Como
que ser agradecido es de bien nacidos, hará falta
que comience este pequeño ensayo reconociendo
algunos de las deudas que tiene el autor. Puesto que
son una pila y que este no es el capítulo de
los agradecimientos, me limitaré a subrayar una
obviedad: si Manolo Vázquez Montalbán
no hubiera escrito en 1999 su libro Las Barcelonas (diferentes
espacios urbanos y personajes en diferentes momentos
históricos de la ciudad), este escrito no hubiera
nacido, cuando menos en su forma actual. De algo más
lejos (en mi orden de lectura) viene la segunda deuda:
La Barcelona Lletja (La Barcelona Fea) de Lluís
Permanyer, ofrece una visión bien curiosa de
las derrotas estéticas del centro histórico
y del Ensanche de Barcelona, otra manera de "leer"
la ciudad reproducida unos años después
por el valioso libro de Adolf Beltrán La València
Lletja ( La Valencia Fea).
Aun
así, con estas interesantes lecturas no hubiera
llegado a darme el ánimo de escribir si el terreno
no hubiera estado en sazón. Y lo estaba. Cuando
leí estos dos textos, ya hacía dos años
que estaba empeñado en escribir algo divertido
sobre aquello del "límite y la ciudad"
y leyendo a Mumford, a Eugenio Trias, y algunos papeles
sobre los mitos de la fundación de la ciudad
antigua. En el índice de este proyecto inacabado
-momentáneamente aplazado- había un capítulo
que se llamaba "la ciudad vista desde...".
Este
"desde..." obedecía al que ya empezaba
a ser para mí una cierta obsesión: la
voluntad de "diversificarme" y abrir el angular
por ver el zumo que le habían sacado otras disciplinas
a este artefacto mágico que se llama ciudad.
Aunque
no conociera ni de lejos lo que habían hecho
al respectos mis colegas economistas, geógrafos,
sociólogos y autodenominados urbanistas, la música
me resultaba familiar. Además, el simple hecho
de constatar mi absoluta ignorancia sobre qué
papel había jugado la ciudad -como excusa, como
telón de fondo o como objeto de reflexión
o creación- en ámbitos como la novela,
la poesía, el cine, las artes plásticas,
la fotografía, la filosofía y la escatología
o la medicina me estimulaba de una forma agradablemente
novedosa.
Las
Barcelonas, la Barcelona Fea, la Valencia Fea, La Ciudad
y el Límite, La Ciudad Hojaldre (otro libro interesante
con un título sugerente)... Quizás el
inicio de esta obsesión fue un pequeño
libro de bolsillo que escribí el 1999 con el
título "Un País de ciudades o las
ciudades de un País", un clase de libro
de viajes un tanto heterodoxo que recogía los
paseos que hice por más de una treintena de ciudades
del País Valenciano "en busca de su alma".
Puro neoplatonismo que, aun así, me obligaba
a mirar la realidad por los cuatro costados y a descubrir
los contrastes. Fue entonces cuando la polimórfica
"burguesía valenciana"(Ximo Azagra
dixit) dejó paso en mi hacia otro "poli":
el poliedrismo.
Así
, Xàtiva se convirtió en "la ciudad
poliédrica", y otras muchas ciudades mencionadas
en el libro estaban descritas a partir del mismo planteamiento.
Un fragmento de la parte dedicada a Valencia, por ejemplo,
refleja bastante bien esta "filosofía":
"Ciudad ruidosa, socarrona, un punto brófega:
ciudad bilingüe y sede por excelencia de los secesionismos
lingüísticos. Ciudad creativa, tópica,
moderna, conservadora, paseable y paseadora, mezcla
inimitable de formas, colores y olores. Ciudad amante
de la marcha nocturna, reino de la convivencia forzada
de la lechuga y el cemento, pero también de la
casa modesta de planta baja y piso con insípida
finca. Ciudad inacabada, llena de incrustaciones, de
alineaciones no alineadas. Ciudad de los intolerantes,
de los sobrados y sabidos, de los "chiringuitos"
culturales y de los especialistas en la verdad absoluta.
Ciudad cruel con los mejores hijos, donde es peligroso
levantar la cabeza en el bulto de la mediocridad. Ciudad
que duda entre el Miquelet y Calatrava. Ciudad paranoica,
llena de complejos de inferioridad, que se inventa molinos
de viento. Ciudad con dos ríos sin agua. Ciudad
de la luz, de la mar azul, del Tranvía a la Malva-rosa
y de Gracias por la Propina . Ciudad vieja, llena de
sabiduría, pero escenario de la última
barbaridad de la Inquisición (el Maestro Ripoll).
Ciudad de las joyas (antiguas y modernas) y de el escozor
arquitectónico. Ciudad refugio de Azaña
y de los intelectuales antifascistas. Ciudad de Milans
del Bosch y de la estatua derrocada. Ciudad de las plataformas
salvíficas itinerantes y de la voracidad inmobiliaria.
Ciudad de Peset Aleixandre, de Renau, de Vicent Ventura
y de Sanchis Guarner. Ciudad del fuego purificador de
la ofrenda y del traslado de la Virgen. Ciudad de la
noche, de la playa y de las cenas a la calle. Ciudad
del caos circulatorio y del aparcadondequieras. Ciudad
de los contenedores culturales y del vacío mental
de los regidores culturales. Ciudad de los impresores,
de la cultura y del laicismo. Ciudad del consenso imposible,
de los conflictos espurios, del esperpento y del vuelo
gallináceo. Ciudad grande que no es gran ciudad.
Ciudad
de futuro imprevisible. Ciudad que renunció a
aquello que no debía. Ciudad bulliciosa y tendera.
Ciudad que lleva la naranja en el subconsciente. Ciudad
que no quiere conocer su historia, una historia que
explica la ciudad. Ciudad de los proyectos que no se
acaban nunca. Ciudad de los pueblos anexionados que,
más de un siglo después, todavía
"van a Valencia". Ciudad de las acequias,
de la espardeña, de la escultura del padre Túria
y el Tribunal de las Aguas. Ciudad de un centro histórico
muy grande, de tanta extensión como exigua población.
Ciudad abrazada e inundada por el ondulante río
que siempre será "el jardín que no
pudo ser". Ciudad barroca y mediterránea
que hace daño a los propios y maravilla a los
visitantes. Todo hace la ciudad de Valencia. Incluso
el futuro de un País que se la juega en la ya
larga batalla de Valencia. Porque Valencia será
"capital del País o el País no será
País."
Aunque
mi formación geométrica es escasa, el
poliedro me cautivó sin demasiado esfuerzo como
analogía útil para entender la ciudad.
Si cada lado del poliedro (es decir, cada una de las
posibles "lecturas" de la ciudad) envía
un rayo al centro geométrico, la conjunción
de todos estos rayos conforma lo que al final podríamos
llamar ciudad, con mayúsculas y sin adjetivos.
Ahora que lo escribo, caigo en la cuenta de que, sin
saberlo, ya tenía inoculado este virus del poliedrismo
hace treinta años. Hacia 1975, mientras preparaba
la tesis, leí el magnífico libro "Victorian
Cities", un fantástico reading dirigido
por H.J. Dyos que mostraba las ciudades del periodo
a través de una serie de capítulos muy
diversos. Al final de la lectura, rehacías el
rompecabezas y te quedabas con la sospecha de que la
gracia estaba en la complejidad, es decir, en el "poliedrismo".
Hasta
dónde llega mi entendimiento, estos son los "precedentes"
y las "influencias" más concretas.
Seguramente habrá otras muchas, pero en resumen,
el que quiero hacer con "Las Valencias: la urbes
poliédricas" es mi pequeña y humilde
alabanza a la complejidad. Este ensayo es una imagen
fija que pretende mostrar una ciudad, llena de contrastes
físicos, sociales y mentales. No es un trabajo
dónde domino la otra perspectiva posible, la
de "la ciudad de Valencia vista desde
".
Todo llegará. O quizás no. En cualquier
caso, el ensayo que ahora empieza pretende ser, como
deseaba Fuster en su El País Valenciano (Destino):
"una invitación al viaje. O mejor aún
que invitación, aperitivo: algo que abra la gana
y la perspectiva de conocer el País valenciano,
que induzca a recorrerlo...".
Pese
a que las diferencias son abismales, obviamente a favor
de Fuster, también me gustaría contribuir
con estas líneas a aquel deseo suyo: "Y
no querría morirme sin haber dejado en funcionamiento
y en forma al País Valenciano, unos cuántos
equipos de intelectuales y de no intelectuales capaces
de remover, o al menos de intentarlo, esta sociedad
en perpetua "somnolencia digestiva" (Josep
Pla. Obras Completas. Homenots, 1975. Págs. 373-374).
Antes
de ponerse manos a la obra, una última cuestión.
Había pensado empezar este ensayo cogiendo el
toro por los cuernos, proponiendo al lector una viaje
un tanto dificultoso por "la Valencia Estadística",
es decir, haciendo un comentario el más agradable
posible por el mundo de las cifras. Creía -y
creo- que no podemos hablar de nuestra poliédrica
urbe sin conocer los datos básicos que pediría
cualquier investigador para hacer boca: cuántos
y como somos, dónde y de qué vivimos,
cuanto pagamos y qué recibimos y alguna curiosidad
más. En el extremo no he renunciado a los números,
aun cuando por hacer más legible el texto los
he incluido en el primer anexo, de recomendable lectura
para aquellos que quieran tener una visión cuantitativa
global de esta encantadora ciudad. Y, ahora sí,
llega la hora de ver si soy capaz de hacer que el lector
pase un buen rato y a la vez insistir en mi intento
de mirar de otra manera la ciudad de Valencia, esta
vieja matrona que tanto queremos y tanto nos duele a
sus hijos. Como siempre, ustedes, queridos lectores,
tienen la última palabra y la capacidad de emitir
el veredicto. Pero antes de que empiecen -si quieren-
esta pequeña aventura, cuatro líneas con
tal de dejar constancia de una obviedad.
Este
pequeño ensayo está dedicado al poliedrismo
de una ciudad, la de Valencia, la mía. Aun así,
como que soy un firme defensor de la necesidad de construir
entre todos un País de Ciudades donde estas sean
las protagonistas de un necesario espacio cívico
y cultural tan necesario, que vale la pena hacer ahora
y aquí un llamamiento para que desde las diferentes
longitudes y latitudes del País surjan análisis
de otras ciudades, a buen seguro siempre poliédricas.
El método puede ser parecido o diferente al que
se ha elegido para este trabajo, eso tanto vale. Al
final, este pequeño esfuerzo se vería
enormemente recompensado si desde Morella, Vinarós,
Alcora, Onda, Castelló, Sagunt, Segorbe, Llíria,
Paterna, Torrent, Catarroja, Sueca, Cullera, Alzira,
Gandía, Oliva, Dénia, Xàtiva, Ontinyent,
Alcoi, Ibi, Xixona, La Vila Joiosa, Benidorm, Alicante,
Elx, Monover, Crevillente, Aspe, Monfort, Elda, Petrer,
Villena, Orihuela, Torrevieja, Guardamar, Santa Pola...
surgirían otros papeles que nos ayudarían
a comprender y querer nuestras ciudades y también
a conocer su historia, sus ilustres ciudadanos y ciudadanas,
sus tradiciones, sus carencias y debilidades. También
podrían contribuir, porque no, a desvelar la
responsabilidad de los intereses insolidarios que están
impidiendo que este País nuestro sea más
libre, culto, próspero y respetuoso con su patrimonio
natural, cultural y construido. Este libro quiere trascender
al "localismo", pero el que escribe estas
líneas tiene la cordura y la humildad suficiente
para advertir que esta empresa solo es posible con la
colaboración de muchos. Un llamamiento en este
sentido puede parecer romántico, idealista, utópico,
pero es cívicamente imprescindible para salir
de la somnolencia digestiva de las que nos hablaba Fuster.
Estoy seguro que desde las cometas estará contemplando
con su perenne ironía vitriólica el que
tienen estas líneas de infantiles y destrelladas,
pero también estoy convencido de que le hubiera
gustado que se produjera el milagro y que de una vez
por todas empezaremos a comprender que sin contar con
nuestras ciudades y con sus ciudadanos, nunca lograremos
un estadio de normalidad civil.
JS