito esto
tiene una doble incidencia: por una parte, un aumento
y cambio de las practicas delictivas; por otra, una
nueva percepción y significación social del delito.
Históricamente
Buenos Aires se ha caracterizado por sus bajas tasas
de delito, en especial cuando se la compara con otras
áreas metropolitanas de la región. Esta situación
cambio radicalmente durante la década de 1990, cuando,
acompañando el proceso de deterioro social y político,
dichas tasas aumentaron muy significativamente. Si
bien son múltiples los factores que fundamentan dicho
incremento, no es sorprendente la alta asociación
entre la evolución de las tasas de delito y el deterioro
en el mercado de trabajo, en particular el aumento
del desempleo abierto y el subempleo. Datos oficiales
muestran esta evolución del
delito: entre 1991 y 2001 para el país en su conjunto
la tasa de delito más que se duplico (vease grafica
4). El incremento fue aun muy superior en la ciudad
de Buenos Aires, la región mas rica del país, para
la cual la tasa de delito creció para el mismo periodo
cuatro veces.
El
delito contra la propiedad que representa aproximadamente
dos tercios del total de delitos, subió un 113 por
ciento para el país en su conjunto, un 340 por ciento
para la ciudad de Buenos Aires y un 160 por ciento
para el resto de la provincia de Buenos Aires. Dentro
de las localidades bonaerenses del área metropolitana,
el delito se incremento con mayor intensidad en aquellas
mas afluentes (vease grafica 5).
Los
datos sobre victimización–provistos por el Ministerio
Nacional de Justicia y Derechos Humanos– muestran
una evolución un tanto diferente a la observada mediante
las tasas de delito oficiales. Por un lado, dan cuenta
de que un alto porcentaje de la población ha declarado
ser victima de delito. Así, por ejemplo para el ano
2001 el 39.6 por ciento de los residentes en la ciudad
capital y el 39.3 por ciento de los residentes en
el conurbano bonaerense declararon haber sido victima
de algún delito.
Esta incidencia
superior del delito que arrojan las cifras sobre victimizacion
se debe en gran medida a la falta de denuncia policial
por parte de las victimas. Al
igual que lo observado con relación a las cifras oficiales
sobre delitos, la vasta mayoría de las victimas declaran
que se trato de delitos contra la propiedad.
Asimismo, los
datos sobre victimización muestran que son las personas
con mayores niveles socioeconómicos las que han tenido
más chances de ser victimas de delitos.
Di
Tella, Galiani y Schargrodsky (2002), por su parte,
analizaron la relación existente entre victimización
y distribución de los ingresos. Utilizando una encuesta
retrospectiva sobre victimización examinaron la evolución
del crimen de acuerdo con el nivel socioeconómico
de las victimas. Encontraron que en el caso de robo
a la vivienda, fueron los pobres quienes sufrieron
el mayor incremento. En el caso de robo callejero
ambos grupos sufrieron una evolución similar. Según
los autores este hallazgo es consistente con el hecho
de que son los sectores económicamente mas afluentes
los que pueden proteger sus hogares con sistemas costosos
de seguridad. También encontraron que no existen diferencias
en la probabilidad de denunciar los hechos delictivos
por parte de ambos grupos ni en su acceso a la justicia.
Otros
estudios muestran transformaciones en la forma que
adquiere el delito en si, en particular el uso de
la violencia. En el siglo xx
se
había producido una dosificación de la violencia criminal.
El delito tendía a profesionalizarse, se incrementaban
los crímenes dolosos frente a los pasionales y la
violencia era regulada en función de la necesidad
ante el objetivo. “Solo mate cuando era necesario”
explicaba un delincuente (Isla, 2002). En contraste,
en Argentina durante la década de 1990 se revierte
la tendencia a la disminución de violencia en el dolo,
aumentando la tasa de homicidios en el momento de
cometer el delito (Gayol y Kessler, 2002: 30-31).
Por
su parte, Kessler encontro que jovenes de sectores
populares testimonian el cambio de una logica del
trabajador a la lógica del proveedor, donde la legitimidad
del ingreso no se establece por su origen sino con
relación a que satisfaga algún tipo de necesidad.
Eso implica que delito y trabajo no se contraponen,
sino que se articulan en diversas formas intermedias
entre legalidad e ilegalidad (Kessler, 2002).
Por
ultimo, hay un cambio importante en las representaciones
sociales acerca de la delincuencia y la inseguridad.
Las clases subalternas –o fracciones de ellas– vuelven
a ser peligrosas, pero ahora no por ser trabajadores,
sino justamente, por haber dejado de serlo. No es
ya la masa como un cuerpo gigantesco al que se tema,
sino a individuos anómicos y desocializados; el riesgo
es mas de implosión que de explosión social (Gayol
y Kessler, 2002: 18).
En
la mayor parte de las encuestas de opinión publica
desde finales de los años noventa hasta 2003 el tema
numero 1 de la agenda es el desempleo y el numero
2 la inseguridad. En contraste con estas percepciones
muy relacionadas a los discursos de los medios de
comunicación, puede señalarse que en el estudio etnográfico
que hemos realizado en cuatro barrios populares de
Buenos Aires (vease infra) la distancia entre
la preocupación por el desempleo y por la inseguridad
es mucho mayor. La inseguridad es un problema ubicado
después de la alimentación, la salud, la vivienda
o el nivel de ingresos. Considerando los ocho barrios
visitados por nuestro equipo, solo en uno había problemas
abiertos y muy serios con la seguridad.
En
ninguno de estos barrios ha habido acciones colectivas
respecto de la inseguridad, aunque si hubo protestas
muy acotadas en dos barrios populares del conurbano
durante 2003. En los sectores populares la “inseguridad”
no se asocia necesariamente al delito realizado por
pobres, sino también al miedo que genera la policía.
Son comunes las denuncias por maltrato policial, las
protestas por casos de asesinatos realizados por policías
(practica conocida popularmente como “gatillo fácil”),
así como por la inacción o complicidad policial ante
situaciones delictivas.
La expresión
espacial de los cambios sociales
Los
cambios macroeconómicos y sus efectos en la creciente
segmentación y dolarización social tuvieron su expresión
en el espacio, tanto en términos sociodemograficos
como socioculturales. Los cambios en el modelo económico
reforzaron las tendencias en el proceso de urbanización
puestas de manifiesto algunas décadas atrás. Argentina
históricamente se caracterizo por su altísima y temprana
urbanización y
por una significativa primacía de Buenos Aires.
Sin
embargo, desde hace varias décadas, la tendencia es
a la disminución de la importancia relativa de Buenos
Aires en el concierto urbano.
Tanto
factores demográficos como económicos y sociales contribuyen
a explicar la baja en el peso relativo y la pérdida
de atracción del Área Metropolitana de Buenos Aires.
La situación
del mercado de trabajo genero que la principal metrópolis
no atrajera migrantes internos con la misma intensidad
con que lo había hecho en las décadas de 1950 y 1960. Además, para
un vasto sector de la sociedad, la calidad de vida
en la principal metrópolis disminuyo no solo a consecuencia
de la falta de empleos adecuados sino también debido
a un deterioro significativo en los servicios y la
infraestructura publica.
También
hubo cambios pronunciados en la organización socioespacial
del Área Metropolitana de Buenos Aires. Buenos Aires
es una ciudad cuya organización espacial se encuentra
estrechamente relacionada con los sectores socioeconómicos.
Un empleado o profesional de clase media puede pasar
meses o anos sin ver las “villas miseria” ubicadas
fuera de sus circuitos cotidianos. Las áreas en las
que viven y trabajan los sectores medios y altos se
encuentran relativamente cercanas al Río de la Plata
y hacia el norte de la ciudad. A medida que aumenta
la distancia respecto del rió y del norte tiende a
descender paulatinamente el nivel socioeconómico de
la población. Así, Buenos Aires produce entonces un
sentido territorial en degradé con algunas
fronteras imperceptibles –aunque significativas– y
otras mas evidentes. La frontera mas relevante es
la que separa la capital federal (donde viven menos
de 3 millones de personas) del conurbano (donde viven
mas de 8 millones) y, por lo dicho antes, especialmente
el limite al sur de la capital.
Buenos
Aires contrasta con ciudades como Río de Janeiro –u
otras ciudades brasileñas– en las que desde los edificios
mas lujosos pueden verse las favelas. Por otra
parte, en las “villas miseria” de Buenos Aires la
convivencia entre personas y grupos de diferentes
países y provincias contrasta con los guetos etnicoraciales
de Estados Unidos. Tradicionalmente, la relación entre
territorialidad y etnicidad estuvo marcada por el
modelo del conventillo, espacio donde los migrantes
de los países mas diversos compartían su vida conflictivamente.
De esta manera, el nivel socioeconómico se asocio
con la territorialidad mucho mas que cualquier otro
elemento.
En
la ultima década se intensifico la apropiación diferencial
de los espacios por parte de los distintos sectores
sociales, generando una creciente segmentación socioespacial.
Para contextualizar las tendencias recientes, habría
que remarcar que la expansión poblacional en las áreas
periféricas del área metropolitana fue estimulada
durante la etapa sustitutiva por políticas redistributivas
que promovían el acceso a la vivienda por parte de
la clase media y la clase trabajadora (Torres, 1993).
Esta expansión urbana se dio de una manera muy heterogénea.
La carencia de planificación urbana genero un uso
de espacio incompatible, una deficiente articulación
de vías de circulación y un insuficiente equipamiento
e infraestructura urbanas. Como era de esperar, este
proceso origino una apropiación diferencial del espacio
urbano: las clases medias y altas residiendo en áreas
con mejores localizaciones ecológicas y la clase trabajadora
en áreas problemáticas desde el punto de vista ecológico.
Con el tiempo este proceso se fue intensificando.
Durante la década
de 1980 las demandas populares por la tierra fueron
crecientemente planificadas (Merklen, 1991). Se multiplicaron
las organizaciones populares para la toma de tierras
y para la demanda de su regularización. El deterioro
socioeconómico y los cambios políticos implicaron
un cambio en las acciones de los movimientos populares.
Los actores políticos comenzaron a enfatizar lo “local”
y lo “gestionario” (Torres, 1993). Durante la década
de 1990, debido a las condiciones económicas adversas
sufridas por gran parte de la población, la expansión
urbana se desacelero. La venta de parcelas y los asentamientos
ilegales disminuyeron (Clichevsky, 2001). La principal
tendencia urbana fue la dolarización residencial,
tanto dentro de la capital federal como en las localidades
suburbanas. Podría sostenerse que así como a partir
de mediados de la década de 1980 los actores sociales
mas relevantes en la definición de espacios sociales
fueron los pobres, en la de 1990 serán los ricos. En la ciudad
de Buenos Aires, entre 1991 y 1999 el numero de viviendas
de lujo se incremento mas de cuatro veces (datos provenientes
de Torres, 2001), y el número de viviendas simples
o regulares decreció más del 10 por ciento. Asimismo,
y contrastando con lo anterior, el numero de personas
viviendo en “villas miseria” dentro de la ciudad capital
aumento de 11,157 en 1983, a 39,897 en 1987-1990 y
a 59,977 en 1993-1995.
El
proceso de suburbanización de las elites se intensifico.
En búsqueda de ambientes más naturales, seguros, socialmente
homogéneos y con mejor equipamiento que el provisto
por el Estado, las elites se mudaron a comunidades
cerradas (barrios cerrados o country clubs).
El crecimiento de estas comunidades fue abrumadory concentrado
mayormente en unas pocas localidades. En dichas localidades
cohabitan entonces grupos de muy altos y muy bajos
ingresos. Estos últimos son los que proveen de los
servicios personales necesarios a los primeros.
Durante
el periodo 1990-1998, 2,000 millones de dólares fueron
invertidos por capitales privados en la construcción
de autopistas (Cicolella, 1999). Mediante ellas los
sectores de altos recursos llegan cómodamente a sus
comunidades cerradas sin ni siquiera tener un contacto
mas directo con los pobres suburbanos. La gran mayoría
de la inversión privada durante esos anos fue entonces
dirigida a la construcción de centros comerciales,
comunidades cerradas, hipermercados y hoteles. Como
sostiene Cicolella (1999) la profunda dolarización
y fragmentación social en el Área Metropolitana de
Buenos Aires ha sido en gran medida originada por
este tipo de inversiones.
La
otra cara de la moneda ha sido el deterioro generalizado
en los barrios tradicionales de los sectores populares
de clase baja y media. Las políticas neoliberales
también implicaron un nuevo tipo de exclusión espacial
de los pobres urbanos. Los tradicionales barrios obreros,
distantes de los barrios de clase media, se convirtieron
en barrios de desocupados. En los momentos mas agudos
de la crisis la suma de desempleo y subempleo en algunos
barrios casi abarcaba a la totalidad de sus habitantes.
Eso generaba una crisis en el transporte publico,
y se reducían las conexiones entre esos barrios y
la ciudad.
Así,
Buenos Aires parecía desplazarse del modelo del conventillo
al modelo del “gueto”. Es decir, un desplazamiento
de un modelo de espacios compartidos con fronteras
simbólicas relativamente blandas a otro en el que
las fronteras territoriales duras se convierten en
hegemónicas. Se trataría mas bien de un gueto social,
antes que de uno etnico o racial. Esta caracterización
resulta relevante ya que, a continuación, se vera
que las organizaciones de desocupados son agrupamientos
de vecinos desempleados de un barrio.
Un
argumento de nuestro estudio es que la segregación
espacial es una condición necesaria –aunque no suficiente–
para el surgimiento de nuevos movimientos de desocupados.
No hemos encontrado movimientos de desocupados fuertes
en barrios socialmente heterogéneos.
El gueto social,
paradójicamente, coadyuva al surgimiento de esas organizaciones.
Es el viejo “dormitorio obrero” devenido espacio comunitario
de la desocupación. Además, es muy frecuente la relación
entre los nuevos asentamientos de la década de 1980
y las organizaciones “piqueteras” de finales de la
de 1990.
Podría entonces establecerse una fuerte conexión
entre el salto cualitativo de segregacion espacial
–producto del neoliberalismo– y las nuevas formas
populares de organización popular, con sus características
organizacionales e identitarias.
Parte
2. La vida organizacional en zonas populares de Buenos
Aires
Ante
este panorama social ha habido múltiples respuestas
de la sociedad civil. En diversas fases históricas
existen distintos tipos de organizaciones, con diferentes
reclamos, identidades y modos de acción. Argentina
se ha caracterizado por una fuerte tradición sindical,
así como por una densa trama organizacional en los
barrios. El terrorismo de Estado de la dictadura militar
implico la muerte y desaparición de casi una generación
de lideres populares y estudiantiles. A pesar de ello
durante la dictadura hubo diversos modos de resistencia
y durante la década de 1980, ya en contexto constitucional,
hubo intensas protestas abarcando cuestiones de derechos
humanos, sindicales, de vivienda y educativas.
El
contraste entre el “clima” ideológico y cultural de
los anos setenta y de los noventa es obviamente notorio.
Si nos limitamos a considerar a las organizaciones
populares, sus modos de acción y sus reclamos, el
contraste con la década de 1970 se vincula a que los
sindicatos fueron antes un actor central de la vida
política argentina. Incluso, durante los cinco anos
y medio del gobierno de Alfonsin (1983-1989) la Confederación
General del Trabajo realizo 13 huelgas generales.
En cambio, la década de 1990 se caracteriza por la
pérdida del protagonismo sindical y el surgimiento
de nuevos fenómenos. Con la llegada del peronismo
al gobierno en 1989 y la aplicación extrema de las
recetas neoliberales por parte del presidente Carlos
Menem, los grandes sindicatos fueron oficialistas.
Integrados a la gestión gubernamental, las negociaciones
se centraron en cuestiones como el manejo de los fondos
de las obras sociales sindicales y límites a la inmigración,
a la vez que el desempleo se multiplicaba tres y hasta
cuatro veces.
Durante
el auge del neoliberalismo, en Argentina se generaron
las condiciones para un amplio consenso social para
establecer un sistema de convertibilidad del peso
y el dólar que persistió hasta enero de 2002. Después
de una oleada de huelgas y protestas resistiendo en
la medida de lo posible a la oleada privatizadora,
los grandes sindicatos (además de perder afiliados)
fueron cooptados por el gobierno de corte justicialista.
Por su parte, amplios sectores medios seducidos por
el acceso a bienes de consumo mediante el crédito
y percibiendo salarios en valor dólar prestaron consenso
a las nuevas políticas que prometían el rápido ingreso
del país al Primer Mundo.
Durante
los primeros anos de la década de 1990 se consolidaron
ciertas características de las protestas sociales
que ya estaban presentes desde la década anterior.
Había una abundante movilización de recursos colectivos,
[…] un grado alto de fragmentación y escasa durabilidad
en las protestas […], la concentración del reclamo
sindicalizado en los gremios de servicios y estatales
[…], un crecimiento de la protesta de matriz cívica,
con un carácter marcadamente diversificado y con rasgos
claros de localización y singularidad. Por ende, con
alta fragmentación y escasas probabilidades de construir
sujetos unificados de acción de cierta permanencia
en el tiempo y extensión en el espacio (Schuster y
Pereyra, 2001: 59-60).
Sin
embargo, a finales de la década esta situación ha
cambiado. Se han Constituido sujetos con identidades
nuevas, como los piqueteros o
las fabricas
recuperadas,
lejanos a la protesta sindicalizada tradicional, pero
también a los rasgos de fuerte singularidad que dificultaban
la permanencia en el tiempo y la extensión en el espacio.
Resulta
entonces necesario distinguir al menos dos momentos
en la década de
1990: la primera fase de auge neoliberal (expresado
en la reelección del
presidente Menem en 1995) y una fase de crisis. Creciente
estancamiento económico
y una franca secesión desde la segunda mitad de 1998
se combinaron con
una legitimidad política socavada lentamente por el
aumento de la pobreza,
el desempleo y la corrupción. Mientras tanto, comenzaron
a emerger con
diversa intensidad nuevas organizaciones populares
y nuevos modos de protesta.
Después
de intensas huelgas, en los anos 1989 y 1990 se produjo
una notoria caída de estas, hasta que comenzaron a
incrementarse levemente, junto al aumento de los cortes
de ruta en 1997.
La
crisis de legitimidad del modelo y la dramática crisis
económica avanzaron hasta su estallido en diciembre
de 2001. En un contexto recesivo, con muy alto desempleo
y crisis bancaria el gobierno estaba inmóvil excepto
para decidir una drástica restricción del acceso al
dinero depositado en los bancos (el “Corralito”).
En ese contexto se produjo el “Cacerolazo” del 19
de diciembre y las movilizaciones del 20 de diciembre
que culminaron en la renuncia del Presidente. Entre
enero y marzo de 2002 hubo intensas movilizaciones
en todo el país. En diciembre de 2001 se contabilizaron
859 cacerolazos, 706 en enero de 2002, 310 en febrero
y solo 139 en marzo. De hecho, es probable que 2002
haya sido el ano con mayor cantidad de movilizaciones
callejeras de los últimos 15 anos. Si se compara con
el grado de conflictividad social de 2004, comparativamente
bajo, resulta claro que la fase abierta a finales
de la década de 1990 se ha cerrado, aunque aun resulte
difícil precisar las características de la etapa actual.
Entre
finales de los anos noventa y 2003 se desarrollaron
al menos cinco procesos de organización popular que
merecen ser destacados. Han surgido nodos de redes
de trueque, donde se busca resolver o paliar la carencia
de dinero necesaria para el mercado a través del intercambio
de bienes o saberes con otras personas en un circuito
informal que en su auge involucro a 2 millones de
personas (Hintze, 2003). Han crecido y se han expandido
los comedores populares que, obteniendo insumos por
parte de gobiernos municipales y eventualmente de
donaciones, garantizan un plato de comida o una copa
de leche para ninos y adultos que estan al borde de
la indigencia. Han surgido y se han expandido grupos
de desempleados que se organizan para exigirle al
Estado trabajo, planes de empleo y para garantizar
su subsistencia cotidiana. Han aparecido asambleas
barriales, generalmente en barrios de clases medias,
cuya movilización y “compromiso” no responde solo
a una necesidad económica de los propios asambleístas
(no son necesariamente ahorristas, ni indigentes,
ni desempleados), sino básicamente a la crisis político-institucional
de representación. Han surgido fábricas y otras empresas
recuperadas por sus trabajadores después de su quiebra,
cierre o abandono por parte de sus anteriores propietarios.
Estas
respuestas surgieron en distintos momentos y frente
a diferentes conflictos. Las asambleas vecinales se
conforman a partir de la crisis de diciembre de 2001.
Las organizaciones de desocupados se remontan a la
segunda mitad de la década de 1990 –en el Gran Buenos
Aires comienzan a aparecer en 1997. Los comedores
populares surgieron a finales de la década de 1980,
durante la crisis hiperinflacionaria a partir de la
cual se restringieron planes alimentarios del Estado.
Los nodos de trueque aparecieron a mediados de la
década de 1990. La mayoría de las fabricas fueron
tomadas y recuperadas por sus trabajadores desde finales
de 2001, como respuesta colectiva ante el cierre de
fuentes de trabajo en un contexto desolador.

Cada
uno de estos procesos ha tenido una dinámica diferente.
El trueque ha sufrido una explosión desde finales
de 2001 hasta mediados de 2002, y una fuerte crisis
y desorganización posterior que lo ha llevado a desaparecer
como fenómeno social. Las asambleas populares tuvieron
auge en la primera mitad de 2002 y comenzaron a decaer
rápidamente. Aunque se mantienen unas pocas asambleas
en barrios específicos, los modos en los cuales los
sectores medios (bajos, medios y altos) participaron
social y políticamente en los últimos anos hoy no
tienen peso. Esto sucede, justamente, porque esos
sectores se alejaron paulatinamente de esa participación.
En contraste, los fenómenos ligados a los sectores
pobres han tenido otra dinámica.
Los
comedores, las organizaciones de desocupados y las
fabricas recuperadas tienen plena vigencia aun. Vigencia
que no implica que no hayan cambiado. De hecho, puede
percibirse cierta institucionalización de los comedores,
cierta fragmentación y crisis del fenómeno piquetero
y una dinámica política aun abierta en las empresas
recuperadas.
Ahora
bien, .como abordar el estudio de estas respuestas?
Inmediatamente después de la crisis de 2001 se multiplicaron
análisis simplistas acerca de un “cambio radical”
en la cultura política de sectores populares, así
como acerca de la capacidad de reconstruir legitimidad
y hegemonía por parte de los partidos políticos tradicionales.
Con la estabilización posterior, el crecimiento del
pbi
y los fuertes
indicios de fragmentación de los sectores populares
predomina la idea de que esta habría sido una crisis
como tantas otras y todo ha seguido igual. Entre quienes
afirman la ruptura total y quienes aseguran una continuidad
completa nos encontramos con el desafio de analizar
y comprender las transformaciones empíricamente.
Los
cuatro barrios estudiados
Esta
segunda parte del capitulo analiza las formas de organización
y acción de sectores populares a partir de estudios
etnográficos desarrollados en cuatro barrios populares
de Buenos Aires entre noviembre de 2002 y julio de
2003. Estos estudios han sido complementados con reconocimiento
de campo en otros cuatro barrios, así como con el
seguimiento atento de procesos políticos en los medios
de comunicación y de otros estudios de caso contemporáneos.
En este apartado describiremos brevemente los cuatro
barrios o zonas estudiadas etnográficamente señalando
unos pocos elementos de cada barrio tomando en cuenta
su población, tipo de urbanización, sus organizaciones
y sus vínculos con el Estado. Los apartados subsiguientes
presentaran una síntesis de tendencias generales de
los procesos organizacionales en Buenos Aires, considerando
nuestro trabajo de campo junto a otros estudios previos
y contemporáneos.
Para
comprender los procesos de organización y acción colectiva
en Buenos Aires desarrollamos un abordaje territorial,
analizando un conjunto diverso de actores con un parámetro
territorial (Portes y Walton, 1976: 73). Estudiamos
entonces la vida organizacional y política de zonas
populares.
Las cuatro zonas
han sido seleccionadas por su diversidad de historias,
tradiciones y problemas, buscando que expresaran procesos
estructurales de cuatro áreas diferentes de la región
Metropolitana. En la ciudad de Buenos Aires, una villa
miseria. En el conurbano Bonaerense, un asentamiento
de la zona sur, un área con asentamientos y barrios
obreros en el oeste, y un barrio obrero-popular en
el noroeste.
La
Villa 7 de Soldati es una población espontánea que
comenzó a formarse en la década de 1960. Se desarrollo
sin planificación alguna y, por ello, es la “villa
miseria” clásica repleta de pequeños pasillos internos.
Cuando a finales de la década de 1970 la dictadura
militar intento erradicar las villas de la capital
federal surgió hache una organización de vecinos que,
en su desarrollo posterior, se instituyo como Junta
Vecinal. Actualmente, la Junta representa formalmente
a la villa ante las autoridades municipales y sus
autoridades son elegidas por el voto de todos los
pobladores, sean argentinos o extranjeros. Esto es
relevante, ya que una proporción alta de los habitantes,
alrededor de un tercio, provienen de Bolivia y Paraguay.
La Junta se encarga de las cuestiones de vivienda
y urbanización, actuando como intermediaria para obtener
y distribuir materiales de construcción. Desde inicios
de 2002 distribuye también cajas de alimentos a cada
familia, que son entregados por el gobierno de la
ciudad. Por ultimo, administra algunas decenas de
planes de empleo. En la villa hay un gran número de
organizaciones de base: entre otras, 14 comedores
populares, tres organizaciones de desocupados, una
cooperativa de vivienda.
El
segundo barrio se llama La Fe. Esta al sur del Gran
Buenos Aires, en Monte Chingolo, partido de Lanus,
una region de muy temprana urbanización y que se caracteriza
por ser parte de la industrialización que se produjo
desde mediados de 1930, así
como por tradicionales barrios obreros. La Fe, a diferencia
de la villa es un asentamiento, es decir fue ocupado
ya en la década de 1980 sin autorización, pero con
una planificación colectiva que respeta la traza urbana
y la dimensión de los lotes. La desindustrialización
de finales de 1970 y principios de 1980 golpeo duramente
allí, dejando cementerios de fabricas. El partido
de Lanus es gobernado desde 1983 por un viejo caudillo
del Partido Justicialista, Manuel Quindimil. Su estilo
asistencialista deviene en La Fe en la presencia de
comedores municipales que son dirigidos por punteros
políticos peronistas. La superposición Estado/partido/caudillo
se traduce en el barrio en comedor municipal/unidad
básica/puntero. Esto contrasta con los comedores de
la villa de Soldati, que tienen diferentes posicionamientos
políticos y son autónomos del gobierno local. A finales
de los anos noventa los vecinos se organizaron por
fuera y en contra del municipio por cuestiones de
tierra y vivienda.
Otras
demandas se fueron incorporando al nuevo agrupamiento
que finalmente se constituyo como Movimiento de Trabajadores
Desocupados (mtd),
integrado
a una red de otros movimientos ubicados en diferentes
barrios que conforman el mtd
Anibal Veron,
una de los principales movimientos de desocupados
en el sur del Gran Buenos Aires.
Un
tercer barrio, Billinghurst, situado en el noroeste
del conurbano, resulta de un tipo de expansion de
la ciudad sin asentamientos, por loteo estatal, con
fuerte contexto industrial y obrero que entro en crisis
en los últimos anos. En la zona norte del Área Metropolitana
de Buenos Aires se concentraron muchas de las inversiones
mas importantes desde 1960 y 1970, y continua siendo
epicentro de la producción industrial. Las fabricas
cerradas del norte son generalmente producto de la
crisis especifica de la segunda mitad de la década
de 1990. En San Martín, donde se encuentra el barrio
del noroeste que estudiamos, funcionaban a mediados
de los anos noventa el 10 por ciento de las industrias
de la provincia de Buenos Aires.
En
esta zona las acciones colectivas frente a la crisis
son muy diferentes que en otras zonas de la ciudad.
La crisis de empleo es mas reciente y afecta a una
población con mayor calificación. En vez de canalizarse
a trabes de una organización de desocupados, se abordo
impulsando la ocupación y la lucha por reabrir una
fuente de trabajo: una fábrica metalúrgica llamada
Forja. En un ámbito sin fuerte tradición territorial
(no hay luchas vecinales importantes en su historia
reciente) y sin organizaciones vecinales importantes,
la demanda de empleo se canaliza a través de otra
tradición: la sindical. Por ello, de los cuatro barrios
y procesos analizados el de Forja es, en términos
de género, el único protagonizado exclusivamente por
varones.
Por
ultimo, la zona estudiada en el oeste se encuentra
en el partido de La Matanza, el de mayor población
del conurbano, con altos niveles de pobreza e indigencia.
La Matanza es una combinación de diferentes procesos
urbanos. El Tambo es un asentamiento como La Fe, pero
con un grado de urbanización mejor. Los barrios del
área de Crovara y Cristania, como Villa Marconi y
San Alberto, tienen mas similitudes con Billinghurst
por su carácter de loteo y por su relación hasta poco
tiempo atrás con la producción industrial.
El
Tambo presenta la peculiaridad de constituir en la
década de 1980 una organización por la cuestión de
la tierra y la vivienda (Merklen, 1991), que continua
interviniendo sobre esa misma cuestión también en
barrios aledaños y que, a la vez, es de las mas dinámicas
en los últimos anos en relación con la cuestión del
empleo. Esa organización barrial fue el eje desde
el que se constituyo una Federación de Tierra y Vivienda
(ftv)
de
alcance nacional que forma parte de una de las tres
centrales sindicales del país. La expansión de la
ftv
se vincula a
generalizar, desde espacios territoriales, demanda
de empleo y gestión y administración de planes sociales.
La
Matanza tiene un fuerte peso electoral y, por lo tanto,
es relevante en el conjunto de los procesos políticos
del conurbano bonaerense. A la vez, es epicentro de
dos grandes organizaciones de desocupados, la
ftv y
la Corriente Clasista y Combativa (ccc), muy
diferentes de las que se han consolidado en la zona
sur. Si bien en El Tambo la organización fundante
del barrio, que incorporo como central la cuestión
del empleo, es completamente hegemónica en su intermediación
con el Estado, en los barrios cercanos la red de punteros
del Partido Justicialista es muy activa.
En
varias zonas de La Matanza, en La Fe, en la villa
de capital, al igual que en muchos barrios de la ciudad,
hace 20 años el gran problema se vinculaba con
el acceso a la tierra y la vivienda. La
principal organización de La Fe es el Movimiento de
Trabajadores Desocupados que, surgido a finales de
la década de 1990, no tiene ninguna continuidad con
las tomas de tierra de la década de 1980, aunque sus
primeras tareas en el barrio si estuvieron relacionadas
con nuevas tomas y con el enfrentamiento con una cooperativa
de vivienda ligada al municipio. En la villa de capital
la principal organización es la Junta Vecinal que
surgió hace dos décadas por la cuestión de la vivienda,
la tierra y la urbanización. El Tambo es el epicentro
del grupo “piquetero” mas numeroso a nivel nacional,
que justamente se denomina Federación de Tierra y
Vivienda (ftv)
y
administra miles de planes de empleo. Es una “federación”
de organizaciones territoriales, barriales. Las tierras
de El Tambo fueron ocupadas de manera planificada
bajo el liderazgo de quienes hoy dirigen esta federación.
Ese desplazamiento, de la tierra al trabajo, que representa
la ftv, se
encuentra también en La Fe como demanda de sus habitantes,
pero sin continuidad organizacional. En la villa,
en cambio, la Junta administra planes de empleo del
gobierno pero no asume ese reclamo como parte de su
agenda, con lo cual se genera el espacio para el surgimiento
de otras organizaciones de desocupados. Esta disociación,
que no se plantea en El Tambo ni en La Fe, se vincula
a la vez al alto grado de fragmentación de las organizaciones
de la villa.
La
tradición sindical que caracteriza el proceso
de Forja, en Billinghurst, también se hace presente
en organizaciones como la ftv
y
los mtd,
pero con otras características. Por una parte, en
estas organizaciones resulta evidente la presencia
de lo vecinal. Pero también por la presencia explicita
de lo político, expresado a través de una candidatura
electoral en la ftv
y
en un proyecto de cambio social del
mtd.
La política, en cambio, es mirada con desconfianza
en su conjunto desde
la Cooperativa Forja, que tampoco simpatiza con cortes
de ruta u otras acciones directas.
En
la zona de Billinghurst, al igual que en toda la zona
norte de la ciudad, no hay organizaciones de desocupados
y si hay muchas fábricas recuperadas por
los trabajadores, mientras en la zona sur y oeste
de la ciudad predominan las organizaciones de desocupados
sobre otros fenómenos, así como en las villas de la
capital los “piqueteros” son muy minoritarios respecto
de la hegemonía de la Junta Vecinal. Estas diferencias
pueden explicarse por la historia de la ocupación
de la tierra y las características de la población,
pero también por modelos de gestión publica muy distintos
en los gobiernos locales.
Ahora
bien, la relación entre la principal organización
barrial y la población es muy variable en los cuatros
casos. En un extremo se ubica La Cooperativa en El
Tambo, única organización y único intermediario entre
el Estado y la Población. En La Fe, en cambio, hay
una bipolaridad representada por el mtd
y
los punteros peronistas. Las identificaciones se encuentran
polarizadas y, si se piensa únicamente en términos
instrumentales, se trata de modos de acceso muy diferentes
a los mismos recursos (planes, comida, etcétera).
En la Villa 7 se presenta una combinación de hegemonía
sobre fragmentación. Muy alejada de la hegemonía absoluta
en El Tambo, la relevancia de la Junta Vecinal, en
un barrio mucho mayor en dimensión espacial y poblacional,
se produce por la multiplicidad atomizada de organizaciones.
Si se consideran otros barrios visitados y estudiados
la fragmentación organizacional es mas frecuente que
la existencia de una organización hegemónica.
La
agenda de los sectores populares: de la vivienda al
trabajo
Durante
el modelo sustitutivo de importaciones (y sus estertores),
la cuestión central a la que el proceso de urbanización
no podía dar respuesta era la cuestión de la vivienda
y de las condiciones de vida del espacio barrial (iluminación
publica, servicios, agua, etcétera). Esta problemática
era senalada para el conjunto de las áreas metropolitanas
de la región. Portes y Walton sostenían al respecto:
“mas que necesidades de trabajo o de ingresos, son
las demandas de vivienda las que han politizado mas
efectivamente a los pobres” (1976: 74). Cierto que
por las características de Argentina, como hemos dicho,
los sindicatos cumplieron en décadas anteriores un
papel excepcionalmente importante si se compara con
otros países latinoamericanos. Pero si nos limitamos
a considerar los barrios populares, los relatos de
las villas y asentamientos narran el esforzado y paulatino
mejoramiento de sus condiciones de vida en términos
de vivienda. Si bien esta es una cuestión urbana permanente,
la multiplicación del desempleo y subempleo durante
la década de 1990 desplazo la cuestión de la vivienda
como aspecto principal en la movilización de los sectores
populares.
Así,
mientras la vivienda ha sido un eje clave de la organización
popular durante el modelo sustitutivo de importaciones,
el trabajo se convirtió en el eje clave en Buenos
Aires después del auge neoliberal. Los barrios en
los que se llevo a cabo el estudio expresan claramente
estas transformaciones. En Buenos Aires, el proceso
de urbanización estuvo acompañado por la escasez de
terrenos habitables legalmente. Como respuesta a los
problemas del espacio urbano y acceso a servicios
nacieron entonces organizaciones barriales. Estas
organizaciones junto con las sindicales eran las principales
formas de organización de los sectores populares hasta
finales de la década de 1980.
Las
organizaciones barriales se originaron con diversas
finalidades: ocupar nuevas tierras, distribuir colectivamente
los lotes, defender ocupaciones espontáneas contra
acciones de “erradicación” del gobierno (esto fue
muy común durante la dictadura militar a finales de
los anos setenta) o, buscar una mejor inserción del
barrio en la ciudad y una mejor calidad de vida. También
tuvieron motivaciones deportivas y culturales y eventualmente,
relacionadas con impuestos y tasas municipales (González
Bombal, 1989).
En
muchos barrios populares hacia mediados de la década
de 1990 los problemas de “vivienda” parecían haber
encontrado posibles soluciones (asfalto, servicios
y en menos casos tenencia de la tierra), pero sus
habitantes sentían cada vez mas la cuestión del desempleo.
Mientras para cuestiones de vivienda y urbanización
se encontraban a veces paliativos, a veces mejorías
reales, el desempleo afectaba cada vez mas a los hogares
y a las redes sociales en las cuales esos hogares
estaban insertos. Esto se tradujo en una transformación
de la agenda política de los pobres urbanos.
En
el Gran Buenos Aires, algunas organizaciones que habían
surgido en la década de 1980 para reclamar tierra
y vivienda se transforman en la segunda mitad de los
anos noventa en organizaciones de desocupados que
van a reclamar empleo y políticas de empleo al Estado.
En otros casos no hay una continuidad tan directa,
pero si una fuerte coincidencia entre barrios con
historia de lucha colectiva por la tierra y barrios
con organizaciones de desocupados fuertes. Ese desplazamiento,
de una agenda de tierra/vivienda a una de trabajo,
se enmarca en un desplazamiento mas general. Antes
de 1997 o 1998, los análisis de barrios populares
indicaban una combinación de fuerte red clientelar
peronista, escasez de otras organizaciones sociopolíticas
y desarrollo de nuevos agrupamientos religiosos (Seman,
2000). Cuando se comparaba esa situación con la primera
mitad de la década de 1970 o la de 1980, se detectaba
un cambio histórico producido en el pasaje desde un
lugar con “alta densidad organizativa y niveles de
movilización política […] a ser un espacio caracterizado
por la desertificación organizativa y bajos niveles
de movilización política” (Auyero, 2001a: 62).
Por
ello, el diagnostico sociopolítico de “desertificación
organizativa” estaba situado en un contexto de transición
donde (además del impacto desorganizador de la dictadura)
los impulsos de urbanización de la villa habían cedido
ante ciertas mejorías. Mientras la cuestión del desempleo
ya se ha instalado como problema central pero sin
tener aun una respuesta organizativa. En esta etapa,
en Argentina, en contraste con países europeos donde
hay fuertes políticas del Estado respecto del desempleo,
para los desocupados, “en lugar de la centralidad
de los derechos y las políticas publicas, aparecerá
el mercado como único escenario posible donde intentar
sobrellevar la situación” (Kessler, 1996: 112).
La
emergencia de las organizaciones de desocupados
Durante
la primera fase de la década de 1990 los procesos
organizacionales en el Gran Buenos Aires estuvieron
marcados por la crisis y la desorientación. A medida
que desaparecían o se vaciaban organizaciones populares
de base, crecía la relevancia de las relaciones clientelares.
Los barrios que habían sido dormitorios obreros de
cadenas de fábricas dejaban de tener solo un porcentaje
pequeño de desempleados para convertirse en “barrios
de desempleados”. A veces a través de redes clientelares,
otras veces por parte de organizaciones autónomas,
crecían las ollas populares, los comedores y los merenderos.
Básicamente, reclamaban al Estado mas alimentos, un
boleto de ómnibus para los desocupados, medicamentos
o cuestiones similares.
Una
de esas organizaciones en Florencio Varela decidió
imitar los cortes de ruta que se habían realizado
en zonas del interior del país. Se instalaron varios
días en una ruta y obtuvieron por parte del gobierno
varios centenares de planes sociales para desocupados.
Ese logro de los desocupados de Varela modifico la
agenda de muchas pequeñas organizaciones populares.
El reclamo de planes sociales comenzó a generalizarse.
Dichos planes –ideados durante el gobierno de Menem
para apaciguar los reclamos del interior antes de
las elecciones– no solo debieron extenderse después
de las mismas en 1997, sino que mas organizaciones
comenzaron a reclamarlos.
Los
planes se obtenían generalmente en un numero menor
al de las personas necesitadas. Pero aunque no cubriera
a todos, el éxito acercaba a nuevos desocupados a
la organización, con lo cual la demanda se ampliaba.
Por otra parte, el gobierno constantemente intentaba
dar de baja o reducir los planes a veces alegando
cuestiones formales acerca de requisitos o planillas.
Así, conservar los planes requirió movilizarse y completar
papeles, destinar personas a la gestión burocrática
en ministerios y dependencias estatales, a la vez
que organizarse para obtener nuevos planes.
Los
beneficiarios debían realizar una “contraprestación”
a cambio del plan y eso implicaba generalmente que
iban a desarrollar tareas supervisadas por la municipalidad.
Así, cada vez que una organización de desocupados
obtenia planes, perdía miembros: quienes lograban
el beneficio cortando rutas realizaban después actividades
controladas por gobiernos locales y hasta punteros
políticos a los que se habían enfrentado. Por ello
mismo comenzaron a reclamar que las tareas de contraprestación
pudieran desarrollarse en la propia organización.
Esto permitía desarrollar diversos emprendimientos
productivos y comunitarios (panaderías, bloquera,
ropero, construcciones, entre otros) y mantener a
los miembros organizados. De ese modo, los desocupados
trabajaban en emprendimientos de sus organizaciones
y se movilizaban para reclamar mas planes sociales
para otros vecinos desocupados. Para cuando esto se
hubo asentado, cada organización de base de desocupados
se había convertido en una suerte de sindicato de
desempleados.
En
este proceso se combinan de manera peculiar dos claves
del espacio urbano: el barrio y el transito. A los
barrios inscriptos en la segregación clásica de Buenos
Aires se le agregaba ahora la capa geológica de la
segregación neoliberal que los convirtió en una suerte
de institución total de la miseria. Sin trabajo ni
siquiera era posible pagar el transporte para salir
de los barrios. El encierro no era legal, sino económico.
Desde ese parámetro barrial se agrupan quienes no
tienen empleo.
Como
protestan quienes viven cada vez mas inmóviles y encerrados
en esos barrios? Primero, cortan rutas y avenidas,
cortan justamente el transito, el movimiento general
de la ciudad para impedir –hasta donde les permiten
sus fuerzas– que la vida urbana continue como si ellos
no existieran.
En
la medida en que las organizaciones acumularon fuerzas,
agruparon a mas vecinos y se coordinaron con otros
barrios, ya no se trataba de cortar el transito en
cualquier avenida o ruta. Se planteaba la posibilidad
de realizar la protesta en la frontera urbana por
excelencia: los puentes que unen la capital con el
Gran Buenos Aires. En la zona sur de la ciudad esos
puentes atraviesan el riachuelo. La zona sur fue la
primera zona industrial y, por lo tanto, la zona obrera
mas antigua. Actualmente, repleta de fabricas abandonadas,
tiene una alta proporción de pobres y desocupados
estructurales y contrasta con la dinámica del norte.
En
una ciudad con mas fronteras, estas fronteras devienen
escenarios de la Protesta social. Los puentes que
atraviesan metafóricamente esos limites se han convertido
en escenarios compartidos y privilegiados de la disputa
política. En ese
marco los piqueteros llegaron a imaginar la posibilidad
de “sitiar” la capital federal como modo de protesta,
cortando los diferentes puentes de acceso. El puente
Pueyrredon, principal viaducto de la zona sur, se
convirtió en un lugar clave de las acciones piqueteras.
Fue justamente en ese puente que se desato la violenta
represión del 26 de junio de 2002, que culmino con
el asesinato de dos piqueteros por parte de la policía.
De hecho, el repudio generalizado de esos asesinatos
obligo al presidente interino Duhalde a adelantar
seis meses la entrega del mando.
El
Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados y las organizaciones
populares
En
Buenos Aires cualquier intento por caracterizar actualmente
una organización popular implica al menos tres preguntas
inevitables. La primera es “.cuantos planes tiene?”.
Es decir, cuantas personas realizan en esa organización
la contraprestación del Plan Jefes y Jefas de Hogar
Desocupados ( pjhd).
Las
otras dos preguntas se refieren a como consigue esos
planes y a como los distribuye. En otras palabras,
todas las organizaciones populares han sido transformadas
por el pjhd
o han logrado
constituirse en intermediarias entre el Estado y la
población gracias al mismo. Las pocas que han decidido
no administrar y gestionar dichos planes agrupan hoy
a un reducido numero de personas.
Como
ya se dijera, el pjhd fue
fuertemente propagandizado por el gobierno como un
derecho que, a diferencia de anteriores planes para
el desempleo, se tramitaba sin intermediarios. Para
ello, la persona debía dirigirse directamente a los
centros de distribución municipal, cumplimentar los
requisitos y acceder al beneficio. Los planes son
distribuidos desde el Ministerio de Trabajo de la
Nación, a través de los consejos consultivos donde
el municipio adquiere un peso relevante y es la unidad
ejecutora de los mismos. Hay coordinaciones por localidad
hasta llegar a las organizaciones especificas donde
se realizan las contraprestaciones.
La
creación de los consejos con la propuesta de que las
organizaciones de desocupados se integraran a ellos
abrió un debate acerca de la cooptación a través de
los planes de estas organizaciones (hasta entonces
independientes) por parte del Estado. Así, mientras
los grupos masivos de La Matanza (ftv
y ccc) se
integraron, las organizaciones autónomas del sur y
las ligadas a partidos de izquierda se negaron a hacerlo.
Al mismo tiempo los medios de comunicación comenzaron
a distinguir entre “piqueteros duros” y “piqueteros
blandos”.
En
el Gran Buenos Aires alrededor del 5 por ciento de
los habitantes tiene un plan de este tipo. A nivel
nacional hay alrededor de 2 millones de planes, de
los
cuales solo el 5 por ciento son administrados por
organizaciones de desocupados (aproximadamente 100,000
planes). El resto son administrados por los gobiernos
locales.
Esta
cantidad implico que las tareas iniciales que el municipio
asignaba –como el barrido y zanjeo de las calles en
cuadrillas e incluso trabajo administrativo– resultaban
insuficientes. Había que encontrar otras tareas y
destinos. Los gobiernos locales abrieron registros
de organizaciones o instituciones donde pudiera realizarse
la contraprestación. Entonces, por ejemplo, con mayor
o menos discrecionalidad política enviaban una decena
de beneficiarios a un comedor barrial que antes se
mantenía básicamente con trabajo voluntario. Cualquier
organización social se convirtió entonces en potencial
ámbito de contraprestación. Así, aunque en teoría
no se requieren intermediarios para solicitar el plan,
la cuestión de la contraprestación implica, en los
hechos, que las organizaciones donde es posible realizarlas
puedan solicitar planes o que el municipio se los
ofrezca. O sea, en un barrio popular de Buenos Aires
lo mas frecuente es que cualquier organización barrial
administre alguna cantidad de planes. Comedores, microemprendimientos,
guarderías, sociedades de fomento, cooperativas de
vivienda administran planes, así como también lo hacen
las organizaciones de trabajadores que recuperaron
fábricas y las organizaciones de desocupados. Obviamente,
en muchas organizaciones hay una enorme cantidad de
grupos de trabajo creados para cumplir la contraprestación.
Es decir, esas personas dependen de estas organizaciones
para realizar allí la “contraprestación” de cuatro
horas por día exigida por el Estado.
Ahora
bien, los planes implican algo común para organizaciones
muy heterogéneas en su origen, su funcionamiento y
su proyecto. Según la cantidad de planes, el modo
de conseguirlos y de administrarlos comienzan a trazarse
diferencias “gruesas” entre las organizaciones.
Como
la cantidad de planes que una organización “maneja”
da cuenta de su poder en el espacio barrial, las organizaciones
que tienen 100 o 200 planes suelen presentar las siguientes
características: o se encuentran alineadas o aliadas
al poder municipal o tienen una capacidad relativamente
autónoma de presión social y política. En este ultimo
caso, esa capacidad puede no estar ligada a lo municipal,
como demuestran las organizaciones de desempleados.
Todas
las organizaciones de desocupados obtuvieron la primera
tanda de planes (llamados entonces planes trabajar)
cortando rutas, puentes o avenidas. Todas, también,
en los anos posteriores obtuvieron planes en alguna
medida a través de la negociación. La proporción de
ellos entre las organizaciones piqueteras es variable.
Algunas organizaciones tendieron a negociar sin cortes
(como la ftv)
y
otras a combinar ambas cosas. Pero en todos los casos
se constituyeron acertadas negociaciones con el Estado.
El líder de una organización de desocupados radicalizada
nos explico que “hasta la revolución todo es negociación;
cuando ya no es necesario negociar es porque tenés
más fuerza que ellos”. Esta formula, aunque fue expresada
como forma general de la estrategia organizacional,
es el efecto de la política gubernamental de otorgar
planes en función de medir las fuerzas de las organizaciones.
En otras palabras, la organización radicalizada se
adviene, para fortalecerse, al juego de “tira y afloje”
que se instituye como consecuencia de la dinámica
cortar ruta / obtener planes / perder planes / amenazar
con cortes / negociar y así sucesivamente. Si la política
gubernamental cambia por una mas inflexible, como
parece estar ocurriendo, difícilmente los sectores
mas radicalizados piensen en negociar mientras acumulan
fuerzas.
Como
los planes han sido obtenidos a través de la acción
directa real o potencial, las organizaciones piqueteras
estipulan además que participar activamente de las
luchas es condición para ser miembro de la organización.
Esa coacción simbólica de la organización sobre el
individuo es fuertemente debatida, básicamente en
términos morales. Desde sectores del Estado se ha
afirmado y denunciado como un modo de clientelismo
político. Desde las organizaciones se ha planteado
que ellos solo agrupan a aquellos que luchan y en
ese sentido, la obligación de participar se concibe
como parte de una tarea de concientizacion. Todo esto
implica diferencias gruesas entre todas estas organizaciones
piqueteras (que obtienen los planes por si mismas)
y aquellas sociedades de fomento o comedores que reciben
planes por figurar directamente en la base municipal.
La novedad de los piquetes y de los diversos tipos
de planes sociales los convierte en un laboratorio
fascinante donde diversas preguntas de las ciencias
sociales están siendo puestas a prueba. Ha quedado
claro, sin embargo, que hablar de la retirada del
Estado no resulta adecuado. Un Estado que después
de más de una década de neoliberalismo extremo es
capaz de distribuir 2 millones de planes no parece
adecuadamente descrito si se lo adjetiva como “ausente”.
Es necesario ser precisos respecto de cuales son los
aspectos y los sentidos en que el Estado se ha retraído
y en cuales se ha transformado. Y analizar que consecuencias
asociativas y relacionales tuvo ese proceso.
Los
planes también han planteado en los actores diferentes
preguntas políticas. Desde el movimiento piquetero
hubo pequeños grupos que criticaban la aceptación
de los planes sociales entendiendo que era una forma
de ceder, capitular o ser cooptado. Desde la perspectiva
del Estado a veces los planes parecen un gran “error”,
ya que es sobre la base de esos planes que los grupos
de desocupados se consolidaron y crecieron políticamente.
Tanto
unos como otros, a nuestro entender, le otorgan al
actor desde el que miran (los piqueteros o el Estado)
mas poder que el que tienen y que el que tuvieron
en contextos políticos especificos. Creer eso seria
olvidar que la situación que se alcanzo hacia finales
de 2002 de relativa estabilización de los planes y
de los piqueteros es el resultado de un complejo proceso
histórico, en el cual se reclamaron muchas cosas mas
que planes de un lado y se intento dar mucho menos
que planes del otro.
Entre
la producción y la reproducción
Si
durante el auge neoliberal hubo en los barrios populares
procesos de desertificación de organizaciones sociopolíticas
(con alcances muy disímiles), una combinación de elementos
hizo que comedores populares y organizaciones de desocupados
se formaran en enormes cantidades, hasta el punto
de que en algunos barrios el nuevo paisaje configuraba
verdaderas selvas organizacionales. Las condiciones
que se plantearon, en el contexto de la gran crisis
económica y política, para el transito del “desierto”
a la “selva” fueron:
a)
Crisis
de la economía de las redes: vaciamiento de recursos
de las redes sociales por la generalización del desempleo,
déficit crónico de resolución por parte del Estado
e incapacidad de respuesta por parte de la red clientelar
peronista por el crecimiento de la demanda y las dificultades
de la oferta. b) Crisis política de la red: procesos
de desafiliación político-partidaria, coyuntura de
desarticulación de vínculos punteriles del aparato
peronista entre los punteros y la población, así como
entre los punteros y la estructura municipal. c) Surgimiento
de grupos espontáneos de madres y vecinos por temas
de alimentación y empleo, disponibles para ser cooptados
por diferentes estructuras. d) Potenciación y ampliación
de una militancia social que logro articularse exitosamente
con estos procesos.
Bajo
estas condiciones emergieron una gran cantidad de
grupos de diferentes dimensiones y características
en barrios populares de Buenos Aires entre finales
de la década de 1990 y 2002. Posteriormente algunos
fueron institucionalizados a través de los municipios,
otros incluidos en la red peronista y otros se incluyeron
en las organizaciones de desocupados que agrupaban
diferentes barrios para potenciar sus reclamos frente
al Estado. Una parte minoritaria de esos grupos se
convirtieron en organizaciones de desocupados con
capacidad de disputar la hegemonía barrial. Los casos
donde el Partido Justicialista u otras organizaciones
perdieron el dominio político de un barrio frente
a organizaciones piqueteras implicaron, además, otras
condiciones. Se trata de barrios con fuerte segregación
residencial donde hay un pasado compartido, ya sea
barrialvecinal o laboral/sindical.
Históricamente,
las organizaciones barriales desarrollaban reclamos
vinculados a la “reproducción” (como es claramente
el caso de la vivienda), mientras que las organizaciones
laborales eran las encargadas de desarrollar reclamos
vinculados a la “producción”. El desempleo quiebra
esta lógica en la medida en que “trabajo” pasa ser
un tema propio de la reproduccion y que su demanda,
por otra parte, no es encarnada por los actores sindicales
tradicionales. Esto explica no solo por que –además
de la segregación espacial– son organizaciones territoriales
las que reclaman trabajo, sino también por que se
quebró la división tradicional de la actividad política
por genero. Mientras los varones tendían a participar
del espacio publico que desarrollaba en los ámbitos
laborales, las mujeres desarrollaban actividad “social”
como una extensión de la lógica domestica en los espacios
barriales. Así, se estructuro una relación entre reproducción,
territorio y lo femenino, y por otra parte entre producción,
trabajo, lo publico, lo masculino. Cuando el trabajo
deviene una cuestión del ámbito de la reproducción
y se forman organizaciones de desocupados en los barrios,
las mujeres se convierten en protagonistas de organizaciones
que iran desde el barrio al centro mismo del ámbito
publico y político: las grandes rutas y avenidas,
y la Plaza de Mayo. Pero esa participación decisiva
de las mujeres en la emergencia y la consolidación
de esos espacios barriales no se expresa aun en la
toma de la palabra en el espacio político. Los “referentes
nacionales” de los grupos piqueteros son varones.
Seria un error creer que la inmovilidad de esa cuestión
de genero es un indicador suficiente de la reproducción
de una desigualdad idéntica en cada una de las instancias.
Muy por el contrario, las mujeres tienen mucho mayor
peso en las deliberaciones y decisiones que en hablar
por los medios de comunicación o desde un escenario.
Protesta
y clientelismo
Para
comprender los modos actuales de organización social
y movilización política de los pobres resulta imprescindible
considerar articuladamente clientelismo y protesta
que, de hecho, conviven en cualquier espacio barrial
popular. Es decir, la persistencia del clientelismo
en una faceta que trasciende la propia institución
del partido político para inscribirse como modelo
de vínculo de reciprocidad. En
ese sentido, cabe interrogarse acerca de los modos
en que las relaciones sociales instituidas por el
peronismo clientelar se hacen presentes en organizaciones
piqueteras. Para decirlo de otro modo, hasta que punto
el peronismo es, mucho mas que un modo de identificación,
una cultura relacional popular que opera como polo
de atracción de otros procesos organizacionales que
no solo se le escapan, sino que incluso se le oponen.
Las
organizaciones de desocupados están muy lejos de limitarse
a reclamar. Administran miles de planes de empleo
otorgados por el Estado nacional, reciben bolsones
de comida que distribuyen, organizan comedores populares
y, en algunas organizaciones, emprendimientos productivos
que incluyen panadería, costura, bloqueras, construcciones,
entre otros. Los miembros de los grupos piqueteros
están en una situación muy precaria, no tienen buena
alimentación ni acceso adecuado a la salud y a la
educación. Sin embargo, a diferencia de muchos otros,
tienen acceso a alimentos, a veces a apoyo escolar
para sus hijos, a veces a medicamentos y, en cualquier
caso, tienen acceso a una red social compleja.
Los
dirigentes o referentes de esos grupos presentan un
contraste claro con los punteros peronistas con quienes
compiten cotidianamente en el barrio: obtuvieron los
recursos que administran no a través de un vinculo
de lealtad con un gobierno, sino a través de la lucha
social, la confrontación y la negociación. La imposición
extrema de un individuo de un tipo de intercambio
de beneficios personales por votos no es comparable
a la decisión colectiva de distribuir equitativamente
los logros entre aquellos que participaron en la lucha
por obtenerlos. Sin embargo, este contraste tan claro
podría resultar engañoso. Por una parte, porque los
estudios sobre clientelismo político han mostrado
que no se trata básicamente de un chantaje del puntero
hacia su cliente, sino de una cultura relacional a
partir de la cual el “cliente” entiende que se trata
de redes personalizadas de ayuda mutua (Auyero, 2001a).
Por otra parte, porque nada garantiza que los miembros
de los grupos piqueteros decodifiquen las lecciones
de la lucha colectiva en los términos en los cuales
los lideres querrían que lo hicieran.
Una
hipótesis plausible es que una parte importante de
las bases piqueteras leen el vínculo con la organización
a partir de sus experiencias con el municipio y la
Unidad Básica. En ese sentido, resulta ineludible
preguntarse si la transformación de las demandas (el
eje en el trabajo) y si la transformación de los repertorios
(de la huelga al corte de ruta) implica una transformación
de los modelos relacionales de “la política de los
pobres”. Es claro, como dicen Svampa y Pereyra, que
el movimiento piquetero se ha construido “por fuera
–y en oposición– de las estructuras sindicales tradicionales,
mayoritariamente vinculadas al Partido Justicialista”
(2003: 13), en una lucha “cuerpo a cuerpo” en los
barrios en contra de las estructuras clientelares
de ese mismo partido (2003: 14).
Sin
embargo, el peronismo además de estructuras clienterales
construyo una profunda cultura clientelar. Por “cultura
clientelar” entendemos la institución de un sentido
común que supone que algunas necesidades cruciales
pueden resolverse a través de vínculos de reciprocidad
asimétrica con intermediarios políticos, a través
de una gestión personalizada sobre alguien que tiene
acceso a recursos públicos. Ese vínculo implica, necesariamente,
un compromiso personal de colaborar con el donante
cuando lo necesite, ya sea en actos o a través del
voto, contribuciones que además el puntero considera
clave para la obtención de otros recursos redistribuibles.
Es cierto que como mostró Auyero no se trata de un
simple comercio de favores por votos. Se trata de
vínculos personalizados insertos en redes sociales
y se trata, estrictamente hablando, no de “comercio”,
sino de intercambio reciproco de tipo asimétrico.
A diferencia del comercio, en el intercambio reciproco
hay un lapso entre el acto de dar y el acto de recibir
(el don y el contradon). Mas allá de otros elementos
que podrían considerarse, desde el punto de vista
del vecino pobre que nosotros consideramos inserto
en una cultura clientelar resulta evidente que una
vía elemental para resolver sus problemas de alimentación
o de salud u otros es recurrir a un intermediario
que tiene acceso a recursos públicos.
A
simple vista nada podría contrastar mas con esa cultura
clientelar que una organización colectiva de esos
vecinos para exigir directamente al Estado la distribución
de recursos. A simple vista eso mismo son las organizaciones
de desocupados. Exigen sin intermediarios. Excepto
que, en el proceso de exigir y obtener, de ampliar
y distribuir, ellos mismos se conviertan en nuevos
intermediarios. La población nunca puede relacionarse
con el Estado en general, sino con una dependencia
en particular. El gobierno anterior ha hecho mucha
publicidad acerca de que cada jefe o jefa desocupado
tiene derecho a un plan sin intermediarios. Pero,
de todos modos, eso implicaba que el control de la
contraprestación quedaba en manos de los municipios
o de consejos consultivos cuya legitimidad fue en
parte cuestionada. En cualquier caso las descripciones
de contraprestaciones en unidades básicas o en comedores
municipales que reclutan gente para actos son elocuentes
para mostrar que, hasta ahora, intermediarios continuaron
existiendo. No siempre en la obtención del beneficio,
es bien cierto, pero si en su mantenimiento.
Esto
implica que el propio éxito de las organizaciones
de desocupados implicaba
que su destino era convertirse, mas allá de sus concepciones
ideológicas, en
intermediarios entre el Estado y la población. Al
menos, si eran exitosos, como
lo fueron al lograr convertirse en lugares donde podía
realizarse la
contraprestación del plan. Ahora bien, es evidente
que existen modos muy diferentes
de ser intermediario y que no todos los modos son
necesariamente de
tipo clientelar.
Para
los beneficiarios de los planes, el sentido de la
contraprestación se fue modificando hasta instalarse
en buena parte de ellos como un “trabajo”. Es decir,
quienes acceden al plan entienden muchas veces su
tarea como un trabajo en el sentido clásico del término.
Por una parte, para un joven que nunca ha trabajado
una tarea de cuatro horas diarias por 150 pesos es
fácilmente comprendida como un empleo de medio tiempo.
Hay jóvenes integrados a grupos productivos de organizaciones
piqueteros que afirman que “este es el laburo que
conseguí por ahora”. Para muchos que si han tenido
una extensa trayectoria laboral, la contraprestación
no ha sido una obligación que les resultaría mejor
evitar, sino en la posibilidad de continuar desempeñando
tareas útiles a cambio de dinero. Hay un sector de
trabajadores con 20 o mas anos de trabajo y varios
Años de desocupación que perciben el plan obtenido
a través de la lucha como una recuperación de dignidad
perdida, dignidad asociada al trabajo y a una cultura
del trabajo. Para otros beneficiarios, en cambio,
se trata de un subsidio que es interpretado directamente
como un recurso mas (fundamental) en la diversificación
de estrategias de subsistencia.
La
significación del plan como trabajo confluye con la
lógica gubernamental. Evidentemente, el gobierno refuerza
la idea de que los beneficiarios no están desocupados.
Así lo considera el indec y
ese criterio empuja hacia abajo el índice de desocupación
en el país. Esta compleja combinación entre la propia
percepción de los beneficiarios y las necesidades
del gobierno convierten en muchos casos un programa
que se imagino como una política social de contención
a la desocupación en una política resignificada como
de empleo.
En
el caso de la relación entre la organización y los
desocupados, los planes no pudieron sino constituirse
en un fin en si mismo para la gran mayoría de desocupados
que integraron las distintas organizaciones. Esto
los llevaba a pertenecer a una organización mas allá
de un compromiso político y/o una identificación con
los objetivos o principios específicos de la organización.
En muchos casos, pertenecer a una organización facilitaba
la obtención de un plan que, de otro modo, implicaba
largas filas en los centros de reparto, maltrato por
parte de los agentes municipales, gasto de viáticos
y toda una situación de desprotección que se sumaba
a la ya sentida por efectos de la desocupación y exclusión.
La
pregunta es si los movimientos piqueteros se han propuesto
y han logrado transformar no solo la referencia identitaria
del agrupamiento popular (anteriormente peronista),
sino también el modelo relacional. En otras palabras,
.los piqueteros transformaron la identificación en
ciertos sectores populares o son el resultado de una
transformación cultural mas amplia?
La
respuesta tiene matices. Puede haber organizaciones
que no sean identitariamente peronistas, pero que
construyan su movimiento sobre el modelo cultural
y relacional del peronismo. Es decir, organizaciones
que se identifiquen con otras tradiciones políticas
(en este caso, a la izquierda del espectro político),
pero que instituyan modalidades de vínculos políticos
que se insertan en tradiciones y culturas políticas
que discursivamente dicen rechazar.
Cuando
la demanda social aumenta (porque disminuyen los recursos
propios) o cuando escasea la oferta publica de recursos
(por crisis presupuestarias o de abastecimiento) se
genera una crisis en el lazo social y político que,
como sucedió en algunas zonas durante el ano 2001
e inicios de 2002, puede colocar en entredicho la
subsistencia. Eso implica generalmente una crisis
de la propia red clientelar en la medida en que el
lazo de reciprocidad se quiebra y la gente precisa
comida y medicamentos, no explicaciones. Al escasear
los recursos, crecen las protestas.
Sin
embargo, es excepcional que los vecinos decidan, en
esa situación, organizarse autónoma y democráticamente.
Cuando eso sucede, en general, es porque se produce
un encuentro entre esos vecinos y un grupo de militantes
sociales que actúan sin intereses particulares. Pero
en general lo que sucede es que ya sea contactando
otras organizaciones clientelares, ya sea generando
nuevos mediadores que reemplacen a los anteriores,
se reorganice una red clientelar que reemplace la
anterior. Si en algunos casos esa red permanecerá
en la orbita peronista, en muchos casos se produce
un quiebre con el peronismo en terminos de institucion
y de referencia identitaria. Lo que resulta equivocado
es leer ese quiebre como absoluto y general. No es
general porque involucra a una porción minoritaria
de los sectores populares. No es absoluto porque busca
nuevas referencias identitarias muchos mas que nuevos
modelos relacionales.
Hay
un conjunto de organizaciones de desocupados que asumen
como un objetivo de su propia practica política desarmar
vínculos clientelares en particular y vínculos jerárquicos
en general. Intentan diferenciarse por ejemplo evitando
“anotar gente en los planes” como mecanismo de ampliación
del movimiento. Mas bien, la pauta es ofrecer un “puesto
de lucha” o una “organización para luchar” o una “herramienta
para pelear por trabajo genuino” y aceptar “planes
que se ganan en la lucha” como forma de subsistencia
mientras el proceso se desarrolla. El diagnostico
de estas organizaciones indica que la población sobre
la que trabajan tiende a establecer ese tipo de relaciones
con las que ellos se proponen terminar. Nuevas nociones
de autonomía y acción colectiva son consideradas objetivos
pedagógicos de un proyecto político y, debe decirse,
con limitaciones se logran cambios que apuntan en
la dirección por ellos planteada.
Sin
embargo, puede notarse que las relaciones sociales
instituidas por el peronismo clientelar se hacen presentes
incluso en esas organizaciones. Para decirlo de otro
modo, la cultura relacional del peronismo opera como
polo de atracción de procesos organizacionales que
se le oponen. En organizaciones piqueteras que rechazan
abiertamente cualquier forma de clientelismo hemos
presenciado exposiciones didácticas de referentes
que expresan frustración porque una persona que lleva
anos en una organización continua yendo a pedir comida
como si la organización fuera una municipalidad peronista
(asistencialista y clientelar). También es cierto
que otros integrantes incorporan y valorizan la distinción
entre un tipo de vinculo y otro. Por ultimo, cabe
distinguir entre encontrar fuertes obstáculos para
un proyecto de cambio y basar un proyecto sobre la
base de la reproducción de esa cultura relacional.
Hemos
explicado este análisis a miembros del mtd.
Ellos
argumentan que quienes integran el mtd
no
lo hacen solo por los planes, ya que seria mas sencillo
obtenerlos a través de los punteros, con contraprestaciones
mas flexibles y sin tener que participar frecuentemente
en protestas. Es decir, reponen la cuestión de que
los vecinos también eligen una organización en la
que nadie les da órdenes, donde pueden expresarse
y decidir. Es decir, enfatizan que hubo un cambio
de otro orden, una ruptura identitaria y cultural.
En el plano del análisis macro eso se expresaría en
la “crisis de representación” que exploto en 2001
y en las diferentes respuestas que hemos mencionado
al inicio. Siguiendo esa línea de análisis, cabe señalar
que los procesos sociales tienden o bien a institucionalizarse
o bien a disolverse. Si la crisis y los nuevos fenómenos
son leídos de esa manera, se hace necesario dimensionar
a los movimientos que hoy se proponen llevar a cabo
ese cambio como una minoría del “movimiento piquetero”
que, a su vez, es muy visible pero de conjunto minoritario
entre los pobres urbanos.
Conclusiones
A
lo largo de este capitulo nos propusimos dar respuesta
a la pregunta: .como ha cambiado Buenos Aires desde
la crisis del modelo de sustitución de importaciones
hasta la actualidad? Al menos hay cuatro transformaciones
que resultan a nuestro modo de ver significativas.
Estas son, los cambios en el rol del Estado; las transformaciones
en la estructura de oportunidades laborales, la creciente
exclusión social y la aparición de los nuevos pobres
urbanos; la acentuación de los procesos de segregación
espacial; y los modos de protesta popular.
Resulta
necesario precisar el significado del “fin del Estado
de bienestar”. El Estado si bien cambio sustancialmente
su presencia, lejos esta hoy de haber desaparecido
y nos atrevemos a decir que luego de una década de
reformas de corte neoliberal tiene en la actualidad
una enorme importancia en la vida cotidiana y en la
subsistencia de una importante porción de la población.
No es ya el Estado que desarrollaba y comandaba empresas
publicas (con mayor o menor grado de eficiencia),
muchas de ellas de carácter estratégico para el desarrollo
como es el caso del petróleo, energía, comunicaciones,
transporte aéreo, carreteras, entre otras. Esas empresas
se han privatizado y su cantidad de empleados se ha
reducido. No es tampoco el Estado que mantenía un
marco legal de protección laboral y social. Las leyes
laborales han sido modificadas fundamentalmente por
presión de los empleadores y el sistema de seguridad
social, hoy privatizado, atraviesa una crisis tanto
o mas grave que cuando dependía del Estado.
Los
efectos de las políticas macroeconómicas implementadas
que venían a suplantar aquellas dominantes durante
la etapa sustitutiva no hicieron mas que incrementar
la vulnerabilidad en el mercado de trabajo. El proceso
de apertura de desregulación económica ha afectado
el rol de los diversos sectores económicos y su capacidad
de generar empleos adecuados a la población. La prueba
mas notable de ello es la creciente vulnerabilidad
del mercado de trabajo traducida en altísimos niveles
de desocupación abierta y una proporción significativa
de empleo asalariado precario. La desocupación y la
miseria han aumentado dramáticamente ante esa transformación
estructural. Pero, aunque parezca paradójico, como
consecuencia de ello el propio sector publico ha tenido
que hacerse cargo en parte de las numerosas victimas
del proceso a partir de la grave crisis sufrida en
el país. El Estado es ahora más importante que
antes en la economía doméstica de
los hogares pobres, brindando
un masivo subsidio al desempleo y proveyendo de alimentos
a la población indigente. Por otra parte, el Estado
continua muy presente en su actividad represiva, potencial
y efectiva.
El
trabajo fabril ha continuado reduciéndose drásticamente
y los “rebusques”, cada vez mas escasos y sujetos
a los vaivenes económicos no alcanzan para proveer
al menos de un ingreso mínimo a millares de argentinos.
.Como ingresan entonces recursos a los barrios populares?
Históricamente, la fuente principal de ingresos era
el trabajo asalariado, formal o informal. Hoy, con
un mercado de trabajo muy deteriorado, por una parte,
crece la importancia relativa y en algunos casos absoluta
de la delincuencia y por la otra, crece la importancia
relativa, aunque decrezca la importancia absoluta,
de la asistencia publica. Por lo tanto, de conjunto
hay menos recursos para distribuir pero, paradójicamente,
el Estado cobra mayor importancia.
El
deterioro en las condiciones de vida no ha sido igual
para todos. Sectores minoritarios de la población
se han visto beneficiados con los frutos de la apertura
y desregulación económica. La consecuencia directa
de ello ha sido el incremento en la desigualdad social.
A lo largo del siglo xx Argentina
fue un país que ofrecía cierta expectativa de movilidad
social ascendente. Eso cambio en la década de 1990
porque una porción importante de los sectores populares
que podían aspirar a un mejoramiento en sus condiciones
de vida (propia o de sus hijos) han quedado literalmente
excluidos. La dicotomía, como en otros modelos neoliberales,
dejo de ser “arriba/abajo” para pasar a ser “adentro/afuera”.
Los
sectores mas pobres, ahora despojados del trabajo,
han quedado mas marginados espacialmente que nunca.
A la par de la proliferación de complejos habitacionales
lujosos, country clubs y barrios cerrados,
se ha reducido el transito entre sectores sociales.
Los dormitorios obreros se han convertido en espacios
de desempleados, de aquellos que han sido expulsados
del sistema social. A nuestro parecer, el neoliberalismo
ha profundizado cualitativamente las antiguas fronteras
urbanas de Buenos Aires, transformando a muchos barrios
populares en guetos sociales, en instituciones totales
de la miseria.
Podría
entonces establecerse una diferencia entre Buenos
Aires y otras áreas metropolitanas de la región. Todos
los barrios que hemos analizado forman parte de la
ciudad y sus pobladores han trabajado para insertarse
en ella en forma creciente. Si hoy no han sido excluidos
completamente es porque sus organizaciones han obtenido
recursos ciertamente escasos que permiten un modo
parcial de inclusión. Los planes y asistencia publica
no son exclusivamente recursos de sobrevivencia, sino
que de manera precaria constituyen y simbolizan un
lazo con el Estado, un reconocimiento (insuficiente)
de un derecho de asistencia.
En
este contexto, también los modos en que se organizan
y protestan los sectores populares urbanos han sufrido
transformaciones. Si se compara con las décadas de
1960 y 1970, caracterizadas por una amplia movilización
política en las principales ciudades de Argentina
y por una fuerte presencia de los partidos políticos,
los cambios son inmensos. Si bien nuestro trabajo
de campo no nos permite efectuar comparaciones, si
nos permite reflexionar acerca de como el espacio
de la fabrica y de la producción, y sus organizaciones
respectivas, tendieron a perder peso respecto del
espacio del barrio y de la reproducción. No es casual,
por lo tanto, que el único factor común a todos los
barrios sea la amplia presencia de comedores comunitarios
y el hecho común entre las nuevas organizaciones sea
su carácter territorial.
Estas
características comunes a los barrios y a las organizaciones
se vinculan a los principales problemas de los pobres
urbanos. Tomando en cuenta las demandas de las organizaciones
populares, las encuestas de opinión publica y las
investigaciones sociales realizadas en el área, estos
problemas son: el desempleo, la alimentación, la inseguridad,
el acceso a la tierra y la vivienda, la salud, la
educación y los bajos ingresos. El peso relativo de
estos problemas ha variado de hecho en la ultima década,
el desempleo, la alimentación y la inseguridad no
eran problemas cruciales hace dos décadas atrás.
Si
nos preguntamos como sobreviven los marginados es
difícil no retomar una respuesta clave de Lomnitz
(1998 [1975]): “usando y potenciando sus redes”. Las
características de las redes sociales son justamente
una dimensión relevante para el análisis comparativo
de las ultimas décadas. Si bien, como ya se ha hecho,
podría diagnosticarse un “encogimiento de las redes
sociales” (Auyero, 2001b), surge entonces el interrogante
de si a partir de ello .no habrán debido surgir nuevas
formas de asociatividad u organización? Históricamente,
una persona inserta en una red social amplia era asistida
por los miembros de la misma que, teniendo trabajo
u otro tipo de recursos podía prestarle ayuda en caso
de necesidad. En el contexto de crisis producto de
la era neoliberal dicha suposición se torna imprecisa,
ya que los recursos generales de la red se han reducido
en forma significativa. Una importante porción de
los sectores populares ya no cuenta con un trabajo
estable, lo cual, en contextos de restricción de planes
sociales genera drenaje de potenciales recursos a
la red. Encontramos así una relación entre redes,
asociatividad y Estado, que se ha ido transformando
en el tiempo.
Svampa
y Pereyra (2003) plantean la pregunta sociológica
acerca de por que es en Argentina donde surge un nuevo
movimiento social de desempleados, siendo el desempleo
un problema común a muchos otros países. Para responderlo,
los autores han señalado un conjunto de factores relevantes.
Mientras en otros países el Estado tuvo redes políticas
fuertes de contención, en Argentina no las hubo. Mientras
en otros países la demanda de empleo se canalizo a
través de los sindicatos tradicionales, dichas instituciones,
en Argentina, avalaron la política de reconversión.
Mientras en otros países, las personas apelaron al
tejido comunitario, a las redes de supervivencia y
–agregamos nosotros– a un sector informal extendido,
en Argentina estas resultaban insuficientes para amortiguar
tan importante caída. Esto se combina entonces, con
el impacto del desempleo en una sociedad bastante
integrada y fuertemente salarial, en contraste con
otras de America Latina (Svampa y Pereyra, 2003: 11-13).
Estas
tres insuficiencias (del Estado, de los sindicatos
y de las redes comunitarias) pueden considerarse complementariamente
como presencias destacables en la historia argentina
que permiten explicar el fenómeno piquetero. La relevancia
del Estado en la historia argentina tiene mucha vinculación
con que la falta de empleo se convierta en una demanda
reivindicativa y política. Algo similar sucede con
la larga tradición sindical y asociativa que se hace
presente en las nuevas organizaciones ante la deserción
de los dirigentes sindicales y la insuficiencia de
las redes existentes. Es decir, son la propia cultura
política de los sectores populares, la particular
presencia del Estado, la tradición sindical y la crisis
de recursos de las redes sociales los factores que
explican el fenómeno.
Si
después de los piquetes se obtuvieron planes sociales,
nuevamente estamos en presencia del Estado, “sindicato”
y redes: hay un decreto que establece un derecho,
un conjunto de organizaciones que lo reclaman y administran
planes, y una trama social que se hace relevante en
la búsqueda del plan, en el crecimiento de las organizaciones
y en los grupos en que se estructura la contraprestación.
En otras palabras, con las políticas neoliberales
el Estado se retiro de la protección social de vastos
sectores populares. Se genera un vacío, un “desierto”,
cuando los viejos sindicatos, partidos e instituciones
que en otros contextos habían sido canales de resistencia
dejan de cumplir ese papel. En ese marco, surge una
nueva demanda que, en algún momento variable del proceso,
se institucionaliza como “sindicato barrial de desocupados”.
Eso solo se consolida a partir de que el Estado reaparece
(se lo hace reaparecer a través de la acción) tanto
en su variante represiva como en su dimensión social.
“Los manifestantes en la ruta se dirigen al Estado
nacional solicitando su reinserción al mismo” (Delamata,
2002: 130).
Casi
tres décadas atrás Portes y Walton señalaban algunas
tendencias sociales de “las políticas de la pobreza
urbana” en America Latina que tal vez valga la pena
contrastar con la situación encontrada en Buenos Aires
al comenzar el nuevo milenio. La primera señalaba
que la conducta política de los pobres esta definida
por la racionalidad ante circunstancias estructurales.
Las preguntas actuales de investigación tratan mas
acerca de las características especificas que adquiere
en diferentes contextos esa racionalidad, que a demostrar
la existencia de la racionalidad en si. Si en ciertas
situaciones puede canalizarse a través de la participación
barrial o electoral, en otros momentos puede derivar
en reclamar en las calles al Estado.
La
segunda tendencia se refería a que el eje del agrupamiento
político de los grupos marginados se vinculaba a su
problema mas urgente, insoluble por vía individual:
el acceso a la tierra y la vivienda. El caso argentino
muestra un cambio significativo en relación a la definición
del problema acuciante, el cual ha pasado a ser el
empleo y no ya el acceso a la tierra y la vivienda.
La tercera tendencia se vinculaba al mayor peso relativo
de las organizaciones comunales centradas en cuestiones
locales como vehículos preferidos de la acción política.
Esta tendencia no podría ser sostenida tan taxativamente
en el contexto actual argentino, aunque no porque
los partidos políticos hayan cobrado una mayor relevancia
–en verdad han sufrido un masivo proceso de desafiliación.
Lo que ocurre es que dado que la agenda de reivindicación
es básicamente no local, la lucha por el empleo, se
han generado nuevos tipos de interrelaciones entre
lo local y lo nacional. Estas interrelaciones tienen
una mayor semejanza con tradiciones sindicales que
con tradiciones estrictamente políticas. La dinámica
de alta fragmentación política de organizaciones piqueteros
y fabricas recuperadas (así como en 2002 y 2003 de las asambleas populares)
no podría ser adjudicada a la relevancia de lo local.
Mas bien, una investigación debería buscar reconstruir
las matrices de cultura política que coaccionan hacia
la constante fisión.
La
cuarta tendencia enfatizaba la historicidad de las
organizaciones y sus transformaciones en función del
cambiante valor instrumental. A nuestro parecer esta
tendencia tiene una relevancia particular tanto para
comprender la evolución reciente de las organizaciones
populares como para dar cuenta de la nueva fase que
se esta iniciando en Argentina, pasado ya el momento
mas agudo de la crisis económica y política. Hemos
mencionado como organizaciones, redes y practicas
como el trueque y las asambleas que surgieron durante
la crisis perdieron por diversos motivos vitalidad
y relevancia. Por otra parte, se analizo como el problema
social acuciante del desempleo comenzó en un momento
a ser colectivamente abordado y, a partir del éxito
relativo de esas acciones colectivas y sus lideres,
emergieron y se consolidaron centenares de organizaciones
de base que luchan, obtienen y administran planes
sociales. Claro esta que para entender la evolución
de las organizaciones no debería perderse de vista
el rol clave del gobierno, el cual desarrolla estrategias
para debilitar a las organizaciones mas opositoras.
La
quinta tendencia se refería a que la ausencia relativa
de radicalización política no se debía a que no había
importantes frustraciones, sino a la percepción de
inviabilidad de desafiar el orden existente. Constatar
esta tendencia en el caso argentino demandaría una
mas amplia investigación empírica. De todas formas
podemos señalar que hacia finales de 2001 e inicios
de 2002 amplios sectores sociales manifestaron su
percepción de la inviabilidad del orden existente
que generalizaba el rechazo a lo hegemónico mucho
mas que afirmaba la viabilidad de un cambio en una
dirección determinada. A nuestro modo de ver el radicalismo
político había alcanzado sus propios limites en la
movilización a Plaza de Mayo de la izquierda y piqueteros
del 20 de diciembre de 2002 (Grimson, 2003b). Un ano
después un acto análogo mostró a organizaciones piqueteras
consolidadas, pero sin capacidad de interpelación
a sectores medios, cuya ausencia fue completa en esta
oportunidad.
La
sexta tendencia se refería al papel clave de la intervención
externa en la acción política y la dependencia que
esa acción tiene de las circunstancias generales.
.Cuando podemos estar seguros de considerar “externa”
a una intervención? Este es un punto complejo. así,
por ejemplo, varias ocupaciones de fabricas fueron
iniciativa de los propios trabajadores, pero para
subsistir y avanzar tuvieron que establecer vínculos
con brokers de diferente tipo (sindicales,
políticos, legales). Algo similar sucedió con comedores
populares o merenderos que surgieron por iniciativa
de los vecinos. Por ultimo la existencia de un grupo
de militantes sociales y políticos con cierta trayectoria
ha sido una condición necesaria para la emergencia
de un grupo piquetero. La intervención externa puede
no ser imprescindible para el surgimiento de algunos
procesos organizacionales, pero su mediación con las
condiciones generales es condición sine quanon
de
su institucionalización.
Para
terminar, si comparamos la situación de las organizaciones
populares de la actualidad con la dominante en la
década de 1970, deben necesariamente contrastarse
las características de la militancia. Si en aquella
época había grandes organizaciones que promovían la
“proletarización” y canalizaban los vínculos con los
barrios populares de los sectores medios, actualmente
organizaciones políticas de ese tipo son menos relevantes.
Lo llamativo es que, desde la segunda mitad de la
década de 1990 una camada entera de sectores medios
ha decidido realizar actividad social y política en
barrios populares sin mediación institucional alguna.
La crisis de los partidos políticos no ha implicado
en Buenos Aires el fin de la militancia, sino el surgimiento
de una militancia de nuevo tipo que muchas veces es
“externa” en términos de origen social, aunque no
lo es siempre –por ahora– en términos de la formación
de una corporación política.


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Notas
Ya en 1939 el Área Metropolitana de Buenos Aires concentraba
el 60 por ciento de la producción industrial
argentina (Meichtry, 1993).
En 1976 se produjo el ultimo golpe militar en Argentina,
durante el cual se procedió a abrir la economía
a
la competencia externa, a liberalizar el mercado
financiero, a desregular actividades económicas
y
a desarticular y exterminar demandas populares (Canitrot,
1981).
Con el objeto de controlar expectativas inflacionarias
el gobierno puso su oferta de dinero bajo
un régimen de patrón dolar.
La Ley de Convertibilidad adopto un tipo de cambio
fijo entre el
peso y el dólar estadounidense y restringió rigurosamente
la emisión de dinero por parte del Banco
Central de la Republica Argentina convirtiéndolo
en una caja de conversión. La coexistencia
de
este tipo de cambio con una, si bien declinante,
positiva tasa de inflación produjo a lo largo
de
los anos una significativa sobre valuación del peso.
Dicha sobre valuación afecto muy negativamente las
posibilidades
competitivas de la industria local.
Ley de Emergencia Económica y Ley de Reforma del Estado.
El comercio externo total creció de 12,164 millones
de dólares en 1987 a 37,283 millones en 1994.
Las tasas de crecimiento del producto interno bruto
fueron entre 1991 y 1994 del 9.9, 8.9, 5.2 y 7.2
por
ciento, respectivamente (Ministerio de Economía
y Obras y Servicios Públicos, Secretaria de Programación
Económica,
Economic, Report,
1998).
En 1995 el producto interno bruto decreció un 5.1
por ciento (op.
cit., 1998).
Entre 1991 y 1999, dentro de la fuerza de trabajo,
el porcentaje de personas con al menos estudios
secundarios
completos se incremento del 28.7 al 47.4 por ciento.
Este mejoramiento del capital humano en
un contexto de alto desempleo condujo a un proceso
de devaluación de credenciales.
Entre 1991 y 1995 el subempleo se incremento del 7.9
al 11.3 por ciento (Ministerio de Trabajo y
Seguridad
Social, 1995).
Marshall (1998), usando datos oficiales, estimo que
entre 1989 y 1993, el empleo en empresas publicas
decreció de 350,000 a 67,000 puestos.
En los aglomerados urbanos mas importantes del país, en el ano
2000, mientras que la tasa de desempleo
de los hogares en los dos deciles de ingresos per
capita mas bajos era del 44.6 y 27.1 por ciento,
la
de los hogares en el noveno y décimo era tan solo
del 7.5 y del 2.7 por ciento (Altimir,
Beccaria y Gonzalez Rozada, 2002).
Salvo otra indicación, los datos que se presentan
sobre la evolución de los mercados de trabajo
provienen
de diferentes relevamientos de la Encuesta Permanente
de Hogares, relevada por el Instituto Nacional
de Estadísticas y Censos.
En Buenos Aires, las familias con doble proveedor
aumentaron del 25.5 por ciento en 1980 al 45.3
por
ciento en 2000 (Wainerman
y Cerrutti, 2001).
Cabe señalar que desde 1980 al ano 2000, la composición
sectorial de la mano de obra vario en forma
considerable. La proporción de trabajadores en la
industria manufacturera en el Área Metropolitana
de
Buenos Aires descendió del 31.7 al 17.4 por ciento
Estos datos fueron estimados a partir de una regresión
logística que integra datos correspondientes
a
1980, 1991 y 2001 y que predice la probabilidad
de ser un trabajador desprotegido, manteniendo constante
una
serie de variables sociodemográficas (vease
columna cuatro de la tabla 1 del anexo).
Se refiere a actividades en pequeña escala no profesionales. Dicha
probabilidad fue estimada a partir de
un modelo de regresión logística con datos de 1980,
1991 y 2001. Predice la probabilidad de trabajar
en establecimientos
de hasta cinco ocupados manteniendo constante el
efecto de una serie de factores tales como
el
sexo, la edad, el nivel educativo y la rama de actividad
(vease columna cuatro
de la tabla 2 del anexo).
El análisis multivariado que controla por el efecto
de los cambios en la composición de la mano
de
obra muestra que, durante los noventa, la probabilidad
de trabajar en actividades no profesionales en
pequeña
escala o como trabajador por cuenta propia no aumentaron
respecto de la década de 1980 (vease
columna
cuatro de la tabla 2 del anexo).
Si bien tradicionalmente son las mujeres y las personas
de mayor edad quienes tienen las probabilidades
mas elevadas de
ser trabajadores en actividades no profesionales
de pequeña escala, el rol del capital humano ha
venido tornándose mas
significativo. Quienes terminaron la escolaridad
secundaria tienen hoy una probabilidad menor con
relación a los menos educados de trabajar en el
sector informal. Estos resultados podrían sugerir
un cambio en la naturaleza de las actividades informales.
Pareciera que con el tiempo en el conjunto de estas
actividades han ido ganando relevancia aquellas
mas marginales (vease
tabla 2 del anexo).
Veanse Altimir y Beccaria
(2001) y Altimir, Beccaria
y Gonzalez Rozada (2002).
En el ano 1998 se contabilizan alrededor de 60 programas sociales
de combate a la pobreza, dependientes
de diferentes áreas de gobierno, muchos de ellos
con objetivos similares (Acuna, Kessler
y Repetto,
2002).
En 1997 el numero de trabajadores desocupados superaba el 1'700,000.
Para mayores detalles sobre la política social en
Argentina de la década de 1990, veanse
Acuna, Kessler y Repetto (2002);
Cortes y Marshall (1999).
Los requisitos para acceder a un plan son: condición
de jefe(a) de hogar desocupado; tener hijos
menores
a cargo o hijos discapacitados a cargo o hallarse
en estado de gravidez o ser mayor de 60 anos
y
no contar con beneficios jubila torios; acreditar
la condición de escolaridad regular de los hijos
menores y el
cumplimiento de controles sanitarios correspondientes.
Para las localidades del conurbano bonaerense los
datos corresponden al ano 2000. Delito incluye:
todo
tipo de crimen contra la propiedad, vandalismo,
ofensas sexuales, corrupción, ataques y amenazas
personales (datos
provenientes del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación, 2001 y 2002).
Así, por ejemplo, en el ano 2000 solo el 7.4 por ciento
de las personas que declararon haber sido victimas
de delito efectuaron la denuncia policial.
Mientras que en la ciudad de Buenos Aires el 73.5
por ciento de las victimas de delito corresponden
a
delitos contra la propiedad, en las localidades
bonaerenses dicho porcentaje es del 86.8 por ciento.
Así, por ejemplo, en 1970 el
porcentaje de población que residía en áreas urbanas
en Argentina ascendía
al 79.2 por ciento.
En 2001 el 36.1 por ciento de la población total del
país y el 45.5 por ciento de la población urbana
residen
en el Área Metropolitana de Buenos Aires. En 1970
dicha concentración era aun superior. En 1970
el
índice Ginsburg, que indica
el porcentaje de población residiendo en el área
metropolitana mas importante dentro
del total de las cuatro mayores, ascendía al 80.2
por ciento.
El peso relativo de Buenos Aires dentro del conjunto
de áreas urbanas decreció sistemáticamente
(45.5
por ciento en 1970, 42.9 por ciento en 1980, 39.7
por ciento en 1991 y 37.2 por ciento en 2001).
Consecuentemente
crecieron en importancia relativa las ciudades de
tamaño intermedio (datos provenientes del
indec, Censos Nacionales de Población 1970, 1980, 1991 y 2001).
Históricamente ha habido grandes disparidades en los
niveles de vida, servicios e infraestructura
entre
la ciudad de Buenos Aires y las localidades del
conurbano bonaerense. Así, por ejemplo, en 1980
mientras
en la Ciudad de Buenos Aires el porcentaje de hogares
con necesidades básicas insatisfechas (nbi) era
del 7.4 por ciento en el conurbano ascendía al 21.9
por ciento.
Esto se ha desarrollado mas extensamente en Grimson
(2003b).
Asi por ejemplo, durante el ultimo gobierno militar (1976-1983), se
implementaron políticas por las Cuales,
bajo el principio de “la ciudad para quien la merece”,
la población residente en “villas miseria” o de
emergencia fue
desplazada al conurbano bonaerense (Oszlack,
1991). También se introdujeron cambios en la política
urbana
de las localidades bonaerenses que previnieron la
ocupación de parcelas que no contaran con infraestructura
y
equipamiento. El efecto de ambas políticas fue un
desplazamiento de los pobres urbanos hacia la periferia
y
la densificación de barrios pobres y marginales
tradicionales y un incipiente proceso de toma de
tierras.
En 1994 solo 1,450 familias residían en este tipo
de barrios, mientras que al finalizar la década
dicho
numero fue estimado en alrededor de 35,000 (Torres,
2001).
Se ha analizado la relevancia de la segregación espacial
en la ciudad de Mosconi
en el noroeste argentino, una
company town
petrolera con fuerte cultura laboral y sindical,
para la emergencia alli
de uno de los
primeros y mas poderosos movimientos de trabajadores
desocupados (Svampa y Pereyra, 2003).
Como se vera con mayor detalle con la segunda parte
del trabajo en el caso de las áreas estudiadas
etnográficamente.
Este apartado se basa en el informe etnográfico dirigido por Alejandro
Grimson. En el trabajo de campo
en los barrios populares participaron también Pablo
Lapegna, Nahuel Levaggi,
Gabriela Polischer,
Paula
Varela y Rodolfo Week.
Para comprender los motivos de este amplio consenso
de la convertibilidad y el neoliberalismo extremo
en Argentina es necesario entender las consecuencias
culturales de la hiperinflación de 1989 en la
sociedad
argentina (vease Grimson,
2003a).
En la lucha sindical el “piquete” es el dispositivo
para impedir, durante una huelga, el ingreso de
personal
a la empresa. Como las organizaciones de desocupados
han desarrollado sus principales luchas a
trabes de cortes de ruta, impidiendo el transito
de automotores, se las conoce como organizaciones
“piqueteras”. El
termino fue utilizado en un inicio con connotaciones
estigmatizantes en algunos medios de comunicación,
pero las propias organizaciones se lo han apropiado
con sentido positivo, de aquellos que luchan
y suelen cantar en sus movilizaciones frase como
“.piqueteros, carajo!”.
Podría alegarse que, a pesar
de identidades como “piqueteros”, continúa habiendo
una alta fragmentación. Esto
es cierto, pero en rigor no se explica como en la
fase analizada por Schuster y Pereyra por
las características de la protesta social en si,
sino por las escisiones especificas del arco político
de la izquierda
y la centroizquierda en la Argentina (vease
Svampa y Pereyra, 2003).
En noviembre de 2002 iniciamos el trabajo de campo
que continuo hasta agosto de 2003. En cada
barrio han trabajado dos miembros del equipo y hemos
reconstruido el mapa organizacional, analizando
como se han formado esas organizaciones, como funcionan,
quienes son sus miembros, que
reclaman, como protestan –si es que lo hacen–,
como se vinculan con la población del barrio, con
otras
organizaciones, con distintos niveles del Estado.
También se realizo trabajo de reconocimiento en
los
barrios de Villa Paraíso (estudiado antes por Auyero,
2001a), Ciudad Oculta (estudiado antes por
Sirvent,
1999), Villa Aguada (estudiada por Hermitte
et al., 1983) e Isla Maciel. En ellos colaboraron
también
Matías Bruno y Santiago Canevaro.
Los nombres de algunos lugares y personas han sido
cambiados. En cambio, otros nombres y lugares no.
Se
han utilizado criterios éticos y prácticos, ya que
hay lugares que no pueden “ocultarse” fácilmente.
El plan (en sus diferentes denominaciones) implica
que el beneficiario cobra un monto fijo mensual
que
actualmente es de 150 pesos (50 dólares aproximadamente).
Un ejemplo elocuente y muy citado es el del mtd de La Matanza, que despues de cumplir
un papel importante
en las primeras movilizaciones a finales de la década
de 1990 decidió no aceptar planes y se convirtió
en una organización de pocos integrantes.
Cabe señalar que las relaciones de tipo clientelar no se restringen ni a los sectores populares. Esa
cultura
relacional que implica el intercambio de favores
por lealtades también se observa muchas veces en
sectores
medios y en medios profesionales.
Estas consideraciones buscan comprender la perspectiva
de los actores en relación con los planes y
las organizaciones. No pueden ser entendidas como
un análisis de los efectos complejos del pjhd que aun
no ha sido realizado.
La pregunta acerca de la relación entre identidad
y modelo relacional adquiere un matiz específico
en
la ftv. Su máximo referente y muchos de sus miembros se consideran a
si mismos “peronistas”, lo Cual
reenvía la cuestión de la referencia identitaria
a toda una tradición en la historia política argentina,
la
tradición de lucha por los significados del peronismo.