Tras
ser invitado por los redactores de esta revista a
reflexionar sobre la bandera del decrecimiento
que enarbolan ahora muchos compañeros del movimiento
ecologista, en principio, pensé hacerlo también sobre
el antineoliberalismo que abraza la mayoría
de los críticos del actual sistema socioeconómico,
pues ambos responden con el contrario al “pie forzado”
que nos marca la ideología dominante, en vez de emanciparse
de ella pensando libremente al margen suyo. Pero,
al ser temas tan diferentes, he optado por dejar los
comentarios de este último para otra ocasión.
Hace
ya algún tiempo que expresé mis puntos de vista sobre
el tema del decrecimiento respondiendo a la pregunta
que me hizo Jorge Riechmann
en las conversaciones sobre la crisis y sus alternativas
que componen la segunda parte de un libro reciente:
empezaré por transcribir estos comentarios para ampliarlos
después [A continuación se reproducen estos párrafos
tomados del libro de Naredo (2009), pp. 314-318].
Jorge
Riechmann: …¿qué opinión
te merecen las propuestas de decrecimiento que se
han avanzado en los últimos años?, sobre todo en Francia
donde han dado origen a cierto movimiento social.
Sabes que hay ahí toda una serie de gente, entre los
cuáles quizás el más conocido es Latouche, pero con cierto tirón entre el movimiento ecologista
también por aquí.
José
Manuel Naredo: Sí claro, conozco esta corriente
que empezó enarbolando en Francia la bandera de decrecimiento.
Buena parte de su integrantes, y el propio Latouche,
forman parte de la asociación “La ligne
d’horizon” de “amigos de
François Partant”,
autor, entre otras cosas, de un libro titulado El
fin del desarrollo publicado hace un cuarto de
siglo y reeditado con el apoyo de esa asociación.
Ellos me invitaron, incluso, a dar una charla en París,
con motivo de los actos organizados el veinte aniversario
de la muerte de Partant.
También conozco la extensión de esa corriente de ideas
en nuestro país.
Para
responder a tu pregunta, creo que hay que diferenciar
si se usa el término “decrecimiento” simplemente para
llamar la atención, como título de un libro,… o de
una revista, o si se toma en serio como concepto para
articular sobre él una verdadera meta o propuesta
alternativa al actual sistema económico. En el primer
caso el empleo de la palabra podría ser acertado.
Este es, por ejemplo, el caso de la revista que se
publica en Francia con el título La decroissance:
se trata de una revista de crítica radical del desarrollismo
imperante, que hace bien en subrayar con tintes surrealistas
los absurdos que la mitología del crecimiento conlleva
y en utilizar ese título a modo de desafío o de provocación
frente al pensamiento económico ordinario. Ese fue
también el caso del libro Demain
la décroissance, que
publicó hace treinta años y reeditó (con el título
La décroissance) hace más de diez, mi amigo Grinevald, en el que introducía y traducía al francés algunos
textos clave de Georgescu-
Roegen y del que conservo un ejemplar dedicado por el autor.
Ese título respondía más a una ocurrencia publicitaria
provocadora, orientada
a pillar a contrapié la palabra y el mito del crecimiento
económico, que a un intento serio de proponer el decrecimiento
como meta o alternativa. Pues ni la introducción,
ni los textos presentados en el libro, tejen en torno
al decrecimiento ninguna propuesta o enfoque alternativo.
La palabra apenas figura en el texto y, desde luego,
brilla por su ausencia en el “programa bioeconómico
mínimo” propuesto por Georgescu-Roegen.
Por lo tanto, resulta engañoso presentar a ambos autores
como pioneros del decrecimiento como propuesta.
En
lo referente al segundo de los usos indicados, tengo
que decir que me parece desacertada la elección del
término decrecimiento para articular sobre él un enfoque
económico alternativo al actualmente dominante. Pues
para que un término con pretensiones políticas cumpla
bien esa función, necesita tener a la vez un respaldo
conceptual y un atractivo asegurados, de los que carece
el término decrecimiento.
La
noción ordinaria de crecimiento económico encuentra
ese respaldo conceptual en el reduccionismo pecuniario
de la idea usual de sistema económico y de los agregados
que lo cuantifican en el sistema de cuentas nacionales
al uso. Ya vimos que la mitología del crecimiento
se apoya en la metáfora de la producción, que oculta
el lado oscuro e indeseado del proceso económico.
Ya comentamos que lo que se entiende normalmente por
crecimiento no es otra cosa que el crecimiento del
producto o renta nacional. Y en este marco de referencia,
el decrecimiento tiene también nombre propio: se llama
recesión y conlleva la caída de esa renta o producto
nacional y el empobrecimiento del país, con consecuencias
sociales generalmente indeseadas.
Por
lo que, de entrada, el objetivo del decrecimiento
no puede resultar atractivo para la mayoría de la
población, tributaria de la ideología económica dominante.
Pero la idea general del decrecimiento tampoco encuentra
solidez conceptual fuera del reduccionismo
propio
del enfoque económico ordinario. Pues desde los enfoques
abiertos y multidimensionales de la economía ecológica,
o desde lo que yo llamo el enfoque eco-integrador,
no hay ninguna variable general de síntesis cuyo crecimiento,
o decrecimiento, se pueda considerar inequívocamente
deseable. Esto lo explicaba ya con claridad en la
primera edición de mi libro La economía en evolución,
de 1987 (3ª ed. 2003, pp. 514-515). En el último capítulo,
sobre los nuevos enfoques de lo económico, señalaba
que “los elementos que componen mi propuesta de
enfoque ecointegrador, al no ser expresables en una única magnitud
homogénea, no pueden dar lugar a ningún saldo o indicador
global cuyo crecimiento (o decrecimiento) se estime
inequívocamente deseable. Y por este mismo motivo
el enfoque ecointegrador
no debe asumir tampoco el objetivo del “crecimiento
cero” (que entonces estaba de moda, como tampoco
el del “decrecimiento” que ahora lo sustituye). Pues
la reconversión propuesta del sistema económico entrañará,
sin duda, la expansión de ciertas actividades y la
regresión de otras, el uso acrecentado de ciertos
materiales y energías y la regresión de otras. Por
ejemplo, desde este enfoque tiene sentido proponer
la reducción del consumo de energía fósil y contaminante,
pero no el de la energía solar y sus derivados renovables,
que se acaban disipando igual aunque no se usen”.
De
ahí que el movimiento ecologista que defiende el decrecimiento,
tiene que empezar a ponerle apellidos sobre la marcha
para que el objetivo resulte inteligible y razonable
desde fuera del enfoque económico ordinario. Se dice
así defender el decrecimiento del consumo superfluo,
de la exigencia de energía fósil y contaminante, de
determinados materiales,… o de la generación de residuos,
sin erosionar, se matiza a veces, la calidad de vida
de la gente. Pero el objetivo de hacer que decrezcan
las exigencias materiales del proceso económico, coincide
grosso modo con el de la llamada “desmaterialización”
de la vida económica, lo que introduce cierto elemento
de confusión. Pues los propios defensores del sistema
actual han venido afirmando la “desmaterialización”
como tendencia que estaba teniendo lugar, ilustrada
por la disminución del requerimiento de energía y/o
materiales por unidad de renta observada en algunos
países ricos. Se ha confundido, así, esta tendencia,
que no tiene nada de sorprendente (ya que es un simple
corolario de la por mi denominada Regla del Notario),
con la disminución de los requerimientos totales de
energía y materiales per
cápita, que está bien lejos de producirse (Naredo,
2010). En suma, que creo que los objetivos borrosamente
apuntados por los defensores del “decrecimiento”,
quedarían mucho mejor expresados por el eslogan “mejor
con menos”, puesto que hace referencia a una ética
de la contención voluntaria, no sólo medida en términos
físicos, sino también pecuniarios y de poder, a la
vez que afirma el disfrute de la vida.
Considerando,
como subraya Georgescu-Roegen, que la Tierra
es un sistema cerrado en materiales, lo que permite
verla como un gran almacén de recursos naturales,
el creciente uso y deterioro de estos recursos que
genera la actual civilización industrial, no puede
menos que apuntar a una merma en las disponibilidades
y a un menor uso futuro de los mismos. Desde esta
perspectiva, el “decrecimiento” en el uso de determinados
recursos será el horizonte obligado hacia el que apuntan
las tendencias en curso. Aprovechando esta evidencia,
Serge Latouche propone prever
y planificar este “decrecimiento” para evitar que
se produzca de forma dramática y habla de la necesidad
de aplicar una lógica económica diferente para conseguirlo,
que es lo que yo vengo proponiendo desde hace tiempo.
Llegados a este punto, creo que el principal objetivo
a plantear es cambiar esa lógica y reconvertir el
metabolismo económico de la sociedad. El problema
estriba en que anteponer el objetivo del “decrecimiento”
genera confusión cuando permanece en vigor la mitología
del crecimiento y cuando los objetivos más generales
de “cambio” y “reconversión” del sistema económico
están todavía lejos de ser comprendidos y asumidos
por la población. Por lo que creo que el movimiento
ecologista tendría, sobre todo, que hacer más hincapié
en ellos y en la propuesta “mejor con menos”, que
sustituye con ventaja a la del “decrecimiento”.
Óscar
Carpintero: Esto está relacionado con el horizonte
de crisis ecológica hacia el que nos arrastra la actual
civilización. Aunque hayamos decidido centrar más
estas reflexiones sobre la crisis económica, no estaría
de más que definieras en dos palabra cómo ves ese
horizonte de crisis ecológica.
José
Manuel Naredo: Ya hemos señalado que el metabolismo
de la sociedad industrial arrastra hacia un creciente
deterioro de la base de recursos planetaria, con una
creciente polarización social y territorial.
A
partir de mis trabajos con Antonio Valero (se da
cuenta de estos trabajos en mis libros, Naredo 2009
y 2010, incluidos entre las referencias del final)
sobre la evolución de la corteza terrestre, el
agua y la atmósfera y sobre la composición del estado
de máxima entropía hacia la que tiende nuestro planeta,
he podido concluir que si la vida surgió y evolucionó
en la Tierra a partir, como se dice, de una “sopa
primigenia”, la civilización industrial la está empujando
hacia una especie de “puré póstumo” en el que estarían
revueltos todos los materiales que la componen. La
metodología que hemos elaborado nos ha permitido cuantificar
la composición química de ese “puré póstumo” y calcular
el coste físico de devolverlo a la situación actual.
Permite, en suma, cuantificar y agregar el gradiente
de potenciales disponibles en la Tierra en el momento
actual y seguir el uso de ellos que está haciendo
la civilización industrial: se puede utilizar y degradar
más o menos rápidamente el stock de potencia contenido
en la Tierra, como se turbina el agua de un embalse.
Nuestra metodología permite cuantificar la evolución
del deterioro de la base de recursos planetaria, permitiendo
hacer un seguimiento preciso de la sostenibilidad
o viabilidad del modelo de gestión imperante. Creo
que la escasa acogida y apoyo institucional que ha
tenido nuestra línea de trabajo evidencia que el medioambientalismo
banal en boga no está interesado en añadir precisiones
al tema de la insostenibilidad del crecimiento: su
objetivo es ayudarnos a convivir con el deterioro
ecológico en curso mediante campañas de imagen verde,
no reconvertir el metabolismo de la sociedad industrial
hacia un futuro social y ecológicamente
menos degradante.
La
puerta falsa de las metáforas
¿Qué
puedo añadir sobre el empeño de utilizar la bandera
del “decrecimiento” como divisa aglutinante del movimiento
ecologista, dos años después de haber comunicado en
estos párrafos mis puntos de vista? La verdad es que
mi juicio sobre esta cuestión no ha variado sustancialmente
e, incluso, se ha reforzado.
Porque
no veo que ninguno de los dos aspectos críticos arriba
comentados se haya desvanecido: 1) no creo que la
palabra “decrecimiento” suscite hoy más entusiasmo
que hace unos años, más bien al contrario, cuando
las penalidades asociadas al paro y a “los recortes”
de la crisis, hacen que la población añore el crecimiento
anterior, y 2) tampoco creo que goce hoy de un respaldo
conceptual generalmente asumido, más sólido que hace
unos años, ni que se hayan disipado sus amplias dosis
de ambigüedad.
Conviene
recordar que buena parte de la ideología que orienta
los juicios de valor y el comportamiento de las personas
se cuela, sin advertirlo, por la puerta falsa de la
metáforas, como argumenté en la segunda parte de mi
libro Raíces… antes citado (Naredo,
2010). De ahí que el éxito de un eslogan dependa,
en buena medida, de que resulten atractivas las metáforas
que suscite. Y, hoy por hoy, hemos de contar con que
grande se considera mejor que pequeño
[1](se habla así
de un gran pensador, literato,… o deportista), alto o elevado
se considera mejor que bajo (se habla de automóviles
de alta gama, o de sentimientos elevados frente a aquellos
otros bajos
o
rastreros), como también avanzar
resulta más atractivo que retroceder (se
habla así, de avances de la medicina o de la
ciencia… o de estudios avanzados), … y que crecer
se considera mejor que decrecer (se habla así,
no solo de crecimiento económico, sino también
de crecimiento del nivel de vida,… o de crecimiento
personal).
“Lo
importante no es tanto cuestionar las tasas formales
de crecimiento de esos agregados, como las reglas
de valoración subyacentes”
En
este contexto creo que la bandera del decrecimiento
aglutina a críticos del sistema ya convencidos que
sobreentienden su significado, pero no me parece que
resulte atractiva para la mayoría de la población,
que es a la que habría que atraer y convencer para
que el movimiento crítico progrese. Sobre todo cuando
el grueso de la población, además de permanecer prisionero
de la ideología económica dominante, sufre el decrecimiento
efectivo de sus ingresos y de su patrimonio motivado
por una crisis que se revela de larga duración y por
mutaciones del capitalismo que hacen que las nuevas
generaciones tengan más
dificultades que sus padres para conseguir un trabajo
y una vivienda dignos. Los que desde el movimiento
ecologista se dicen partidarios del decrecimiento,
deberían de matizar bien su posición frente a ese
decrecimiento que nos están imponiendo desde el poder
estatal y empresarial en forma de recortes de salarios,
pensiones, gastos sociales o plantillas…, a la vez
que se siguen subiendo impuestos y tarifas. Por mucho
que se matice, creo que declararse en este contexto
partidarios del decrecimiento para cambiar la mentalidad
de la gente, es un empeño de remar contra corriente
sin utilizar los vientos más favorables que brindan
otras ideas. Porque, si nuestra meta es domesticar,
reconvertir y, en suma, cambiar el sistema socio-económico
imperante, creo habría que aprovechar que el sistema
está en crisis y no puede adormecer a la población
con la droga del crecimiento, para enarbolar la bandera
del cambio (un cambio que abarcaría, desde el sistema
monetario internacional, hasta las reglas que rigen
la valoración, el comercio,… y los patrones de consumo)
en vez de declararse partidarios del decrecimiento
justo cuando el propio sistema nos lo regala, recortando
el empleo, los salarios, los derechos,… y el consumo
de recursos (aunque sus precios suban, y el dólar
caiga, animados por la enorme liquidez que se sigue
“inyectando” para reanimar el pulso de la actividad
económica).
Una
gran confusión
En
lo que concierne al segundo punto, tampoco creo que
los que se dicen partidarios del decrecimiento hayan
dotado hoy a este término de un respaldo conceptual
ampliamente asumido que se revele más sólido que hace
unos años, ni que, en consecuencia, se hayan disipado
las amplias dosis de ambigüedad que su uso genera,
ni la falsa paternidad que se le atribuye. Me sorprende
y desalienta que se siga presentando en los media
al “matemático y economista rumano Nicholas
Georgescu-Roegen” como “el padre del decrecimiento” y a Jacques
Grinevald como “su discípulo”
(Dubuis, 2011, p. 29).
Se
da la falsa impresión de que el primero enarboló el
decrecimiento como propuesta y que el segundo siguió
dócilmente sus enseñanzas. Cuando, por una parte,
Grinevald no es economista,
sino filósofo e historiador de la ciencia y tampoco
fue alumno, sino amigo y biógrafo suyo, y me consta
que como buen librepensador tiene otros muchos autores
de cabecera o, si se quiere, maestros, por mucho que
admire y valore, como yo, al economista rumano. Y
cuando, por otra parte, fue a Grinevald
al que se le ocurrió poner la palabra decrecimiento
en el título del libro antes citado, que traducía
y divulgaba en francés algunos de los textos de Nicholas
Geogescu-Roegen (NGR), en cuyos títulos originales no figuraba esa
palabra. Es más, me atrevo a afirmar con buen conocimiento
de causa [2], que ninguno de
los textos originales de Georgescu-Roegen, anteriores o posteriores a la aparición del libro
introducido por Grinevald,
incluye en el título la palabra decrecimiento y/o
se dedica a defender el decrecimiento como propuesta.
Conociendo
el carácter fuerte de NGR, estoy seguro de que habría
pillado un buen rebote si se hubiera enterado de que
ahora lo presentan como “el padre del decrecimiento”.
Así ocurrió cuando el economista Herman Daly — del
que sí podemos decir, con más visos de realidad, que
fue discípulo suyo— se declaró partidario del crecimiento
cero, tras la aparición del primer Informe del Club
de Roma sobre Los límites del crecimiento (1971).
NGR criticó con vehemencia la propuesta del “estado
estacionario”, formulada por Daly (creo que con bastante
más precisión, dicho sea de paso, de la que ahora
acompaña a la propuesta del decrecimiento (Daly, 1977
y 1980) [3]. Entre
los textos de NGR introducidos por Grinevald
en el libro arriba citado, figura un capítulo titulado
“El estado estacionario, un milagro a la moda”, que
sigue a otro titulado “El crecimiento: mitos polémicas
y sofismas”: “una gran confusión — empezaba
diciendo nuestro autor— impregna las vivas controversias
relativas al “crecimiento”, simplemente porque este
término se utiliza en múltiples acepciones” (p.
104). Para esclarecer esta confusión, que está lejos
de haberse disipado, nuestro autor revisa las posibles
acepciones de la palabra y concreta que el usualmente
llamado “crecimiento económico” es el que los economistas
miden con el agregado de renta o producto nacional
(“per cápita” y deflactado o a “precios
constantes”, precisa NGR). Y como este agregado monetario
puede tener las correspondencias más variopintas en
el mundo físico, “a nivel puramente teórico, el
crecimiento económico puede ser compatible con una
baja de la tasa de agotamiento (de los recursos
naturales)” (p. 106). NGR remacha que “el
error crucial consiste en no ver que, no sólo el crecimiento,
sino que también un estado de crecimiento cero e incluso
un estado de decrecimiento que no tendiera a la anulación,
no podrían durar eternamente en un medio ambiente
finito…” (p. 112).
El
estancamiento o el decrecimiento de los agregados
monetarios suele, ciertamente, moderar, pero no evitar,
el deterioro del medio natural que ocasiona el proceso
económico, que a la postre lo hace inviable. Sólo
la reconversión del proceso puede evitarlo
en la medida en la que —siguiendo el ejemplo de la
biosfera— apoye sus flujos físicos en fuentes renovables
y cierre los ciclos de materiales obtenidos de la
corteza terrestre, reconvirtiendo los residuos en
recursos o inertizándolos
y reinsertándolos en el entorno sin deteriorarlo.
Es esta reconversión, y no el decrecimiento, lo que
propone NGR, aunque considera irrealista la posibilidad
de erradicar o invertir por completo el carácter entrópico
del proceso económico y la naturaleza depredadora
y consumista del ser humano, como se observa en los
propios textos recogidos por Grinevald
bajo el título La decroissance.
Valgan como botón de muestra estas referencias: “Justus
Von Liebig escribió que ‘la civilización es la
economía de energía’.
En
el momento actual, la economía de la energía, en todos
sus aspectos, requiere una reconversión” (nótese
que no dice un decrecimiento, sino una reconversión)
(p. 132). Y esta reconversión entrañaría el aumento
del recurso a ciertas energías renovables y la reducción
del manejo de otras más limitadas y contaminantes,
el mayor uso, reutilización y reciclaje de ciertos
materiales y la reducción de la utilización de otros,…
lo cual es incompatible con la propuesta del decrecimiento
como objetivo generalizado (más adelante volveremos
sobre la posibilidad de elegir algunos agregados físicos
o de síntesis cuyo crecimiento o decrecimiento pueda
aparecer como un objetivo generalmente deseable).
Flujos
o stocks
Tampoco
el panorama económico tan desigual que se aprecia
en el mundo, se presta a decretar por todas partes
la misma divisa del decrecimiento y NGR lo subrayó
afirmando, de acuerdo con otros autores, que “dada
la naturaleza humana… si frenáramos por todas partes
el crecimiento económico, congelaríamos la situación
actual y eliminaríamos la posibilidad de las naciones
pobres de mejorar su suerte” (p. 130). Evidentemente,
los que ahora proponen planificar el decrecimiento,
son concientes de ello y reorientan su propuesta pensando
en los problemas de los países del Sur. Como
puntualiza el propio Latouche,
“atribuirnos el proyecto de un ‘decrecimiento ciego’,…
que impediría que los países del Sur resolvieran sus
problemas, raya en el absurdo, cuando no en la mala
fe. Nuestro proyecto de construcción de sociedades
conviviales, autónomas y
ecónomas, tanto en el Norte
como en el Sur, implica ciertamente hablar en este
caso de un ‘a-crecimiento’, como se habla de ‘a-teismo’,
más bien que de un decrecimiento” (Latouche,
2006, p. 242). En cualquier caso ha de notarse que
estas matizaciones quitan universalidad a la propuesta
del decrecimiento, lo que no ocurre con la propuesta
de reconversión de las reglas del juego de la actual
economía globalizada, que sufren especialmente los
países del Sur.
En
mi libro La economía en evolución (1987, 3ª
ed. 2003) antes citado comento largo y tendido todos
estos aspectos, insistiendo en que “cualquier tasa
de crecimiento de los agregados monetarios puede ser
compatible con la aplicación de muy diversas tecnologías
e impactos sobre el entorno y sobre la vida de las
personas…. (por lo que) no cabe hablar de crecimiento
cero (o de decrecimiento) como solución a la
crisis ecológica, sin precisar su conexión con el
mundo físico, biológico e incluso utilitario” (p.
365). Y hasta ejemplifico con un dibujo cómo un mismo
flujo de salida, tanto monetario, como físico, puede
tener implicaciones ecológicas bien diferentes y ser
más o menos viable o sostenible, según se articule
sobre stocks o sobre flujos procedentes de fuentes
renovables. “El problema estriba en que el universo
homogéneo de los valores monetarios en el que se desenvuelve
la idea usual de sistema económico, induce a confundir
lo que son flujos y stocks en términos físicos, impidiendo
el tratamiento adecuado de estos temas relativos al
volumen y evolución de los flujos de salida que son
compatibles con la estabilidad de los sistemas.
En
consecuencia, las tasas de variación de los agregados
pecuniarios dicen poco sobre estos problemas que por
su propia naturaleza encubren, al igual que la propia
recomendación del ‘crecimiento cero’ (entonces
de moda o del ‘decrecimiento’, que ahora tiende a
sustituirla)” (p. 368).
Así
las cosas, hay una pregunta clave a la que quiero
responder para aclarar la relación entre los agregados
monetarios y el mundo físico:
¿qué
es lo hace que los agregados monetarios normales,
ya sea en estado de crecimiento, estancamiento
e incluso decrecimiento, tengan un reflejo negativo
sobre el medio natural, al financiar con mayor o menor
intensidad operaciones orientadas a esquilmar recursos
y generar residuos? El deterioro físico asociado al
crecimiento monetario de los agregados de producto
o renta nacional responde no sólo al reduccionismo
monetario y a la extensión del intercambio mercantil
—el malvado mercado—, sino también y sobre todo a
las reglas de valoración imperantes, que permanecen
generalmente indiscutidas, y al marco institucional
que las propicia, al avalar y proteger la desigualdad,
el afán de poder y de lucro, las relaciones de subordinación
y las organizaciones jerárquicas estatales y empresariales
que las aplican. En efecto, como expongo con mayor
amplitud en el libro antes citado (Raíces…pp.
66-69 y 204-220) el reduccionismo monetario imperante,
además de valorar sólo el coste de extracción,
no el de reposición, de los recursos naturales
(favoreciendo,
así, el esquilmo de los recursos y penalizando la
conservación y el reciclaje), impone una creciente
asimetría entre el valor monetario y el coste físico
y humano de los procesos: es decir, que a mayor coste
físico y trabajo penoso, menor valoración monetaria.
Es esta asimetría creciente, que traslada sordamente
a nuestras sociedades mercantiles y democráticas
los valores propios de sociedades jerárquicas
anteriores, la que hemos denominado Regla del Notario
y aparece formalizada matemáticamente, cuantificada
y ajustada para ilustrar su aplicación a procesos
reales en Naredo y Valero (1999) y en Naredo (2010).
A las reglas de valoración imperantes, plasmadas en
la Regla del Notario, se añade un marco institucional
que respalda derechos de propiedad desiguales, organizaciones
jerárquicas (como son las empresas capitalistas y
los partidos políticos), relaciones laborales dependientes,…y
un sistema financiero que espolea el afán de lucro,
amplificando la desigualdad hasta extremos antes insospechados.
Evidentemente,
con estos mimbres salen estos cestos: los agregados
monetarios, al ser tributarios de esas reglas de valoración
y ese marco institucional, tienen como reflejo obligado
el deterioro ecológico y la polarización social y
territorial. Y este deterioro y esta polarización
se producen, incluso, en situaciones de estancamiento
o de decrecimiento de los agregados monetarios. Lo
importante no es tanto cuestionar las tasas formales
de crecimiento de esos
“…
no sólo hay que seguir la vida de los procesos y productos
‘desde la cuna hasta la tumba’, sino desde la cuna
hasta la cuna”
agregados,
como las reglas de valoración subyacentes. Habría
que corregir y enderezar la Regla del Notario para
hacer que el proceso económico fuera ecológica y socialmente
menos degradante y establecer marcos institucionales
que propicien la igualdad, la solidaridad, la cooperación,…
tal y como propongo en el libro Raíces… Habría,
en suma, que corregir las reglas del juego económico
para cambiar su orientación y reconvertir los procesos
hacia horizontes ecológica y socialmente más saludables
que los actuales.
Para
conseguirlo, los nuevos enfoques e instrumentos tienen
que abrir ese cajón de sastre de valor monetario que
nos ofrecen los agregados para enjuiciar su reflejo
físico y social y separar el grano de la paja, promoviendo
los frutos y los procesos ecológica y socialmente
recomendables y recortando aquellos indeseables. La
economía ecológica, con sus derivaciones de agroecología,
ecología industrial, etc., trabaja en aportar el instrumental
necesario para ello, desvelando las “mochilas” y “huellas”
de deterioro ecológico que arrastran los productos,
analizando el “ciclo de vida” de los procesos asociados
a ellos “desde la cuna hasta la tumba”. Sin embargo,
como venimos proponiendo Antonio Valero y yo, hay
que ampliar más el objeto de estudio: no sólo hay
que seguir la vida de los procesos y productos “desde
la cuna hasta la tumba”, sino desde la cuna hasta
la cuna, considerando también el coste de reconvertir
los residuos en recursos. Si no lo hacemos, seguiremos
dando por buenas unas reglas de valoración sesgadas,
que consideran sólo el coste de extracción, pero no
el de reposición de los recursos naturales y empujando
así hacia la continua degradación de la base de recursos
y/o del medio ambiente planetario.
Cambiar
las reglas del juego
Como
ya he apuntado antes, respondiendo a la pregunta de
Óscar Carpintero recogida arriba, en el recuadro,
[ver páginas 23-27] Antonio Valero y yo hemos desarrollado
y aplicado una metodología que permite cuantificar,
en unidades de energía, el coste de reposición del
deterioro que el proceso económico inflinge a la base
de recursos planetaria, posibilitando establecer el
seguimiento agregado de la misma. Esta metodología
es de utilidad para llenar de contenido preciso la
propuesta del decrecimiento: todo el mundo podría
estar de acuerdo en el objetivo de reducir o hacer
que decrezca el deterioro de la base de recursos
planetaria, asociada a lo que se conoce como deterioro
ambiental, por extracción de recursos y emisión de
residuos. Creo que esta meta sustituye con ventaja
a otros intentos de llenar de contenido físico la
propuesta del decrecimiento, proponiendo asociarlo
a variables menos básicas o más parciales, ambiguas
o imprecisas, como son las de reducir el requerimiento
total de materiales, de energía,…o la apropiación
de biomasa neta. Pero el mismo empeño de dar solidez
teórica y empírica
al objetivo planificado del decrecimiento requiere
de propuestas y procesos que escapan a la simple palabra
decrecimiento, al exigir reconversiones con aumentos
y disminuciones. Tal vez por ello nuestra propuesta
haya sido silenciada tanto por el medioambientalismo banal en boga, como por los defensores
del decrecimiento. La reducción del deterioro de la
base de recursos y el ambiente planetarios, exigiría
cambiar las reglas del juego económico en el sentido
antes indicado, para promover (y aumentar) el uso
de las energías renovables y la conservación y el
reciclaje de materiales, además de desactivar (y reducir)
el uso de aquellos no renovables y de los afanes adquisitivos
y/o consuntivos extendidos por todo el cuerpo social.
Afanes que hacen que hasta los pobres se esfuercen
en trabajar para los ricos con el ilusorio empeño
de emular los patrones de vida de éstos recurriendo
a los sucedáneos de la llamada sociedad de consumo.
En este sentido de cambiar las reglas del juego y
los afanes adquisitivo-consuntivos, apuntan tanto
el “programa bioeconómico mínimo” que propone NGR en el texto antes
citado, que empieza por prohibir las guerras y la
fabricación de armamento..., como las “orientaciones”
que nos da Lewis Mumford — por citar a otro de
mis autores de cabecera— en el último capítulo de
su libro Técnica y civilización (1934), con
apartados como “¡Aumenten la conversión!, ¡Economicen
la producción! ¡Normalicen el consumo! ¡Socialicen
la creación!....”. El problema estriba en que
este tipo de propuestas de reconversión trascienden
por completo la simple bandera del decrecimiento,
al proponer, insisto, aumentos, disminuciones, normalizaciones,
socializaciones… y hasta prohibiciones. No se si es
por esto, o por simple desconocimiento, que estas
propuestas no acostumbran a ser son divulgadas, que
yo sepa, por los defensores del decrecimiento. En
el “Esbozo de programa político
para la construcción de una sociedad del decrecimiento”
que hace Serge Latouche
en su libro La pari de
la décroissance (2006),
no aparece ni una sola referencia a los dos autores
mencionados. Es que, como dice Mumford, “la actividad
saludable exige restricción, monotonía, repetición,
así como cambio, variedad, expansión” (p. 418).
O también, NGR, tras apuntar que el deterioro de la
base de recursos planetaria empuja, no ya hacia un
estado estacionario, sino hacia el decrecimiento de
los mismos, recuerda a quienes quieran escribir un
proyecto para la salud ecológica de la especie humana,
comprendan “que la naturaleza de la evolución e,
incluso, de la historia, no se asemeja a un proceso
físico-químico controlable, como el de cocer un huevo
o enviar un cohete a la Luna, sino que consiste en
una lucha permanente con la constante aparición de
formas nuevas” (p. 115). Para participar con eficacia
en esa lucha, hemos de aportar eslóganes y propuestas
que, además de ser atractivos, gocen de un sólido
respaldo conceptual, lo que como hemos visto no ocurre
en el caso del decrecimiento. Eslóganes y propuestas
que apunten a cambiar las ideas y reglas del juego
económico, más allá de la epidermis de sus agregados
y sus tasas de crecimiento, para reconvertir con
algunas posibilidades de éxito la sociedad hacia un
horizonte social y ecológicamente más saludable.
Notas
[1] Precisamente,
para llamar la atención, frente a la valoración usualmente
más positiva de lo grande, Schumacher
>(1973)
eligió lo pequeño como título de su libro, pero tuvo
la precaución de calificarlo de hermoso para
hacerlo más atractivo (como mejor con menos).
[2]
Me
lo ha confirmado Óscar Carpintero, que estuvo investigando
durante todo un curso académico en los archivos
de Georgescu-Roegen, depositados en la Duke University, para preparar su interesante libro titulado
La bioeconomía
de Georgescu-Roegen (2006), que recomiendo a las personas que deseen
conocer el legado intelectual de este autor
y de las personas que hemos divulgado y desarrollado
su pensamiento.
[3]
Sobre
la polémica de NGR en torno a la propuesta de Daly
del estado estacionario, véase también Carpintero
(2006). La propuesta del estado estacionario
pasó, sin pena ni gloria, a la historia, como una
moda pasajera, como seguramente ocurrirá
también con la propuesta del decrecimiento. Lo que
no quita para que sigan decreciendo sordamente
las dotaciones de recursos. Por ejemplo, si se ha
utilizado ya la mitad del petróleo convencional
que existía en la corteza terrestre, es evidente que
ya no se podrá utilizar de nuevo. Eso sí,
se seguirá extrayendo, con mayores costes, el petróleo
no convencional y fabricando petróleo artificial
a partir del carbón o de las biomasas, como
ya hicieron Alemania y Japón durante la segunda guerra
mundial,… y esquilmando y degradando, de una
u otra manera, los recursos y el ambiente planetarios,
en una huida hacia adelante, que no cambiará
mientras no lo hagan las reglas del juego económico
habitual que impulsan este proceder, que
enunciamos a continuación en este mismo artículo.
Bibliografía
citada:
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(2006) La bioeconomía
de Georgescu-Roegen.
Madrid: Montesinos.
Daly, H. (1977)
Steady State Economics. Nueva York-San Francisco: W. H. Freeman.
Daly, H. (1980)
Economics, Ethics. Essays Toward a Steady-State Economy. Nueva York-San Francisco: W. H. Freeman
(este libro actualiza y renueva una edición anterior,
de 1973, con el título Toward
a Steady-State Economy). Hay edición en
castellano del FCE, México, 1989.
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(hay una 2ª ed. ampliada
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Hay edición actualizada en castellano de
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Naredo, J.M. (2009)
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(Conversaciones
con Óscar Carpintero y Jorge Riechmann). Madrid:
Libros de La Catarata.
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(1982) La fin du développement. Naissance d’une alternative? París: F. Maspero
&Eds. La Découverte.
Hay una 2ª ed. de 1997, París: La Ligne
d’horizon&Les amis
de François Partant.
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