Burguesía porteña:
¿culta?
Los límites
de una clase: el propietario y los compradores de la torre Grand
Bourg y de Nordelta.
Por
Norberto Iglesias

La reciente
0,3 (columna de opinión en el Diario
de Arquitectura de Clarín)
del arquitecto Rafael Iglesia nos ha colocado de manera impecable
frente a la incultura de ciertos arquitectos y la desaprensiva
desubicación respecto de su tiempo, así como ha puesto
en duda la magnitud del daño hecho a la cultura porteña
que tanto le preocupa a Solsona (quien me recuerda al Chapulín
Colorado cuando le preguntaban: ¿¡quién podrá salvarnos!?
Ibarra ya no puede…).
También
ha puesto en duda el privilegio de Adelman-Fourcade-Tapia de ser
los primeros (o los únicos) en estas latitudes en rendirse
a las demandas de sus mandantes, muchas veces mecenas. Recuerdo
perfectamente al arquitecto Alejandro Bustillo responder
modernamente al mecenazgo de Victoria Ocampo en su vivienda, mientras
proyectaba el Banco Nación o el Hotel Llao Llao, según
me enseñó el homónimo de Iglesia, Felito,
en la FAU, allá por los años setenta.
Daría
la impresión que los burgueses (mecenas o no) de la próspera
Argentina de principios del siglo XX era más cultos que
los actuales pero, aunque el eclecticismo de aquellos años
fue más ubicuo y global que estos clasicismos necrofílicos,
las reflexiones del arquitecto Mario Roberto Álvarez conocidas
en esta misma publicación dan en una clave reveladora que
ayudará a despejar dudas. Se pregunta Alvarez qué
contradicción encierran las actitudes de quienes cuando
tienen que comprar un auto aspiran al ultimo modelo y no a una carroza
tirada por caballos, que cuando tiene que comunicarse aspiran al
mejor modelo de teléfono celular con múltiples funciones
en lugar de estudiar el alfabeto morse, mientras que cuando
compran (o encargan) una casa lo hacen con patrones historicistas.
No estoy tan
seguro que este comitente no se hubiera animado a sugerirle a Frida
Kahlo o Xul Solar qué colores debieran usar... Tal vez no
lo hubiera justificado en las reglas del mercado sino en
razonamientos más alambicados y sofisticados. Como tampoco
creo haya sido esa la justificación para la torre Grand Bourg.
A propósito: ¿cual habrá sido la sugerencia que le
hizo al arquitecto Rubén Pesci para legitimar con la ética
y estética sustentable de CEPA el desatino antiurbano
de Nordelta?
Si las cuestiones
estéticas son las que priman en la polémica desatada
por la torre Grand Bourg, las éticas de esta otra destacable
encomienda de Eduardo Constantini (en este caso urbanística)
son las más relevantes a mi entender. Y no es que no me preocupe
de la estética porteña o la estética banal
que ha surgido en el "fenómeno Pilar", incluida
esta ciudad pueblo, sino que los antivalores éticos
subyacentes son más anacrónicos todavía que
los referidos por el Arq. Iglesia en el artículo que parangono.

No alcanza con
el "cuidado del medio ambiente" en Nordelta, ni con la
"belleza" de sus casas o la modernidad de sus equipamientos
para considerar que esta urbanización respete los valores
de nuestra cultura (en el sentido integral del término, incluso
temporal y territorial). Ni siquiera alcanza con representar El
Rey Edipo de Sófocles para sus residentes u organizar
parties y muestras de artistas plásticos (¡que siempre
deben ser bienvenidas!).
Parafraseando
a Álvarez: ¿¡que contradicción encierran las actitudes
de quienes cuando tienen que mostrar cultura lo hacen a través
de una pintura, una representación teatral, una audición
musical o un filme (todas actividades humanas nacidas, expandidas
y enriquecidas en la ciudad) mientras que cuando deciden residir
lo hacen fugando de la ciudad y de sus valores!? ¿Cómo
se concilian los dichos de quienes cuando hablan de valores humanos
se refieren a la república mientras que eligen un ghetto
para criar a su prole?.
Esta obra, aunque
alejada del centro, pone en riesgo de manera descomunal los valores
urbanos de Buenos Aires (¡así como son descomunales su extensión
y su éxito de ventas!). Pertenece a una corriente de emprendimientos
que dicen impulsar el desarrollo urbano y la calidad de vida generando
inversiones y fuentes de trabajo, mientras que la verdadera causa
de su éxito (¡su mayor incultura!) es otro: solo pretenden,
sin confesarlo, construir una ciudad sin espacio público
en su seno, dotándola de reglas de convivencia distintas
a las de la ley común.
La exclusión
del espacio público en su seno elude la impronta de la ciudad
real, evitando la presencia del estado y de sus normas comunes
(¡incluso las de tránsito!). ¿Será para permitir que
la ley de convivencia interna (reglamentos de consorcios de copropietarios,
inservibles para regular la vida social), su "Gobierno"
(Administrador / Consejo de Administración, elegidos por
voto calificado) y su sistema democrático (caracterizado
por la pertenencia a patrones fijados por el desarrollador) emule
las fórmulas republicanas que, aunque mal gestionadas, no
pudieron ser reemplazadas por otras mejores en tantas dictaduras
del siglo XX?
Detrás
de la calidad ambiental que promueve (sustentada en informes de
impacto ambiental que siempre verifican) o debajo de las
promesas de inversiones que derramarán desarrollo, está
presente esta variante antiurbana, versión física
de una sociedad fracturada en lo social y símbolo de
la claudicación de toda una clase dirigente. Esta es mi mayor
preocupación: una vez que este establishment (económico,
social y político) tenga su territorio seguro, bello y armonioso,
¿qué motivo tendrá para ocuparse de la otra ciudad,
la del espacio publico, la de los excluidos? ¿Con qué perspectiva
valorará a Buenos Aires?

Es el mismo
establishment que no supo construir un país, aunque sí
su fachada europea. Alfredo Nougués Elía, desde las
cartas al lector de La Nación, nos confirma la validez de
este acervo al defender al edificio que nos polemiza basado en la
impronta europea de nuestra ciudad y al apoyar a Constantini
por ser un ejemplar emprendedor al que no le perdonamos el
éxito.
Este anacrónico
e inculto burgués: ¿se refugia en el pasado porque no puede
dar respuestas contemporáneas? Considerando sus otros emprendimientos:
¿será mas legítimo copiar a Siza que a un chateaux?
Observando estas conexiones y antecedentes: ¿no deberíamos
dudar también de la ubicuidad estética y ética
del MALBA, de la misma manera que lo hacemos con Grand Bourg?
Mi abuela decía:
no le pidas peras al olmo… Tampoco le pidamos una idea de ciudad
a un burgués inculto.
NI
El
autor es arquitecto, Director de Planeamiento del Municipio de Malvinas
Argentinas, en el Area Metropolitana de Buenos Aires.
Ver
su nota El
impacto metropolitano de los grandes proyectos urbanos en
el número 26 de café de las
ciudades.
Sobre
la opinión de Rafael Iglesia acerca del edificio de Adelman,
Fourcade y Tapia en la Avenida del Libertador, Buenos Aires, ver
Otras
publicaciones en el número 14 de café
de las ciudades.
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