N. de la R.: El texto de esta nota
reproduce un párrafo extraído de las páginas 16 a 21 del libro La casa sobre el arroyo. Amancio Williams en
Argentina, de Daniel Merro Johnston.

¿Por qué se habría abandonado esta casa, por
qué se quemaba, por qué seguían ocurriendo estas cosas en la ciudad?
Durante casi dos
horas y hasta que el fuego estuvo apagado, Doménico se fue alejando lentamente,
deteniéndose cada cuatro o cinco pasos para mirar, buscar respuestas o motivos,
recordar y angustiarse en silencio.
Esa noche, la
del 2 de septiembre de 2004, con gran dolor conversó largamente con su hijo
Giovanni.
—¿La conocías?—
preguntó.
—
Por supuesto. Es una de las obras más importantes de la ciudad— contestó
Giovanni. —Quizá la mejor
representante de la modernidad arquitectónica, ese movimiento transformador
del que, lamentablemente, nos ha quedado muy poco en pie.
—Hace mucho que no la veía, quizá diez años. Creía recordarla en medio de un
prado abierto. Y hoy la encuentro rodeada de árboles inmensos, dentro de un
barrio lleno de casas y envuelta en humo. Una triste impresión— dijo el padre.
—Esta ciudad se ha transformado tanto y de una manera tan curiosa que ha
conseguido que sus mejores obras se pierdan, ahogadas en una urbanización
salvaje de la que nos arrepentiremos, ya verás.

Mar del Plata
había cambiado muchísimo desde que Doménico Adelli,
luego de trabajar más de cuarenta años en la construcción y convencido de que
ya no eran tiempos para su pequeña empresa, se fuera a vivir a Buenos Aires en
el año 1984, para intentar un nuevo negocio con su primo Giorgio.
Esta ciudad, que
también él sentía en una pequeñísima parte como obra propia, había nacido a
mitad del siglo XIX, como un saladero de
carne vacuna y un pequeño puerto que fundó el portugués José Coelho de Meyrelles, con la idea de mejorar el intercambio comercial
con Brasil.
Más tarde, Meyrelles vendió el saladero y todas sus tierras en la
costa del mar, más de 135.000 hectáreas, a Patricio Peralta Ramos, quien se
instaló con su familia en 1860, para reimpulsar la actividad del saladero. Le
duró muy poco tiempo el entusiasmo industrial, pues viendo que no conseguía los
buenos resultados esperados, Peralta
Ramos se decidió a convertirlo en una aventura urbanística, fraccionando
sus terrenos en solares más pequeños, alrededor del puerto del saladero.
Construyó una
iglesia en honor de su mujer, un colegio, y consiguió el apoyo del Juez de Paz
de turno para promover la fundación de una villa en la costa como lugar ideal para un puerto de enormes
posibilidades comerciales. La elección del sitio desestimaba la importante
extensión de tierras públicas muy cercanas y obligaba al gobierno a la
expropiación de los terrenos privados. ¿Propiedad de quién?, de Peralta Ramos
naturalmente.
El gobernador
Acosta firmó el decreto de fundación de Mar del Plata el 10 de febrero de 1874.
Más tarde llegó
el primer inmigrante a la zona, Don Pedro Luro. Tomó
las riendas del saladero y cambió la dinámica de crecimiento en forma
inmediata. Construyó un nuevo muelle y grandes barracas, estimuló la
agricultura habilitando un molino harinero e inmediatamente aparecieron nuevas
viviendas, comercios y se desarrolló cierta vida urbana.

En1886 llegó
el ferrocarril y el pueblo comenzó a
convertirse en el destino turístico preferido de la clase alta de Buenos Aires.
Además de la brisa marina y la belleza de la extensa costa, los visitantes
disfrutaban del juego de ruleta instalado en el nuevo hotel Bristol, que dio
lugar posteriormente a una de las atracciones más importantes de la ciudad: el
casino, una actividad que estaba prohibida en casi todo el país.
Las familias de
clase alta de Buenos Aires llegaban en tren y se instalaban en la ciudad por
toda la temporada de verano, que empezaba en diciembre, finalizaba en marzo y
en muchos casos duraba hasta la semana santa. Comenzaron a construirse
importantes mansiones con vistas al mar, con detalles de decoración y muebles
traídos de Europa. Completaban su vida social con grandes comidas, paseos por la rambla, baños de sol y noches de casino.
Estas grandes
residencias, en muchos casos como muestra del esnobismo propio de este sector
social, fueron encargadas directamente en el exterior e importadas al país,
prefabricadas, para armarlas en su lugar de destino. Tal es el caso del chalet
de madera de Carlos Agote traído desarmado desde Europa en 1909, o la más
conocida Villa Victoria, residencia de
la escritora Victoria Ocampo ubicada
en la calle Matheu al
1800, construida en 1912, como un regalo
de Manuel Ocampo a Francisca Ocampo de Ocampo, abuela de la novelista, para ser
utilizado como lugar vacacional y de turismo por la aristocrática familia.
Como culminación
del proyecto de la élite para Mar del Plata, en febrero de 1913 se sustituyeron
las antiguas ramblas de madera destruidas por la fuerza del viento y el mar,
por la espléndida Rambla Bristol de estilo
francés, que con cuatrocientos metros paralelos al mar pasó a ser el
corazón de la vida veraniega.
Mientras tanto,
la actividad turística se desarrollaba rápidamente, y con ella, la necesidad de
construir hoteles y residencias para los veraneantes, restaurantes, clubes y
todos los servicios urbanos propios de una ciudad que incrementaba su población
a un ritmo apresurado.

En ese tiempo,
Mar del Plata era un polo de atracción
de personas en busca de trabajo, que encontraban en la industria de la
construcción y en los servicios una posibilidad de integración. En especial los
inmigrantes, particularmente una gran cantidad de italianos, que ocuparían un
lugar destacado en la historia productiva de la ciudad.
Estos albañiles,
pescadores, empleados de servicios públicos, funcionarios administrativos y
propietarios de algunas tiendas, formaban una pequeña comunidad de residentes, que trataba de satisfacer año tras año a
miles de turistas que solo pasaban unos pocos meses en la ciudad, la comunidad de veraneantes.
Durante el día,
ambos grupos se encontraban en el centro, pero por la noche el pueblo quedaba dividido entre la zona de
la costa, sus hoteles, ramblas y clubes para los
veraneantes por un lado y las áreas alejadas
del mar, periféricas, para los que vivían en Mar del Plata todo el
año, por el otro.
En el centro del
pueblo, sobre lo que se llamaba Bulevar América se ubicaban quienes más tarde
se conocerían como integrantes de la clase media: comerciantes de tiendas,
ferreterías, mercados de frutas y verduras, carnicerías y panaderías,
generalmente atendidos por sus dueños y sus familias.
Hacia mediados
de 1930, la ciudad se extendió en todas las direcciones: hacia el norte,
barrios Camet, La Florida, y hacia el sur, Punta
Mogotes. También hacia adentro, donde los sectores medios se ubicaron en los
barrios Plaza Mitre, San José, Primera Junta y, con características más
obreras, Don Bosco, San Juan.
Por esa época
aparecieron nuevos hoteles, más modestos, y la condición social de los
veraneantes se fue ampliando: las
lujosas casas de estilo normando se alternaban con la construcción de los
clásicos chalecitos de cubiertas inclinadas de tejas coloniales, porche y
un pequeño jardín en el frente, que a falta de mejor denominación fueron
calificados como arquitectura pintoresca.

En 1938 se
inauguraba la moderna ruta 2, directa desde Buenos Aires a Mar del Plata, 400
kilómetros. Ahora los turistas podían viajar en sus automóviles o en económicos
autobuses que competían con el ferrocarril.
Ahora
sí, la industria de la construcción se hallaba en su punto de máximo esplendor
y expansión, y florecían las pequeñas empresas formadas por
artesanos-inmigrantes a quienes un buen caudal de trabajo les permitía disponer
de herramientas y equipos, así como de una buena cantidad de albañiles,
ayudantes o aprendices temporales que reclutaban entre sus parientes y amigos
recién llegados o entre aquellos paisanos que ellos mismos hacían llamar, para
que formaran parte de sus “cuadrillas”.
En pocos años,
estas empresas se hicieron más importantes incorporando a su plantilla a la
segunda generación familiar mejor formada profesionalmente, y así pudieron
recibir encargos de mayor envergadura, públicos o privados.
DMJ
El
autor es Arquitecto, Profesor Universitario, y está vinculado a la enseñanza de
la arquitectura en Argentina y España desde 1983. Ha sido Profesor invitado en
varias Universidades argentinas, españolas y cubanas. Doctorado en la Escuela
de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid con la Tesis Doctoral
"El autor y el intérprete. Le Corbusier y Amancio Williams en la Casa Curutchet".
De
y sobre su autoría, ver también en café de las ciudades:
Número
57 | Arquitectura de las ciudades
El autor y el intérprete | Le Corbusier y Amancio Willliams en
la Casa Curutchet | Daniel Merro Johnston |
Número
111 | Arquitectura de las ciudades
Curutchescas | Historias
personales de una casa a partir de El autor y el intérprete, de Merro Johnston | Marcelo Corti
La casa sobre el arroyo. Amancio
Williams en Argentina, de Daniel Merro Johnston. 1:100 Ediciones. Buenos Aires. 2014. 20x26 cm. 169 pag.ISBN 978-987-25893-9-4
Una
de las obras más interesantes de Amancio Williams, la casa para su padre en Mar
del Plata, Argentina, es reconocida como una de las viviendas paradigmáticas de
la modernidad y del siglo XX. ¿Cómo construir sin hacerlo? ¿Cómo poner allí una
casa sin tocar el parque? “Es como una caja de pájaros, como un sonido entre
los árboles, y vas viendo que todo está absolutamente protegido y defendido con
la figura del puente, es como si éste hiciera posible una casa que estuviera en
otro sitio, es realmente sorprendente…”, dijo Enric Miralles. Luego de “El autor y el intérprete”, sobre la casa Curutchet de Le Corbusier, libro
que consiguió varios premios, Daniel Merro Johnston
se interna ahora en la historia de otro gran arquitecto y su relación con la
cultura de su tiempo, relatada a través de un proyecto genial. El libro incluye
documentación inédita del proyecto y su construcción, de su amistad con Le Corbusier, Jean Prouvé, Georges Candilis y muchos otros. Correspondencia, planos,
testimonios e historias paralelas que permiten inscribir la construcción de
esta mítica casa en una época de profundos cambios sociales.