Harvey
(2005), en su análisis histórico del neoliberalismo,
muestra cómo su generalización a áreas
cada vez más amplias del planeta ha producido
una profunda reestructuración no sólo
económica, sino también social, política
y territorial. Las ciudades se han convertido en elementos
centrales de la evolución del neoliberalismo.
De hecho, muchas de las estrategias neoliberales de
dominio político e ideológico se han generado
en las ciudades (Brenner y Theodore, 2004: 28).
Como señala Smith (2004), la utilización
del término urbanismo neoliberal es correcta
en la medida en que existe una forma específica
de hacer ciudad plenamente coherente con los procesos
globales de reestructuración socioeconómica.
Las distintas administraciones acompañan y favorecen
este proceso generando las condiciones (legales, económicas,
etc.) que permiten el despliegue del modelo. Así,
por ejemplo, en esta etapa el discurso que orienta las
políticas urbanas se centra en la necesidad de
dotar a cada una de las ciudades de las mejores condiciones
para alcanzar el "éxito" en el contexto
de una red urbana mundial muy jerarquizada y marcada
por la competitividad.
En líneas generales, estas políticas han
favorecido todavía más el aumento de la
desigualdad social y, bajo distintas formulaciones,
de la segregación urbana. Los nuevos proyectos
de desarrollo urbano no se circunscriben a actuaciones
parciales que modifican la apariencia de espacios limitados.
Por el contrario, con frecuencia se ejecutan grandes
proyectos que suponen la transformación de barrios
e incluso municipios enteros, con tiempos de ejecución
muy dilatados y con importantes consecuencias sociales.
Crecimiento
urbano y desarrollo inmobiliario en el País Valenciano
Cada vez con más claridad, el desarrollo inmobiliario
ha pasado a convertirse en uno de los pilares del crecimiento
de las economías urbanas. Smith (2004: 99) muestra
cómo los mercados inmobiliarios urbanos son uno
de los principales vehículos de acumulación
de capital del urbanismo neoliberal. El crecimiento
del sector es considerado como fundamental para explicar
el dinamismo económico actual y, por ello, se
respalda toda aquella medida que lo apuntale y fortalezca.
Empresarios del sector y políticos de distinto
signo destacan su contribución a la creación
de empleo, al aumento de la recaudación de impuestos
y al impulso de la actividad turística.
En consecuencia, tal y como han destacado Naredo et
al. (2002), el patrimonio inmobiliario cada vez contribuye
con más fuerza al conjunto del patrimonio neto
de la economía española. En estos primeros
años del siglo XXI, el mantenimiento de las condiciones
que favorecen la expansión del patrimonio inmobiliario
continúa alimentando dicha tendencia.
Diversas leyes urbanísticas autonómicas
han cumplido un papel trascendental en el mantenimiento
y ampliación del boom inmobiliario. De entre
ellas ha sido precisamente la valenciana la que ha producido,
hasta la fecha, efectos más evidentes. La Ley
Reguladora de la Actividad Urbanística (LRAU)
fue aprobada en 1994 por el Gobierno socialista valenciano,
planteando como una de sus grandes aportaciones la del
agente urbanizador. Éste, al margen de la voluntad
de los propietarios, puede constituir una agrupación
de interés urbanístico que proponga el
desarrollo urbano del suelo comprendido en una determinada
unidad de actuación. Formalmente, la Ley recoge
la posibilidad de que los propietarios planteen su propia
alternativa para ejecutar la urbanización del
Programa de Actuación Integrada (PAI), denominación
que recibe la operación. Lo cierto es que la
falta de información es casi total; los incumplimientos
legales, generalizados, y, en la mayoría de las
ocasiones, existe un acuerdo previo entre los gobernantes
locales y los agentes urbanizadores para llevar adelante
el PAI. De este modo, muchos propietarios toman conciencia
del proceso cuando las máquinas están
literalmente a punto de entrar en sus terrenos, obligados
a afrontar los costes de urbanización de unas
obras que no desean y, en muchos casos, expulsados de
la zona donde residen. Terrenos ocupados por huertas
o, en cualquier caso, con muy baja densidad edificatoria,
se convierten en urbanizaciones de adosados o edificios
en altura.
Así se ha iniciado la construcción de
decenas de miles de viviendas, ignorando los derechos
de los pequeños propietarios, desconociendo cualquier
tipo de criterio planificador, causando daños
ambientales irreparables y, en definitiva, dando lugar
a un territorio cada vez más desequilibrado y
caótico. La aplicación de la Ley ha favorecido,
además, la creciente concentración de
la propiedad del suelo urbanizable en un número
reducido de empresas. En menos de diez años,
pequeñas empresas promotoras se han convertido
en grandes compañías con una enorme capacidad
de presión política y nuevas estrategias
de funcionamiento. Estos grupos negocian directamente
con los municipios las recalificaciones de suelo, decidiendo
el crecimiento urbano fuera de cualquier control democrático.
Como plantea Roch (2000: 24): "Para los promotores
es el paraíso donde encuentran el suelo que necesitan
a precio de saldo, pero en el que permanece la serpiente
alcista del "producto final", como dice la
Ley, porque el precio de la vivienda no depende de la
cantidad de suelo disponible".
Las consecuencias de este modelo de desarrollo inmobiliario
son extremadamente preocupantes, profundizándose
la división socioeconómica del espacio,
creando, por ejemplo, condiciones óptimas para
la consolidación y multiplicación de los
enclaves de exclusión social. Se aleja la posibilidad
de configurar espacios urbanos mixtos desde el punto
de vista social, la ciudad es cada vez más la
suma inconexa de una serie de áreas sociales
internamente muy homogéneas. Áreas definidas
básicamente por la capacidad de compra (y endeudamiento)
de los adquirientes de vivienda.
La
globalización de los mercados inmobiliarios y
el papel de la Administración
Lo cierto es que este proceso tiene lugar en un territorio
ya muy castigado por anteriores oleadas desarrollistas.
En la transición política, la recuperación
de la democracia municipal y la puesta en marcha de
la autonomía valenciana no transformaron sustancialmente
la desastrosa herencia territorial que dejó el
franquismo. La crisis económica y el hecho de
que aisladamente se tomaron algunas medidas que trataban
de amortiguar los efectos más negativos del modelo
desarrollista, frenaron por un tiempo sus manifestaciones
más extremas. Sin embargo, la ausencia de una
crítica profunda que pudiera haber planteado
la reorientación del modelo propició que,
en pocos años, en el contexto de una nueva etapa
de crecimiento y ahora con la legitimación ideológica
neoliberal de muchas de las viejas prácticas,
la máquina inmobiliaria se pusiera en marcha
a gran escala. Esta situación es especialmente
perceptible desde la segunda mitad de la década
de los noventa.
La coyuntura actual del mercado inmobiliario sólo
puede ser entendida en toda su complejidad tomando en
consideración el efecto producido por la inversión
extranjera en vivienda. La demanda extranjera, tanto
de compradores que se trasladan a residir permanentemente,
por temporadas o como simple inversión muy rentable,
alimenta el mercado local. Como en otras áreas,
también en el mercado inmobiliario se ha producido
una creciente internacionalización y, en años
recientes, muchos de los que comenzaron siendo turistas
por unos días o semanas han terminado convirtiéndose
en propietarios de una vivienda. Turismo residencial
es el término utilizado por los empresarios del
sector para dar cuenta de este nuevo nicho del mercado
inmobiliario. Grupos como el de los Promotores Inmobiliarios
Turísticos favorecen las condiciones que atraen
a los inversores extranjeros interesados en adquirir
viviendas. De acuerdo a las previsiones realizadas por
este grupo en 2003, entre 800.000 y 1.700.000 familias
europeas estarían interesadas en comprar una
vivienda en España (Live in Spain, nº 14,
septiembre de 2003).
En el País Valenciano, la Administración
pública (el Gobierno autonómico, en sintonía
con la mayoría de los gobiernos locales, de diferente
color político) ha orientado su actuación
a crear las condiciones para que esta venta masiva pueda
producirse. Ello ha supuesto en pocos años una
aceleración sin precedentes en el proceso de
destrucción territorial y la apuesta por un modelo
económico sustentado cada vez más sobre
la construcción y el turismo, desconociendo cualquier
tipo de límite ambiental. El objetivo es desarrollar
una especie de Florida a la española, donde se
concentren todo tipo de urbanizaciones, grandes centros
comerciales, campos de golf, puertos deportivos y una
gran diversidad de espectáculos varios (la Ciudad
de las Artes y las Ciencias en Valencia, la Ciudad del
Cine en Alicante, etc.) Siempre contando con el respaldo
de una inversión pública sin límites
que refuerza esta opción estratégica y
que ha llevado al País Valenciano a convertirse
en una de las comunidades autónomas más
endeudadas del Estado. La ampliación de los aeropuertos
de Valencia y Alicante, la construcción de un
aeropuerto en Castellón, la conexión por
AVE con Madrid y el eje mediterráneo, la puesta
en marcha de nuevas autovías y la mejora de las
carreteras, forman también parte de un proyecto
territorial que avanza implacable, evidenciando las
consecuencias del urbanismo neoliberal.
FDO
Bibliografía