¿Los
muros son la negación de la ciudad? Si, pero no siempre fue
así. Las ciudades nacieron y se desarrollaron para ofrecer
protección al intercambio de bienes y servicios. Y para que
unas colectividades de poblaciones diversas por sus orígenes
y actividades pudieran convivir pacíficamente en un mismo
territorio. Las murallas o los emplazamientos que facilitaban la
defensa frente a los enemigos externos estaban destinados a hacer
realidad el lema "el aire de la ciudad nos hace libres".
Eran épocas en que las ciudades se defendían de piratas,
bandas armadas, señores de la guerra que pretendían
saquearlas. A priori, los "extranjeros" eran considerados
enemigos potenciales de los ciudadanos.
¿Pero
actualmente los muros de quienes nos protegen? El muro de Berlín
protegía a los ciudadanos del Este de la tentación
del "consumismo" del Oeste que agencias públicas
y empresas publicitaban y ofrecían como frutos apetecibles
de un oasis tan cercano físicamente como lejano políticamente.
Los muros entre Israel y la población palestina protegen
a la población judía en su expansión territorial
sobre las tierras de los palestinos expulsados de las mismas y en
el caso de Jerusalén sirve de elemento de control y exclusión
del casi millón de palestinos que utilizan cotidianamente
como mano de obra barata y desprotegida. El muro de la frontera
entre México y Estados Unidos, que separa ciudades tan próximas
e interrelacionadas como Tijuana y San Diego, más de lo mismo:
expresa la voluntad de sobreexplotar una mano de obra barata utilizando
el muro como instrumento de precarización y sometimiento
de los trabajadores mexicanos que emigran o que viven como "commuters",
durmiendo en un lado y trabajando en otro.
Los muros en
las ciudades, en sus periferias difusas o, incluso, en la ciudad
compacta y en sus zonas centrales, responden a la misma lógica.
No se trata de proteger a los ciudadanos libres sino de excluir
a los sectores sociales sobreexplotados o marginados. Los supuestamente
protegidos se encierran en sus barrios, "barrios cerrados"
se denominan genéricamente y alguno hemos visto cuyo nombre
específico era El Encierro. Esta población encerrada
renuncia a la ciudad para defender su posición de privilegio
respecto a los sectores excluidos.
Lo que distingue
a los muros físicos de los virtuales (que también
existen y son muy frecuentes pero que no son objeto de este conjunto
de textos) es su carácter explícito: se asume formalmente
la inclusión de unos y la exclusión de otros. Los
muros físicos, si los comparamos con los virtuales, por su
violencia y su impunidad, por el desprecio, odio y miedo que expresan
con relación a los sectores excluidos, vienen a ser como
el fascismo respecto a las democracias formales, no son reformables
o mejorables, solo admiten la demolición. No pretendemos
obviamente justificar los muros virtuales, estas barreras invisibles
que protegen en muchos casos los barrios burgueses, estas normas
(explícitas o, en general, tácitas) que excluyen pues
el acceso es difícil si se procede de los barrios populares
o estos sectores no pueden acceder a sus equipamientos o servicios,
o la presión social (cuando no las policías públicas
o privadas) hace difícil estar en ellos si no se tiene un
determinado color de piel o una vestimenta "adecuada".
En bastantes casos es suficiente una determinada configuración
urbanística para excluir a los sectores populares: que solo
se pueda acceder en auto privado, que no haya ofertas comerciales
o de ocio de bajo coste o espacios públicos animados, etc.
Por ejemplo: Puerto
Madero en Buenos Aires, una zona de ocio para gente bien con fantásticos
espacios públicos en su entorno a la que es una aventura
acceder si no es con auto. A pesar de que el núcleo central
de Buenos Aires (Plaza de Mayo) se encuentra a menos de 300 metros
hay que cruzar un entramado de vías más o menos rápidas
que cumplen un efecto disuasorio. Otra caso aun más brutal
pues se ha explicitado la voluntad de exclusión: la autopista
que separa la urbanización del antiguo aeropuerto Cerrillos
en Santiago de Chile de los barrios populares de La Victoria y de
lo Espejo. Se ha pretendido conscientemente obstaculizar la comunicación
entre una zona y otra para atribuir un contenido de clase excluyente
(clase media) a una ambiciosa operación de prestigio. Estos
y otro ejemplos, violentamente clasistas, se exponen en el dossier
América latina de este número de Carajillo.
Los muros a
los que nos referimos principalmente en este dossier son aquéllos
que por su materialidad visible y la intención explícita
de su ejecución pretenden establecer zonas de acceso restringido
o forzar a una parte importante de la población de vivir
dentro de unos límites reducidos a una parte de la ciudad
o zona urbana. Este criterio excluyente también puede expresarse
a una escala menor en el acceso a los espacios públicos (plazas
o parques cerrados solo accesibles a los que poseen las llaves,
por ejemplo).
El fenómeno,
por su extensión y variedad, es extenso y complejo. Destacaremos
algunos tipos de muros que nos parecen especialmente significativos.
En numerosas ciudades europeas y americanas (y nos referimos a las
ciudades compactas, no a sus periferias) se producen procesos
de privatización de los espacios públicos.
En New York la compañía Disney en la zona central,
de ocio, de Broadway. En barrios acomodados de Ciudad de México
proliferan las calles cerradas. En Río de Janeiro las viviendas
de clase alta y media tienden a cerrar la vereda en frente del edificio
con rejas que de hecho impiden o dificultan mucho el paso de los
peatones. En Londres, en Paris, en Barcelona, etc., no solo el espacio
público esta permanentemente vigilado (presencia policial,
cámaras): también se cierran las plazas al anochecer,
el mobiliario urbano impide que se formen grupos sentados, etc.
La construcción
de muros para separar barrios o partes de la ciudad o entre municipios
con continuidad urbana puede responder a dos objetivos distintos,
aunque el muro sea similar. En un caso se trata de aislar a una
población que se considera non grata por parte del entorno
(una villa o favela, un barrio pobre o con mala imagen). Es el caso
que exponemos del muro que pretendía separar dos municipios
de la periferia de Buenos Aires (San Isidro y San Fernando) o el
uso de la autopista como muro en el citado caso de Cerrillo. En
otro es cuando lo que se pretende es impedir o controlar el acceso
a partes de la ciudad a todos aquéllos que no tengan un determinado
status (residentes, propietarios, etc.,). Es el caso de Jerusalén
y de tantos conjuntos habitacionales en las ciudades europeas y
americanas que se han dotado de policías privadas y de muros
y han creado zonas enteras privatizadas, una ciudad "censitaria".
En las periferias
fragmentadas o dispersas estos mismos fenómenos se repiten.
Se procura aislar a barrios populares y villas o favelas y se multiplican
barrios cerrados para sectores medios y altos. En España,
durante el franquismo, la construcción de polígonos
de vivienda aislados y aislables destinados a sectores populares
se convirtió en doctrina. El fenómeno ahora se repite
mediante el uso del mercado para segregar a la población
de bajos ingresos. En América latina las políticas
de vivienda social supuestamente más exitosas, México
y Chile, han creado verdaderos guetos de mala calidad, no solo de
la vivienda, también de su localización lejos del
tejido urbano compacto, con altos costes sociales y ambientales,
con equipamientos escasos y vida ciudadana nula (véanse por
ejemplo los conjuntos habitacionales entre México D.F. y
Puebla o Pachuca, en los que viven decenas cuando no centenares
de miles de trabajadores de nivel de ingresos bajo o medio bajo).
El espectacular
auge de barrios cerrados para sectores medios y altos en
las periferias metropolitanas es un fenómeno nuevo, no tanto
por no existir antes algunos casos como por la importancia cuantitativa
que ha alcanzado. Estos barrios cuestionan la existencia misma de
la ciudad y de las sociedades de ciudadanos. En ellos la combinación
del afán de distinción con el miedo al exterior conduce
a conductas tan agresivas como suicidas, en términos metafóricos
y a veces reales (véase la novela y ahora también
película "Las viudas de los jueves").
Los muros de
la ciudad deben tener una única respuesta urbanística:
su destrucción. La única tarea que corresponde a los
profesionales del urbanismo es promover un movimiento social que
se plantee la demolición inmediata y directa de los muros
destructores de ciudadanía. En estos casos, hacer ciudad
empieza por el acto destructor.
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